RAFAEL CADENAS, ELISA LERNER, EDUARDO LIENDO Y VICTORIA DE STEFANO, POR VASCO SZINETAR

Por JORGE ISAAC VILLAMIZAR

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La versión prototípica estaba lista. Hacía unos meses de haber empezado mi memoria de grado sobre Paleografías cuando soñé que conversaba con Victoria de Stefano en una especie de campiña francesa, cerca de la frontera con Italia. A los días decidí enviarle un correo contándole que estaba haciendo una tesis de licenciatura sobre su obra y le adjunté el pdf. La redención histórica: el pensamiento artístico en el uso narrativo del cuerpo en Paleografías de Victoria de Stefano. Fue ese el medio de contacto inicial con quien enseguida respondió usando el trato de amigo, que mantendríamos mutuamente durante el resto de los mensajes. Yo con la exaltación y el tropiezo de un aspirante a ayudante; ella con la solvencia de lo exhaustivo articulado en lo casual y en la gentileza, algo que aún relaciono con el estilo de Jorge Luis Borges en sus grabaciones y que con frecuencia me intimidaba tanto como para agotarme por cada línea que le respondía. El tono cercano de Victoria era imaginable por sus entrevistas, pero deseaba que una herramienta de pensamiento me introdujera de golpe al desafío de ser un interlocutor para ella, tanto como un lector admirador, aunque en su momento me dijera “no me admires, yo solo he sido curiosa”. Para aquel mensaje mi memoria de grado había pasado por pocas revisiones, era un depósito de ideas con mucha teoría de Walter Benjamin, Giorgio Agamben y Georges Didi-Huberman, el corpus teórico que trabajé, animado por el segundo epígrafe que Victoria usó en Paleografías, de Benjamin, y con el espaldarazo de algo que confirmaría luego en nuestras conversaciones: coincidimos en que la teoría no solo no anula la creatividad, sino que la inspiración está siempre contaminada de las teorías de su tiempo; en mayor medida, dijo ella, en los grandes maestros. El diálogo fue breve en esos primeros mensajes, y quedé pendiente de adjuntarle la versión final del estudio una vez que estuvieran editadas mis conclusiones.

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El riesgo de un baño acompaña las lecturas que intentan aislar una “forma” narrativa en las obras de Victoria de Stefano. Ante las profundidades de su arte es tentador caminar sobre el agua como un lagarto. Y aun así, en Paleografías lo contenido es más una “economía” que un testamento donde embargarse. Luego de una racha de cuadros producidos, el protagonista, el pintor Augusto, pasa por un estancamiento de meses donde incide su vida privada no resuelta, por lo que decide ir al mar para despejarse. Pero no es un viaje para flotar. Augusto camina y atraviesa corrientes sin el automatismo de una vocación biológica y sin la escasa duda de quien tiene mucha fe. Más sencillo que una novela psicologista o existencialista, Paleografías es una novela de pensamiento en potencia. Su protagonista busca fijar sus cuestionamientos para encontrar qué es lo que está padeciendo y sanar, pero es por su cuestionamiento que padece. Si esto es así es porque hay un problema político más que una inquietud personal o un reclamo biológico de su psique. El chequeo médico de Augusto, que estratégicamente queda al principio de la novela, es una parodia del descarte de lo inservible. Ahí donde el conocimiento científico queda insuficiente para resolver, donde las técnicas aprendidas, lo comprobado y los certificados se hacen reliquias, el pensamiento potente (y por lo tanto potencialmente artístico) toca el germen donde vida privada animal y vida pública de productor se originan. Aquí lo biológico como desequilibrio de la salud mental no es el punto de partida para unirse al lenguaje. El saber que ya se domina cede ante el gusto que “sabe”. El saber que involucra el arte es el saber en imágenes del protagonista. Un pintor a gusto por el arte, que no es un artista de hecho o que puede llegar a serlo, sino un artista factible.

