ENRIQUE MOYA Y MARÍA KODAMA, SUECIA, 1999

Por ENRIQUE MOYA

“Se sintió libre flotando en la eternidad,

sin apoyos, sin los engaños del cuerpo.”

 María Kodama, Leonor (1)

Leemos con perplejidad en la prensa porteña que María Kodama, viuda, albacea, promotora, preservadora y, en última instancia, guardiana del legado literario de uno de nuestros autores más queridos, muere sin haber dejado un testamento ni indicaciones por escrito sobre qué hacer con ese legado magnífico. El abogado que la representaba en vida ha pedido a un tribunal de Buenos Aires que decida con urgencia dar comienzo al proceso de sucesión. Así gana tiempo hasta averiguar si el documento está en algún lugar bajo muchas llaves o si se trata de un acto de descuido, de presunta irresponsabilidad de parte de la ahora difunta. Otro periódico de ese país señala además que al no dejar testamento, cinco sobrinos de la señora Kodama, sin ninguna relación con la literatura (y, hasta donde se sabe, tampoco con ella, que gustaba de ir sola por la vida) reclaman la herencia del más universal de los escritores de este continente. Por el relato hasta ahora conocido en este proceso hay mucho de Kafka y poco de Borges.

Legado, lides y litigios

Conocí a María Kodama a principios de los noventa del siglo pasado en Buenos Aires. Yo buscaba una entrevista para conversar sobre el autor argentino y sobre los desafíos que ella tenía por delante con su legado. Todavía estaba fresca en la memoria colectiva de la Argentina, y sobre todo porteña, la muerte del autor de El Aleph. Tanto es así, que a lo largo de los diez años que siguieron a su muerte la Feria del Libro de esa ciudad convocaba a algún panel de escritores y críticos para disertar sobre el tema “Cómo sobrevivir a Borges” o algo de nombre similar, que reflejara esa inmanencia en el ser argentino de un autor considerado más que trascendental por sus compatriotas. La idea era dejar de manifiesto que su desaparición física no tenía el significado que usualmente damos a la muerte; dejar sentado que él seguía presente en el ambiente, no sólo literario de Buenos Aires sino de todo el país.

Los noventa fueron una época tormentosa de la historia socioeconómica de la Argentina en la que llegaron a circular al mismo tiempo tres monedas de curso legal: el peso, el austral y, el eterno dueño de su economía, el dólar, además de otros papeles que fungían de bono-moneda creados por las provincias para pagar a los empleados públicos y paliar la inflación que en el interior del país era mucho más temible. A principios de esa década, María Kodama aún no tenía idea clara de qué iba a hacer con el legado recibido; seguía con la espada legal en alto, aunque indecisa y agotada por la avalancha que se le había venido encima un minuto después de que el 14 de junio de 1986 un hospital ginebrino hubiera declarado legalmente muerto a un ciudadano argentino de nombre Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo. No había aterrizado la noticia en los titulares de los periódicos porteños cuando empezó a recibir palos desde muchos frentes: por parte de los escritores de su país, que ponían en duda con argumentos su papel de albacea, o por quienes envidiaban que fuera ella y no ellos quienes tomaran el testigo del más grande de los autores argentinos. Y, desde luego, palos de los familiares de la hermana del escritor, Norah, por los derechos que consideraban usurpados y que afirmaban tener sobre las pertenencias materiales y literarias de Borges. Su abogado de aquel entonces, de nombre Mario Benedetti, era un cruzado de las causas de María Kodama y al final le hizo ganar todas las batallas legales ante familiares, escritores demandados por difamación y editoriales que, en voz baja y en conversaciones privadas, no querían reconocer que eran ahora los bolsillos de esta mujer menuda y de apariencia frágil, donde debían depositar los royalties y demás ganancias de una obra vasta traducida a múltiples idiomas. Para la mayoría de ellos, Kodama era por sí sola una afrenta inaceptable a la inteligencia, no una albacea literaria.

