Por RUBÉN REYES RAMÍREZ

El lector es un cazador furtivo que recorre las tierras de otro

 Michel de Certeau

El hombre inclinado. Viaje del pensamiento y drama del sentido del Dr. Víctor Bravo ofrece, por la amplitud y complejidad de su temática y por su factura ensayística, un variado abanico de lecturas plausibles.

En la experiencia de “cazador furtivo” de mi lectura personal por el territorio de las páginas de este libro, al primer contacto tuve la impresión de contemplar un caleidoscopio donde los componentes suscitaban el asombro por su cuantía, su diversidad y aun por sus presencias volátiles recurrentes, cuyas apariciones ilustran el dibujo de siluetas en recuadros y horizontes diferentes y complementarios.

En medio de la gama múltiple de aspectos, lo que me fue posible reconocer casi desde un principio fueron la mirada y la voz del autor, pues El hombre inclinado se me presentaba como una obra integradora, que reelabora y culmina un racimo de inquietudes, temas y reflexiones subyacentes en sus estudios anteriores, especialmente en algunos apartados de El señor de los tristes y otros ensayos (2007) y en Leer el mundo. Escritura, lectura y experiencia estética (2009).

Coincido, en principio, con la opinión de sus prologuistas. Carlos Pacheco en El señor de los tristes… lo caracteriza como “cartógrafo de las ideas” y a su obra “como una especie de gran atlas de las ideas matrices en torno a […] la cultura de Occidente”. A su vez, Jorge Larrosa, en su lectura de Leer el mundo, destaca:Entre sus muchos méritos, éste es, para mí, el más apasionante: el intento de desplegar, en torno a esa actividad aparentemente banal e insignificante que llamamos lectura, toda una serie de dispositivos de subjetividad y de subjetivación: los que nos han hecho lo que somos y lo que tal vez estemos dejando ya de ser”.

En el ensayo de Víctor Bravo se vislumbra eso que Harold Bloom, en su libro Dónde está la sabiduría (2005), configura como “escritura sapiencial”, que “posee sus propios criterios implícitos de fuerza estética y cognitiva”. El hombre inclinado reviste –en palabras de Bloom– el carácter de una “escritura sapiencial secularizada”, y por la experiencia viática que constituye el hilo vertebral del texto, éste también pudiera inscribirse en el género de literatura de viajes: el viaje de la conciencia, exhaustivamente ilustrado con las expresiones estéticas de la literatura, que testimonia sus momentos estelares.

En lo personal, considero que el autor de este libro es un cronista, a un tiempo historiador y creador, artífice de una narrativa literaria sobre el pensamiento del hombre y la cultura occidental. Podría nombrarlo un vigía armilar del horizonte en la aventura del viaje que ha recorrido el pensamiento del hombre contemporáneo de Occidente.

Enfoque y sistema conceptual

Para esbozar una reseña, ineludiblemente esquemática y parcial, estimo pertinente destacar la perspectiva y algunas de las ideas fundamentales que sustentan su sistema categorial. El propósito del ensayo es contemplar la gran ruta del pensamiento humano occidental. Según lo expresa:

El presente libro quiere seguir la estela de la condición reflexiva del humano ser en el arco que va desde la escena del hombre saliendo de la caverna, mirando las cosas del mundo y mirando al mismo sol, según el relato platónico, hasta las horas de la melancolía, hasta la condición inclinada en el borde abismal del sinsentido. (p.16)

La postura desde donde la pupila insomne de Víctor Bravo se planta para explorar la travesía del pensamiento trasluce en cierto sentido una introspección cultural y acaso un examen de conciencia especular. En este viaje, intenta mostrarnos el impacto del pensamiento sobre el “sentido de la vida” del hombre:

[…] una posible historia del pensamiento: de la plenitud de sentido de las sociedades encantadas, […] hasta el borde mismo del sinsentido de la conciencia crítica”. (p. 18)

Víctor Bravo aborda el fenómeno del pensar del hombre de la cultura occidental, desde el centro de gravedad de la conciencia crítica propia de la razón, con la óptica personal de un desarrollista que observa los principales giros y nudos de las metamorfosis secuenciales de tal trayectoria. Concuerda en esto con Jean Gebser (Origen y presente, 2011), quien define la conciencia como una “concienciación”, es decir, un proceso cambiante de modalidades y mecanismos de realización, lo cual da lugar a ciertas “estructuras” (sucesivamente centradas en la emoción, la imaginación y la abstracción) que se producen a través de “mutaciones” de la conciencia. Si bien Gebser halla en estas estructuras los gérmenes o fundamentos de una nueva concienciación que él llama “aperspectívica”.

Desde el locus de la abstracción, las piedras angulares del corpus del ensayo son las nociones de humano ser, sentido y pensamiento, verdad y poder.

