Por PAULINA GAMUS

Quisiera comenzar por agradecer a Toni, Ilana, Bernardo, Dita y Junito, por haberme asignado la honrosa misión de dirigir unas palabras en la presentación del libro El arte de vivir y el oficio de escribir, recopilación de la obra escrita a lo largo de su vida por  Marianne Kohn-Beker, mi querida e inolvidable amiga. Si hay algo que lamento profundamente es no estar presente allí para ser parte de este homenaje  a quien tanto mereció y sigue mereciendo el reconocimiento de su familia, de sus amigos, de la comunidad judía venezolana y del mundo de las ideas y del pensamiento filosófico en el país.

Comienzo por destacar como rasgo definitorio de la personalidad de Marianne su escasa vanidad o darle poca importancia a eso que muchos quisiéramos: trascender a la fama con nuestro legado o aún más, a la inmortalidad. Tal como lo señala Luz Marina Barreto en la introducción de la obra que hoy presentamos, Marianne organizó en carpetas todos sus escritos de temática judía y sobre filosofía, pero nunca se preocupó por publicarlos.

Creo que fue una excelente idea de los recopiladores y editores de este libro, titularlo El arte de vivir y el oficio de escribir. Eso me ha permitido reservarme para hablar de Marianne como ser humano excepcional que supo practicar el arte de vivir. En ella se combinaban belleza, inteligencia y entrega a lo que fueron sus creencias y convicciones. Si tuviera que definir en una palabra a Marianne diría que fue una persona comprometida, convencida de que su paso por la vida tenía un sentido y que estaba obligada a cumplir con un deber.

Nada de esto habría sucedido si Marianne no hubiese nacido de unos padres como Ñurka (Ana) Wager y Abraham Mote-Kohn. En ese hogar aprendió desde muy niña a ser una judía con el compromiso auto asumido de defender los valores de su pertenencia y el derecho de su pueblo a ser parte del género humano sin distingos y como seres libres. Su dedicación a destacar en sus escritos el genio de poetas, escritores y filósofos judíos que marcaron época, que dejaron huellas indelebles, fue concebido al mismo tiempo como un deber y como el orgullo por compartir un mismo origen.

Solo si volvemos a ese hogar en el que Marianne bebió en la leche materna su compromiso con el pueblo judío y su cultura, podemos entender la precocidad de una niña que, a los nueve años de edad, en plena Segunda Guerra Mundial, mientras ocurría el Holocausto, escribiera este poema: “Quedan pocos de la raza de Yehuda, que una vez fue grande cual ninguna. Dio hombres que en la vida no se olvidan y que da hombres para siempre inmortales. Raza querida que otros pueblos la envidian, que no saben el valor que en las venas puso Dios, la sangre de la virtud. Raza odiada por el malhechor que desprecia el valor de los hombres hijos de Dios. Raza orgullosa de ser la preferida del señor, tienes hombres que han sabido lo que es el verdadero dolor. Hoy son pocos los que te quedan, pero no son cobardes y esperan con calma el día en que todos comprendan que es el pueblo más sufrido, que es el pueblo de Israel, que ha perdonado al traidor y que con sus brazos ayudó a la civilización”.

La primera vez que supe de Marianne fue en un baile de Purim, una de las pocas festividades judías alegres que se festeja con reparto de dulces y con disfraces. Fue electa reina una joven alta, bella y rubia que respondía al nombre de Marianne o Marisa Kohn. La segunda vez el encuentro fue luctuoso: la madre de los Kohn Wager y el padre de los Gamus Gallego habían muerto con horas de diferencia. Las  dos familias coincidimos en un centro de votación en La Florida el 1 de diciembre de 1963. Las dos familias debíamos guardar el luto riguroso que impone nuestra religión. Pero votar entonces era obligatorio, no votar conllevaba sanciones en las que todos creíamos. El presidente electo fue Raúl Leoni.

En junio de 1967 estalla la llamada “Guerra de los Seis Días”. Era la  segunda vez que David vencía a Goliat. El heroísmo del pequeño estado judío amenazado de destrucción por siete países árabes, despertó una admiración mundial que en muchos casos fue euforia. La inteligencia y la audacia habían vencido a la fuerza militar. En medio de aquella explosión de simpatías era casi imposible presumir que en poco tiempo comenzaría una campaña promovida por la Unión Soviética y sus satélites, además de la China de Mao, la Cuba de Fidel Castro y todo el mundo árabe, enfocada a victimizar a los refugiados palestinos, rechazados por los países que decían defenderlos, y a reactivar el nunca desaparecido antisemitismo pero bajo la etiqueta de anti sionismo. Ocurrió algo inimaginable, las mismas izquierdas comunistas o comunistoides que en 1948 apoyaron, junto con la Unión Soviética, la creación del Estado de Israel y que habían repudiado el nazi fascismo, ahora repetían las consignas y las caricaturas que utilizó el nazi fascismo para exacerbar el odio antijudío.

