JUAN FRANCISCO SANS, ARCHIVO FAMILIAR

Por LUZ MARINA RIVAS

“LM: ¿Cómo sigue tu salud?

JF: Yo sigo estable, lo que es ganancia dada mi situación. Mientras no empeore, pues podré seguir trabajando y haciendo cosas a mi ritmo. En ese sentido, no ha sido malo para nada este periodo. He podido terminar dos libros que tenía pendientes desde 2018 con Jaime Cortés, de la Universidad Nacional: uno titulado Canciones neogranadinas. Responsorios. Villancicos, que es la edición crítica de un manuscrito que está en la Luis Ángel Arango, y que contiene más de medio centenar de canciones para voz y guitarra que se hicieron en Bogotá en los salones del siglo XIX, e incluyen música venezolana; y el otro con siete villancicos colombianos y venezolanos para voces y piano extraídos del Manual del organista cantor, una publicación que se hizo en Bogotá en 1860, muy interesantes. Si bien tenemos promesas de algunas editoriales. Estamos en eso.

Ya estoy terminando otro con un profesor de Medellín, titulado Cancionero de la frontera colombo-venezolana del entre siglo (XIX y XX), que es una edición crítica de un manuscrito tachirense del siglo XIX. Una maravilla. Por supuesto, la mitad del repertorio es colombiano. La verdad es que, como decía Pío Baroja, el nacionalismo es una enfermedad que se cura viajando…

LM: Me contenta saber que estás estable y trabajando tanto. Hay mucha gente sana que no puede hacer ni la cuarta parte de todo eso. Me incluyo. Te felicito por esa pasión y por esas nuevas cosas que estás investigando.

JF: Muchas gracias. Y yo a ti, que eres imparable”.

Transcribo aquí con inmensa nostalgia un fragmento de mi último intercambio por WhatsApp con el querido amigo Juan Francisco Sans. Este ocurrió el 11 de julio de 2022, cuando lo felicité por el maravilloso trabajo que publicó sobre la música afrovenezolana junto con su esposa Mariantonia Palacios, en la compilación Comprendiendo América, publicada en Ecuador ese mismo año.  Unos días antes, Juan Francisco me había escrito comentando la lectura de mi libro Otra tierra, otro mar. Ya me había sorprendido que en un estado tan delicado de salud, hubiera tenido ánimos para leer. Lo había leído completo y me hizo comentarios muy generosos. Mi asombro fue mayor días después, cuando encontré en su muro de Facebook la publicación por la cual le escribí. En este fragmento de nuestro intercambio es posible dimensionar el ser humano que fue Juan Francisco. Podía decir que el periodo de su enfermedad no había sido malo, en el sentido de haber podido dedicarse a escribir. No podía imaginar cuánto estaba sufriendo físicamente hasta que Mariantonia me contó en su funeral cómo había sido su tránsito por la enfermedad contra la que luchó tantos meses. Frente a un cuerpo debilitado al extremo, podía percibirse su fuerza interior. Juan Francisco seguía trabajando y había logrado escribir tres libros. Durante todo ese tiempo estuvo subiendo a las redes su vastísimo trabajo: artículos para Academia.edu, que me llegaban gracias a los algoritmos, publicaciones en Facebook, recitales en YouTube. Estaba dejando su legado generoso. Su bonhomía y carácter alegre, su humor y optimismo seguían intactos. En la última conversación telefónica que tuvimos días después, su voz se sentía tan sana y tan fuerte como la recordaba. Según Mariantonia, nunca se quejaba de esta dura experiencia que le había tocado.

Me cuesta mucho pensar en Juan Francisco sin Mariantonia o en Mariantonia sin Juan Francisco. Ambos eran una pareja tan unida que hacían un gran trabajo a cuatro manos, académico y artístico. Escribían juntos artículos especializados y se unieron en el Dúo Sans Palacios, cuyos recitales amo repasar en YouTube. Sin embargo, cada uno de ellos desarrolló una carrera propia con inmensos aportes a la musicología venezolana y latinoamericana.

Yo, que soy del mundo de la literatura y que apenas disfruto la música como cualquiera, aprendí mucho gracias a ellos. Una vez Juan Francisco me preguntó si sabía tocar algún instrumento. Le contesté que no, que en mi infancia había tratado de aprender a tocar la guitarra, pero no lo logré. “¡Tú sí eres rara!”, me contestó riendo. Claro, Juan Francisco no concebía la vida sin hacer música. Nos acercó mucho un curso de apreciación musical que Mariantonia nos regaló por varios años a un grupo de profesores jubilados de la UCV, una reunión festiva e imperdible cada lunes, en el aula 3 del Postgrado de Humanidades y Educación de la UCV, que tenía un piano y un pizarrón para escritura musical. Ocasionalmente, Juan Francisco se asomaba sonriente y nos miraba con picardía. Algunos emigramos, otros se quedaron en Venezuela y otros se estarán encontrando con Juan Francisco en otro lugar para seguir unidos por la música.

