Entre las preocupaciones del ensayista venezolano está la historia asumida como una especie de proyección

Por GREGORY ZAMBRANO

La historia y sus huellas

La formación intelectual de Mariano Picón Salas (1901-1965) transitó fundamentalmente por dos caminos que se entrecruzaban y desde distintas perspectivas se complementaban. Por un lado, el ensayista y por otro el narrador. Entre esas dos formas de asumir la expresión creativa media la preocupación por el conocimiento, la sistematización y sobre todo la comprensión del hecho histórico. A su formación como pedagogo en Chile va unida, como campo de indagación y búsquedas, la historia: la de su país, la del continente, la de la cultura occidental. Y a esa preocupación obedecen algunos de sus primeros libros: Hispano-América, posición crítica (1931), Intuición de Chile y otros ensayos en busca de una conciencia histórica (1935) y Preguntas a Europa (1937). Esta indagación alcanza sus mejores niveles en De la conquista a la independencia (1944), Comprensión de Venezuela (1949) y Dependencia e independencia en la historia hispanoamericana (1952). Pero también en la narrativa esa orientación por los caminos de la historia, con distintos lenguajes y nuevos signos, se percibe como un referente constante en casi todos sus relatos y novelas, desde Buscando el camino (1920) hasta Los tratos de la noche (1955), pasando por Odisea de Tierra Firme (1931), Registro de huéspedes (1934), y Viaje al amanecer (1943).

Entre esas preocupaciones de Picón Salas expresadas en su narrativa está principalmente la Historia de Venezuela asumida como una especie de proyección, desde el pasado hacia el presente. En su recorrido no pierde de vista la singularidad de un proceso que no era único con respecto a muchos otros países en constantes crisis. En el prólogo que escribió para su Comprensión de Venezuela, señaló: “Los países como las personas sólo prueban su valor y significación en contacto, contraste y analogía con los demás. Por ese anhelo de que lo «venezolano» se entienda y se defina dentro de las corrientes y las formas históricas universales; por esa responsabilidad que a veces insurge contra tantos mitos y prejuicios, ya recogí bastantes molestias en mi carrera de escritor”.

En relación con su narrativa, la visión de la Historia que tiene el escritor se transparenta en la perspectiva de algunos de sus personajes o en la atmósfera de reflexión que construyen sus narradores. Está marcada siempre por una visión hacia el pasado y una confrontación de su presente. Es un correlato de la ficción, en el cual el futuro es anhelado, pero a veces, sin demasiadas esperanzas.

En Regreso de tres mundos, Picón Salas escribió: “La Historia no es sino el incalculable impacto de las circunstancias sobre las utopías y los sueños”. Y eso tiene que ver con su concepción procesual de la Historia, leída no sólo en lo fáctico per se sino en las relaciones de causa-efecto; sobre todo el impacto que esos hechos han producido en el hombre y su cultura. La lectura de la historia se produce como un proceso de develamiento de signos que yacen en el pasado.

Esa idea vale no sólo para el tratamiento que le da a lo histórico en su obra narrativa, sino para su concepción global, que está desparramada en otros de sus muchos ensayos de tema histórico, principalmente, de la Historia de la América Hispana; conjunto y unidad, que enfoca como proceso y reconstruye como escritura. Esta preocupación está en sintonía con la obra de otros pensadores, sobre todo, desde la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del XX; es decir, desde Bello, Sarmiento y Martí, hasta Rodó, González Prada, Mariátegui, Vasconcelos, y Henríquez Ureña, entre otros.

Del yo nostálgico al nosotros social

Desde el punto de vista conceptual y apegado al aprovechamiento de las teorías de Hegel, Picón Salas discute de manera implícita las formas de enunciación de los movimientos de la Historia. Esto se pone de manifiesto en la propuesta expositiva, evidente en su ensayística, y en su Regreso de tres mundos donde, entre otras muchas correspondencias, hace notar la superación -o anulación- del insistente «yo autobiográfico» que marca su obra de ficción, para centrarse en una propuesta más colectiva amparada en el «nosotros» de toda una generación.

La presencia de un «yo» discursivo insistente, reclama su lugar en el mundo y abstrae los acontecimientos como si estos fueran válidos tanto para él como para el resto de la humanidad. Sobre este aspecto Hegel señaló: “La sustancia del espíritu es la libertad. Su fin en el proceso histórico queda indicado con esto: es la libertad del sujeto; es que este tenga su conciencia moral y su moralidad, que se proponga fines universales y los haga valer; que el sujeto tenga un valor infinito y llegue a la conciencia de este extremo. Este fin sustantivo del espíritu universal se alcanza mediante la libertad de cada uno”. (Lecciones sobre la filosofía de la historia). La voz que se expresa en primera persona, presente en textos como Buscando el camino, Mundo imaginario y Viaje al amanecer, va cediendo hasta alcanzar una especie de amplitud envolvente que se proyecta, en el plano discursivo, hacia lo colectivo. Eso indica no sólo una transformación del sujeto que se autorrepresenta en el discurso, sino que revela una nueva conciencia ante la materia histórica. Esto se aprecia en su «Pequeña confesión a la sordina», que deviene negación, al explicar las razones que le impiden recuperar su obra anterior a 1933, para sus Obras selectas. Si bien es cierto, de esta manera revela la ruptura con un orden de expresión, también muestra, junto con la censura, una valoración. Lo que resulta paradójico, tiene su razón de ser en esa etapa negada donde están germinalmente representados los elementos que serían parte sustancial de las obsesiones en su madurez: el recuento de la memoria y del pasado en sí; pero sin dejar de reconocer que también hay un cuestionamiento al aspecto discursivo -«lo pedante», «lo verboso»- que descansa en lo personalista del yo. Esto luego se va a transformar hacia la búsqueda de un sujeto más amplio, es decir, colectivo. En su ensayo «Profecía de la palabra», Picón Salas escribió una reflexión que se convertiría en norte de su obra de madurez: “El conjunto, más que el individuo aislado, ocupa el primer plano de nuestras reflexiones. No es que se renuncie a lo personal, sino más bien que más allá de las vestiduras locales, de los disfraces de región y de época, queremos llegar a lo antropológico”. (“Profecía de la palabra”).

