Carlos Andrés Pérez
Carlos Andrés Pérez. Foto: Ernesto Morgado

Por JOHAN RODRÍGUEZ PEROZO

Tuve la suerte de conocer a Carlos Andrés Pérez, en medio del fragor de la lucha contra la insurrección armada, cuyo objetivo fundamental entonces no era otro que derrocar la democracia recién instaurada. Pérez se desempeñaba como ministro de Relaciones Interiores y, para la época, había una conexión especial con el denominado “aparato armado del partido”. En Caracas lo dirigía Fortunato Rivero, un viejo activista del partido, quien había adquirido habilidades especiales como organizador de grupos tácticos, en la lucha contra la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. En estrecha cooperación con las fuerzas policiales y militares, dependientes de los gobiernos de Rómulo Betancourt y Raúl Leoni, este “aparato” se convirtió en elemento clave en la lucha contra la guerrilla urbana. Una cierta cantidad de jóvenes activistas de la época fuimos convocados para ser entrenados en esta dinámica. Muy joven, de la mano de mi padre y luego de Oswaldo Herrera, destacado dirigente de la juventud de AD en Catia y para mí, una suerte de guía y ductor en estas lides, formamos parte de esta movilización en la década de los sesenta. Entonces combinábamos nuestra actividad estudiantil en los liceos, con el trabajo social y el activismo político en los barrios de Catia y 23 de Enero. Esa condición polifacética adquirida desde temprana edad fue quizás el elemento básico que consideró el viejo Fortunato para involucrarnos en esta parte de la lucha en defensa de la democracia.

En ocasiones asistíamos Oswaldo y yo, junto a otros jóvenes militantes del partido, a reuniones donde se trataban los temas relacionados con la actividad antiguerrillera. A esas reuniones asistían no sólo importantes líderes del partido, lo hacían, además, algunos estrategas y jefes policiales y militares, instruidos de manera específica para esa misión. Fue en una de esas reuniones donde tuve mi primer contacto con CAP, escuchando sus disertaciones acerca de todo cuanto había que hacer para defender la democracia de los ataques de la guerrilla insurgente. Actividades que iban desde la organización, concientización y movilización de las bases del partido en las comunidades populares, hasta el despliegue en tareas de propaganda, pasando además por entrenamientos especiales cuyo objeto claro era el de obtener habilidades específicas en ese combate que presentaba distintas “facetas en su confrontación”. Desde entonces ya se veía en CAP a la persona con arrojo y la capacidad necesaria para asumir las responsabilidades que le habían sido confiadas por ambos gobiernos. Son muchas las historias y anécdotas que surgen de esta travesía que nos convirtió en activistas políticos a temprana edad.

Más adelante, derrotada como lo fue de manera contundente la gesta guerrillera en el país, vimos a CAP en otra faceta, la del conductor político que comenzaba a despuntar en el liderazgo del partido. Entonces vino para él la responsabilidad de conducir la fracción parlamentaria del partido. Aunque el escenario era obviamente diferente al que ocupó en el Ministerio del Interior, en este se prolongó la confrontación con los adversarios del gobierno, pero ahora en el calor del debate político y parlamentario. Era la época de las grandes movilizaciones de la militancia cada vez que se producía algún acontecimiento de importancia relacionado con estos temas. Un ejemplo resaltante eran las convocatorias que hacíamos cada año hacia los alrededores del Congreso Nacional, cuando se llevaba a cabo la elección de las directivas del Parlamento nacional. Activistas de todos los partidos acudíamos al Palacio Federal Legislativo en apoyo a las distintas causas representadas por las fracciones que hacían vida política en el Parlamento. Las calles aledañas al Congreso fueron testigo silente de la cantidad de confrontaciones “de todo tipo” que se desarrollaron en el contexto de estos acontecimientos. Allí pudimos compartir, a través de intercambios periódicos, con el CAP jefe de la fracción parlamentaria, dirigiendo no sólo a los diputados y senadores sino, además, a los cuadros de activistas y dirigentes que hacíamos acto de presencia en los eventos de calle relacionados con aquella realidad. Allí pudimos conocer de primera mano la faceta del CAP conductor político y parlamentario y en su relación con los cuadros políticos del partido.

