JOHN PETRIZZELLI, AUTORRETRATO

Por ALEJANDRO VARDERI

Si hay algo que enlaza los libros y las películas de John Petrizzelli, es el amplio abanico de geografías donde la palabra y la imagen apresan instantes particulares, vueltos memoria en el tiempo. Si bien nada en la escritura y el cine de este autor es lineal sino que discurre por estancias y meandros, en un movimiento circunvalatorio puesto a enfrentarnos con eventos reales o ficticios, consignados en las obras desde su personal manera de observar el mundo, a fin de que lo vivido se inscriba en el imaginario de cada lugar. Tal cual me comentó en una entrevista años atrás, “la realidad del planeta tiene que ver con mis cambios y mi manera de construir, más que mi ciudad, mi laberinto interno”. Un laberinto que, como el de Octavio Paz, surge de una visión crítica de la realidad, al interior de un panorama global, ya no de posguerra sino de preguerra, pero igualmente sacudido por un humanismo en crisis, el avance de los totalitarismos y la existencia de una brecha cada vez más profunda entre pobreza y riqueza. De aquí Petrizzelli extrae los argumentos para sus relatos, documentales y largos de ficción, donde lo nostálgico y lo reflexivo vienen puntuados por lo surreal e irreverente, lo sublime y lo grotesco; pero siempre expuestos con ironía, sensualidad y humor

Reimaginar la historia y sus historias

Ya desde El embrujo (1983) las historias y sus referentes se expanden desde la densidad del lenguaje literario y el lenguaje fílmico, que aportan las claves al doble argumento: la biografía de una joven colombiana emigrando hacia la capital venezolana para trabajar como mesera en los bares del centro, y el de la Cervecería Caracas poco antes de ser derruida. Entre el abandono de las instalaciones, la voz en off de la mujer hila los pormenores del suyo, puntuado por las supersticiones de la gente y el deseo insatisfecho de un cliente que la convirtió en el oscuro objeto de sus deseos. Aquí la cámara en travelling recorre fotografías de rostros y paisajes entre los escombros, tejiendo un tapiz de instantes en el tiempo para, parafraseando a Jean Pierre Vernant, actualizar experiencias e informaciones ausentes en la conciencia del espectador. Con ello este corto de ficción recobra los pormenores de un discurrir y un lugar ya desaparecidos, pero impresos como gnosis en quienes no tuvieron oportunidad de experimentarlos. Imágenes de calles, casas e individuos perdidos en el tiempo, fragmentos de las publicidades televisadas pioneras en su campo, remanentes de una pujante modernidad industrial hoy desmantelada devienen depositarios de un pasado, fundamental para comprender los exabruptos del presente.

Una realidad que Negro lógico (1978), su primer libro de relatos, espejea, citando slogans sobre productos de consumo, espacios desintegrados o en decadencia y ciudades que, como las de Italo Calvino, guardan secretos y existencias tan aventureras como las del autor mismo. Todo ello abordado mediante un lenguaje cuyos giros se abren a la sorpresa y el placer por la palabra misma. “Mientras pensaba en esto, una vieja pared se agrietó, cayendo frente a mí, sin causa aparente. Su caída fue tranquila, lúcida”, apunta el narrador de “Una noticia olvidada”, mientras camina por Toledo, y repasa episodios de un devenir contestatario, esfumándose entre la enormidad de los dramas de la guerra civil española a punto de estallar.

La serie de cortos documentales dedicados a rescatar el folklore nacional que Petrizzelli produce y dirige desde 1998 hasta hoy, igualmente recogen episodios a punto de ser borrados por las convulsiones de la historia, pero necesarios para, en palabras de Mariano Picón Salas, desembalsamar el pasado y recuperar esa misma historia, deslastrándola de una “borrachera épica” que tan infelizmente recicló, tergiversándola, el autoritarismo de las dos últimas décadas. De hecho, Carrao (1998), Anselmo. La trampa de la uña (2006), El rey del galerón (2008) y Paco Vera (2009) en tanto recuperan a figuras importantes de la música y el anecdotario vernáculo, reflexionan en torno a la pérdida de la identidad, la desaparición de modos de vida propios, la destrucción del medio ambiente y el diezmo del sector agropecuario. Esto, mediante un montaje fragmentario donde se insertan escenas de documentales y largos alusivos a la geografía e idiosincrasia de los protagonistas, herederos de una tradición, desvaneciéndose hoy ante el avance tecnológico y la globalización.

Por otra parte, Falsas historias (1992) satiriza el proceso de conquista y colonización desde la figura del conquistador conquistado, en sintonía con Cabeza de Vaca (1990) basado en las crónicas del conquistador Álvar Núñez. Y al igual que la película de Nicolás Echevarría, el corto de ficción de Petrizzelli, caricaturiza a los representantes de la corona, la iglesia y el ejército, incorporando el estereotipo de iconos del franquismo como el torero y el guardia civil. La canibalización de la carne y las culturas originarias, presentes en ambas producciones, se decanta hacia el kitsch en Falsas historias, mediante el reciclaje del imaginario religioso y la irrisión de los mitos populares. La yuxtaposición de la cruz y la espada, los altares caseros, las deidades africanas e indígenas y las escenas de los noticieros televisados de la visita de los reyes de España a Venezuela en 1977 son llevados a la irrisión, en el primer plano de un perro acostado sobre un folleto turístico de Venecia, soñando esta simulación del encuentro originario entre culturas. Una banda sonora en la cual se incluyen fragmentos del himno nacional español, canciones populares de postguerra y bailes flamencos, dinamiza el contenido de la diégesis del documental, que los productores dedicaron al barrio Mare Abajo del Estado Vargas, donde en 1563 desembarcó el conquistador Diego García de Paredes.

