En Los brujos de Chávez. La magia como prolongación de la política (Caracas: Editorial Dahbar, 2017) el periodista David Placer construye una especie de díptico periodístico en el que la política y la profanación pudieran ser las categorías que ilustrarían el gusto y uso que Chávez hizo desde el poder de la religión, la santería, el espiritismo y supersticiones, como medios e instrumentos de manipulación y propaganda, mediante la espectacularización y el consumo destinados a las masas populares.

Placer en la “Introducción” data y refiere el origen y el carácter de su libro: “Esta investigación comenzó a finales de 2012, cuando el presidente venezolano era tratado en Cuba del cáncer que terminó quitándole la vida. En esos días, los canales de televisión oficialista no dejaban de transmitir los rezos de los chamanes indígenas del Amazonas y los rituales babalawos para sentenciar una pronta curación. Las oraciones en favor de la salud del Comandante Eterno se habían convertido en una prioridad para el canal del Estado y para el Gobierno. Ya los rituales no se escondían. No había nada de lo que avergonzarse, sino todo lo contrario. Una ceremonia santera, celebrada en La Habana, fue transmitida en vivo y directo. El grito desesperado a los orishas debía ser difundido a todo el país, así como fue divulgada la exhumación de los huesos del Libertador Simón Bolívar de madrugada. El rumor extendido, la certeza de que el gobierno se había volcado de lleno en los rituales para conservar el poder, era una realidad en la calle”, acontecimientos, tanto la enfermedad terminal del presidente Chávez como la exhumación de los huesos del Libertador, convertidos en espectáculo televisivo para el consumo de las masas populares chavistas, en correspondencia con el perfil religioso ecléctico y diverso que el presidente Chávez se forjó en su tránsito y ejercicio del poder: “No podía ser de otra manera. El líder del proceso, Hugo Chávez, nunca ocultó su marcada personalidad supersticiosa, su afición por la lectura de cartas ni su debilidad por el espiritismo. Y sus seguidores más fieles lo quisieron acompañar hasta en sus convicciones espirituales”. Pero no solo Placer informa el contenido de su investigación sino que también dibuja las líneas de la forma de su díptico periodístico: “Para narrar una historia real, pero a la vez fantástica, he decidido recuperar la voz del presidente Hugo Chávez a lo largo del relato. A través de alocuciones en televisión, de intervenciones públicas y de extractos de su diario personal, he reconstruido las vivencias mágicas de Hugo Chávez. La voz del presidente, plasmada en cursivas en cinco capítulos, es el recurso literario que he utilizado para contar una historia fascinante. Cada relato que narra ha sido corroborado y documentado”. Díptico que desde el plano discursivo y tipográfico narraría la crónica del gusto y uso del presidente Chávez de la religión y las profanaciones en el proceso de erigirse como un líder político con rasgos cercanos, al mismo tiempo, a lo sagrado y lo profano, sin separación alguna.

