Mercedes Pardo, Sin título, 1979 | Archivo Fundación Otero Pardo

Por JUAN ACHA

El Museo de Arte Moderno de la ciudad de México acaba de inaugurar una exposición de esta conocida pintora venezolana. Se trata de una retrospectiva que nos da cuenta cabal de la evolución de la artista durante los 26 años que lleva la labor pictórica (1952-78). Al recorrerla, percibimos cómo a lo largo de sus ímpetus y titubeos iniciales, sus cambios de giro posteriores y sus actuales preocupaciones cromáticas, va perfilándose la personalidad artística de la autora, hoy en su plenitud creativa y se consolida su pintura. Con claridad nada común, razona sus búsquedas y sensitivamente va liberando el color y penetrando en sus acordes, mientras la visualidad de estos interactúa con la visión que la autora tiene del arte. Porque la obra artística transforma primera a su productor, igual que la última etapa de todo proceso modifica las etapas que la anteceden y que la han generado. Así es como las obras de los últimos dos años (24) de Mercedes Pardo, que hacen casi la mitad de las aquí expuestas (50), insuflan actualidad a la muestra. En vez de obligarnos a la retrovisión, nos impone su presente.

De 1952 a 1968 transcurre su etapa formativa y se suceden varios manchismos y los collages figurativos (la obra expuesta más temprana data aquí de 1958/59). A ratos tiende a simplificar y a ratos acumula: unas veces vislumbra objetividad en la fuerte carga subjetiva y otras se sumerge de lleno en la subjetividad de los trazos subitáneos. Evidentemente parte de la pintura francesa: para ser exactos, de la abstracción lírica, todavía en auge en aquel entonces, dentro de la cual cabe considerar la pintura de Poliakoff con su yuxtaposición e imbricación de zonas cromáticas vibradas por transparencias y por el temblor textual. Esta modalidad adoptada momentáneamente por afinidad (1958-60) refuerza la simiente que trae consigo Mercedes Pardo y que no dejarán germinar los aires subjetivistas de época ni las preocupaciones de la artista. Aparecerá después con nuevos problemas y soluciones.

En el ínterin se aboca a la sucesión apretada de manchas y practica los trazos gestuales (1962), para luego volver a la acumulación, esta vez de diminutos fragmentos de figuras impresas que encola apretadamente (collages) y que convierte en signos impregnados de un delicado y ornamental “hertfieldianismo” (1964-68). Son épocas en que el existencialismo favorece aún el desarrollo de tendencias que postulan la obra de arte como prolongación de la actividad inconsciente y, por ende, como objetivación de la subjetividad. Postulados así tuvieron que atraer poderosamente a un artista joven que busca tomar consciencia de las dos caras de su identidad: la artística y la latinoamericana, esta última en calidad de legado subjetivo-cultural.

Después de estos ajetreos, Mercedes Pardo encuentra en la liberación del color el equilibrio entre su pródiga subjetividad y sus conceptos de objetividad. Al fin y al cabo, el color es el elemento más subjetivo y específico del arte de pintar y a la par el más susceptible de operar como realidad objetiva, cuando se le independiza mediante la neutralización de la forma, siempre cargada de significados y locuaz. De 1969 para adelante, vendrán las variantes y los ajustes razonados de dicha neutralización que irán ayudando a cristalizar sensitivamente lo personal de los acordes cromáticos. Porque la naturaleza de su pintura es eminentemente colorista y no morfológico, como tiene acostumbrados a la mayoría de los pintores. Sus formas pertenecen a la tierra de nadie de la geometría. Presenta realidades visuales del color, en lugar de representar las formas visibles de fuera del cuadro, pero sin llegar a la pintura-objeto (la monocroma o “unista”). Mercedes Pardo prefiere sensibilizar la geometría mediante la riqueza cromática que hoy denominamos pintura de zonas cromáticas (color field painting).

La liberación del color comienza con una mancha de límites curvos e irregulares que centra en el cuadro y que apoya sobre un conjunto de rectángulos de vivo color; a veces los contornos de la mancha aparecen como rasgados. La sugestiva dinámica de las curvas irregulares nos induce a verles analogías con la realidad. Luego dinamiza el cuadro combinando áreas cromáticas rectangulares con verticales espigadas y una que otra diagonal en los intersticios. Practica también el ortogonalismo puro. La composición varía, pero prima la asimetría de las formas y la de los espacios, equilibrando ambas asimetrías con el color. Uno de los máximos exponentes de calidad artística y de simplicidad, lo encontramos en un cuadro de dos rectángulos superpuestos (negro y gris) sobre fondo blanco, titulado Resumí muchas memorias, de 1978.

En las obras de los últimos 10 años, distinguimos tres grupos: las que combinan curvas con ángulos rectos, las ortogonales y las que contraponen zonas amplias de color con un conjunto de colores verticales y quebrados en el intersticio que dejan dichas zonas si en unos cuadros predomina una zona cromática, en otras, el dinamismo y en los de más allá, los bellos matices de valoración baja. No registramos, pues, la existencia de un prototipo, esto es, ninguna preocupación por ceñirse a una configuración fácilmente reconocible. El dominio y la expresividad del color unen los variados planteamientos formales. Y es que atrás están las variantes de la subjetividad de la autora, cuya unidad es sensitiva. La armonía dinámica se nos impone siempre y si la pintora se permite un grito o nota sincopada, es con los blancos afilados y relampagueantes que salen por una hendija. La forma esta neutralizada, pero la composición es activa y la unidad cromático-sensitiva.

Al internarnos en la dinámica cromática descubriremos la acción intrazonal o de cada uno de los espacios cromáticos, cuya intensidad y calidad suele suscitarnos una post-imagen, la interacción o mecánica interzonal y la estrategia de los pasajes y de la contigüidad de colores muy similares que tratan de fusionarse en nuestra retina. Muy pocas veces es dable ver una artista con tanto dominio colorista y tanta agilidad para matizar.

“Al situar en el espacio y el tiempo la última etapa, habrá que convenir que es la culminación de la labor pictórica de Mercedes Pardo y que representa al lado sereno y meditado del encendido cromatismo de la pintura venezolana, destacándose en ella y ampliando sus modos de expresión. Lo mismo podemos aseverar en cuanto al panorama del arte latinoamericano. Los efectos generales de la pintura de Mercedes Pardo estarían en su incorporación al problema del color libre que tanto preocupa hoy a la pintura mundial y también los hallaríamos en su enriquecimiento de los modos y de los medios de tratar el color, de investigar sus posibilidades sensitivas, así como en ampliar nuestros modos de percibir sensitivamente la realidad”.


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