Universidad en
Carlos Raúl Villanueva, Ciudad Universitaria de Caracas, 1965 / Paolo Gasparini © Archivo Fotografía Urbana

Por NELSON CHITTY LA ROCHE

Permaneciendo ciegos en sus deberes y derechos todos los pueblos, la esclavitud sería universal, el género humano estaría más degradado y menguado; no se leerían en la historia sagrada tantos hechos heroicos por la libertad, contra el poder arbitrario y la usurpación.

Juan Germán Roscio

Con explicable disciplina, nos enseñaron y  recordamos siempre que, España misma se encuentra, se descubre, se reconoce a sí misma, mucho antes de la marcha de los moros, luego de la epopeya de Granada, sin dejar de apreciar, como un punto de inflexión, ese evento en la historia del imperio y antes del reino y de los reinos.

La fe cristiana como avío caracterizó esa singularidad que conocía, no obstante, amenazas y desencuentros diversos, internos y externos. Una suerte de rompecabezas se conformaba entre comunidades distintas en aspectos sin embargo comunes culturalmente, pero, subyacente siempre, una pretensión de identidad y de especificidad que, como un trazo recesivo se alijaba en la genética de las “naciones” sociológicamente concurrentes.

Monarquías autoritarias sustituían a los señoríos, influidos por la dinámica económica que sembraba un incipiente arribo de la industria y el comercio a gran escala, palideciendo un tanto la agricultura como  única fuente de riqueza y empleo. Las provincias pues seguían el mismo plan pero conservaban sus especificidades. Se fue integrando y componiendo nuestra madre patria, con ese bordado y a ratos ese zurcido de espacios y personas que se trenzó.

La universidad en esa España, en paralelo conocía y, como era de esperarse, una lenta pero significativa evolución, como centro de pensamiento, matizado por el predominio de la religión y su rigidez, aunque y, como acontecía en toda Europa, desde hacía varios siglos, había echado raíces el producto y el método articulado en el lema de San Anselmo de Canterbury, Fides quaerens intellectum.

Como meandros se fueron formando y dirigiendo hacia las universidades otros conceptos y deliberaciones que, viniendo de todas partes, la van sedimentando, nutriendo, influyendo.

Aunque no lo pareciera, la secularización renacentista era uno de ellos pero la ilustración, las discusiones, polémicas, conjeturas y los autores provenientes de Inglaterra, Francia y los países bajos regando como en el vasto amazonas harán un ecosistema crítico que examinará,  modelará la cultura y en el Episteme se hará sospechoso el dogma e interesantes las interrogantes y problematizaciones.

Simbiosis y sincretismo serán las resultas de esa conjunción de tiempos y percepciones, el contraste de instituciones agotadas y otras emergentes, convincentes y apasionantes harían a la postre, al siglo XVIII luminoso.

¿Qué eran esos territorios de ultramar, ricos y exóticos para el reino de España? Un destino y una aventura para aquellos que los desafiaban de un lado, pero también el nuevo mundo. La universidad que se funda en 1721 por Felipe V apunta a la organización de esa España distante que algunos se niegan a aceptar que eran como colonias y asumen que era una extensión de la patria continental. El poder temporal y la iglesia se conjugan para poner esa piedra inicial y, al hacerlo, abren la ventana del humanismo y se cuela impajaritable el espíritu cuestionador e inconforme.  Ese asunto y su tránsito dialéctico nos traerán a la Venezuela republicana e independentista más temprano que tarde.

Cabe una pregunta que concierne a España y a los hombres que llamándose españoles también “eran todo frente a los que no eran nada y eran nada frente a los que lo eran todo”. ¿Los Mantuanos y los otros mucho menos no eran acá lo mismo que allá? No lo eran ni eran tratados como tales y eso no escapaba al hervidero universitario que lo fue advirtiendo. Hasta un pardo como Juan Germán Roscio se alzaría trascendente y seguro de sí para gritar que todo tirano era un usurpador.

En efecto, la universidad con el estudio como alibi, de la ciencia, el derecho canónigo, la teología, la física, la medicina, la historia y la filosofía se convertirá en un agente a ratos libérrimo que a medida que maduraba en sus alforjas transportaba las sirenas sedicentes siendo que a pesar de la severa vigilancia e influjo religioso se aceptaban y discutían los temas de la Europa que en ese siglo cambiaría para siempre con sus revoluciones, sus revelaciones, sus acciones y sus convulsiones de política interna pero también de política exterior.

No tuvimos tiempo para ir a más porque se complicó mucho, nuestro entorno existencial y apenas pudimos de manera incompleta consultar alguna literatura. No hicimos fichas ni logramos darle forma metodológica y académica a este sencillo papel de reflexión, pero dos elementos más convoco para asistir al boceto que intento perfilar en esta hoja.

El primero, y no hay novedad al invocarlo, como un fruto genuino de la universidad que, por sí solo, la define es Juan Germán Roscio y su obra. Cada uno de sus trabajos expresa en esencia lo que hemos descrito e inferido. Escribió el acta de independencia como jurista preciso, informado y formado, la Constitución de 1811 que fue la tercera Constitución que se presentó a la historia moderna, anticipándose inclusive a aquella de Cádiz, muy evocada, además, luego vino la nuestra, siguiendo a aquellas que destilaron las revoluciones americanas y francesas.

El triunfo de la libertad sobre el despotismo constituye, y se ha enfatizado mucho, un tratado, el primer tratado sobre teoría política escrito en el continente. Lo escribió preso en Ceuta y lo publicó en Filadelfia. Por cierto, la cuna de la revolución americana. Toda la universidad desborda allí su modelado.

Roscio, en el patriotismo de Nirgua, escrito en 1811, talla un monumento a su fe y exhibe un cristianismo puro diciéndole no a los esquemas estereotipados, oficializados y decadentes de la iglesia de la época y hoy en día ese contenido  resurge como una de las gemas más preciosas y finas que se han escrito, de cómo unir fidelidad, valentía, conocimientos en medio de una pasión intensa, sin embargo, su patriotismo.

Las sombras de la sumisión y la discriminación fueron vencidas de la mano de la universidad y sus vástagos. Ese candil sigue allí, si bien sufre los ataques del mediocre ideologismo militarista pero vuelve a animarse y en ella, como voces crepitan, las ilusiones de la Venezuela que se forja en ese horno de ideas y en esa siempre cálida confrontación de pareceres, criterios e intereses.

La Venezuela que tenemos vio desde sus liminares reacciones a los universitarios con ella y ya otros lo han puesto en evidencia. Al recordar un nuevo aniversario de nuestra universidad es menester afirmar que en ella se engendró lo mejor de nuestros padres fundadores. ¡Dios bendiga y dé larga vida a Venezuela y a su universidad!


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