El pasado mes de abril, en una cuidada edición de la gran editorial Libros del Fuego, que de manera brillante dirigen Alberto Sáez, Rodnei Casares y Juan Mercerón, fue publicado Cuaderno de otra parte, de Santiago Acosta, poemario que, si bien parte de lo que se ha dado en llamar la diáspora venezolana, lleva el tema en otra dirección, con una voz que se burla de sí misma en su empeño por cumplir con los ritos del que se fue. En tal sentido, obviando la lectura que hace de esta una escritura del exilio, este texto se centra más bien en la distancia como elemento organizador del discurso.

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En 2010, en Buenos Aires, se publicó una serie de plaquettes de poesía con escritores de distintos países de Latinoamérica. Entre esas estaba Caracas, con el poema homónimo ahora incluido en este poemario, que, como vemos, aparece marcado por la distancia desde el principio: “Caracas” vio la luz por primera vez en Buenos Aires.

Posteriormente, la escritura de estos poemas continuó en San Francisco y, finalmente, en Nueva York, con distintas paradas e idas y venidas en el camino que aparecen con frecuencia en los poemas.

Estos datos, que pueden parecer anecdóticos, nos señalan una de las características principales del poemario: la distancia. No en vano el título no hace referencia a un lugar específico, sino a otra parte; esto es, a un desplazamiento continuo. El sujeto del poema siempre está en tránsito. De este modo, en cierta medida la distancia organiza la escritura.

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Busco en Internet “teoría de la distancia” sin esperar mucho. Sin embargo, hay algo: una nota en el diario español El País sobre un libro de Thomas De Quincey en el que este habla de Wordsworth, Coleridge y Southey (1). Cito del último párrafo de la nota: “Libro muy recomendable para meditar sobre la noción de distancia, tan importante para un verdadero poeta, y que debe empezar por ser distancia puramente física. Eso representan la región de los Lagos y sus poetas, convertidos en vecinos cada vez más distanciados, hasta la disgregación final”. Sin embargo, no dice por qué es tan importante. Si “Caracas” fue escrito en esa ciudad, ¿dónde tenemos que buscar la distancia? En el propio lenguaje, que para nombrar debe desplazar al referente. Hay algo inherentemente violento en la capacidad del lenguaje a la hora de representar una cosa, equivalente a su muerte simbólica, pues al hacerlo desmiembra el referente, destruyendo su unidad orgánica, y lo lleva al terreno de la significación, que está fuera de él. De modo que Caracas, San Francisco, Oakland, Londres, Buenos Aires, Barcelona, Nueva York y las demás ciudades que aparecen nombradas se convierten en otra cosa, la escritura las parte y las lleva al terreno de la significación, donde todas “se caen a pedazos” (p. 11), aun cuando todas encandilen con su violencia o con su glamur. O con ambas.

Ahora bien, una vez en el campo de la significación, ¿qué significan? Testimonian justamente la distancia, la dispersión de cuerpos y afectos que van quedando “descuartizados por todo el planeta” (13). “Yo era para ti” (13), dice, pero al “Irse”, el sujeto del poema empieza a ser un sujeto en constante desplazamiento. No en balde dice que “nuestro reino / es el futuro” (19). El lugar y el tiempo son siempre otros.

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Leemos nuevamente: “Yo era para ti”. Estas cuatro palabras apuntan a uno de los temas centrales del poemario. El espacio “natural” –la casa, la ciudad– deja de serlo de pronto, se desnaturaliza, se ven mejor “los hocicos de los aeropuertos”, “la espiral negra de los estacionamientos”, “los ladridos perfectos” de los motores, “el amor asesino de los motorizados, los taxis piratas, / el olor agridulce de los camiones de basura a las 12 de la noche. / (…) el aire acondicionado de las salas de espera / (su rumor de basso continuo), el llanto de gárgola de los bebés, / el estruendo de los patios a la hora del almuerzo” (12). Se sabe, “Solo en el recuerdo es tolerable la patria / o si la vemos desde lejos, como a través / de un pesado vidrio que salvaguarde la distancia. / Solo entonces se hace legible” (23).

De nuevo la distancia es lo que posibilita la escritura de “lo que dejamos atrás”. No queremos la transparencia o la nitidez del vidrio, sino su pesadez, algo que opaque la visión y “salvaguarde la distancia”.

