Azalia Licón | Vasco Szinetar

Por NELSON RIVERA

—La pandemia, la debacle económica, la invasión de Rusia a Ucrania, además de otras noticias de repercusión negativa, han oscurecido la perspectiva planetaria. ¿Se ha sentido afectado, amenazado de algún modo?

—Percibo que estamos sumergidos en medio de una amenaza a esa supuesta paz global que el mundo tiene desde finales de la II Guerra Mundial, esto generado por diversos conflictos en paralelo, algunos de éstos que se mantienen desde hace décadas o que han surgido recientemente, sobre todo en el hemisferio occidental. Al estar nuestros países interconectados a tantos niveles en la actualidad, siento que podemos sufrir duramente los embates de un conflicto a escala global, sobre todo porque la economía de Venezuela en la actualidad depende casi exclusivamente de las exportaciones, de lo que producen otros países.

—Una ola de rabia se está expresando en el espacio público, de muchas maneras. Violencias, reacciones políticas, envilecimiento de los discursos. ¿Constituye un peligro la política dictada por el afán de castigo o ella pueda ser una fuerza de cambio no destructivo?

—La historia de la humanidad ha demostrado constantemente que la violencia trae más violencia, y que además la naturaleza humana es propensa a generar conflictos cíclicamente, sobre todo después de largos períodos de seguridad; así que dudo que, en algún punto de nuestra historia, el castigo, la ira y la violencia se transformen en una fuerza de cambio no destructivo. Lo que debemos analizar es por qué están (re)surgiendo pequeños grupos sociales que enaltecen sistemas políticos como el fascismo y lo inútiles que están siendo en la práctica instituciones como la ONU para preservar la paz y seguridad a nivel global.

—Importantes autores que demuestran con estadísticas que las cosas en el mundo están hoy mejor que hace unas décadas. Al mismo tiempo, estamos en presencia de un extendido malestar. ¿Podría comentar estos dos hechos? contradictorios?

—Creo que uno de los grandes problemas que enfrentamos los seres humanos en la actualidad es el ego, un ego tan grande que nos impide comprender nuestra propia naturaleza, y por ende, nuestro presente… Y sí, puede que en el mundo de hoy las cosas estén mejor que hace 40 años, pero también se siente que está en ebullición, lo que efectivamente a simple vista puede verse como contradictorio, pero es que las contradicciones también forman parte de nuestra naturaleza y como lo afirma Alonso Baquer en ¿A que denominamos guerra? (2001): la seguridad cuando se prolonga aburre, y por eso los conflictos, tanto a niveles personales, como a niveles de grupos sociales, son cíclicos.

Así que esta aparente seguridad es la que puede terminar siendo la base para los grandes conflictos, que en parte ya estamos viviendo. Un caso digno para monitorear y posteriormente estudiar a profundidad, es lo que está pasando actualmente con el genocidio ruso sobre Ucrania, y cómo ese conflicto aparentemente bilateral puede llevar a una crisis energética a Europa, una región con una aparente estabilidad política, que se derrumba en el momento en el que un individuo de forma unilateral decide invadir a un país vecino por conflictos centenarios… volvemos a parte de la naturaleza humana: la violencia manifestada en la guerra.

—Se dice: hemos ingresado en un mundo en transición (revolución digital; cultura de las reivindicaciones; cambio climático). ¿Percibe el cambio? ¿Logra verlo o palparlo en el ámbito de su actividad?

—Sí, efectivamente estamos viviendo en un mundo que se está transformado a una velocidad tan vertiginosa que me atrevo a afirmar que la mayoría no se está dando cuenta de los cambios profundos que se están dando.

Yo trabajo principalmente con imágenes fotográficas digitales y estoy presenciando el cambio a través del uso que se le está dando a los algoritmos y a la Inteligencia Artificial, para la creación de imágenes digitales de cualquier índole. En otras palabras, una página web o una aplicación en teléfono puede tener la capacidad de crear una imagen con parámetros tan específicos como: un conejo y un morrocoy caminan sobre la superficie de la luna con trajes espaciales, y la imagen resultante puede ser tan real, como si se hubiera fotografiado in situ.

¿Me preocupa que estos avances tecnológicos me dejen sin trabajo? Realmente no. Tengo es una insaciable curiosidad de cómo utilizar estas herramientas para mis procesos creativos, siento que se abre un camino de infinitas posibilidades para todo tipo de creadores.

—El reclamo de que debemos conocer nuestro pasado para caminar hacia el futuro es cada vez más persistente. ¿Es posible encontrar en la historia, pistas o respuestas para un futuro que, en muchos aspectos, es inédito?