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No veía en mi amiga una decisión a favor del ostracismo. En Victoria la lectura, el estudio y la escritura eran una posición anárquica tanto como disciplina. La resignación es un impulso que nos pertenece entre una crisis prolongada, y Victoria lo hacía claro manifestando su agotamiento y desilusiones sobre Venezuela, pero “conformarse” con sus proyectos, como me dijo haber resuelto, era algo a lo que ella, desde su serenidad trotamundos, no le negaba el impacto político. Parecía cansada por el lenguaje intimista que nos ha envuelto. Emprendía en sus escritos la transformación del cansancio general en actos, en la búsqueda del giro que cada cabeza se procura; usando una lengua universal. Para Victoria un proyecto personal podía “redundar” en bien de todos, como una vez me mencionó. En Venezuela la orfandad de voces potentes acentúa la vigencia de Victoria de Stefano, porque la potencia siempre es filológica en la capacidad de organizar lo actual desde sus rastros pendientes. Esa insistencia que tenía Victoria por los clásicos la hace una voz fuerte en un país de escasos puntos medios entre lo viejo y lo joven, y en un monopolio global de lo que solo toma un minuto. En especial porque esa curiosidad que ella en su sencillez dijo haber tenido solo durante su juventud, en su última etapa hacía un fermento de lecturas que le daban más lugar a su imaginación. Como en el Quijote, en ella la memoria también tiene forma de invención además de recuerdo o citación. En Victoria de Stefano la búsqueda del lugar del escritor es menos por la tranquilidad para escribir que por el tener lugar de la palabra mientras se escribe. Con Victoria ocurre preguntarse: ¿cómo encontrar lo poético después de tanto leer? ¿Cómo ella arrebata la música, la oralidad, aun con el hábito de la literatura como alta cultura escrita? Que el “lugar” y el “tener lugar” colisionaran en una creación me parecía un argumento clave de Paleografías, un motivo para que el protagonista saliera de su propicio estudio doméstico a un paseo.

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A su protagonista en Paleografías, que mete más que las patas en lagunas porque no le bastan las reflexiones en las superficies, Victoria de Stefano no le extiende la cuerda del desahogo ni la del suicidio. Ella suspende el auge generalizado del lenguaje confesional haciendo de la “crisis existencial” un proceso habitual. En el caso de Augusto: las fuerzas deformadoras que le permite su formación artística. La condición de Augusto es menos una pasión cuanto una confrontación con su contexto de productor y viviente animal. Y mientras Victoria de Stefano presenta otra alternativa a lo confesional, también interrumpe (para encender) el circuito de la productividad del artista moderno. Si se hace excesivamente productivo, vuelve limosna la potencia que, intensificando sus ejecuciones técnicas, lo puede hacer un artista; sus obras se hacen salerosas o complacientes, como lo percibe Augusto en algunos de sus cuadros.

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Tuve muchos motivos para leer El lugar del escritor, tras enterarme de una beca para una estancia de trabajo en compañía de otros investigadores y artistas. Sería sobre esa novela el proyecto que enviaría para postularme. Aunque me costó pedírselo, que su computadora no estaba funcionando bien, que a los pocos días murió su amigo e interlocutor Sergio Chejfec, Victoria quiso pronto ayudarme con una carta de referencia y estaba seguro de que su participación sería crucial. No se dio. A los tres meses rechazaron la solicitud. Fue causa de amargura para ambos, pero Victoria no dejó de asociar mi corta edad con la persistencia. Plantar pelea. Unos meses antes ya me había hablado sobre tomar posición ante la incertidumbre: “En realidad, si se da la batalla no hay fracaso”. Nunca dijo algo como “ganar la batalla” o “perder la guerra”, lo que revelaba más que ánimos en la frase. Victoria pensaba que la oportunidad de diferenciarse o expresar se da siempre en forma de resistencia y tensión, no como un triunfo o una consumación. Perder y su opuesto coinciden en la resistencia cuando, en una masa regulada por algún dominante, una diferencia se da porque el dominante concede la diferencia. Y tal vez eso en parte la habría llevado a decir en una entrevista de hace doce años que la libertad va mucho más allá de la libertad de expresión, del lograr decir.