Historias para las posibilidades del músculo (2015), su segunda entrega narrativa, recobra tales estrategias desde el ojo del realizador, que no deja de estar presente en la construcción de espacios textuales, a modo de fotogramas puestos a encadenarse para conformar escenas donde lo sensorial, lo vehemente, lo tragicómico y lo burlesco igualmente puntean el guion y enmarcan el desarrollo diegético en ambientes urbanos o naturales. La ciudad, las geografías marinas y selváticas, los desiertos y praderas devienen pulsión y vértigo de señalizaciones controladas por donde la escritura traza paneles hipergráficos que, a la manera de los de Severo Sarduy, operan como compartimentos o divisiones dables de separar un texto de otro pero, simultáneamente, sirven de vasos comunicantes para que los mapas trazados por Petrizzelli sean la hoja de ruta puesta a orientarnos de Sumatra a Montevideo, de Daytona a Queens o de Xinjiang a un jardín hawaiano; escenarios estos en los que sus protagonistas actúan la película de la existencia.

Rescatar existencias de las intolerancias que las acosan

Ti@s (2014), largometraje documental de largo aliento, se detiene en las existencias de seis homosexuales provenientes de experiencias y estratos muy diversos, para destacar el lugar que cada uno ocupa, atendiendo a la expresión abierta o velada de una sexualidad, percibida aún hoy como subversiva, por su poder de privilegiar la diversidad sobre la homogeneidad y alterar el orden de una normativa, considerada inamovible por quienes la imponen. Lo que Merleau-Ponty definió como la actuación del drama individual siguiendo los roles tradicionales, inscritos permanentemente en la estructura institucional. Sacudir tales roles y desafiar tal permanencia, incorporando maneras más amplias de percibir al otro, es justamente lo que este documental logra, al interior del ambiguo marco social venezolano, donde desde siempre se ha practicado lo que la ley no prohíbe pero tampoco reconoce.

Osar mostrarse ante la cámara para narrarse a sí mismos no es fácil y de acuerdo con el equipo de producción, se necesitaron más de 100 entrevistas para encontrar a los protagonistas, quienes desde su propia perspectiva enfocan el lente hacia la dificultades para aceptarse y ser aceptados. Una hazaña, ciertamente, y más en el contexto venezolano, pero que ha contribuido a despertar conciencia en quienes vieron el documental. Otra demostración del poder del cine para alterar la conducta privada del espectador, en palabras de Marco Antonio Ettedgui: gran irreverente y pionero en la utilización del arte del cuerpo para expresar públicamente un homoerotismo sin restricciones. En el documental de Petrizzelli, tal apertura de miras proviene de la naturalidad con la cual los entrevistados aceptan y se aceptan, sin caer en lo panfletario ni instalarse en el resentimiento, pese a las intolerancias que los acosan aun, a una edad donde la fragilidad y el peso de lo vivido se adueñan del cuerpo y de la mente. El trabajo de cámara, dable de privilegiar los primeros planos de los protagonistas y reiterar su lugar en las particulares historias, y una cinematografía ajustada a ellas, transmiten al espectador la necesaria inmediatez, integrándolo sin obstáculos a la intensidad de las confesiones. Confesiones hiladas por el deslumbramiento ante el deseo, donde cada oficiante sigue estando “como hipnotizado aún por el placer prohibido”, tal cual sostiene, al emprender la suya, Armando Rojas Guardia.

“La noche de los abanicos se abrió sobre el gesto de la tijera, valor de la alta peluquería. Reinas de belleza se retrataron en los biombos para recordar por siempre el sueño de este grano de arroz, dream rice es su nombre para la venta”, inscribe Petrizzelli en el texto “Agridulce” de su libro más reciente El conjuro de los cardos (2020), donde los textos dialogan con las imágenes y se devuelven a películas como Bárbara (2017). Este largometraje de ficción deshila los desencuentros entre un travesti en fuga, tan resuelto como la protagonista de la novela de Rómulo Gallegos, y un joven campesino perseguido por los paramilitares, cuya mayor ambición es convertirse en un superhéroe como El Santo. Rodada en Parmana, Estado Guárico, uno de cuyos fotogramas se recoge en El conjuro de los cardos, la producción privilegia los lugares abiertos, el encadenamiento de planos-secuencia y las grandes panorámicas. “Aparecen las colinas, el sigiloso paso de bestias peligrosas”, apunta el narrador en “Una página”, concatenando escritura y film, en un continuum indisoluble, característico de la obra de Petrizzelli.

La lucha entre civilización y barbarie se hace eco en la película desde ese “pensamiento civilizador”, que Juan Liscano, a propósito de Doña Bárbara, atribuyó a Gallegos, en su intento de hacer de la novela “el objeto sobre el cual ejercer el tratamiento purificador, sobre el cual practicar una curación de Venezuela mediante el despertar de la conciencia de justicia”.  Algo que no se logra en el film, pues los protagonistas acaban siendo víctimas de las intolerancias de sus perseguidores. Solo en la muerte Bárbara será libre, en tanto el joven logrará escapar finalmente atravesando el Orinoco hacia un nuevo comienzo; quizás en otras geografías, anunciando el gran éxodo que el fracaso de una revolución, paradójicamente impulsada para darles a quienes ahora huyen un mejor futuro, ha generado sobre un país cuya sanación pareciera alejarse cada día más.


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