El año 1967 se inicia una etapa clave en la vida política del partido AD. En diciembre de ese año, y como conclusión de una larga lucha interna por la candidatura presidencial para las elecciones del año 1968, se produjo la tercera división del partido que dio origen al Movimiento Electoral del Pueblo (MEP), liderado por el maestro Luis Beltrán Prieto y por Jesús Ángel Paz Galarraga, a la sazón, secretario general nacional del partido. Era una “procesión que ya venía por dentro”, cuyo detonante principal fue precisamente, y como ya hemos dicho, la lucha por la candidatura presidencial. La división trajo como consecuencia varias situaciones inéditas hasta entonces, a saber: 1) Por primera vez Acción Democrática y su candidato presidencial son derrotados en elecciones populares; 2) Es la primera ocasión en que el partido Copei, con su candidato Rafael Caldera, gana unas elecciones por el voto popular; 3) Por primera vez se da la experiencia democrática del traspaso del poder de un partido de signo ideológico diferente a otro, sin que ello significara trauma alguno.Por el contrario, se consideró como un verdadero acto de reafirmación del proyecto democrático instaurado a partir del año 1958. Paralelamente a estas consideraciones, pudimos conocer la tercera faceta de nuestra relación con CAP, su arribo a la Secretaría General del partido.

La división de AD y la pérdida del poder como consecuencia de la derrota electoral trajo consigo una suerte de “desbandada” en el partido. Muchas seccionales quedaron resquebrajadas en el aspecto estructural y organizativo. Hubo de ser improvisado un activo proceso de recuperación del partido, ante la eventualidad de un futuro incierto. En esta fase, le correspondió a CAP dar el salto desde la jefatura de la fracción parlamentaria para asumir la conducción del proceso de recuperación del partido desde la Secretaría General. En esa titánica labor fue acompañado desde la Secretaría de Organización por Luis Piñerúa Ordaz y otros valiosos líderes que quedaron fieles a la estructura del partido. En mi caso, como el de muchos activistas jóvenes del partido, nos tocó acompañar a CAP y a otros líderes en ese proceso de recuperación. Ocupábamos hasta tres cargos de manera simultánea, dado que el partido quedó diezmado después de la división y la derrota. En Caracas acompañamos a los líderes sindicales José Vargas, Sótero Rodríguez, Antonio Ríos, Carlos Lander y otros, además de dirigentes políticos como Francisco Olivo, Luis Guevara y Manuel Mantilla a realizar la mudanza del partido desde la sede de la Secretaría Sindical, ubicada entre las esquinas de Cárcel a Monzón, en la parroquia Santa Teresa, ya que la sede del partido, ubicada en las esquinas de Sordo a Peláez, se la apropiaron los compañeros que ahora formaban parte del MEP.

La gestión de CAP como secretario general del partido no sólo significó una ardua tarea de recuperación de la organización sino, además, fue la catapulta que lo llevó más adelante a convertirse en el líder político del partido a nivel nacional. En tales circunstancias tuve la oportunidad de estrechar aún más mi relación particular con CAP, ya que fuimos requeridos por él en muchas ocasiones para llevar a cabo actividades diversas que nos eran confiadas, dadas las muestras evidentes de lealtad que habíamos dado con la organización. Me refiero a esa pléyade de jóvenes que fuimos elemento clave para el trabajo que entonces se llevó a cabo en Caracas y también a nivel nacional. Conocer a CAP en el ejercicio del liderazgo político fue toda una experiencia para muchos de nosotros. Las tareas que llevamos a cabo en los sectores populares sirvieron no sólo para recuperar el partido en todos los niveles, fueron, además, el preámbulo de lo que sería posteriormente una de las campañas electorales más exitosas que se conozca en Venezuela y probablemente en Latinoamérica.

