Barrio bonito (Caracas: Editorial Dahbar, 2015) del narrador y periodista Luis Freites podría formar parte de las ficciones venezolanas de carácter alegórico que el narrador, ensayista y crítico literario Miguel Gomes estudia en El desengaño de la modernidad. Cultura y literatura venezolana en los albores del siglo XXI (Caracas: Universidad Católica Andrés Bello/ABediciones/Konrad Adenauer Stiftung, 2017) por la posible cercanía con el “régimen estético” de Jacques Rancière, que Gomes atribuye al “tipo de relación que la literatura venezolana reciente suele entablar con la tradición alegórica”, en el que “lo político, lejos de toda incompatibilidad, potencia sus iniciativas”, puesto que como “Joseph Tanke, yendo al fondo en las tesis del filósofo francés, ha observado que dicho régimen consiste en una relación horizontal con la vida, lo cual le permite al artista actuar políticamente; las desfamiliarizaciones a las que las obras somete las experiencias cotidianas nos invitan, así, a cuestionar lo evidente, lo preligitimado”. Conformado por siete relatos interconectados por las diégesis, el carácter alegórico de Barrio bonito sería de una singularidad cercana a lo poético, en tanto que las referencias contextuales se condensan al extremo de materializarse apenas en una línea, privilegiando de esta forma la potencia del no de la ficción sobre el uso menor de la alegoría como el mecanismo de decir otra cosa.

“Periquera”, “Bájate las pantaletas”, “Barrio bonito”, “El hijo de la sirvienta”, “Tahoe”, “Cadáver” y “Ponga un Antonio en su vida” son los siete relatos que conforman Barrio bonito, en el que el relato homónimo condensa la poética ficcional de Freites, al funcionar como una especie de célula radiactiva, un ars de la narración, al reunir el conjunto de las historias y los discursos desde “Periquera” hasta “Cádaver”, caracterizados por referencias contextuales al ciclo del chavismo, que más que alegorías, trazadas en apenas una línea, serían débiles y titilantes señales, muestras, del discurso ideológico y de la propaganda revolucionaria, para dotar de un cronotopo reconocible a las diégesis de los relatos, por cuanto Freites diseña una arquitectura ficcional a partir de historias autónomas de un realismo intervenido por la poética y representaciones de la ironía y sus distintos tipos, discursos, finalidades, sentidos y figuras: la ironía socrática y su búsqueda dialéctica de la verdad para decir otra cosa a través de la alegoría, la ironía de situación y su búsqueda dramática para mostrar la desgracia en la vida a través de la peripecia, la ironía verbal y su búsqueda retórica para intentar convencer de lo contrario a través de la antífrasis, y la ironía romántica y su búsqueda estética para mostrar el art(ificio) paradójico de la parábasis, con lo que el posible carácter alegórico de los relatos es rebasado por la máquina de la ficción irónica de Freites, que comparte fronteras con otros discursos del campo artístico como el humor y la sátira y que, en un cierre notable, en “Ponga un Antonio en su vida”, funde el procedimiento irónico con el pastiche y la parodia de los clichés y lugares comunes del discurso chavista, en un desopilante manual de autoayuda Mejore su marxismo en 30 días, al introducir un matiz crítico y distanciado en el proceso de la imitación o del plagio, aproximándose al verosímil del texto fuente mediante la exageración de su estilo de escritura.

La puesta en escena televisiva en “Barrio bonito” de un capítulo de una historia, la inteligencia narrativa de Freites no la denomina, condensa la poética del realismo literario de Barrio bonito, al optar Freites por un mecanismo similar al que establece la telenovela con la realidad al narrar la muerte de Maikel, el empleado encargado de construir el rancho de cartón del set, que potenciará la relación de la ficción con la realidad, en tanto que la duplicidad y desdoblamiento de Maikel en posible personaje de la filmación televisiva genera una representación compleja en la que se mezclan, entrecruzan, hibridizan, se solapan los caracteres y las historias de los personajes de la ficción narrativa y de la ficción televisiva: “Una segunda sangre metaficcional se dispersa sobre la sangre ficcional que llevaba en la camisa”.

El poder de la ficción trasladado a la poética y estructura narrativa, el relato como ficción potenciada por la ficcionalización del proceso de filmación, semejante a como lo hizo el narrador cubano Jesús Díaz, en su novela La piel y la máscara (Barcelona: Anagrama, 1996). Juego de espejos entre la ficción y la no ficción: narrar como filmar, filmar como narrar.


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