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Si bien los textos buscan contarlo todo, exponer el viaje, en esta búsqueda de opacidad las imágenes se imponen sobre el sentido en varias ocasiones, o mejor dicho, el sentido se construye a partir de las imágenes: “Lo dije todo, / lo canté a gritos, como un ganso con los ojos fríos” (15). Y más adelante en el mismo poema: “Una pelambre espesa me cubría el hígado” (15). Al nombrar desde imágenes como estas, el lenguaje aleja al referente, impone una distancia, una y otra vez, como la de esos “amigos lejos de ti / y de mi corazón” (13).

Este constante desplazamiento sostiene los poemas, pues ante la imposibilidad de lo permanente, el lenguaje también se ve desplazado en varios momentos. Ahí están las imágenes como señales para indicar el espacio-entre, la distancia; están asimismo para indicar “lo difícil que es hablar, lo lejos que están todas las palabras” (41).

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Y si hablamos de distancia, es necesario hablar del tiempo, solo en él son posibles las ciudades en estos textos, las idas y venidas, pero sobre todo el recuerdo de cada una (2). Ese espacio que permite el recuerdo es el mismo que instala la distancia en los poemas. La escritura, a su vez, al nombrar ciudades, calles, personas, etc., hace aún más grande la brecha, como ya mencionamos. En todo caso, el referente se pierde y lo que queda son los signos de una errancia, puesto que “Todo es errancia” (11).

También es el tiempo el que da paso a la nostalgia. Más bien a su imposibilidad, si acordamos con lo leído, “porque aquí hemos abandonado ya toda esperanza, / y la nostalgia –se sabe– es la hija deforme de la esperanza”.

Nostalgia, esperanza: todo pertenece al tiempo, una que vuelve la mirada atrás y la otra que mira hacia adelante, sin tanta claridad. Es en esos espacios por donde transitan estos textos, siempre desplazados del presente, que se vuelve imposible. Recordemos: “nuestro reino / es el futuro”.

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¿De cuántas formas puede el poema imponer la lejanía? Como vemos, si queremos pensar la distancia como hilo conductor, hay que vérselas con distintas formas de la distancia: la lingüística, la de las imágenes, la temporal y la espacial, naturalmente. Hay que preguntar asimismo desde dónde habla quien habla para poder medir el espacio-entre. Pero no siempre será fácil localizarlo: “No he dejado de vagar de una ciudad a otra, siempre / hambriento y aterrado. (…) No sabes lo lejos que estoy de todo, / todo el tiempo, en cualquier parte. / Mis labios están lejos, siempre estoy lejos” (16). ¿Cómo ubicamos a este sujeto?, ¿es posible? Está claro que no. Solo sabemos que está lejos. Siempre está en otra parte.

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En Una voz y nada más, Mladen Dolar se refiere a un episodio del Banquete de Platón en que a Aristófanes le da hipo, y cuenta que Jacques Lacan emprendió una lectura exhaustiva de esta obra y en cierto punto crítico decidió consultar con Alexandre Kojève, quien le dijo que no podría interpretar el Banquete si no sabía por qué a Aristófanes le da hipo. Para Dolar, “A esta voz precultural, no cultural, se la puede ver como el grado cero de la significación, (…) el punto en torno al cual se pueden ordenar otras voces –significativas–, como si el hipo estuviera en el foco mismo de la estructura” (3). De la misma manera podemos pensar la distancia en este poemario: lo recorre y organiza a su paso. Ciudades, personas y recuerdos se despliegan en torno a esta.

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Queda mucho por decir porque “Esto apenas comienza” (46) y “Lo mejor está por venir” (15). Mientras tanto, “Lo único que nos queda es el placer del olvido, / el goce espléndido de no saber, / de no tener idea de lo que se hace” (46). Queda mucho por decir, pero no será aquí. Por ahora nos basta con saber que estamos en otra parte.

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Notas

(1) Ver “Teoría de la distancia”, por Juan Antonio González Iglesias, en https://elpais.com/diario/2003/08/30/babelia/1062201028_850215.html

(2) “No vivimos de una tierra sino de su deseo, / no queremos un territorio sino su alucinación” (24).

(3) Dolar, Mladen. Una voz y nada más. Buenos Aires: Manantial, 2007, p. 38.

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(Una versión de este texto fue leído el pasado 13 de mayo en la presentación del libro, en Otto’s Shrunken Head, Nueva York).


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