Armando Rojas Guardia dice en la contratapa de Canción de la encrucijada (Caracas: Editorial Eclepsidra, 2016), de Alejandro Sebastiani Verlezza, poeta, ensayista, artista visual y profesor universitario: “La gran originalidad de la poesía de Alejandro Sebastiani Verlezza es la muy sabia destreza de combinar distintos registros: el analógico y simbólico, vehiculado por la preeminencia de lo metafórico (preeminencia nunca desorbitada sino filtrada por el rigor de un fraseo muy ceñido) y el casi conversacional, dentro del cual el poeta no teme a la proximidad del lenguaje coloquial, directo y seco. El arte de entrelazar dosificadamente esos registros le otorgan a sus poemas todo su poderío estético”.

Santos López dice en el epílogo: “El camino de la vida es cruzado. Y Canción de la encrucijada es el aliento sostenido de una alama que al atravesar su segundo umbral en el viaje vertical del ser, el de la juventud –léase esperanza–, anhela su luz; mientras, en su sendero horizontal, se enfrenta al drama del tiempo, la muerte. Esta es una voz rítmica que, con cierto desparpajo, nos entrega ese canto que nos sorprende en las encrucijadas, es decir, en el medio del ‘camino oculto’ de nuestras vidas”.

Rojas Guardia y López señalan, uno, el carácter relacional (analógico) y transformacional (simbólico) de las cosas y las ideas por medio de la metáfora, la diversidad, la multiplicidad y la pluralidad de lo real de la voz poética y musical del verso de Sebastiani Verlezza; el otro, el carácter espacial y temporal: el lugar del cruce de los caminos, expuesto en el canto melodioso de Sebastiani Verlezza; en ambos comentarios se podría escuchar, entre líneas, la poética de la escucha que parece componer una dicción original, entre las voces poéticas jóvenes venezolanas, en la que poesía, imagen y voz responderían a una exposición de la intensidad (el tiempo) y el territorio (el espacio) donde se despliega, en el espacio del texto, la poética de Sebastiani Verlezza, como lo canta en “origen / o fuga / el sonido / existe / por la escucha (cursivas propias) / el camino / por los pasos / la piel / por el roce / (regiones celestes / la boca abismada / la noche y sus sigilosos vecinos”, lo recanta en los versos finales de “no: […] / y abandonarse / el soplo más bajo del tiempo / (aterriza en los confines de tu oreja)”. Intensidad y recorrido de la posibilidad de la voz (e implícita la música) en búsqueda de la escucha, “(tránsito trances)” como invertidamente, lo enuncia Sebastiani Verlezza, al darle nombre a unos de sus textos.

Roland Barthes dice en “El acto de escuchar” (Lo obvio, lo obtuso. Imágenes, gestos, voces. Barcelona: Paidós, 1986): “La voz que canta, ese precisísimo espacio en que una lengua se encuentra con una voz y deja oír, a quien sepa escuchar, lo que podríamos llamar su ‘textura’: la voz no es el aliento, sino más bien esa materialidad fónica que surge de la garganta, el lugar en que el material fónico se endurece y se recorta” sobre la escucha psicoanalítica y su territorialidad oscilante entre la apropiación y la familiaridad, escucha que “incluye no solo lo inconsciente en el sentido tópico del término, sino también, por decirlo así sus formas laicas: lo implícito, lo indirecto, lo suplementario, lo aplazado; la escucha se abre a todas las formas de la polisemia, de sobredeterminación, superposición, la Ley que prescribe una escucha correcta, única, se ha roto en pedazos”; escucha propia de los signos, “que se escucha por doquier (principalmente en el terreno del arte, cuya función a menudo es utopista), no es la llegada de un significado, objeta de reconocimiento o desciframiento, sino la misma dispersión, el espejeo de los significantes, sin cesar impulsados a seguir tras una escucha que sin cesar produce significados nuevos, sin retener jamás el sentido: este fenómeno de espejeo se llama la significancia (que es distinta de la significación)”; escucha semejante a la escucha poética, a la voz poética de Sebastiani Verlezza que pareciera desestabilizar tanto la previsibilidad de la audición (el recitar y la lectura) tradicionales, abriendo la posibilidad de nuevos modos de escucha: “trepa tu risa / por las cavernas del oído / o fue hundiéndose en tus redes / eso desértico que tiene el resplandor / ¿de dónde venías / silbido de pájaro ansioso / inclinado sobre el humo / de la grama ardiente / (el engaño del último fin de tu confín) / (¿lo escuchaste?)”, puesto que, como dice Barthes: “no hay una ley que pueda obligar al individuo a encontrar el placer allí donde no está dispuesto a ir (sean cuales fueren las razones de su resistencia), no hay ley que esté en condiciones de presionar sobre nuestra manera de escuchar: la libertad de escuchar es tan necesaria como la libertad de palabra”. Risa, voz y música que como dice Mdalen Dólar (Una voz y nada más, Buenos Aires: Manantial, 2007): “es solo a través del lenguaje, por el lenguaje, mediante lo simbólico que hay voz, y la música existe solo para un ser hablante […]. La voz como portadora de un sentido más profundo, de algún hondo mensaje, es una ilusión estructural, el núcleo de una fantasía de que la voz que canta podría curar la herida infligida por la cultura, restaurar la pérdida que sufrimos al asumir el orden simbólico. Esta engañosa promesa reniega del hecho de que la voz debe su fascinación a esta herida, y que su presunta fuerza milagrosa le surge de estar situada en esta fisura”; fisura en la que se situaría la voz y la exigente escucha de Alejandro Sebastiani Verlezza: “(en mí habla el oculto camino)”.


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