Si como dice Giorgio Agamben, en “Elogio de la profanación” (Profanaciones. Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2005): “Tratemos de proseguir las reflexiones de Benjamin en la perspectiva que aquí nos interesa. Podremos decir, entonces, que el capitalismo, llevando al extremo una tendencia ya presente en el cristianismo, generaliza y absolutiza en cada ámbito la estructura de la separación que define la religión. Allí donde el sacrificio señalaba el paso de lo profano a lo sagrado y de lo sagrado a lo profano, ahora hay un único, multiforme, incesante proceso de separación, que inviste cada cosa, cada lugar, cada actividad humana para dividirla de sí misma y que es completamente indiferente a la cesura sacro/profano, divino/humano. En su forma extrema, la religión capitalista realiza la pura forma de la separación, sin que haya nada que separar. Una profanación absoluta y sin residuos coincide ahora con una consagración igualmente vacua e integral. Y como en la mercancía la separación es inherente a la forma misma del objeto, que se escinde en valor de uso y valor de cambio y se transforma en un fetiche inaprensible, así ahora todo lo que es actuado, producido y vivido –incluso el cuerpo humano, incluso la sexualidad, incluso el lenguaje– son divididos de sí mismos y desplazados en una esfera separada que ya no define alguna división sustancial y en la cual cada uso se vuelve duraderamente imposible. Esta esfera es el consumo. Si, como se ha sugerido, llamamos espectáculo a la fase extrema del capitalismo que estamos viviendo, en la cual cada cosa es exhibida en su separación de sí misma, entonces espectáculo y consumo son las dos caras de una única imposibilidad de usar. Lo que no puede ser usado es, como tal, consignado al consumo o a la exhibición espectacular. Pero eso significa que profanar se ha vuelto imposible (o, al menos, exige procedimientos especiales). Si profanar significa devolver al uso común lo que fue separado en la esfera de lo sagrado, la religión capitalista en su fase extrema apunta a la creación de un absolutamente Improfanable”, en los tiempos actuales se ha perdido la capacidad de subversión, de transformación, de revolución de la profanación: “Los filólogos no cesan de sorprenderse del doble, contradictorio significado que el verbo profanare parece tener en latín: por una parte, hacer profano; por otro –en una acepción utilizada en muy pocos casos–, sacrificar. Se trata de una ambigüedad que parece pertenecer al vocabulario de lo sagrado como tal: el adjetivo sacer, en un contrasentido que ya Freud había notado, significaría así tanto ‘augusto, consagrado a los dioses’ como ‘maldito, excluido de la comunidad’. La ambigüedad, que está aquí en cuestión, no se debe solamente a un equívoco sino que es, por así decir, constitutiva de la operación profanatoria (o de aquella, inversa, de la consagración). En cuanto se refieren a un mismo objeto, que debe pasar de lo profano a lo sagrado y de lo sagrado a lo profano, ellas deben tener en cuenta siempre algo así como un residuo de profanidad en toda cosa consagrada y un residuo de sacralidad presente en todo objeto profanado”, las prácticas políticas de carácter religioso, de santería, espiritista, supersticioso, espiritual del presidente Chavez constituirían quizás la más grande y grotesca farsa de engaño y manipulación del imaginario de la cultura cristiana y sus manifestaciones religiosas populares asociadas de las masas chavistas, en cuanto que en una posible operación más determinada por la intuición y las creencias y la astucia políticas, que por un consciente y deliberado uso del conocimiento y la razón el presidente Chávez probablemente logró materializar los usos distintos y diferenciados de la secularización y de la profanación, en función del mantenimiento y fortalecimiento del poder representado en su figura.

Como lo dice Agamben: “Es preciso distinguir, en este sentido, entre secularización y profanación. La secularización es una forma de remoción que deja intactas las fuerzas, limitándose a desplazarlas de un lugar a otro. Así, la secularización política de conceptos teológicos (la trascendencia de Dios como paradigma del poder soberano) no hace otra cosa que trasladar la monarquía celeste en monarquía terrenal, pero deja intacto el poder. La profanación implica, en cambio, una neutralización de aquello que profana. Una vez profanado, lo que era indisponible y separado pierde su aura y es restituido al uso. Ambas son operaciones políticas: pero la primera tiene que ver con el ejercicio del poder, garantizándolo mediante la referencia a un modelo sagrado; la segunda, desactiva los dispositivos del poder y restituye al uso común los espacios que el poder había confiscado”. Ambas operaciones políticas las cumplió enteramente el presidente Chávez, hasta la culminación testamentaria y legataria del poder, representado en su transustanciación en ave, tras su muerte, como lo refiere David Placer: “Chávez no se le puede aparecer a cualquiera. Su presencia revelaría una consideración de primer nivel con el testigo. Por ello, quien más se siente legitimado para recibirlo es el presidente Maduro. Y así lo comunicó al país. Chávez, encarnado en un pajarito, voló sobre la cabeza de su heredero político y pió sin parar hasta lograr que el presidente entendiera su mensaje: estaba vivo y acudía desde el más allá para hacer notar su presencia, para certificar que aún vive, aunque sea en forma de ave”. Los brujos de Chávez, tal vez, puedan contribuir a que la profanación de lo improfanable en que convirtió el presidente Chávez al imaginario cristiano y sus prácticas y mixturas religiosas y de santería y espiritistas populares mediante la manipulación de la política solo concebida como puro y duro desnudo uso del poder, en una tarea del presente. Profanar para hacer política, hacer política para profanar: devolver a la profanación su vínculo con lo sagrado.


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