Mariano Picón Salas | Foto Archivo

Por GREGORY ZAMBRANO

I

Poco más de 12 años duró la experiencia chilena de Mariano Picón Salas. Un tiempo de aprendizajes, de maduración personal y crecimiento intelectual. Fue el país que le brindó la mejor oportunidad de profesionalización, acorde con sus expectativas; que alimentó sus sueños juveniles en la “búsqueda del camino”, y su empeño por encontrarse a sí mismo. Mucho halló en el sur del continente, en aquel país que le acogió y que él supo amar e interpretar, con mirada sagaz, a su manera. Pensó a Chile, como lo hizo con Venezuela, como miró al continente americano y a la cultura mestiza que estaba en “tránsito permanente” de trocar el estado de Naturaleza al estado de Cultura. “Se pide también un ideal cultural que eleve el tono de la vida diaria —diría en Intuición de Chile— el pequeño rencor y la aldeana mezquindad de la política circundante, y ofrezca su puesto de previsión y de lucha a toda una juventud chilena que se oxida en el nihilismo y la insatisfacción de estar excluida”.

El pedagogo que siempre fue Picón Salas mantuvo su esperanza vigilante en que —para Hispanoamérica— la educación era la puerta para acceder a una cultura amplia, y ello podría contribuir a la comprensión de la Historia y asumir los retos del presente, su economía, política, artes y ciencias. Para él era necesario evitar la angustia por el porvenir; procurar una síntesis natural de las culturas autóctonas y, por supuesto, encontrar el camino que permitiera la adquisición de una conciencia histórica americana, para asimilar otras culturas del mundo sin complejos de culpa ni apocamiento.

El joven recién llegado a Valparaíso en junio de 1923 ya intuía una permanencia larga, y el logro de algunas metas le confirman que su elección había sido oportuna (“Me siento en Chile naturalmente mejor que en la Venezuela de Gómez —escribió en su cuaderno de notas—. Tal vez no salga de Chile. Soy pedagogo y escritor y quizás con una urgencia más trágica que la de 1919 aún continúo buscándome”).

Picón Salas colaboró asiduamente con las revistas Claridad, La Estrella, Atenea, Letras, Índice, Zig-Zag, La Hora, El Debate, Hoy, La Gaceta de Chile y Pan. Con un ritmo sostenido escribió y dio forma a sus primeros libros chilenos. Fue una etapa altamente fecunda si además sumamos el despeño docente y su labor como animador cultural.

Sin embargo, el prosista de afinado estilo, cuya obra ya empezaba a consolidarse, atendió el llamado de la Venezuela que entraba en un nuevo camino, luego de la muerte de Juan Vicente Gómez. A comienzos de 1936, el destino le marcó un giro altamente significativo. Su meditada salida de Chile y la “vuelta a la patria” no tuvo el sabor dulce que alimenta la nostalgia. En su breve paso por Caracas, un intento fallido de ingresar deliberadamente al terreno del activismo político y las incomprensiones ante los ímpetus transformadores del recién llegado impulsaron cambios inesperados. Otras responsabilidades le fijaron nuevos derroteros. La errancia, que sería marca y condición de su paso por varios países, obraba su inevitable signo. Se abría y se cerraba de pronto la puerta de la vida diplomática. Su rápido paso por la embajada venezolana en Checoslovaquia, en calidad de encargado de negocios, le permitió hacer su primera indagación europea. Ya no solo la leída e intuida en la obra de los grandes autores, sino la vivencia del paseante, atraído por el rumor de nuevas ciudades y pueblos. Es el momento de estar en contacto directo con las catedrales góticas y barrocas, de visitar museos y satisfacer así su curiosidad como conocedor de la estética y la historia del arte. Ese paréntesis de pocos meses se llenó con un retablo sensorial que es Preguntas a Europa (1937), un libro pensado y escrito bajo el fervor que corresponde a su manera de ver con fruición la realidad de los países que visita: Checoslovaquia, Francia, Alemania, Austria, Italia e intuir a “España desde lejos”. Estas experiencias de viajero atento al detalle se decantan en su breve retorno a Chile, en junio de 1937, donde les dio forma y las hizo conocer como un conjunto de meditaciones, que tienen mucho de su manera de condensar los sentidos y sintetizar las emociones. En 1938 fue llamado de nuevo por la urgencia venezolana y volvió a Caracas para fundar empresas culturales que permanecen como una herencia  de gran valor espiritual y material.

II

Muchos de aquellos artículos que escribió para la prensa chilena quedaron dispersos, y expresamente postergados por el mismo autor que, exigente consigo mismo, quiso marcar un parteaguas en su producción a partir de 1933, como bien lo justifica en el preámbulo de sus Obras selectas (1953), con el título de “Pequeña confesión a la sordina”. Gracias a la esmerada labor de su hija Delia Isabel, estos artículos se reunieron en un volumen singular, Prosas sin finalidad (1923-1944). El título corresponde al primero de los artículos de Picón Salas, publicados en la legendaria revista Atenea, en el que quería trazar un plan de escritura para fijar su mirada en las personas sencillas que ejercen los oficios más disímiles, “esas profesiones humildes y errantes —la del buhonero, la del titiritero, la del organillero— que ante el desdén de las gentes egoístas y graves arrostran los caminos de Dios repartiendo el contento en las aldeas internadas y en los hombres ignorantes”. Personas anónimas que van por la vida ofreciendo su arte sin esperar mayor recompensa. En ese breve artículo subyace todo un plan de acción, consciente de que es necesario  “dar algo al recuerdo, a la música, a la meditación y al sentimiento”.

