María Elena Álvarez Lourens / @Racotic y @Alexpositoh

Por LORENA GONZÁLEZ INNECO

Siempre que me he encontrado con la obra de María Elena Álvarez siento, inevitablemente, que estoy en un laberinto. La primera vez fue en 2002, cuando la artista regresaba de una larga estadía de investigación y estudió en los Estados Unidos. Eran tiempos extraños pero maravillosos, yo empezaba a desarrollarme como curadora en el Museo Alejandro Otero. En 2003, inauguramos la exposición Asunto: en tránsito. Era mi primera curaduría en una sala grande del museo y también su primera individual en Venezuela. De ese laberinto recuerdo la tarde, las telas, los bordes; las ventanas abiertas por la fotografía: eran muelles, fragmentos, partidas, retornos embebidos por el vaivén de la luz. En el espacio vacío nos mirábamos. Yo corría sin correr y ella lo sabía. A veces, sin decirlo, se asomaba el minotauro, muy parecido a ese Asterión del cuento borgiano quien a fuerza de fatigar las largas soledades del enorme laberinto de piedra gris, un día alcanza a ver la calle, los templos y el mar…

Esto fue hace más de quince años.

En la clausura de su muestra Contar la obra me percato de que el laberinto sigue allí. También está el minotauro, el mismo que gracias a una visión de la noche comprendió que son infinitos los mares y los templos.

María Elena se pregunta: ¿es el mundo una isla y la obra un trayecto? ¿Es un eterno entrar y salir de tierra firme?

Al final reaparece la sentencia que más le gusta: el mar sigue siendo el mejor poema.

MEAL: Mi proceso es el siguiente, primero, siempre he pensado que la mejor etapa de un artista es cuando se sabe a sí mismo emergente. Es un lapso importante de ebullición creativa. A mí me sirvió creerme artista emergente por mucho tiempo y ser siempre alumna. Después de 21 años de carrera, pienso que a donde hay que llegar es a ser absolutamente honesto y comprometido con la obra, tener un respeto profundo por ella. Lo demás está fuera. El arte no se ve. Lo que yo trato de describirte que sucede en la obra, cuando lo logro, no se ve. La obra nunca termina, debe hacer mirar y pensar a los otros, y seguir versionándose. Como esencia la percepción del arte es invisible y eso es lo que es el arte, lograr que el espectador esté al tanto de esa percepción, que logre sentirla. No quiero llegar a ninguna meta específica, porque ya yo estoy dentro de la obra, ese es mi lugar. Creando. No quiero llegar nunca; de lo que se trata es de andar y seguir.

LGI: Háblame del transcurso de esta muestra en especial, qué crees está sucediendo aquí, ¿cómo pasó?

MEAl: Contar la obra es la continuación del trabajo que vengo haciendo desde hace 20 años. Lo único que te puedo decir es que es parte del trayecto. Me tomó casi 2 años la producción. Antes de llegar aquí para hablar contigo venía pensando que la palabra siempre ha estado en mi trabajo plástico. En todas las muestras he utilizado poesía de varias autoras venezolanas, he hecho collage sobre las telas con frases o palabras. En dos oportunidades trabajé con textos de Ana Teresa Torres. He transcrito sentencias sobre el lienzo que luego borro o tacho. Hay palabras que aparecen y desaparecen. Pero en este caso, en Contar la obra, me inventé mi propio texto.

LGI: Exacto. Aquí hay un texto tuyo. Tu obra fotográfica siempre fue muy narrativa. Uno veía tus imágenes y no podía decir que era fotografía conceptualista, porque no era en el sentido estricto, pero siempre había una situación de fondo. Como si en esa imagen hubiera sucedido algo o estaba por suceder. Son acciones, no evidentes. 