En agosto del año 1972, en la convención del partido que se llevó a cabo en el Teatro California, CAP es investido con la candidatura presidencial, la cual ganó en la competencia interna rivalizando para ello con Reinaldo Leandro Mora. Con un partido reconstruido en sus estructuras y desde la base, con el apoyo del movimiento sindical y de una juventud de AD recuperada a plenitud, CAP salió entonces, como abanderado del partido, a dar la lucha definitiva por la recuperación del poder. Recuerdo con mucha claridad cuando, en una de las primeras reuniones de la dirigencia de Caracas con él para comenzar a planificar las actividades de campaña, preguntó: “Por dónde comenzamos”, entonces me levanté y sugerí a viva voz y antes de que hablaran los jefes: “Por la Carretera Vieja de La Guaira, candidato”. Y fue así como la primera comunidad que visitó CAP como candidato fue toda la zona de la Carretera Vieja, Plan de Manzano, Tacagua vieja, Blandín, La Línea y sus alrededores. Esta zona de Catia alberga unos veintisiete barrios que van desde El Limón o desde el Paují, dependiendo de la vía que se tome, la Carretera Vieja o la autopista, hasta el barrio Blandín, que está en la salida hacia la avenida Sucre. Fue una gira exitosa que marcó además el reto para las demás parroquias, en cuanto a la asistencia de la gente que nos acompañaba en estas actividades de calle.

A partir de esa gira quedé integrado con los equipos de campaña y entonces no había gira en las parroquias de Caracas, donde no estuviese yo señalando las rutas y los sitios por donde debía transitar el candidato, marcando con sus ágiles pasos lo que después quedaría simbolizado en la conocida consigna: “Ese hombre sí camina”. CAP cumplió con su promesa de devolverle el poder al partido y lo hizo con verdadera destreza y amplitud, la victoria obtenida en esa ocasión le devolvió al partido la posibilidad de mostrarse como una organización fortalecida en todos los ámbitos de la vida nacional. El Congreso Nacional nuevamente fue escenario del protagonismo de una organización y una dirigencia que venía a recomponer el camino de la consolidación del proyecto democrático iniciado el año 1958. No cabe la menor duda de que, a partir de ese momento, la figura de CAP quedaría proyectada como el líder de los nuevos tiempos que le tocaría vivir a Venezuela.

Tuve la oportunidad de trabajar como funcionario público en el Instituto Nacional de la Vivienda, antiguo Banco Obrero, presidido por el ingeniero Saúl Shwarz, hombre de la más alta estima del presidente CAP. Fueron muchas las ocasiones en las que compartimos con CAP ya en actividades de esta naturaleza. Pero nuestra principal preocupación y escenario de lucha seguía siendo el partido. Siempre nos decía que no descuidáramos esa actividad, ya que sería la plataforma sobre la cual se desarrollarían los nuevos liderazgos que, al igual que él, tendría en el futuro la oportunidad de acceder al poder de la misma manera como él lo logró. Son muchas las anécdotas y los recuerdos que afloran en nuestra memoria en la relación personal y política que tuvimos el honor de cultivar con CAP, serían muchas, tantas que quizás no caben en estas reflexiones que ahora escribo. Como activista del partido tuve la oportunidad, siguiendo el ejemplo de CAP, pero también de mi padre y de líderes como Oswaldo Herrera y otros de la época, de transitar por las lides del partido y hacerme de una carrera política. Ocupé casi todas las posiciones a las cuales puede optar y aspirar un activista de base. Desde simple militante en la parroquia Sucre y 23 de Enero, pasando por los cargos de mayor responsabilidad en el comité de base, la parroquia y hasta la seccional. Llegué a ser secretario juvenil del partido en Caracas y miembro de la Dirección Juvenil Nacional. Posteriormente me desempeñé como miembro del Buró de Asuntos Municipales. A nivel nacional y más adelante ocupé la Secretaría General de la seccional Caracas, lo cual me acreditó también como miembro de la Dirección Nacional, el famoso CEN de AD. Ha sido una larga carrera llevada desde muy joven en las filas del partido y podría decir con propiedad que uno de los líderes más influyentes en mí para llevar a cabo esa tarea fue precisamente CAP. Siempre fue un ejemplo de lucha y constancia en la lucha política para las nuevas generaciones.