—Soy fiel creyente de que debemos conocer nuestro pasado para comprender las complejidades de nuestro presente y evitar repetir los mismos errores, y a partir del análisis del porqué se cometieron determinados errores, corregir y que ello pueda ayudarnos a romper los ciclos, para poder avanzar a un futuro mejor que el de nuestros antepasados. Aunque hoy en día, viendo el estado del mundo, me pregunto si quizás esto no es un pensamiento ingenuo, idealista y que la naturaleza del ser humano siempre será un impedimento para tener un mundo pleno de paz y prosperidad.

—¿Se plantea preguntas sobre el futuro o sobre su futuro? ¿Por ejemplo?

—Sobre el futuro, tengo años preguntándome: ¿estará Venezuela en el futuro?, ¿se dirige el mundo occidental a un colapso económico, social y/o político? Son muchas las preguntas que apuntan a querer saber cómo será el mundo después de esta transformación que estamos viviendo, sobre todo a nivel geopolítico.

Y a nivel personal, la dinámica económica en Venezuela no me permite plantearme preguntas sobre mi futuro, por más que lo intente no es un pensamiento fatalista, es mi realidad; es una de las grandes tragedias de este sistema político.

—Vivimos un tiempo de exhibiciones y exhibicionistas. Todo sirve para mostrarse. ¿Le inquieta esta proliferación narcisista? ¿Constituye un peligro para el orden democrático?

—Sin duda me inquieta porque veo que ese exhibicionismo exacerbado se ha transformado en un monstruo de mil cabezas que llega a abrumar, donde además se genera un espacio idóneo para que la banalidad y la mediocridad ganen terreno y, por ende,  algunos límites empiezan a desdoblarse y hasta a borrarse, en detrimento de los valores de las sociedades democráticas.

Recientemente se publicó en las redes sociales, una sesión fotográfica que le hizo la legendaria Annie Leibovitz a Olena Zelenska, primera dama de Ucrania, con la intención evidente de mantener visible la invasión de Rusia a Ucrania, sobre todo de este lado del lado occidental; sin embargo, la plataforma es una revista de moda y evidentemente las fotografías fueron creadas con la estética característica de este tipo de contenidos, y sí bien entiendo y defiendo la necesidad de visibilizar y la política de «no olvidar», ¿era necesario incluir el retrato de una Zelenska con expresión y gestualidad (melo) dramática con medio puño cerrado sobre el pecho, rodeada de mujeres militares en uniforme de combate con el avión más grande del mundo destruido en el fondo?, ¿existe un límite entre documentar el horror del conflicto y que una facción de las víctimas use el espacio de ese conflicto para una puesta en escena de este estilo?, ¿se logra con este retrato una resignificación simbólica dentro del espacio del conflicto o es una puesta en escena que se aprovecha de cómo ha sido la  proyección internacional del presidente Zelensky desde que inició la invasión, para exhibir la visión femenina desde el gobierno de Ucrania?

Como profesional que estudia y trabaja la imagen fotográfica, y sobre todo como mujer feminista, todo esto me sigue dando vueltas en la cabeza, a pesar de haber leído los comentarios a favor por parte de ucranianos, pero estos niveles de exhibicionismo me generan dudas y me hacen cuestionar muchas cosas sobre los tiempos que vivimos, sobre todo en las redes sociales.

Y tomando como referencia otro producto cultural reciente, creo que la película Don’t look up de Adam McKay (2021) logra representar esa proliferación narcisista de la actualidad y los peligros que la misma implica, en algunos ámbitos claves de nuestra cotidianidad; si no fuera porque todo el elenco está conformado por estrellas de Hollywood, creería que es un documental de estos tiempos que vivimos.

—Hábleme de lo que le gustaría aprender. De lo que todavía no sabe. De sus aspiraciones espirituales o de conocimiento.

—Me encantaría seguir aprendiendo sobre la imagen, con especial énfasis en lo cultural y también sobre algoritmos e inteligencia artificial para la creación de proyectos conceptuales que aborden temas sociales y culturales de mí interés. Además, me gustaría estudiar filosofía a nivel de maestría, lo poco que he abordado sobre este campo del conocimiento (desde lo fotográfico) ha llamado mi atención y, de hecho, me ha hecho entender que realmente sé muy poco (un pensamiento un poco socrático) y que sería feliz si la vida me sigue dando el regalo de tener el tiempo suficiente para cultivar el conocimiento desde todas las vertientes posibles.

—Si le digo la palabra Maestro, ¿en quién piensa? ¿Hay un Maestro al que quisiera expresar su reconocimiento? ¿Por qué?

—La vida me ha dado algunos Maestros, empezando por mis padres; pero sin duda, en este camino de la fotografía pienso en Nelson Garrido, quien a través de su infinito don de impartir sus conocimientos y experiencias me ayudó a encontrar en la fotografía ese lenguaje expresivo que tanto necesitaba para manifestar en imágenes fotográficas mi particular forma de ver y comprender al mundo, de acercarme a mi identidad, de hacer catarsis y es algo que le voy a agradecer toda mi existencia.


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