MEAL: Una vez le dije a Bélgica Rodríguez que yo estaba buscando un curador que le interesara esa tesis mía… Porque no es un conceptualismo minimalista, ni nada así. Yo sostengo que lo que hago desde los años noventa es conceptualismo abstracto poético. Esa es mi tesis, la única, no de grado, sino de vida. Mi trabajo tiene esas tres cosas.

LGI: Y esas tres cosas han sucedido. En el 2003 soltabas el tema fotográfico, imbuida en la instalación, fotos ambientadas con grandes telas, fragmentos bordados y posteriormente un camino donde aparece la pintura, los textos, la imagen. Me impresiona algo en esta muestra reciente. Están las jerarquías de la estructura pictórica que has manejado otras veces. Pero antes toda esa literatura estaba apresada –no es exactamente lo que quiero decir–, se percibía en gestación, hibernando detrás de las capas pictóricas. Y no es que no pasaba nada, todo lo contrario, sucedían mil cosas. Uno podía sentir el sedimento de la palabra vibrando detrás de las superficies. Pero ahora siento que les abriste la puerta…

MEAL: Te digo por qué. En este caso lo que se abrió fue la creación de ese no lugar ficticio. Y de un personaje que me acompaña a ejecutar la obra. Yo me salgo y pongo en este personaje la responsabilidad de esta creación. Y es algo que siempre he hecho. Hace veinte años mi tesis de maestría se llamó El transeúnte, y yo era otro. Un transeúnte en Nueva York. La tesis eran las obras de arte, claro, pero el documento de la tesis fue una ficción del transeúnte que estaba estudiando una maestría, que era un paseante de la ciudad, que se había casado y enamorado a cada minuto, en un semáforo, esperando para cruzar. Era contar un cuento y eso le abría a la obra su propia situación. En Áreas desplazadas quise hacer una casa a partir de una pintura. En Atención directamente en la obra había todo un inventario con base en las obras de un ingeniero que era mi tío, yo vacié su apartamento y con todo eso armé la muestra.

Ana Teresa Torres habla de cómo construir el relato y yo lo agarro por el lado de la construcción en la pintura, en la gráfica, en la arquitectura. Literalmente me visualizo como un constructor, me transformo en constructor. Ella dice cómo se construye una historia y yo hago una historia de que estoy construyendo una casa que se llama casa-relato. En Contar la obra, han sucedido muchas cosas en ese sentido.

LGI: ¿Cuáles?

MEAL: En mi taller siempre paso noches muy largas. Luego de haber trabajado 13 horas me quedo observando y acompañando a las piezas, y bueno, cuando tienes muchas en el taller te abrumas un poco. Una noche me vi adentro, sentí que estaba adentro, que entré en la obra…

LGI: No es extraño. En esta exposición se siente que uno entra en las piezas y que ellas salen hacia ti. Yo venía caminando y me detuve, las obras parecían observarme o abrirse dispuestas a interactuar. Esa tercera dimensión está allí. Hay un espacio que ausculta y convida, como si alguien te estuviera mirando. ¿Serás tú, que te quedaste? O es el famoso ¿Sentinel del Sol?

Con El Sentinel reaparece el minotauro: “Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás como el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.”

MEAL: Podría ser. Hace año y medio apareció lo de El Sentinel del Sol que funciona como un mediador entre la escritura, la pintura y los collages. El Sentinel se abre su perfil en Instagram y comienza a escribir y a narrar una cantidad de cosas que sin darme cuenta también estaban alimentando a la obra pictórica.

LGI: ¿El Sentinel del Sol es un otro tú? Como dijo Rimbaud: Je est un autre “YO es otro”. Quiero ser poeta y me estoy esforzando en hacerme Vidente. Alcanzar lo desconocido por el desarreglo de todos los sentidos. El Sentinel del Sol, ese correlato tuyo, es el desarreglo de todos los sentidos que surge como protagonista del collage, y que fabrica una exposición donde integras muchos compartimientos.