De la autobiografía a la memoria

El punto donde Picón Salas deja a su protagonista al emprender su viaje al amanecer, simbólicamente, es el deslinde de la infancia y la adolescencia; pero muchos años después, en Regreso de tres mundos, la historia parte desde la adolescencia hacia la madurez. Entre estas dos obras hay un proceso de continuidad, que se remite más a lo cronológico que a lo estilístico. Si Viaje al amanecer, puede ser leído como una novela, o como una autobiografía, esto no ocurre con Regreso…, que en ese sentido es más monológico. Obviamente el tratamiento de la situación vital ha cambiado en esencia, no solamente el hombre que escribe sino el cómo reescribe. Desde el yo nostálgico que se refugia en la memoria para, al mismo tiempo, fijarla mediante la escritura, hasta la visión del hombre que se asume como voz colectiva de su generación en Regreso de tres mundos. En su discurso de incorporación a la Academia Nacional de la Historia (1947), expresó: “nuestro pequeño aporte o mínima pericia personal sólo se explica en función de lo que hicieron los antecesores y de lo que harán los descendientes; a medida que el individualismo altanero de los veinte años es sustituido por una conciencia más solidaria de comunidad, empieza a explicársenos esa tarea serena, de permanencia pacífica, que realizan instituciones como ésta”. (“Rumbo y problemática de nuestra historia”). Este aspecto da pie para la comprensión del funcionamiento temporal en las obras vistas como continuidad, Viaje al amanecer y Regreso de tres mundos, las más ampliamente señaladas como autobiográficas. En la primera, el tiempo que indaga hacia el pasado, se ha quedado estático en la memoria y, especialmente, en los objetos y las fechas -aunque relativamente pocas, son significativas pues fijan hitos verificables- que lo hacen percibir de manera verosímil. Por el contrario, en la segunda, la percepción del tiempo tiene que ver más con la idea de devenir.

Picón Salas concibe un tiempo mayor, envolvente, que es el tiempo histórico propiamente dicho, que no pierde de vista en ningún detalle, ni siquiera cuando transita la pequeña historia, es decir, la íntima, personal; por ello es frecuente la oscilación en su discurso autobiográfico, desde lo individual hasta lo colectivo, revelando conflictos y cambios.

En Viaje al amanecer y Regreso de tres mundos, hay una puesta en escena de modos distintos de observación, mediadas por la distancia cronológica que otorga la madurez, la hondura y el sentido crítico al individuo. Incluso, en ese aspecto formal difiere la ubicación de las pautas cronológicas, que en Viaje son más evidentes que en Regreso de tres mundos, donde las etapas que se suceden más que cronológicas son psicológicas.

Razones para pensar el futuro

Cuando Picón Salas escribe Regreso de tres mundos ya es un hombre maduro, ha sido testigo atento a hechos decisivos de la historia de su siglo: las dos guerras mundiales, la Guerra Civil Española, y las transformaciones sociales, políticas y espaciales de su país. Su yo, conscientemente utilizado para relatar una historia personal, se ha ido modificando ya en esta etapa de su vida. Como hemos referido, su discurso pasa del individualismo testimonial a un nosotros colectivo que se sintoniza con la historia de Venezuela, y de Hispanoamérica: “el cambio moral de nuestros pueblos no se logra con aislados gestos individuales. Es inmensa y tranquila obra de educación para levantar sobre la crueldad, el atropello y la demasía -tan frecuentes en nuestro turbio proceso histórico- otros valores de convivencia y tolerancia”. (Regreso de tres mundos). Ya el discurso de sus últimos años no aparece enmascarado ni desdoblado, ya no hay ficción, no hay novela después de 1955. El camino que recorrió los últimos diez años de su vida estuvo marcado más por el discurso reflexivo transmitido en sus ensayos de orientación americanista.

Para Picón Salas los hechos del pasado son un sustrato vivo al cual hay que recurrir, la intrahistoria, como la concebía Unamuno. En la «Explicación inicial» a su Formación y proceso de la literatura venezolana señaló: “Al escribir una Historia literaria, el autor no puede olvidarse de los reclamos y la pasión de su tiempo. La Historia […] no es sino la proyección o la interrogación en el pasado de los problemas que nos inquietan en el presente”. Ahí también va intercalando la dialéctica hegeliana en su discurso y cosmovisión histórica, que reafirma luego: «La Historia no puede interpretarse sólo como antítesis, como alternancia de gloria y miseria, de premio o de castigo. El hecho histórico tiene una vibración infinitamente más amplia que la que impone nuestro subjetivismo romántico». (“Antítesis y tesis de nuestra historia”).

Así pues, los hechos del presente son el resultado de un largo pasado. Si vemos cómo la Historia es un correlato de sus obras de ficción, comprobamos también que en ellas están marcados los hitos más intensos de ese tránsito histórico.

*El ensayo anterior es una versión, realizada por el mismo autor, de “Mariano Picón-Salas: El narrador, el ensayista y los caminos de la Historia”, publicado en Cuadernos Americanos, Número 88, julio-agosto 2001.


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