El 13 de marzo falleció en Caracas uno de los más prominentes intelectuales en el campo de la comunicación en Venezuela. Tuve el honor de conocer al profesor Luis Aníbal Gómez en el Instituto de Investigaciones de la Comunicación, cuando apenas me iniciaba en mi vida académica. En Papel Literario reseñé, en su momento, su aporte en la docencia y la investigación para brindarnos enfoques prolíficos de la realidad comunicacional y cultural. Recuerdo que le envié la reseña al profesor Luis Aníbal, el maestro generoso me dijo: “Gracias, muchas gracias, Gustavo, por evocar mi único libro”. Y le respondí: “Apreciado Luis, ese ‘único libro’ es un tratado importantísimo que hay que publicar de nuevo, estoy seguro de que sí, sus ideas y premisas más vigentes que nunca”. Me refiero a su libro La opinión pública y medios de difusión del año 1992. En las líneas que siguen honramos su memoria. Te recordaremos siempre, querido amigo Luis Aníbal…

Vida de opinión

Luis Aníbal Gómez nació en Nueva Esparta, Porlamar, el 21 de marzo de 1929. Licenciado en Filosofía y Letras, mención Periodismo (UCV, 1955). Diploma de la Escuela Superior de Periodismo (París, 1953). Asumió cargos académicos en la Universidad Central de Venezuela. Director de la Escuela de Comunicación Social (1965-1969) y del Instituto de Investigaciones de la Comunicación (1978-1980). Fundador de la cátedra Teoría de la Opinión Pública. Primer presidente de la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación, Alaic, 1978-1979. Destacan estas obras como experto en opinión pública: “La dictadura de Pérez Jiménez” (1962); “Venezuela: políticas de comunicación” (1976); “La opinión pública y la doctrina de la objetividad” (1981); “Opinión pública y medios de difusión” (1982); “Viaje a las raíces de la fascinación informativa” (2000).

La opinión pública

Luis Aníbal Gómez suscribe la definición bastante útil y precisa de opinión pública del sociólogo alemán Hans Speier, autor del libro El desarrollo histórico de la opinión pública. “Entendamos por opinión pública las opiniones sobre cuestiones de interés para la nación expresada libre y públicamente por gentes ajenas al gobierno, que pretenden tener el derecho de que sus opiniones influyan o determinen las acciones, el personal o la estructura de su gobierno”. El concepto de opinión pública de Speier plantea una serie de aspectos que vale la pena puntualizar:

Uno, el Estado democrático y los medios de difusión masiva deben cumplir con el imperativo moral y deontológico de informar de manera honesta a los ciudadanos. Dos, el Estado debe garantizar la libertad de expresión y conocer los puntos de vista de los ciudadanos para tomar medidas correctivas. Tres, los gobiernos de tendencia autoritaria o abiertamente totalitarios actúan al margen de la ley. Imposible pensar en el debate crítico y propositivo en estas condiciones. Cuatro, medios de información complacientes a intereses ideológicos y crematísticos son cómplices del deterioro de la democracia. Efecto perverso de la “anti-deontología” periodística es la autocensura. Cinco, el profesor Gómez advierte que “en realidad la opinión guarda una muy estrecha relación con la conducta, con las acciones de los hombres, con sus actitudes, produce y condiciona diversos tipos de agrupamientos y, en general, modifica y orienta la actuación y los criterios humanos. Su fuerza de arraigo es tan poderosa que toda una síntesis de actitudes y opiniones pueden llevar al individuo y al grupo a posiciones y situaciones paroxísticas”.

La sinrazón de la opinión

Luis Aníbal Gómez es taxativo cuando se refiere a los efectos de la opinión pública en el destino político de un país: “La opinión pública, ese ‘monstruo’ que ha irrumpido en la civilización moderna con un vigor inusitado y avasallante; que aparece algunas veces como fundamento de la democracia y en otras como aglutinador de fuerzas sociales que originan dictaduras, configura un fenómeno que no es exclusivo de la sociedad industrial; sin embargo, es innegable que adquiere en ella toda su majestad y significación porque le proporciona generosamente el presupuesto básico de su manifestación como fenómeno social de relevancia de las masas.”

En esta dirección, el Estado es una suerte de “vitrina pública”. Nada debería de escapar del escrutinio de los medios de información, de los expertos en desarrollo social, incluyendo, por supuesto, la opinión de la sociedad civil organizada. Sin embargo, no siempre le asiste la razón a la opinión pública. Y es aquí donde interviene la teoría social para explicar las conductas humanas que en su momento apoyaron a regímenes dictatoriales y que también han favorecido a gobiernos que han sido incapaces de resolver los problemas sociales. Al respecto, el profesor Gómez indica que “el estudio de la opinión pública tiene que ver con la conducta colectiva, los movimientos sociales, los impulsos vitales en los individuos y los grupos, los sentimientos, prejuicios, emociones, tradiciones, y, en general, tanto con el comportamiento individual como colectivo, su estudio interesa tanto al periodista como al publicitario, propagandista o al relacionador”.

Opiniones, estereotipos y subjetividad

Luis Aníbal Gómez nos recuerda el concepto de estereotipo de Walter Lippmann, periodista estadounidense, experto en teoría democrática y comunicación política. “Lippmann expuso su concepción de la opinión pública basada en los estereotipos, paradigma de la irracionalidad, que dicho autor explica como una economía del pensamiento puesto que el hombre no tiene ni tiempo ni energía para responder a cada hecho con una completa e inteligente discriminación de sus aspectos peculiares; el hombre actúa en términos de expectaciones relativamente toscas con el mundo exterior. Inextricablemente vinculado a este propósito económico se encuentra el peligro de generalizaciones prematuras que distorsionan el medio exterior”. Las opiniones, actitudes y las acciones también pueden contener prejuicios y/o simplificaciones, banalizaciones y exageraciones para distorsionar el medio exterior, esto es, para “meter las cosas en un mismo saco y colocarle una etiqueta” o como el propio Lippman subraya: “no vemos primero para luego definir, sino que definimos primero y luego miramos”. Y agrega Gómez: “percibimos el objeto real o ideal y aspiramos a conocerlo ‘tal cual es’. El sujeto pretende aprehender la realidad, la verdad, con toda objetividad. Sin embargo, esa pureza en las representaciones de los objetos e ideas del mundo exterior no es lo característico del ser humano”.

Periodismo: por qué y para qué

El profesor Luis Aníbal Gómez nos brinda una explicación completa sobre estas dos preguntas esenciales del periodismo: por qué y para qué. “El por qué evoca el origen de los hechos, sus causas y las circunstancias que condujeron a la incidencia, se refiere a todo el trasfondo social del cual surgen los hechos noticiosos como manifestaciones de concordancias o desajustes. El para qué apunta al objeto o finalidad del hecho, al menos su tendencia, dentro de una dinámica social. Ambos aspectos los prefiguran la imagen del periodista que, una vez analizado el hecho en sus elementos, averigua de dónde viene y hacia dónde va. Ambas interrogaciones caracterizan también el dominio de la investigación científica y aplicadas a la información confieren al periodismo una nueva dimensión”. En síntesis, uno de los compromisos más exigentes que debe emprender un periodista es llegar a las causas de los hechos. Cuando nos preguntamos por qué sucedió esto y no aquello, por qué usted procedió de esta manera y no de otra, para qué sirve un plan nacional de políticas públicas, sin duda, estamos profundizando en las decisiones humanas de enorme influencia en la vida colectiva, por lo tanto, la condición vital de la deontología periodística es la de “informar” con veracidad y responsabilidad social a fin de fortalecer la democracia comunicacional.


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