MEAL: En este trabajo hay varias cosas que forman parte de mí. Una trinomía, si se puede decir: está la gráfica que, para mí, es poner en el mundo. Está el collage que es una forma de crear un mundo. Y finalmente la pintura, la pintura es estar en un mundo, que es dónde yo estoy. En esta exposición particular están esas tres disciplinas, son tres lenguajes poderosísimos.

LGI: Me impresiona. Porque pensando en términos curatoriales o museográficos, es muy complejo combinar todas esas cosas en una sola exposición y más cuando parten de un solo artista. Siento que el collage fue la llave que abrió la puerta de ese mundo donde estás ahora.

MEAL: No, fue al revés. Yo venía con este proceso y con mi narrativa. Solo tenía la pintura y lo que escribía. En la cátedra de collage, que trabajé con Rafael Castillo Zapata, tocó además el período del surrealismo, y él sugirió que lleváramos un texto para producir los collages. Le dije: yo tengo un libro pero que es invisible, está aquí –se señala la cabeza–. Rafael me dijo que hiciera lo que tenía que hacer. Y así fue como El Sentinel comenzó a escribir hasta el punto de convertirse en un diario donde todo lo que separado se fue uniendo.

Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizás yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.

LGI: ¿Cómo fue el proceso?

MEAL: Vamos a la sala que tengo que explicártelo allí –nos trasladamos–. Mira bien. La obra es negra inicialmente. Cada obra es 7 pinturas. La obra arranca como un texto. Es una escritura que yo hago –gesticula y mueve los brazos sobre la superficie del cuadro. Escribe en el vacío– es como si estuviera leyendo y escribiendo, conversando con el pensamiento y la superficie, leyendo, pero realmente estoy escribiendo…

LGI: ¿Quieres decir que no hay diseño? ¿Arrancas en negro y sobre la página en negro comienza la construcción? ¿Es un performance?

MEAL: Sí. Todo es negro, o azul Prusia, porque cuando veo un lienzo en blanco para mí ya está listo, no hay nada qué hacer allí. Ese gesto de escritura sobre el fondo oscuro es el primer impulso que se le da a la obra, es la llegada, el anuncio, el mensaje. A partir de ese mensaje, comienzan a suceder otras cosas que tienen que ver con el individuo, revelaciones, emociones; y luego, vienen las decisiones formales. Es no trucar y serle honesto al suceso. Hay que darle su escritura correspondiente a cada obra, respetar su relación con la idea, con el concepto y luego construir una estructura que la sostenga, que la deje ir, que la traiga, que la contenga y también la devele. Es una geometría espiritual, mental. ¿Puedes verlo?

LGI: Es un vaivén poderoso que marea. Es similar a un collage donde las semejanzas de los elementos deben desmoronarse. Si se reconoce demasiado la autonomía de los fragmentos, entonces no existe el engranaje que propiciará el surgimiento de otro mundo. Es crear un mundo. Lo dijiste perfecto. 

MEAL: Sí, crear un mundo, contar un mundo. No es fácil… En esta muestra ha sucedido que la gente me envía fotos del mar y del cielo. Me dicen: mira, lo de tu obra es este paisaje que estoy viendo o visitando.

LGI: Creen que lo han visto.

MEAL: Y no lo es. Ayer culminé una pieza que se llama Hablando sola en el puente de la centolla. Eso no existe, no hay ningún puente ni ninguna playa. No existen. A mí me interesa eso… la construcción de un no lugar.

LGI: Que, sin embargo, sigue siendo un lugar.

MEAL: La construcción de un no lugar para seguir construyendo el lugar, una y otra vez, que no termine nunca… Alguien me preguntaba frente a la obra Autorretrato con mar. ¿Dónde estabas? ¿En qué mar estabas? Le respondí: No… Es al revés. Aquí –afuera– es donde no estoy, pero yo siempre estoy en el mar, en ese. Y no te sé decir cuál es.

No sólo he imaginado esos juegos; también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo.


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