El “humano ser”, que constituye el sujeto histórico en su doble carácter individual y social, se nos presenta como el actor del “viaje del pensamiento” y del “drama del sentido”. Para Víctor Bravo, es un “ser lábil”, caracterizado por una “irreductible fragilidad” (p. 141) y con una condición de “ser de límite”. Así, en los límites de lo efímero del instante y de la muerte, erige la memoria y la imaginación. Al respecto, anota el autor: “El ser que tiende a no ser, que el instante traza como experiencia del presente configura el primer límite absoluto de la existencia (el otro límite absoluto es el de la muerte)” (p. 108). La muerte, “el inminente y absoluto abismo de todo vivir” (p. 146).

De este modo, el hombre se ve sorprendido en el descubrimiento y la construcción de su propia conciencia. El hombre viaja inmerso en las peripecias de sus percepciones de lo real, en una incesante búsqueda de la verdad y un anhelo de felicidad en sus formas de estar-en-el- mundo.

La idea de “sentido” es planteada en el libro desde una acepción amplia, pero centralmente asumida en tanto que sentido existencial. Al respecto, evoca a Jean-Luc Nancy: “El sentido quiere decir el sentido tomado absolutamente: el sentido de la vida, del hombre, del mundo, de la historia: el sentido de la existencia” (p.19).

El “humano ser” se ve instigado por la necesidad de contar con un sentido de vida “porque la historia del humano ser en su condición frágil y de límites, en su inquietud de sí, es la historia de la apetencia de trascendencia y de sentido” (p. 146). Éste, de acuerdo con Nietzsche, constituye “la primera apetencia del hombre” (p. 16) y su pérdida o crisis lo coloca ante la angustia.

La persistencia del sentido como aspecto estructural del ensayo remite de manera casi natural al libro El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl (1946). Éste inquiere tal sentido desde un recuento testimonial de la situación extrema de la “existencia desnuda” del hombre en lo individual, y concluye que es una condición de sobrevivencia que reside en la libertad espiritual. “Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito”.

El pensamiento, para nuestro autor, asume una acepción específica como “percepción creadora”. Así, señala: “Platón en el mito de la caverna nos da una incomparable imagen del pensamiento naciente y de su naturaleza: el pensamiento como percepción creadora que vence los estrechos límites de la percepción natural”. (p. 8). Pero Víctor Bravo avanza y postula que el pensamiento como tal es “percepción de la visión de mundo asentada en la razón” (p. 11).

En palabras suyas, el origen del pensamiento se ubica “en el pasaje del mithos al logos” (p. 6), datable históricamente en la “pequeña modernidad” de la antigüedad clásica y corresponde al llamado “milagro griego”. George Steiner, en su libro La poesía del pensamiento (2012), coincidiendo con nuestro autor, señala que ese milagro

“consistió en el descubrimiento y el cultivo del pensamiento abstracto. De la meditación y cuestionamiento, absolutos, no contaminados por las demandas utilitarias de la economía agraria, la navegación, el control de las inundaciones, la profecía astrológica dominante”.

Hoja de navegación

El hombre invariablemente necesita comprender lo que va emergiendo en su conciencia. De tal manera, posee una representación mental del mundo y una interpretación que configura su visión de mundo, las cuales construye socialmente.

En su devenir, se enfrenta a límites personales y colectivos que señalizan su desarrollo –inmerso en la naturaleza, en sociedades estructuradas jerárquicamente y en visiones de mundo– a partir de los cuales ha afrontado desde los momentos tempranos sus necesidades de conocimiento, identidad y comunicación.

Así, Bravo destaca el paso del mito a la razón:

Será posible distinguir, en primer lugar, las sociedades “encantadas”, míticas y religiosas con fundamentos dominantes teleológicos, afirmadas en la ritualidad y la fe; y el proceso de secularización de la modernidad que desplaza la dominante a la racionalidad, a la causación, y que […] hace posible la ruta para que el hombre, por lo menos uno de los hombres, alcance la posibilidad de salir de la caverna. […]

A partir de entonces es posible hablar de una […] evolución del conocimiento que se desprende progresivamente de los lazos identitarios de la visión mítica y religiosa en un precipitado que es también el de la evolución de la verdad, de la moral y de las intencionalidades del hombre ante el mundo.

Desde los grupos originarios, el hombre teje formas y mecanismos de legitimación cultural, entre los que el poder aparece como un componente axial. Bravo se remite al papel de límite del interdicto, el primero: la prohibición del incesto. Siguiendo a Levi-Strauss expresa que “la sociedad sólo es posible en el reconocimiento del interdicto”.

Así, considera que las “culturas encantadas”, religiosas y míticas, reciben sus principios de fundación y posibilidad en lo divino, de manera que “sus interdictos y su moral, la recepción de la verdad divina y la experiencia de lo sagrado, la ritualidad y el sacrificio”, todo confluye en “la primera gran red que el poder despliega” (p. 9).

Las sociedades de la era de la razón afincan sus límites y mecanismos de cohesión en estructuras reelaboradas del poder, de las cuales emanan sus formas de legitimación; en cuya dialéctica se produce a un tiempo la permanencia de la dominación y el brote de la libertad, la obediencia y la utopía, la sumisión y la resistencia ante el Estado y el poder.