Fue en 1969, cuando la visita de un diplomático israelí a Caracas, que sostuvo un encuentro con Marianne, nos hizo despertar a muchos del sueño de un Israel seguro por el respaldo del mundo libre. Marianne fue convocando a profesionales de distintas áreas, judíos que teníamos columnas de opinión en la prensa, comunicadores, profesores universitarios. Y así se creó un grupo heterogéneo cuyo único punto en común era nuestra identidad. Estudiábamos historia judía contemporánea, leíamos autores que  habían escrito sobre judaísmo y sionismo. Marianne, sin conocerme más que por mi columna semanal en El Nacional,  me invitó a incorporarme a ese grupo.

Acabo de leer la entrevista que le hizo El País de España, a la escritora francesa Anne Berest, por su reciente obra bestseller titulada “La Postal”. En ella cuenta un viejo chiste: ”Ser judío es pasarse la vida preguntándose qué es ser judío”. Creo que ése era el caso de muchos de nosotros, para algunos ser judío era una religión, para otros una convicción o un deber con nuestra historia ancestral, para otros la pertenencia a una cultura. Conducidos por la erudición de Marianne fuimos entendiendo que ser judío es todo eso y que cada quien puede elegir su manera de serlo. Asumimos además el compromiso de denunciar cualquier asomo de antisemitismo y de probar constantemente  que anti sionismo y antisemitismo son hermanos siameses.  Ese grupo de estudio y de acción fue conocido como  “X1”.  No elegimos ese nombre, fue la obra de algún bromista que nos consideraba una especie de logia o conciliábulo.

La campaña anti sionista, es decir antisemita, era feroz en nuestro país. La embajada de la Unión Soviética financiaba al Partido Comunista y a su periódico “Tribuna Popular”, divulgador de odio anti israelí.  La Universidad Central de Venezuela era un hervidero de la extrema izquierda de donde salían panfletos cargados de odio contra el Estado judío. Incluso el partido Movimiento al Socialismo (MAS), que era un desprendimiento del Partido Comunista y cuyo máximo dirigente era Teodoro Petkoff, de madre judía, tenía marcada tendencia anti sionista. El periódico de mayor prestigio era El Nacional y en su plantilla de columnistas y redactores, predominaban izquierdistas con marcada antipatía por Israel.

Fue la época de nuestros comunicados y remitidos. Los redactábamos  y emprendíamos la tarea de lograr firmas importantes. Había muchas frustraciones por quienes se negaban y una emoción similar a una hazaña cuando se lograba una firma de peso intelectual o político.

Gracias al apoyo y recomendación de Marianne, en 1970 fui designada directora de la Oficina de Derechos Humanos de la CAIV -Confederación de Asociaciones Israelitas de Venezuela-, una iniciativa de la organización B’nai B’rith de Venezuela para luchar institucionalmente contra toda forma de discriminación, especialmente el antisemitismo. Nos tocó la hermosa y emocionante misión de sumarnos a la defensa de los judíos de la Unión Soviética, bajo el lema “Dejad salir a mi pueblo”.

El Comité Organizador fue obra de  los miembros del X1, pero también de otros dirigentes comunitarios. Fue integrado por personalidades de la política, del intelecto y de la ciencia. Realizamos tres reuniones internacionales con asistencia de brillantes figuras. Aún recuerdo la emoción que nos produjo en una de esas reuniones, oír a Bayard Rustin, el más cercano colaborador de Martin Luther King, entonando con un vozarrón de bajo y en forma de spiritual, “Ley my people go”. O la sorpresa de que la gran declamadora argentina Berta Singerman, que estaba en Caracas para varios recitales en el teatro Municipal, se enterara por la prensa de un Congreso de Mujeres por los Judíos de la Unión Soviética, y se presentara espontáneamente en nuestra reunión del Hotel Ávila para recitar en idish un canto a la libertad.

Formar equipo con Marianne, aprender de ella, intercambiar ideas, reírnos o preocuparnos, se fue haciendo una amistad que trascendió la misión que nos tocó asumir. La guerra de Yom Kipur en 1973, fue un tour de force para la Oficina de Derechos Humanos de la CAIV. Recibíamos apoyos pero también desencantos. Fue muy estimulante ver a una comunidad volcada en querer ayudar, en ser útil para Israel desde la lejana Venezuela.

Marianne siempre fue una convencida de la necesidad que teníamos los judíos venezolanos de perdurar, de que se divulgaran los aportes que habían hecho al país tanto los nacidos aquí como los que llegaron como inmigrantes. Así nació la iniciativa de grabar los testimonios de miembros destacados de nuestra comunidad que son un legado invalorable para las nuevas generaciones y para la historia misma de Venezuela.

