Mercedes Pardo / ©Vasco Szinetar

Por BÉLGICA RODRÍGUEZ

Una artista, una mujer, una historia

Como todos los artistas de su generación, Mercedes Pardo (Caracas, 1921-2005), al inscribirse en la Escuela de Artes Plásticas y Aplicadas de Caracas, libera la sensibilidad hacia el arte que demuestra desde temprana edad. Un extraordinario centro de enseñanza que en ese momento cuenta con excelentes profesores y la dirección de Antonio Edmundo Monsanto, pintor-maestro con especial capacidad pedagógica. Conocedor profundo de la historia del arte y fiel admirador del Cubismo de Picasso y de Paul Cézanne, Monsanto guía a sus alumnos a estudiar la pintura de estos artistas que rompieron las reglas canónicas de la pintura europea para expresarse bajo sus propias visiones creadoras. Visiones que cambiarían el curso de la expresión plástica de la pintura francesa hacia finales del siglo XIX con los impresionistas y en las dos primeras décadas del siglo XX con el Cubismo. Los artistas que en este período comienzan estudios en este centro de arte trabajan con la expresión figurativa, admirando con respeto los certeros análisis de Monsanto sobre la obra de arte y sus aristas formales y conceptuales. La pintura de Cézanne y Picasso se convierte en faro luminoso de las investigaciones y de la práctica artística de una de las generaciones más importantes de la historia del arte en Venezuela. Es precisamente a principio de los años cuarenta cuando comienza Mercedes Pardo a estudiar pintura, donde junto a Monsanto en la escuela impartían sus enseñanzas otras consagradas figuras del quehacer cultural e intelectual de la Venezuela de mediados del siglo XX, como Martín Durbán, extraordinario dibujante a quien recuerda con especial aprecio, igual que a los escritores Mariano Picón Salas, Humberto Díaz Casanova, Alejo Carpentier, Enrique Planchart, entre otros. Igualmente con afecto menciona también a sus compañeras de clases, talentosas mujeres, más tarde protagonistas de esta historia, entre ellas, Mary Brandt, Reina Bensecry (Herrera) y Luisa (La Nena) Palacios.

Es imprescindible conocer que antes de entrar a la escuela de arte, la futura artista venía precedida de un fuerte apoyo familiar recibiendo clases de pintura y arte en su período de adolescencia. Siempre serena pero segura, le fue impostergable desarrollar una vocación que la llevaría por caminos de invenciones, de creaciones y de una vida  de artista, mujer, ama de casa, esposa, madre, amiga, docente, sin descuidar ninguno de estos compartimentos existenciales que estimó, amo y respetó con el mismo cuidado que dispensó a su  creación plástica a lo largo de toda su vida. Todo esto tiene una importancia decisiva en su visión del arte y del mundo. Visión auténtica dirigida por la necesidad interior de expresarse a través del color y la línea. Con notable capacidad heurística propone un “nuevo paisaje” sustentado sobre una geometría sensible. Importante fue dominar el oficio artesanal que conlleva toda práctica artística, así como prepararse intelectualmente para navegar segura hacia el conocimiento y arribar a puerto seguro a fin de lograr el deseo de ser una artista total donde solo cabía el anhelo de mostrarse ella misma: una creadora. La destreza artesanal la demostrará en lo prolijo de cada obra, en el acabado impecable, en una estructura pictórica donde nada sobra ni nada falta al relacionar la poética geométrica abstracta con otra, la suya, emanada de la emoción y la elegancia espiritual.

