Mariana Enríquez / DPA

Por XENIA GUERRA

La destreza narrativa de un niño produciendo la experiencia de un adulto. Así parecen construirse los doce relatos de Las cosas que perdimos en el fuego (2016) de la escritora argentina Mariana Enríquez. En este texto el extrañamiento no pretende ser un artificio que moviliza las historias porque en ellas lo extraño constela como una naturaleza de lo torcido,  lo oscuro, lo animal. Condiciones adjetivas que tanto nos pertenecen como sujetos aun con todas las acrobacias institucionales o clínicas que quieren borrarlas en lo normal.

La voz narrativa en cada uno de los relatos expone lo que va a suceder sin el tradicional suspenso ni expectativas de las historias de terror, la tensión que producen los relatos está en la posibilidad de que lo que se está narrando no esté sucediendo, pero sucede.

Era el chico del patio del vecino. Tenía marcas de la cadena en el tobillo, que en unas partes sangrado y en otras supuraba infección. Cuando escuchó su voz, el chico sonrió y ella le vio los dientes. Se los habían limado y tenían forma triangular, eran como puntas de flecha, como un serrucho. El chico se llevó la gata a la boca con un movimiento velocísimo y le clavó los serruchos en la panza. Eli gritó y Paula vio la agonía en sus ojos mientras el chico escarbaba su vientre con los dientes, se hundía en las tripas con nariz y todo, respiraba dentro de la gata que se moría mirando a su dueña, con ojos enojados y sorprendidos. Paula no huyó. (p. 152)

Los narradores de los diferentes relatos se explayan a contar lo que usualmente se nos presenta elíptico por escabroso de una manera explícita y concreta porque como posibilidad de lo real no necesita ser anunciada para presentarse. La depresión, las prácticas de narco brujería, la juvenil desidia sociopolítica, las desapariciones fantasmales, las deformaciones físicas y otras ficciones con toda su potencia de realidad contadas sin temblores ni ornamentos, con la ingenuidad infantil de una voz narrativa espontánea y dispuesta a elidir cualquier atisbo melodramático frente al desocultamiento, porque la ingenuidad infantil poco tiene que ver con la estupidez. Los narradores que construye Enríquez se encargan de volver inoperante el horror como espectáculo del lenguaje para aprehenderlo como enigma en el mismo lenguaje que nos exige el juego abierto de saltar su brecha entre la explicación y lo explicado. En la posibilidad de caer se instalan los relatos de Las cosas que perdimos en el fuego.

Lo que se percibe en la narrativa de este texto de relatos de Mariana Enríquez es una nueva relación con el terror en la literatura, esto es, un terror que no está muy interesado en seguir las marcas estéticas de un género, sino de una escritura que piensa el terror en la forma contemporánea del desamparo y la criminalidad.

En el relato homónimo del libro el terror no lo produce el rostro quemado y deforme de la mujer que mendiga en el metro de Buenos Aires ni las hogueras que las mujeres encienden para protestar quemándose a sí mismas, sino en la indiferencia naturalizada frente a la violencia en y hacia las mujeres. La transmisibilidad de una tensa calma en la escritura que piensa la atmósfera de saciedad frente al terror como fenómeno físico en la fractura del orden porque, más allá de la destrucción del otro, los cuerpos se disciplinaron para asumir la propia autodestrucción:

Silvina participó de su primera hoguera en un campo sobre la ruta 3. Las medidas de seguridad todavía eran muy elementales; las de las autoridades y las de las Mujeres Ardientes. Todavía la incredulidad era alta; sí, lo de aquella mujer que se había incendiado dentro de su propio auto, en el desierto patagónico, había sido bien extraño: las primeras investigaciones indicaron que había rociado con nafta el vehículo, se había sentado dentro, frente al volante, y que ella misma había dado el chasquido al encendedor. Nadie más: no había rastros de otro auto –eso era imposible de ocultar en el desierto–, y nadie hubiera podido irse a pie. Un suicidio decían, un suicidio muy extraño, la pobre mujer estaba sugestionada por todas esa quemas de mujeres, no entendemos por qué ocurren en Argentina, estas cosas son de países árabes, de la India. (p. 191) 

Uno de los procedimientos más usuales del discurso hollywoodense ha sido el terror como imágenes de lo irreal por pertenecer al mundo de la imaginación. Sin embargo, ¿no es la imaginación un hilo tenso del pensamiento, ese que produce lo real? Mariana Enríquez reconoce que entre la imaginación y lo real el hilo en tensión está ardiendo. El fuego de la consumación humana de deseos, temores, culpas, vergüenzas. Los relatos de Las cosas que perdimos en el fuego arden por el estallido de múltiples imágenes en una narración donde lo inimaginable no puede sino rendirse ante esos destellos de iluminación sobre lo posible.


Las cosas que perdimos en el fuego. Mariana Enríquez. Editorial Anagrama. España, 2016.


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