Caracas
EFE

Andrea Rondón

Es difícil escribir sobre Caracas sin sonar previsiblemente pesimista o falsamente optimista. A los venezolanos nos tocó un momento muy difícil.

Desde que esta dictadura recrudeció (porque empezó en 1999, pero es un tema de discusión para otro momento), he tenido la constante preocupación de documentarlo todo, por desahogo personal o para nuestra memoria como país.

Desde hace algunos años, desde Cedice Libertad llevó a cabo el programa Cultura en Libertad, que es una suerte de enseñar los principios del liberalismo a través del rescate de nuestra condición de ciudadanos y en los espacios culturales que todavía nos ofrece esta hermosa ciudad.

Confieso que cada vez es más difícil hacerlo porque existen menos espacios culturales y menos venezolanos en estas tierras para escuchar y aprender.

El título de este artículo es una suerte de respuesta, o más bien de reflexiones que surgieron con ocasión al artículo de Alonso Moleiro titulado Caracas ha muerto, en el que indicaba que “Sus calles de vacían” “La secuestró el silencio” “De los que se fueron del país y de los que se fueron de este mundo”. Fue polémico y mi intención no es reavivar la discusión sino abordar nuevamente un tema que se ha vuelto constante en mi pensamiento.

Pero lo abordo, en este momento, desde una de tantas experiencias que aunque no me impide ver la trágica y dolorosa situación actual también me permite seguir en esta Caracas, todavía ciudad de la furia.

Aunque soy abogada, considerando la destrucción de nuestro Derecho, busco otras lecturas y aficiones. Lo he logrado y en muchos casos de la mano de amigos o de personas que admiro.

Soy amiga desde hace algunos años de una pareja de esposos, Juan Carlos Oliveira y Rosana Calderón, ambos abogados también. Por lo general suelo desconectarme de las personas, o en muchos casos pareciera que no valoro las amistades o ayudas, pero en este caso en particular, nunca olvido su apoyo desde hace unos 5 años. Me tuvieron y tienen una paciencia más allá de la amistad en un difícil momento de mi vida (y que aún estoy en proceso de superar).

Ella migró junto con su hija a España y él se ha mantenido en el país con constantes viajes a España. Esto último bien podría servir de ejemplo para las afirmaciones de Moleiro en su artículo.

No lo veo así. Todavía no lo veo así. Me parece que Caracas creció y ahora está del otro lado del Atlántico. Rosana se fue a formar parte de un proyecto familiar, Bartolomeo Kitchen, cocina de la diáspora, pero al mismo tiempo una cocina que no olvida sus raíces. Aunque está en Madrid, verás una cocina familiar cuyos orígenes se remontan a Valencia y que bajo la experticia culinaria de Vivian Bonomi (la mamá de Juan Carlos) ofrece mucho más que la tradicional arepa. Digamos que es una fusión de nostalgia y cocina de autor. Mientras tanto, Juan Carlos sigue en Caracas, con idas y venidas frecuentes, para que algún día esa cocina de la diáspora también se instale en Caracas.

Para mí ellos representan un verdadero emprendimiento, porque no es una actividad que les permitirá sobrevivir en otro país, un emprendimiento es mucho más que eso. A través de la fusión de las cocinas ítalo-venezolanas ellos tienen toda la intención de impactar, crear, retar el status quo culinario (allá o donde les toque hacerlo).

¿Pero por qué digo que emprenden?, ¿cómo hacen esto?, pienso que lo hacen porque son resultado de una primera migración (sus antepasados europeos que consiguieron una Venezuela con los brazo abiertos en mitad del siglo XX); de una profunda crisis país (también creo que las crisis nos impulsan a arriesgarnos y crear) que lo segundo, los llevó a hacer el camino inverso al de sus antepasados (ahora le toca a España abrir sus brazos); y todo ello los ha obligado a crear (y no conformarse) y a pensar el país como ciudadanos (porque no se niegan la posibilidad de criar a su hija aquí en algún momento).

Su caso, lejos de decir que Caracas ha muerto y la estamos velando, me permite decir que estamos atravesando un momento muy oscuro y difícil pero que nos ha exigido sobreponernos a las circunstancias; a decidir vivir de la mejor forma posible esta etapa; y disfrutar (y también sufrir) a Caracas (aquí y a la distancia).

Las ciudades no mueren, eso se predica de las personas y las personas que conozco (como a estos amigos) y yo, estamos aquí (o donde toque), resistiendo y no solo sobreviviendo.


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