Mi amistad con Juan Francisco y Mariantonia nació en la UCV, como colegas profesores, donde trabajamos juntos a pesar de venir de áreas diferentes. A Mariantonia la conocí como directora de la Escuela de Artes en el Consejo de Facultad, siempre inteligente, profunda y contundente con cada intervención. Mi cercanía con Juan Francisco comenzó cuando lo conocí como coordinador de la Maestría en Musicología Latinoamericana, cuando era yo la directora del Postgrado de la Facultad de Humanidades y Educación. Fue entonces cuando comencé a conocer su trabajo y la manera como guiaba a los estudiantes en proyectos muy valiosos, como el rescate de partituras del siglo XIX, que se paleografiaban, se publicaban y luego se ejecutaban en maravillosos conciertos. Fue él quien me hizo saber que muchas de estas partituras eran de autoría femenina, inéditas, guardadas por las familias durante más de cien años. Su capacidad de trabajo en equipo era extraordinaria, como si el ser director de orquesta le hubiese dado las herramientas para congregar a las personas y permitirles dar lo mejor de ellas. Cuando asumió la Coordinación del Área de Artes del Postgrado, los programas se revitalizaron y creció tanto la matrícula como el entusiasmo de los estudiantes y los profesores. En una ocasión me invitó a participar en un panel de investigación interdisciplinario sobre el siglo XVIII en Venezuela, donde él hablaría de música, yo de literatura; otros ponentes, de artes plásticas, de arqueología, de arquitectura. Tuvo lugar en unas Jornadas de Investigación de la Facultad. Fue una experiencia extraordinaria que siento que no hubiera quedado grabada.

Algo que siempre admiré en Juan Francisco y Mariantonia fue su actitud humilde frente a todo lo que sabían y su apertura a escuchar y a aprender cosas nuevas. Todavía lo pienso y no puedo creer que alguien como Juan Francisco se hubiera inscrito en uno de mis cursos sobre literatura intrahistórica. Para entonces, Juan Francisco estaba cursando el Doctorado en Humanidades y le interesaba mucho el tema de la nueva historia o historia en una perspectiva abierta a toda clase de fuentes que, en el caso de la música, podían ser programas de mano, textos inéditos, referencias hemerográficas asociadas con la política o la guerra de la Independencia, etc. Estaba trabajando en su tesis doctoral sobre los bailes de salón en el siglo XIX, un tema vasto, de una complejidad insospechada. Fue, por mucho, el mejor estudiante del curso.

Más adelante, tuve el honor de formar parte del comité que examinaba la trayectoria de los profesores de la Facultad merecedores de la Orden José María Vargas. Cuando les anuncié a Juan Francisco y Mariantonia que ellos tenían los méritos para recibirla, casi no la aceptaban. No creían que la merecían. Todavía puedo recordar su imagen en el Paraninfo, con sus togas, sentados, sonrientes, pero sin ninguna vanidad; yo diría que hasta divertidos.

Luego de mi migración a Bogotá, recibí en 2014 la noticia de que Juan Francisco vendría a dictar conferencias en la Universidad Nacional de Colombia. Lo invité a almorzar cerca de la universidad. Me traía un tesoro: la reciente edición de La graciosa sandunga, que recuperaba el “Cuaderno de piezas bailables del siglo XIX recopilado por Pablo Hilario Giménez”, un acucioso trabajo de rescate de un manuscrito inédito con más de 500 piezas de baile, recogidas en el siglo XIX por un alter ego de Juan Francisco, un investigador de la música, Pablo Hilario Giménez. En la obra, hecha en colaboración con Rafael Lovera y con Bartolomé Díaz Sahagún, se destaca el trabajo de análisis de Juan Francisco, que nos acerca no solo a la música, sino al mundo cultural de la Venezuela decimonónica. Bellamente ilustrado, el libro se acompaña de dos CD, uno con las partituras y aparato crítico, y otro que escucho sin cansarme, con una selección de piezas maravillosamente ejecutadas. En ese almuerzo nos pusimos al día y compartimos nuestras preocupaciones por nuestras familias, por Venezuela y por la UCV, así como las angustias de los ucevistas, por la precariedad de los salarios y las incertidumbres del futuro.

La última vez que me encontré con Juan Francisco y Mariantonia juntos fue en Caracas, en 2015, luego de enviudar. Su solidaridad, su cariño, sus sonrisas fueron muy valiosos para mí en aquellos duros momentos. Tras su migración a Medellín, no pudimos encontrarnos en Colombia, hasta que viajé con mucho dolor a despedirlo luego de su fallecimiento. En esa ocasión pude apreciar cómo Juan Francisco y Mariantonia se habían ganado el afecto de tantísimas personas también en Medellín. No podía pasar menos. Su carisma los seguía a todas partes. Nos queda honrar a Juan Francisco conociendo su amplísimo legado, que tan generosamente le dio a Venezuela.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!