Octavio Paz | Zonaoctaviopaz.com

Por GREGORY ZAMBRANO

En el México antiguo los calmécacs eran una especie de academias de élite donde los maestros y los filósofos enseñaban lo fundamental para formar a los futuros líderes. Allí, además de templar el carácter y potenciar las destrezas con pruebas físicas extenuantes, los aprendices eran instruidos mediante pláticas que se reconocían prácticamente como un género del discurso (huehuetlatolli, en náhuatl), sobre el sentido religioso del mundo, con enseñanzas morales para la convivencia social y el equilibrio político.

La forma preconcebida como arte de la conversación se puede vincular también a la idea de espiritualidad y de sensibilidad que es puesta en escena: ser dueños de “un rostro y un corazón”. Al leer las explicaciones, las reflexiones y las conjeturas de Octavio Paz cuando interactúa en condición expositiva, en situación de entrevista, podríamos conectar —salvando las distancias cronológicas— con aquellas antiguas formas de interacción.

Buena parte de las entrevistas hechas al escritor mexicano se reunieron en el libro Pasión crítica (1985), compiladas por Hugo Verani. Luego se complementaron y redistribuyeron en el tomo 15 de sus Obras Completas (2003).

A partir de los diálogos sostenidos con historiadores, filósofos, políticos, antropólogos, estudiantes, críticos literarios, periodistas, entre otros, vemos expuestos como en un mural puntos de vista diversos sobre problemas de su presente, desde una perspectiva siempre polémica, pero también expresados de una manera comprensiva, mesurada y muchas veces irónica. Su mirada se mueve vivazmente hacia el pasado, hace balance, analiza, busca respuestas en su presente, pero con una retadora consciencia de lo no conclusivo. Allí reside su imán.

La entrevista, como puesta en escena, revela también las recurrencias temáticas, las obsesiones, y más aún las autocríticas. En el caso de figuras tan relevantes, casi siempre se busca perseguir una especie de oráculo que revele las claves de lo humano y lo divino, acaso con la fe depositada en un mortal, que es percibido en una situación privilegiada, como un atento observador de la realidad, y más aún, como un ser sensible capaz de interpretar los signos que no todos son capaces de ver y precisar. Siempre se ha pensado que el intelectual está en el deber de dar respuestas y de allí que la situación de entrevista sea, muchas veces, un detonador de verdades ocultas.

Sin duda alguna, Octavio Paz fue un gran conversador, que reflexiona profundamente, que intenta explicarse, atenuar sus contradicciones, o compartir su indagación sobre momentos específicos, sobre todo los más oscuros del pasado o desconcertantes del presente. Así que volver sobre estos diálogos es también una forma de comprender en su expresión oral una perspectiva muchas veces diferente del proceso reflexivo que leemos en sus ensayos o en su poesía, que deviene revelación. Es un procedimiento distinto que trata de situarse en lo que él denominó “otra voz”, donde alcanza nuevas y diferentes resonancias.

Paz conversa de manera diáfana, no elude las preguntas; piensa y se expresa sin elipsis, sin medir el impacto negativo que pudieran tener sus palabras; ejerce la libertad de decir sin cortapisas. Esto tiene un fin didáctico también. De allí la importancia de combinar la lectura de su obra con la escucha de sus palabras en estas interesantes entrevistas, como un correlato interdependiente.

Se trata de seguir sus procesos en busca de otras revelaciones: cuestiona a veces de manera intransigente y defiende su fidelidad al pensamiento crítico; por ello, su manera tan personal de decir en muchos casos devino polémica. Pero es que se requería de una clara postura ética para ir a contracorriente de algunas de las tendencias ideológicas y políticas de su tiempo, denunciar los totalitarismos de derechas e izquierdas, abogar por la libertad, la justicia, defender una postura militante por la dignidad de los seres humanos, y por esa vía era natural que se agitaran las aguas del disenso pues consideraba necesario “mantener y preservar las oportunidades de disentir”.

La historia de México y la condición social del mexicano, pero también la política del momento, las guerras civiles en Centroamérica, la represión, el abuso policial, la impunidad estatal, la burocracia; pero también el feminismo, la filosofía, la escritura, el orientalismo, el libro como objeto cultural, entre otros, son temas que ocuparon su interés y sobre los que reflexionaba constantemente en sus múltiples ensayos y también en las entrevistas.

Para cerrar este mínimo homenaje quisiera destacar el encuentro con los estudiantes en la UNAM, en 1981, que se recogió bajo el título de “Escribir y decir”, que es una síntesis admirable de su pensamiento estético. Se dirigió a los estudiantes como ciudadanos en formación y tuvo palabras de estímulo como un compromiso de fe en el porvenir. Aunque muchas de las preguntas que le hicieron los alumnos, de diversas carreras, contenían un cuestionamiento político severo, Paz responde con claridad y paciencia. Le preguntan, —¿“Por qué se alejó tanto tiempo del público estudiantil universitario”? Responde: —“No me alejé. No me invitaron”. Lee y comenta algunos textos poéticos, indaga sobre los misterios del lenguaje y la poesía, lo que denomina “la experiencia literaria”; explica cómo funciona la transformación de la vida y de lo vivido en literatura, y a partir de allí expone la consciencia de comprender, hacer, construir, con el uso de la imaginación lo que habría de ser único y auténtico como un acto de creación —no de producción— de “obras verbales únicas, irrepetibles e insustituibles”. Y ahí ubica la reflexión en torno al lenguaje y al acto de escritura: “la intrusión de la mirada reflexiva, la interrupción del acto por la doble acción del espejo y de la conciencia crítica, es una de las notas constitutivas de la modernidad”.

Escuchar, dejar que su voz fluya mientras se potencia la indagación en lo aprendido e intuido, va a la par de ese acto de revelación que está iluminándose en cada palabra suya, que brota como una certeza o como un abismo: “palabras que no decimos sino que nos dicen”.


*Gregory Zambrano es doctor en Literatura Hispánica por El Colegio de México. Ha sido profesor de la Universidad de Los Andes y director de su Escuela de Letras. Actualmente es catedrático de literatura latinoamericana en la Universidad de Tokio.


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