Con ese mismo propósito emprendimos en abril de 2002, un viaje a Chicago y Nueva York para visitar museos judíos en ambas ciudades y tomar ideas para la creación de uno en Caracas. Fue un grupo extraordinario: Marianne y Dita, Julia Cohen, Ilana Beker, Anita Figa, Rebeca Lustgarten, Fanny Cohen. Mientras estábamos en Nueva York conocimos los trágicos sucesos del 11 de abril y al regresar a Caracas el día 13, el  sorprendente desenlace. El Museo quedó como un proyecto inalcanzable.

Ese mismo  año,  durante el paro petrolero de diciembre y parte de enero de 2003, mis pocas salidas de casa eran casi todas para visitar a Marianne. Conversábamos, disfrutaba de los deliciosos postres que mi querida amiga preparaba porque parte de su arte de vivir era la cocina. Marianne era pesimista sobre el futuro, pero no solo del paro y de Venezuela, sino también de Israel como una democracia multirreligiosa.  Yo era siempre la  optimista. Al recordar nuestras charlas de esos días, y con el paso del tiempo, me convenzo de que los optimistas somos quizá más felices pero los pesimistas tienen la razón.

En noviembre de 2004 , la comunidad judía y la opinión pública venezolana quedaron impactadas por al allanamiento policial al Centro Social, Cultural y Deportivo Hebraica y al Colegio Moral y Luces, que funciona en el mismo espacio físico. Ocurrió a las 7 de la mañana cuando llegaban los autobuses con los niños que comenzarían su jornada escolar. Preparamos un documento de protesta y con la ayuda de amigos no judíos, obtuvimos más de 300 firmas. El documento fue publicado en la prensa. Por esos días ya aparecían sobre todo en la prensa internacional, noticias sobre la conmemoración mundial de los 60 años de la liberación de Auschwitz, el 27 de enero de 2005. Marianne y yo coincidimos en que sería una oportunidad extraordinaria para denunciar, aunque de manera indirecta, toda manifestación de antisemitismo oficialista en nuestro país.  Formamos un comisión de lujo para organizar la conmemoración, trabajamos varias semanas. Tuvimos la ayuda invalorable que se prolonga hasta el día de hoy, de Nelson Rivera, el brillante periodista que está a cargo del Papel Literario de El Nacional.

El acto fue tan concurrido que la Unión Israelita de Caracas fue insuficiente para albergar a tanta gente y la circulación de vehículos en los alrededores de San Bernardino colapsó. Ha sido quizá el acto más importante que realizó la comunidad judía venezolana en toda su historia.

De ese acto trascendental quedaron como testimonio para la posteridad cinco pequeños libros, dos de ellos que recopilan los artículos y noticias de prensa relacionados con la conmemoración. Uno dedicado a la investigación de los periodistas venezolanos sobre el Holocausto, otro a los testimonios de sobrevivientes radicados en Venezuela y uno a la participación del filósofo español, Manuel Reyes Mate, en el acto conmemorativo y en actividades de difusión.

De las emociones vividas con nuestro trabajo para conmemorar la liberación de Auschwitz, nació en octubre de 2006, con el apoyo de Dita Kohn de Cohen y su familia, Espacio Anna Frank.

Marianne tuvo la idea de las Cinetertulias, el primer sábado de cada mes, con un público que ha ido creciendo ahora bajo la dirección de Ilana. También el proyecto de conmemorar cada 27 de enero, fecha que la ONU eligió para el recuerdo a las víctimas del Holocausto. Se haría con un concierto. Tengo muy presente que la angustia de Marianne por organizar ese evento y que fuese exitoso, comenzaba tres meses antes del mismo. Le ha correspondido a Ilana, la segunda hija de Marianne, proseguir la tarea de su mamá y la ha engrandecido de tal manera que es motivo de orgullo para todos quienes asistimos al nacimiento de esa Institución.

El 1 de febrero de 2015, después de un exitoso concierto para recordatorio de las víctimas de la Shoá, le escribí a Marianne: “Me faltan palabras para describir las emociones del concierto. La obra de Teruel, especialmente, me dejó impactada Pero todo sin excepción fue hecho con amor. Has logrado algo maravilloso, casi mágico, que es motivar a una cantidad de artistas para que sean parte de un sentimiento de responsabilidad colectiva y universal ante la Shoá. Venezuela sigue siendo única y tu única dentro de Venezuela. Me enorgullece cada día más ser tu amiga”.

Visité a Marianne tres días antes de su partida, le llevé el regalo de cumpleaños que sería el 1 de julio. Mi inolvidable amiga era -quizá por primera vez- optimista con la evolución de su enfermedad. Dejó un vacío imposible de llenar, el que dejan los seres trascendentales e irrepetibles. La obra que se presenta hoy es un reencuentro con quien era no solo una intelectual de primera línea, sino además una judía plenamente convencida de que su paso por el mundo tenía un sentido y era un compromiso con su pueblo. Gracias de nuevo, a los hijos y hermanos de Marianne, por permitirme describirla como el ser extraordinario y la amiga insustituible que fue.


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