En el recorrido existencial de Mercedes Pardo, se menciona que desde el principio “inicia una vida de búsqueda incesante, de trabajo silencioso y riguroso, guiado por la intuición y la reflexión”. En la entrevista que le hace Ruth Aurbach (2001) con modestia declara  que “(…) podría decir que aunque yo hice una obra muy sostenida, era prácticamente clandestina, para no decir marginal, porque yo he estado, como mujer y como ser humano, trabajando todo el tiempo y robándole el espacio a todas las otras responsabilidades que uno tiene que asumir”. Menciona su taller-baúl donde guarda materiales y obras de mediano y pequeño formato realizadas en estos “espacios robados”. Aunque de naturaleza tranquila, de carácter sosegado y caminar despacio, muestra una personalidad férrea que manifiesta en el reto y riesgo para enfrentar el fenómeno de la creación frente al soporte virgen, en recortar algunas de sus obras para estructurar con acuciosa mirada aquellas visiones que le inspiraran pequeños y hermosos collages, o en producir prodigiosas pinturas y serigrafías, sin descuidar sus propios asuntos domésticos con  responsabilidad independiente y densos estados de conciencia artística. En entrevista con la periodista Mara Comerlati (1977) declara que, aunque quisiera no puede separarse “de la enseñanza, el cuidado de mi esposo y de mis hijos y mi propia labor artística”.

Contexto internacional/nacional

Una etapa de sostenida continuidad en el desarrollo plástico de Mercedes Pardo se ubica entre 1949 cuando viaja a París y 1952 cuando regresa a Caracas. En 1944 inicia una vida fascinante en el arte y por el arte. Finaliza su formación académica, viaja a Chile donde permanece por  tres años, incluso allí realiza su primera exposición personal. En 1949 regresa a Caracas, sigue los pasos de sus compañeros de estudio viajando a Francia ese mismo año para encontrarse con la efervescencia de una ciudad-laboratorio creativo como lo es el París de postguerra, un lugar de encuentro de extraordinarios talentos venidos de muchas partes del planeta, incluyendo América Latina. Diferentes nacionalidades y ambiciones, la mayoría con reconocimiento y obra, se reúnen con el solo propósito de hacer universal el arte. La abstracción geométrica, el constructivismo, el cinetismo, son focos de búsquedas alejadas de toda referencia figurativa, es lógico entonces que Mercedes Pardo se interese en estos planteamientos y también los artistas venezolanos, ya bien formados en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas, que harán historia en Francia y Venezuela. Jesús Soto, Alejandro Otero, Pascual Navarro, Oswaldo Vigas, Ángel Hurtado, Humberto Jaimes Sánchez, Rubén Núñez, Genaro Moreno serán parte de la vanguardia abstraccionista en Venezuela. Muchos de ellos se reunían en casa de Aimée Battistini, artista venezolana residenciada en París. Mercedes Pardo recuerda estos agradables momentos donde se hablaba de arte, cultura y amistad. Sin pérdida de tiempo se inscribe en los cursos de  historia del arte en la Escuela del Louvre con Jean Cassou, inicia su aventura con el collage y realiza las primeras obras de corte geométrico que muestra en 1952 en Espace-Lumiere, exposición organizada por la Galería Suzanne Michel de París. Junto a Alejandro Otero entra en contacto con influyentes personalidades francesas de la cultura, ambos conversan con los poetas Paul Eluard, Pablo Neruda y Louis Aragon, asisten a las conferencias de Auguste Herbin y Victor Vasarely y frecuentan asiduamente al compositor Pierre Boulez. Con libertad creadora de percepción profunda, de análisis reflexivo y goce estético, Mercedes “visita” las grandes obras de arte, las estudia, las comprende en homenaje a la suya. Los pocos años en París fueron aprovechados al máximo, vividos a plenitud. Al abandonar el taller del pintor francés André Lothe en París, la necesidad de libertad la conduce a ejercer la pintura por cuenta propia, sin adherirse a ningún movimiento ni tendencia alguna, tampoco al grupo Los Disidentes integrado por antiguos condiscípulos de la escuela de artes plástica de Caracas. Le es fundamental “encontrar el hilo que construye la historia” a través de las obras de grandes maestros de todos los tiempos, es decir comenzar por el principio con convicción, libertad y la poesía liberadora de espíritu, de creatividad y curiosidad. Con  indetenible fuerza se enfrenta a la pintura “real” de Picasso, de Mondrian y del estudiado Cézanne, hasta ese momento apreciada solo a través de reproducciones. París, entonces, recibe a esta mujer, aparentemente apacible, de mirada magnética y desbordante energía, que combina los varios quehaceres de la vida y el arte sin abandonar la necesidad de lograr los propósitos que la definirían como artista-mujer o mujer-artista, ¿qué importa?