Picón Salas se incorporó tanto y tan bien a la dinámica cultural chilena de aquellos años, que terciaba con naturalidad en los debates. En ese contexto aportaba sus puntos de vista; opinaba con fundamentos conceptuales entre quienes buscaban clarificar la naturaleza de la cultura y en particular  de la literatura chilena, debatiéndose entre el sentido del costumbrismo y los arrebatos del imaginismo. Daba nuevos elementos a la valoración literaria de algunas obras del momento o salía en resguardo de un par de jóvenes poetas que intentaban crear un nuevo canon de la poesía chilena, excluyendo a autores consagrados e incluyéndose ellos mismos, aún sin obra reconocida. “Son demasiado jóvenes —diría en su defensa—, nadie los conocía antes de esta tentativa, pero ya esgrimen la espada de fuego de la justicia poética”.

Prosas sin finalidad se publicó en 2010. Es un libro que nos permite conocer en detalle el periodo chileno del escritor venezolano; el proceso de formación intelectual, los intereses que guiaron sus lecturas, el camino hacia la madurez, las reflexiones y sabiduría de aquel joven “erudito y verboso” (como se había referido a él, en la Mérida de 1917, el rector de la Universidad de Los Andes, Diego Carbonell).

III

En la mencionada “Pequeña confesión a la sordina”, revela con emoción no exenta de nostalgia: “Nunca he leído más que en aquellos años en que fui empleado de la Biblioteca Nacional de Chile y pasaban por mis manos —para clasificarlas— obras de la más varia categoría. Algún diccionario extranjero puesto sobre la mesa de trabajo me auxiliaba en la palabra inglesa, alemana o italiana que no conocía. Y con esa capacidad proteica de los veintitantos años, el gusto de devorar libros no se contradecía con el ímpetu con que asistíamos a los mítines políticos y forjábamos ya nuestro cerrado dogma —en apariencia muy coherente— para resolver los problemas humanos”.

Durante su estadía en Chile, Mariano Picón Salas publicó una decena de volúmenes entre ensayos, narraciones, conferencias y artículos: Mundo Imaginario (1927); Hispanoamérica, posición crítica (1931); Odisea de Tierra Firme (1931); Imágenes de Chile (Vida y costumbres chilenas en los siglos XVIII y XIX) (1933), en colaboración con su maestro Guillermo Feliú Cruz; Registro de Huéspedes (1934); Problemas y métodos de la historia del arte(1934); Intuición de Chile y otros ensayos en busca de una conciencia histórica (1935), Preguntas a Europa (1937). Y en 1958 se editaron sus Ensayos escogidos, seleccionados por Juan Loveluck, con prólogo de Ricardo A. Latcham.

En 1955, a petición de La Gaceta de Chile escribió un sentido testimonio, que tituló “Días chilenos”, en el que resume: “… mis recuerdos de los largos días que viví en ese país, en el tiempo más cálido, caviloso y entusiasta de mi mocedad. Aparecen tantos rostros, tantos paisajes y sucesos que debería sentarme (cuando sea más viejo) a citarlos y recogerlos en un libro. Chile me enseñó —de estudiante— a poner en orden mis ideas; me gratificó de amistad y de amor (mi hija nació en Santiago) y hasta me enseñó a marchar alguna vez con sus muchedumbres, cuando era la hora de pedir libertad y justicia”. (En: Prosas sin finalidad, p. 347).

Sobre sus libros, su personalidad y las peripecias de su trayectoria, comenzaron a escribir tempranamente sus contemporáneos. La aparición de cada una de sus obras motivó un conjunto de recensiones y comentarios en la prensa de Chile, de Venezuela y de otros países. Su muerte, en enero de 1965 acusó la sorpresa y propició una serie de homenajes. La amistad, en sus múltiples manifestaciones, se expresa en numerosas semblanzas de sus contemporáneos, que mostraban el impacto favorable de su personalidad.

Mariano Picón Salas y Chile reúne una serie de reflexiones, indagaciones, comentarios y valoraciones, a partir de aquellos libros publicados en el país austral, que nos permiten aproximarnos de manera poliédrica al escritor venezolano. Desde la nota bibliográfica escrita al vuelo o la recensión descriptiva, hasta el ensayo sesudo que conecta las amplias derivaciones de los intereses intelectuales del merideño. Puestos en relación nos dan una idea de los testimonios de quienes fueron sus amigos, interlocutores, maestros, críticos e, incluso, adversarios, en quienes a pesar de las diferencias, sobrevive la valoración y el respeto por el hombre de ideas, estudioso y trabajador incansable. Imposible soslayar al pensador y al artista de la palabra. “Nadie ha olvidado en Chile a Mariano Picón Salas, que después de Bello ha sido el venezolano más incorporado a nuestra realidad. Aparte sus valiosos libros, maduros ensayos y breves pero fructuosas exégesis históricas, habría que situar su labor personal de indiscutido líder intelectual”, escribió su amigo Ricardo A. Latcham en el prólogo a sus Ensayos escogidos.

Aquellos libros chilenos, y estos ensayos dejados fuera de sus Obras selectas en 1953, siguen estando allí para el disfrute y la reflexión del lector de hoy. Muchos interrogantes todavía continúan sin respuestas, pero se puede seguir indagando en la dimensión de aquel hombre que plasmó en palabra y acción una ética que lo guió a lo largo de toda su vida. En su caso, tiene sentido aquella máxima latina: “Pro captu lectoris habent sua fata libelli. Según la capacidad del lector, los libros tienen su destino.


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