Ya en otra etapa, nos tocó acompañarlo en lo que fue su segunda gesta para conquistar nuevamente la Presidencia de la República. Una vez más acudimos al llamado del amigo para acompañarlo, esta vez para conquistar la candidatura presidencial de AD de cara a las elecciones del año 1988. Fue un proceso que no estuvo exento de complicaciones diversas. Al final se impuso la voluntad mayoritaria de quienes conformaron el organismo convocado para la elección del candidato, el llamado “Colegio Electoral”. La configuración de esta instancia se hizo de tal manera que era imposible que CAP no lograra su cometido nuevamente. En esta ocasión lo hizo frente a Octavio Lepage, una figura que formaba parte de esa generación que siguió los pasos de los viejos fundadores del partido. En mi caso y para la época, me desempeñaba como concejal del Distrito Federal. Junto a Claudio Fermín y una buena cantidad de valiosos activistas del partido, nos dimos a la tarea de trabajar para el triunfo interno de CAP. Logramos entonces vincular con su candidatura a más de 70% de los delegados que habían sido seleccionados por Caracas, para formar parte del Colegio Electoral.

Un capítulo importante para mí, en el contexto de la relación política y personal con CAP, fue el que de alguna manera se dio a partir de mi propuesta en el seno de la Cámara Municipal. CAP ya era presidente electo para la fecha del 23 de enero de 1989, en la cual se conmemora la caída del penúltimo dictador, Marcos Pérez Jiménez. Con motivo de tal evento, propuse que se llevara a cabo una sesión con carácter especial de conmemoración del evento y que el orador de orden fuera precisamente CAP, en su condición de presidente recientemente electo. Así se aprobó con un agregado especial de mi propuesta que la sesión se realizara en el sector de la parroquia 23 de Enero. Es por ello que el acto se llevó a cabo en los predios de la zona “F” de la parroquia, aledaño al bloque Nº 40, lugar donde transcurrió buena parte de mi crianza, como oriundo de esa zona de Caracas, conformada por las parroquias Sucre (Catia) y 23 de Enero. Lo trascendente de la sesión quizás no fue sólo que la alocución de orden la diera un presidente recientemente elegido por el pueblo, creo que lo más resaltante fue que desde esa tribuna CAP tomó la iniciativa de anunciar que, una vez posesionado de la Presidencia de la República, llevaría al Congreso Nacional la iniciativa legislativa que luego abriría el paso a la elección mediante el voto popular de los gobernadores y alcaldes, como mandatarios regionales y municipales. Fue esta iniciativa quizás la que vino a consolidar y a rubricar lo que había sido un largo proceso de discusión desde la gestión presidencial de Jaime Lusinchi, de lo que se conoció entonces como el “proceso de descentralización del país”. Un proceso mediante el cual se dotaba de competencias y poder real a las instancias de las gobernaciones y alcaldías, una verdadera revolución institucional que abrió las compuertas a los cambios de fondo que el país y la sociedad exigían.

A CAP lo acompañé en todas las circunstancias que le tocó vivir tanto en la lucha interna en el partido, como las que libró en el país en defensa y consolidación del proyecto democrático iniciado el año 1958. En las circunstancias que rodearon la gestión de su segundo mandato, también me tocó echar mano de las experiencias adquiridas en las luchas de la década de los sesenta contra la insurgencia armada que buscó derrumbar la democracia en Venezuela. Lo hice con ocasión de los fallidos golpes intentados por la felonía militar que años más tarde se adueñó de los destinos del país. En el contexto del golpe intentado por Hugo Chávez, me tocó nuevamente, y en defensa de la democracia, organizar algunos grupos dispuesto a confrontar a los felones en el terreno de las armas y el combate físico. Por mera casualidad, me encontraba en un festejo privado con motivo de la celebración del segundo año de mi matrimonio con Rosalía Hernández. Ese día, fatídico para el país y su futuro, fuimos informados de la intentona que se desarrollaba en ese momento y, enterados de la situación, organizamos rápidamente un operativo que me condujo a reunir unos doscientos hombres en armas en la casa del partido en El Paraíso. Entonces ejercía como secretario general de la Seccional Caracas y era además miembro de la Dirección Nacional de AD. Inmediatamente establecí contacto con CAP vía telefónica para informarle de mi actividad y para pedirle instrucciones acerca de qué hacer. Me dijo que estaba bien que tomara esa iniciativa, pero que esperara sus instrucciones para poder llevar a cabo cualquier actividad en ese sentido.