Sin complejos enjuicia su propia obra, camina en ruta segura.                                                                                                                                                                                Con personalidad decidida y hasta severa, enriquece intelectualmente su espíritu y mente como necesidad existencial. Regresa a Venezuela en 1952 cuando la abstracción geométrica contaba con la aceptación de una importante joven generación de artistas venezolanos, entre ellos Mateo Manaure y Carlos González Bogen, quienes en Caracas fundan la Galería Cuatro Muros con el propósito de difundir la nueva tendencia y sus ramificaciones, en este contexto organizan la Exposición Internacional de Arte Abstracto donde participa Mercedes Pardo. El regreso de París de artistas venezolanos ya formados en la abstracción y el inicio de la construcción de la Ciudad Universitaria en Caracas marca un momento de cálido clima renovador de las artes plásticas.  Mercedes Pardo, con fidelidad, se vincula más a la esencia de la gran geometría, aquella que expresa lo que Kandisnky llamó “alma” o “sonido interior“, o sea un “absoluto espiritual”. Alma y sonido interior definen el carácter emocional como cualidad intrínseca del trabajo de arte de Mercedes Pardo.

Búsquedas que resultan en cambios

Indagar, explorar, analizar, develar un misterio son procesos implícitos en la urgente necesidad de Mercedes para acercarse a su propia obra. Son varios los capítulos de un intenso recorrido iniciado al liberarse de la enseñanza académica, no sin antes agradecer aquellas lecciones que le permitieron una base sólida y segura para que en cada etapa de su desarrollo plástico pudiese abandonar la figuración, comenzar una abstracción incipiente, pasar al informalismo, hasta llegar a una extraordinaria geometría sensible y lograr la “articulación definitiva” de la que habló Roberto Guevara. Todo a su tiempo, poco a poco, con continuidad de ruta, en 1979 declara su definitiva adhesión a la abstracción geométrica y sostiene que sus pinturas “se han ido geometrizando cada vez más. Yo encuentro que la geometría me calma. Es una manera de poner orden en un mundo que sentimos lleno de presión y caos. Pero las armonías de color no las pienso jamás de manera racional sino que son climas interiores que luego se plasman aquí y allá”. De esos “climas interiores” una referencia subliminal aparece en forma de paisaje de acuerdo con la horizontalidad o verticalidad de los planos fragmentados y en la “corporeidad” del color total a ser generado por su comportamiento sobre el plano, percibiéndose, incluso, texturas visuales. “Usted piensa mucho” es la opinión de André Lothe en la efímera pasantía que tuvo en su taller de París. Pero Mercedes Pardo no solo piensa mucho, también “siente mucho” en los  latidos de su corazón y las revueltas de su espíritu al enfrentarse a la superficie pura y virgen del soporte.

Desde los inicios, en la obra de Mercedes Pardo dos aspectos se complementan, trátese de cualquiera de sus intereses creativos, bien el collage, la pintura, la serigrafía, el vitral o el mural. Una es el cuidado racional con el que construye el andamiaje compositivo espacial al organizar las formas geométricas sin alterar el plano principal, formas que, en apariencia, parten de la fragmentación del cuadrado central que es la obra en sí misma; otro corresponde a una sensación emocional que  irradia hacia el exterior cierta luminosidad proveniente de su interior, es la exultación cromática que, paradójicamente, aún en su aparente desbordamiento, es contenida por y en los límites del soporte. Estos límites los establece la artista con líneas fijas y contrastes de colores planos que llenan toda la estructura compositiva creando espacios negativos y positivos. La etapa informalista de Mercedes Pardo, aun cuando fue corta, su obra la sitúa como pionera. Según Roberto Guevara, en este período libera “gran dinamismo, fluidez, efectividad en el lenguaje que sabía ser recio, abigarrado y poético a la vez” (1978). Es la antesala del viraje consciente y profundo hacia la investigación sobre el valor absoluto de la forma geométrica. En concreto, se aleja de la composición un tanto abigarrada propia del informalismo para sintetizar en una abstracción geométrica pura su sentido espacial y cromático previamente enunciado en su estadía en París, y cuya estrategia formal la apoya, con energía y pulsión visual de extraordinaria fuerza sobre una composición múltiple donde actúan elementos sostenidos por una perturbadora estética cromático-espacial.

