Susana Rotker | Vasco Szinetar©

Por NOÉ JITRIK 

La verdad no me esperaba que la obra de Susana volviera a ocurrir, a evocarme cantidad de cosas en lo personal respecto a ella, pero además en cierto orden de significación, porque no solamente era alguien que pasó por estas tierras y escribió un libro sobre un tema argentino, nacional, sino que se inscribe en muchas más categorías, por ejemplo, el ensayo de Susana tiene que ver con la tradición de Ezequiel Martínez Estrada. El gesto es semejante, eso por un lado, y por el otro lado, la otra tradición, y es la de gente que se forma en otra parte, que desembarca aquí y que se fascina con el mundo cultural argentino y todo lo que sea. El más notorio de todos es Paul Groussac. Él llegó a la Argentina y, rápidamente, desarrolló una obra de investigador de una minucia extraordinaria, es decir, es imprescindible lo que Groussac hizo.

¿Cómo es lo de Susana? ¿Habrá empezado el interés por la Argentina solo cuando conoció a Tomás? Creo que no. Creo que empieza por la presencia de la cultura argentina, de la gran cultura argentina, en Venezuela y las relaciones que se establecen entre esa cultura venezolana y la cultura argentina. Ahí algo de eso ocurrió, por ejemplo, con la experiencia en Caracas de El Techo de la Ballena. Una experiencia de vanguardia en la que había algún argentino: Juan Antonio Vasco, y quien era un protagonista que trajo esa relación, pues uno conocía a los poetas venezolanos por Juan Antonio. Cuando Ángel Rama aparece en el exilio en Venezuela con sus proyectos y demás, también pone en el escenario gran parte de la cultura latinoamericana, en general, y argentina, en particular. Uno de los primeros volúmenes de la Biblioteca Ayacucho es el Facundo de Sarmiento, del cual me piden a mí que haga el prólogo.

Susana aparece en el orden, digamos, en la fascinación periodística que podía ejercer Tomás. Era muy grande, es decir, una energía positiva, ahí en el exilio crea un periódico en Venezuela, está lleno de proyectos, lleno de cosas, y la Argentina por lo tanto entra en el universo de Susana, gradualmente diría yo, como un interés que viene —en la época que yo los conocí— como apegado a Tomás pero no todavía con vuelo propio. El vuelo propio se le despierta al final del exilio cuando vuelven a la Argentina y, en parte, yo soy un poco testigo de ese despertar cuando empezó a trabajar conmigo en la Universidad de Buenos Aires.

Luego entró en el tema de la frontera. Era una manera de penetrar no en un conflicto, digamos “estrepitoso” de la formación de la cultura argentina, sino en un capítulo tanto oscuro pero fascinante de descubrir. Pensamos que en 1830 y pico Echeverría expuso el tema de cautivas inmediatamente; luego este mismo tema aparece en la literatura argentina hasta Borges; y entonces todos empezamos a pensarlo y Susana se hace cargo de ese pensamiento, acerca de lo que eso significa: que la situación de la cautiva es un significante de la formación y demás conflictos de la cultura argentina; no era simplemente una típica situación dramática de la frontera, era otro, yo lo llamo un significante muy perturbador que no se podía soslayar. Un ejemplo de ello es el enigma de por qué ese indio presentado como salvaje se fascinaba con mujeres blancas, por qué las mujeres blancas, de pronto, se fascinaban con el salvaje. Es decir, había una relación ahí. No eran mujeres que llegan a una especulación acerca del atractivo, no era una situación de la novela romántica del siglo XIX o pre-romántica del siglo XVIII, era otra cosa. Era una experiencia muy radical, casi, diría yo, que esa fascinación de la mujer blanca por la que la había raptado es equivalente a ese clásico de lores, El amante de Lady Chatterley. ¿Por qué esa mujer aristocrática se prende de un leñador, de un carpintero, de un rústico… aparentemente de un rústico? Hay algo ahí indiscernible pero muy fuerte. Y entonces Susana entra en esta atmósfera y ve, al mismo tiempo, cómo la temática que roza tiene que ver con lo femenino, pero de una manera también muy indirecta, es una situación femenina muy radical: la de las mujeres que desaparecen y que inician una existencia en una contraparte indiscernible que solo la invasión blanca puede poner de relieve o puede poner al descubierto, históricamente, y como una experiencia propia del siglo XIX.

Pero yo diría que si algo significa un trabajo de esta naturaleza es que se proyecta también al siglo XX. Las cautivas del siglo XX no son blancas que se enamoran de indios, son las pobres chicas secuestradas por los tratantes que las hacen prostitutas, que las obligan, que desaparecen en ese magma horrible que es la prostitución. Estas son las cautivas del siglo XX y, desgraciadamente, forman parte también de sectores de la cultura argentina, esos sectores que nos avergüenzan, que no sabemos muy bien qué hacer con ellos, pero que también están ahí, presentes, porque estos sujetos que secuestran a estas mujeres están ahí y de repente aparecen, para nuestra vergüenza están ahí, y no cesan, porque esta realidad tampoco cesa.

Con esto quiero decir que Susana tocó un punto, un punto central a partir de una tradición que supone una literatura muy consolidada. No vi el libro ahora, supongo que lo vi en aquel momento en que ella estaba escribiéndolo. Lo empezó a escribir acá en la Argentina y lo terminó en los Estados Unidos, además con avatares en nuestro manejo informático, terrible en ese momento —todavía manejábamos el WordPerfect, y a Susana se le borró el original y otra vez tuvo que escribirlo y demás, todo un drama de ese tipo—. Y se fue. Yo eso no se lo perdoné, no le perdoné que se fuera a los Estados Unidos —no le perdoné es una manera de decir—, pero continuamos nuestra relación. Con Tununa fuimos a estar con ellos en Highland Park, compartimos muchísimas cosas en ese momento, y la relación parecía que iba a continuar a lo largo del tiempo, porque ya con Tomás había aparecido en Europa, en Argentina, luego en México, en los Estados Unidos, en Venezuela… digamos, éramos de la banda de la mafia internacional.

La muerte de Susana es imperdonable. Me pregunto cómo habría sido su carrera de no haber muerto tan trágicamente, de esa manera tan irremediable como inexplicable, de una tragedia que no tiene nombre. Nos dejó a todos desconsolados, titubeantes; Tomás también desolado en algo que no podía llegar a entender, como uno nunca puede llegar a entender la muerte de alguien que uno quiere mientras uno salva la vida. Esa situación es terrible, convivir con eso hasta que uno empieza más o menos a equilibrarse o una cosa por el estilo. Es historia trágica, pero historia también de trabajo intelectual, en estas condiciones, en este país, que supone algo muy individual y personal que se juega y una mirada sobre lo que ocurre lejos de uno en el contexto, que quiere ser una mirada crítica, comprometida, es decir, una mirada profunda.

La verdad es que me emociona mucho recordar a Susana, la hemos querido muchísimo, y estoy lleno de preguntas, que están en ella, pero que están también en nuestro propio destino, porque creo que todos nos preguntamos a cada rato qué estamos haciendo en el lugar en el que estamos. No estamos satisfechos, ni cómodos, ni afirmamos que somos tal o cual cosa. Eso es algo problemático.


*Transcripción de la intervención de Noé Jitrik durante la presentación del libro Cautivas. Olvidos y memoria en la Argentina (Buenos Aires: los cuadernos del destierro, 2019) en la Fundación Tomás Eloy Martínez, diciembre, 2019.


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