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Augusto no es un depresivo, es un pintor “contento”. Si en Paleografías se ven momentos artísticos más allá de hechos artísticos, es porque el artista es alguien torpe que tambalea por las tensiones que afectan a una mano “sola” en contacto con una tela para expresar. Pero a lo largo de la novela, las agallas de Augusto para romper lo corriente, salir de viaje, criticar la moral familiar y pública y la de otros pintores, hacen visible el arte como posibilidad en su vida diaria, en sus gestos con los huéspedes del hotel de playa adonde llega, y en especial en sus conversaciones con Gina, la huésped que le atrae. “El mar, el mar”, dice Augusto refiriéndose a lo que considera el origen de los seres, ese punto original entre vida privada y vida de productor, pensamiento y cuerpo, que no es fijo sino contingente e histórico. La redención de Augusto es histórica, como la plantea Walter Benjamin, porque no depende de la fe, sino de formarse incesantemente un presente desde su presente, reconociendo que este se compone de instantes de memoria. Augusto está exigido a tener un presente salvándolo en la forma del pasado, es decir, haciéndolo historia, mientras por ello se expone a otros pasados que se le presentan por instantes. El instante, que para Benjamin tiene lugar como una “iluminación”, para Augusto no se queda en shock inhibidor, se vuelve en cambio un saber breve e incompleto. Como en el primer epígrafe de Paleografías, de Thomas Browne, esta iluminación incompleta es a la vez “la tiniebla y la luz [que] dividen el curso del tiempo” y que, para Augusto el posible artista, tiene la plasticidad del cuerpo de un muñeco. Como en el concepto de Giorgio Agamben, Augusto hace un “uso del cuerpo” con estos fragmentos iluminadores de historia y de huéspedes, cocineros, mucamas, Courbet, Shakespeare, amigos, exnovias. Augusto memoriza. Vuelve a lo que no ha sido y no se ha hecho nunca dentro de lo que ha sido, vuelve a los cuadros para desmontarlos y deshacerlos en un nuevo encuadre: su percepción. Por ese saber en imágenes de Augusto, en sus diálogos, pensamientos y gestos el discurso familiar, el político, el artístico, el amoroso y el pasado quedan fragmentados al punto de que una historia individual se encuentra con la historia del Arte, haciendo que la historia “privada” se potencie como historia “singular”.

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De vez en cuando parecía que Victoria de Stefano pensaba más de forma teatral que filosófica, amparada por su maestro Péter Szondi, Chéjov, hasta la Comedia del arte, el cuasi teatro italiano donde prima la versatilidad de los personajes por encima de sus roles e identidades. Victoria se valía del monólogo y el diálogo para que el teatro fuera el transporte de la filosofía a la acción. El largo diálogo de huéspedes en una sola estancia justo antes del final de Paleografías fue la parte que ella me dijo haber disfrutado más al escribir la novela. En esa confrontación de voces y cabezas se sueltan los roles, como el del juez pasional que finalmente muestra autoridad, la pareja que suspende su rutina de ludópatas o el personal del hotel, que se hace laxo en la administración del lugar. Y enseguida el final de la novela, donde el protagonista ya ha compuesto imágenes efímeras pero no regresa a pintar porque espera en el hotel a que despejen las carreteras congestionadas por las lluvias. La expresión dificultosa de este rol de artista por los estorbos de sus consumaciones en obra me ha insinuado recientemente algo como una comedia sobre el arte incluida en Paleografías. El 6 de enero habían pasado meses desde la última vez que conversé con Victoria. Nos ocupamos y solo la rondaba en redes sociales, convencido por la ocurrencia de no querer restarle tiempo de escritura y rifando las complicaciones de una visita próxima a Caracas. Los ocho, nueve meses de contacto fueron una intensidad de la que no estoy ileso. En algún momento Victoria y yo habíamos tocado el asunto de los cuentos que ella escribió en su vida y de su relación con las historias breves. Distinguiéndose de la tradición que atribuye al cuento la intensidad por una deformación puntual, Victoria dijo que lo que permite pasar del cuento a la novela es “dar intensidad a situaciones, personajes”. Arremolinar, subir la presión con la excusa de estos nodos e irruptores. Nuestra amistad fue un corrientazo, pero no podría decir que la arroyada de los detalles y “situaciones” de sus obras no interferirá en mi vida privada, yendo detrás de mi posición como lector. Mientras mi maestra descansa en sus detalles tengo en ellos licencia para ser un estudiante intenso.


*Jorge Isaac Villamizar es licenciado en Letras por la Universidad de Los Andes. Su tesis de grado se titulaLa redención histórica: el pensamiento artístico en el uso narrativo del cuerpo en Paleografías de Victoria de Stefano.


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