Para Mercedes Pardo “arte” fue más que una tendencia definida o definitiva. La defensa de su libertad creadora, una suerte de mandala plural a resumir en un profundo interés en la investigación sobre el comportamiento del color y la forma geométrica, informalista o abstracta, en la investigación de los materiales, en la exploración de otras maneras de estructurar una arquitectura visual geométrica ligada estrechamente a una pasión en el tratamiento bastante personal del valor estético del color por el color ubicado en el espacio. Se considera a sí misma, y se le analiza como colorista. En 1978 declara a la periodista Teresa Alvarenga “busco un clima de color” pero “siempre ubicado en el espacio”. Esto es buscar la vitalidad cromática dentro de los límites de la  forma geométrica que lo contiene. Se trata de una geometría sensible con referentes líricos y poéticos. Las barras de color, horizontales o verticales, que rompen la superficie plana del  color-soporte, situadas en posiciones, en apariencia independiente, crean ritmos donde la visión del espectador no es estable debido a la tensión dinámica entre línea, forma y color. Proponer una geometría sensible sobre la dureza del cuadrado, forma preferida de la artista,  y de la línea recta, sobre todo en las últimas etapas del desarrollo de su pintura, fue un coherente acto de fuerza plástica, formal y estética. Hacer vibrar esta geometría de base cromático-abstracta resulta una propuesta espacial inédita. En la pintura de Mercedes, geometría y espacio como percepciones sensibles corresponden a un discurso estético múltiple. Estas posiciones de la artista frente al fenómeno de la creación no fueron resultados de situaciones banales, ni fortuitas.  Trabajar, mirar y estudiar, observar la naturaleza, el entorno personal y universal, curiosidad y estar alerta fueron propias de una personalidad compleja, posiblemente en muchos momentos incomprendida.

Mercedes desarrolla un método de trabajo de arte bastante minucioso. Comienza por realizar un pequeño collage con papeles de diferentes colores seleccionados sin premeditación. De este collage inspirador pasa a un boceto en mediano formato y de allí a la obra final. Son trabajos iniciáticos, collages y bocetos, autosuficientes por su intrínseca calidad estética, y, en sí mismos, son verdaderas joyas en la producción de la artista, muchos de ellos se encuentran en su casa-taller de San Antonio de los Altos, hoy sede de la Fundación Otero-Pardo.