El filósofo Ken Wilber (Sexo, ecología, espiritualidad, el alma de la evolución, 1995) hace un balance sobre la presencia del poder en el paso de las sociedades míticas a las sociedades de la razón:

Así, dos mil años después de que una sociedad de participación mítica hubiera forzado al primer gran proponente de la Razón a beber cicuta, las primeras sociedades guiadas por la Razón se volvían ahora sobre sus predecesores míticos […]

Las jerarquías míticas dominantes (Dios, el Papa y el Rey en lo más alto, con diferentes grados de servidumbre extendiéndose a partir de ellos hacia abajo), y las formas de organización social político-religiosas que iban con ellas, fueron desmanteladas a una velocidad aterradora y a veces sangrienta. “¡Recordad las crueldades!”, gritaba Voltaire; “¡Libertad o muerte!”, gritaban los revolucionarios americanos; y las jerarquías dominantes, a menudo violentas y crueles, comenzaron a ser derrocadas […] (aunque sirvieron evidentemente a su tarea específica de fase [de época y desarrollo evolutivo], la integración social).

Víctor Bravo, por su parte, reflexiona sobre los significados de la modernidad:

La tarea de la modernidad […] parece confluir en el despliegue de por lo menos tres sentidos que determinarán los derroteros de la civilización occidental: la puesta en crisis del poder, el brote de […] la libertad, y el brote de los diferentes rostros de la verdad”. (p. 136)

Pero también da constancia del gran costo de la modernidad, en términos de un viaje a la melancolía y al sin sentido:

La configuración del pensamiento de Occidente ha sido un viaje hacia el sin sentido y la melancolía: el desplazamiento desde la fijeza del dogma, […] a la situación límite de la puesta en cuestión de los fundamentos y del sentido del acaecer. El desplazamiento del hombre que mira al cielo con el impulso de la fe hacia el “hombre inclinado” según la expresión de Sartre: reflexivo y melancólico a medio camino entre la duda y la pregunta. (p. 228)

Desde esta óptica, explica:

La noción de trascendencia que se entreteje en las gramáticas de las religiones da al hombre el sentido de la existencia; otorga una plenitud de sentido. El proceso de secularización pone en crisis esa plenitud. (p.133)

Ante esto, el autor se pregunta y nos pregunta: “¿es posible llegar a los límites del sentido y seguir adelante más allá del non sense?”. (p. 119)

Tres pájaros en el espejo

En su gran cacería del pensamiento y del sentido del “humano ser” por el territorio donde ha transcurrido, ante su propia “inquietud de sí”, Bravo vislumbra al hombre actual:

El hombre, al borde del abismo del sin sentido, se multiplica por lo menos en tres hombres: aquel que busca el camino de regreso hacia los escudos de la fe; aquel que intuye con angustia el fin mismo de la humanidad; y aquel, acaso unos pocos solitarios, que, como el hombre que se dispone a salir de la caverna, y en la perplejidad de la paradoja, intenta articular los signos de una nueva gramática. (p. 236)

En esta “nueva gramática” que atisba el autor, emergida

[…] desde las entrañas de la conciencia crítica y la conciencia estética, se abre el reto de una nueva “alfabetización” para la percepción de lo infinito, de lo irreductible del enigma, desde la incertidumbre y la ambigüedad. Una nueva alfabetización para la mirada del hombre que intenta salir de nuevo de la caverna. (p. 124)

A la mirada de Víctor Bravo, planteada desde su conciencia crítica, debemos ahora la alegría del saber, la opción de reconocer el gran trayecto que ha seguido la conciencia de los hombres y mujeres de las culturas de occidente, senda que nos ha conducido ante este espejo contemporáneo, donde las alas de nuestra conciencia se ven atraídas por la imantación de tres destellos: el del retorno a lo ingenuo, el apocalíptico y el del nuevo enigma de la paradoja.

Si el pensamiento y la búsqueda del sentido nos han hecho arribar al estadio superior de la conciencia crítica y a la expresión paradójica, sin descartar la perspectiva real de la autodestrucción de la humanidad o del desastre ecológico planetario, sería un contrasentido pensar que la conciencia se abismará y no podrá seguir desplegando sus alas apoyándose en la ratio, al través y más allá de la paradoja y renovar una libertad y plenitud espiritual que otorgue un sentido más alto a nuestra vida.


*Rubén Reyes Ramírez es uno de los poetas más importantes de la herencia maya yucateca.  Doctor en letras y uno de los maestros de la enseñanza de la estética y de la cultura yucateca. El 5 de noviembre de 2020, leyó este texto, junto a dos distinguidos profesores, en la feria internacional de la lectura —Filey, Mérida, Yucatán.

**El hombre inclinado. Viaje del pensamiento y drama del sentido (2020). Víctor Bravo. Edición de autor, disponible en Amazon.


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