Los pormenores de esos días ya han sido profusamente narrados por distintos actores de diversa procedencia y pertenencia. Fue un acontecimiento acerca del cual ya han corrido ríos de tinta para ponerlo en evidencia. Por esos días que siguieron a la intentona de Chávez, el CEN de AD se declaró en sesión permanente en la residencia presidencial de La Casona. De esas reuniones destaco otra anécdota que me vincula con CAP y los eventos ocurridos esos días. En un momento de una de las reuniones del CEN se discutía acerca de la conveniencia de que CAP acudiera o no a la sesión llamada de “memoria y cuenta” ante el Congreso Nacional. Un sector del CEN opinaba que los acontecimientos de la intentona de golpe estaban aún muy frescos y que sería algo inconveniente que CAP acudiera ante el Congreso. Percibí esto como una suerte de maniobra, ya que pude escuchar casi a nivel de susurro cómo algunos miembros del CEN se empeñaban en intentar imponerle a CAP que no acudiera a dicha sesión. Le pedí entonces al presidente que me atendiera en la parte de atrás del salón donde estábamos reunidos y le planteé que, si él lo aprobaba, yo estaba en condiciones de organizar una buena manifestación en su apoyo en los alrededores del Congreso. Al mejor estilo de los años sesenta, cuando rivalizábamos en las calles con la extrema izquierda y otros factores a los cuales nos enfrentábamos en esa época. No lo puedo asegurar en esta nota, pero quizás mi argumento acerca de cómo hacíamos esas movilizaciones, en el tiempo en el que él dirigía la fracción parlamentaria, fue quizás una suerte de detonante que lo llevó a autorizarme para que la organizara. En ese momento, salió al salón de reuniones y anunció a los miembros del CEN que se prepararan, porque había decidido asistir a la sesión del Congreso a presentar su Memoria y Cuenta.

Más tarde, y ya tomada la decisión, me instruyó para que fuera al palacio de Miraflores y que me reuniera con los jefes de la Casa Militar, a objeto de coordinar las acciones del caso. Pues bien, así lo hice, acompañado por Freddy Lepage, a la sazón secretario general del partido en Miranda, sostuvimos la reunión con los militares, a quienes les presenté mi plan de movilización para el acto del Congreso. Por razones de conveniencia personal, debo obviar algunos episodios y comentarios acerca de lo ocurrido en torno a esta reunión y las acciones que se llevaron a cabo posteriormente. Lo concreto es que logramos una convocatoria masiva de nuestra militancia en los alrededores del Congreso y CAP pudo ser acompañado, luego de su alocución en el Parlamento, por una masa de compañeros y ciudadanos que acudieron a respaldarlo públicamente. En una caminata que, a despecho de la Casa Militar y de acuerdo con la estrategia que ya yo había trazado con antelación, llevamos a cabo una caminata desde la sede del Congreso hasta las puertas de Miraflores, donde CAP ingresó, junto a una buena parte de los manifestantes que le acompañaron. El resto de la marcha, luego de sendas arengas de Federico Ramírez León y mía, seguimos en marcha por las calles de Caracas, los bloques de El Silencio y la avenida San Martín, hasta la sede del partido en El Paraíso.

Yo seguí formado parte del grupo de compañeros que apoyamos a CAP hasta el final de sus días. Por ejemplo, estuve en el grupo de los siete miembros del CEN de AD que nos opusimos a su expulsión de las filas del partido. Fue este un acto realmente de los más vergonzosos que se hayan visto en la historia política contemporánea del partido y del país. Sencillamente, se trataba de una infamia que no podíamos acompañar bajo ninguna circunstancia. Por esa razón, entre otras, y además, por haber sido yo expulsado sin fórmula de juicio de las filas del partido el 15 de enero de 1996, no asistí a las exequias de CAP, organizadas por quienes estando él en vida fueron sus verdugos políticos y agentes activos para su defenestración como presidente de la República y como miembro del partido. Mayor acto de cinismo no podía ser acompañado por mí, que creí siempre en la lealtad que CAP le brindó al partido y al país. Sencillamente, nunca mereció esa muerte política y mucho menos esos actos fúnebres cargados de la mayor hipocresía y cinismo que alguna vez se haya visto alrededor de una figura de tanta estirpe.

Hasta aquí esta breve historia de este modesto amigo que lo fui de un hombre grande, de Carlos Andrés Pérez, quien siempre me honró con su confianza y amistad sincera. Lo tendré siempre presente en mis recuerdos, hasta el fin de mis días.


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