Otras pasiones: collages, serigrafía, vitrales

Mercedes Pardo se completa a sí misma al experimentar y hurgar en el misterio de los diferentes medios y los varios materiales que por su calidez estética atraen su atención. El collage fue pasión vital y como artífice y artesano lúdico, investiga su capacidad expresiva hasta el final de su vida. En 1982, en Venecia, cuando Alejandro Otero representó nuestro país en la Bienal, me tocó estar muy cerca de Mercedes Pardo. Cada día, entre caminatas y largas conversaciones, observaba que extraía de la cartera el baúl-taller de los principios, goma, pequeños cartoncitos y recortes de postales, revistas, periódicos e ilustraciones de la bella ciudad, una experiencia para crear la serie Inesauribile. Magníficos collages en los que propone la simultaneidad del Ponte Rialto con los caballos de San Marcos, los puentes sobre los canales y el navegar de las góndolas, en fin, una especie de diario íntimo construido en imágenes, en estos momentos comprendí que Mercedes no podía tener las manos tranquilas, como tampoco el corazón y el espíritu. Iniciada en los años sesenta, la serigrafía será otra de esas pasiones cromáticas al hacer correr la tinta coloreada sobre el papel y cuyas características formales son similares a la pintura. Muchos son los murales y vitrales que están en colecciones privadas y públicas. La concepción de los vitrales resulta de verse como artista y como público, de la conciencia de que serán vistos y transitados por el hombre de a pie y sus preocupaciones. En ellos introduce una cálida alegría cromática y en sistemática armonía trabaja igual que rompecabezas lúdico buscando la perfección en el encaje de las pequeñísimas piezas de vidrio de diferentes colores que brillarán bajo la luz solar. Entregada a este juego creativo parece estar elaborando una obra junto a los niños a quienes impartía clases de arte, enseñándoles sobre todo la importante complicidad de los colores en la vida

Espacio y color en tres tiempos

Cuando en 1958 Mercedes Pardo se despoja de lo “innecesario”, se dirige hacia la abstracción geométrica, basándose en un lenguaje cromático tanto en la construcción del espacio como en la expresión de valores extra pictóricos. Al producir los grandes planos espaciales-cromáticos sin  ataduras académicas, asume el reto con responsabilidad creadora. En 1978, en nota publicada en El Nacional que titulé Mercedes Pardo: abstracción, espacio y tiempo,  a propósito de su exposición en el Museo de Arte Moderno de México, comencé citando el Manifiesto Realista publicado en 1920 por los innovadores artistas Naum Gabo y Antoine Pevner, donde plantean que la realización de nuestra percepción del mundo en la forma de espacio y tiempo es el solo propósito de las artes plásticas. Para ellos son “verdades universales” que no pueden enredarse con problemas locales o accidentales. Lo local y lo accidental no existen para Mercedes, solo forma, espacio y tiempo junto al valor del color, son sus verdades universales. El cuadrado mayor, contenedor de otros elementos geométricos, es un espacio plano de intenso y radiante color, siempre misterioso contenedor de otras formas geométricas que, siendo en apariencia independientes, se imantan y complementan entre sí, creándose en la superficie de la obra un campo de energía que se concreta ante la mirada del espectador y hace que forma y color avancen o retrocedan ante su mirada y desplazamiento. Este campo de energía, de fuerza en movimiento, genera un espacio-tiempo en dos direcciones: la construcción intangible del cubrimiento del soporte con un determinado color que se define en tonalidades que no existen y la disposición de otras formas o barras geométricas individuales más pequeñas y extrañas armonías que conviven dentro y fuera de ese  espacio cromático intangible.

A propósito de la inauguración del telón de boca del Teatro Municipal en 1981, iniciativa de Fundarte y su dinámico secretario general Elías Pérez Borjas, Mercedes se enfrenta a un nuevo desafío que confiesa al diario El Nacional: “Tuve que enfrentarme a muchos problemas que era necesario resolver, pero sin ceder en mi propio lenguaje”. Es claro que en su propuesta espacial manifiesta un horror al vacío sin contradicciones entre forma y fondo, porque la propuesta plástica es hacer interactuar forma, fondo y espacio junto a la  vitalidad cromática que la obra pudiese irradiar desde su interior hacia el espectador al generar la prefiguración de un espacio en tres tiempos y tres campos visuales que se completan en una estructura en la que el color intenso y su comportamiento en el espacio-tiempo, aparentemente disociador y fuera de normativas tradicionales, es uno de los aportes de Mercedes Pardo a la pintura en Venezuela. Estableció siempre una relación puramente espacial en los contrastes entre forma y color. No fue una pintora de grandes dimensiones, solo en los vitrales aceptó el reto del gran formato que se le exigía, le bastó hurgar en la “intimidad interior” de la obra para elaborar un discurso visible que fuera suficientemente claro en su propuesta de espacio, tiempo y color en tiempo simultáneo.


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