Es en esa época de fragilidad, inseguridad y litigios en la que conozco a María Kodama, quien muestra interés por conocer enfoques distintos de personas no involucradas en los conflictos surgidos tras la muerte del autor. Los objetivos de la Asociación de Amigos de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges los redactamos ella y yo en una semana de diciembre de 1994, en la que desde entonces ha sido sede oficial de la fundación en la calle Anchorena 1660. La fundación ya había sido registrada legalmente en el año 1988, pero Kodama no estaba satisfecha porque sonaba “demasiado jurídico”; quería algo que se acercara más a la gente y también a sus bolsillos: era esencial recaudar fondos para la fundación. Ella exponía sus aspiraciones y yo las transcribía en el tono institucional que requería el caso (2) y le sugería cómo proceder en diversos asuntos relativos a las organizaciones culturales privadas de alcance internacional. Después el abogado ajustaría las modificaciones al sistema legal argentino. En todo caso, los objetivos de una asociación o fundación son enunciativos y sobre esa enunciación, que era de carácter literario o cultural, estaría basado el trabajo de quien dirigiría la institución. Mi intervención en este asunto se produjo debido a que ella, luego de tantos juicios enfrentados y por enfrentar, tras tantos cuestionamientos desde los medios de comunicación, no se fiaba de nadie en la Argentina, excepto de un reducido grupo de amigos no ligados a la literatura que intentaban aconsejarla en aquello de lo que ellos mismos no tenían conocimiento y que carecían de la mano zurda requerida para tratar con borgeanos y borgesianos (3) de lengua afilada. A las preguntas de periodistas de su país, Kodama no respondía o respondía con exceso de recelo, se sentía acosada e injustamente tratada por los principales diarios nacionales. Y yo, un foráneo que conocía la materia, entrenado en asesorar y organizar fundaciones, asociaciones culturales sin fines de lucro, etc., en mi lugar de origen, Venezuela, y que no estaba metido en el infierno porteño de los escritores, resulté ser una aparición más que oportuna. Pero esto no era algo raro en ella, o algo que me haya sucedido a mí en exclusiva: a todos los admiradores de Borges o fanáticos extremos del autor en todo el mundo que se le acercaban y le transmitían cierta confianza, no tenía reparos en pedirles cualquier tipo de ayuda. Y los fans, encantados de colaborar como si fuera el difunto desde su tumba en el cementerio de Plainpalais quien hubiera ordenado la tal o cual misión.

Decisiones, polémicas

Por esas fechas, la primera decisión propiamente editorial y de importancia que María Kodama toma respecto a la obra de Borges tenía la apariencia de un capricho; de un porque sí, de un porque puedo y punto. Otros la percibieron como la avaricia de una mujer con ganas de hacer dinero con la obra de un autor a quien el dinero no le importaba; los restantes lo consideraron un insulto a la memoria y los deseos del escritor. Se trataba de la reedición de tres libros que Borges consideraba no eran del Borges que él en ese momento representaba. Y expresamente había declarado más de una vez que no quería que fueran reeditados. Me refiero a los libros Fervor de Buenos Aires (1923), El tamaño de mi esperanza (1926) y El idioma de los argentinos (1928); el orden preciso en el cual fueron publicados no lo recuerdo ahora. Pero esta decisión poco reflexionada de María Kodama, desde el punto de vista del timing, alborotó de nuevo el avispero de sus detractores. Y el pequeño espacio de calma, luego de ganar los juicios que le iniciaron a ella o que ella inició contra otros, desapareció. La guerra estaba de nuevo servida, y de forma virulenta. Se criticaba, por ejemplo, el hecho de que ya que fueron publicados en oposición del autor ahora difunto, al menos tuvieran un estudio que les diera contexto, que explicara por qué Borges no quería verlos reeditados. Sin duda la pregunta era válida y se hacía menester responderla.

Y también otras conexas igual de válidas: habiendo tantas cosas que ordenar, que organizar y hacer en una fundación que no terminaba de arrancar, ¿por qué empezar yendo contra la voluntad expresa del escritor, a quien ella decía amar y defender?, ¿por qué empezar con una decisión de alto octanaje editorial si ella sabía que iba a ser firmemente replicada?, ¿hasta dónde es posible para un heredero pasar por alto la intención manifiesta de un autor sobre aquello que no quiere reeditar o que salga a la luz? Este tema es de largo aliento e, incluso, en los países europeos con gran tradición literaria, hay copiosa jurisprudencia en un sentido o en el otro. En una entrevista a dúo con el periodista y crítico literario argentino Miguel Russo y este servidor, Kodama no quiso contestar a la pregunta de por qué había decidido reeditar estas obras. Su respuesta fue: “Si la entrevista trata sólo sobre eso…”, dando a entender que esta podría darse por terminada. Días más tarde me comentó en privado: “¡Imagínate si Max Brod le hubiera hecho caso a Kafka!”.

La segunda decisión, sin sentido aparente y un tanto arriesgada, que Kodama quería impulsar en ese entonces, era el de la obra completa de Borges con “variante de textos”. En otras palabras, editar, por ejemplo, todas las versiones de El Aleph (o de toda su obra poética) desde los primeros borradores hasta la versión definitiva publicada. Ella pensaba que sería una buena idea dirigida a académicos y estudiosos. Ninguna editorial, que yo sepa, quiso implicarse en serio en esta especie de Biblioteca de Babel o Libro de arena a la cual ella quería dedicarle toda su energía (4). Y menos Emecé Editores, que había publicado las obras completas de Jorge Luis Borges siguiendo los dictados precisos del autor y que hacía pocos meses había sacado una vigésima edición. En este sentido, y a propósito del asunto de las obras completas con “variante de textos”, salieron a relucir delicados temas de dinero que ahora no preciso bien; pero sí evoco una cifra que se mencionaba entonces: un millón de dólares por una mudanza editorial.

Aparte de lo antieconómico que resultaban las obras completas con variante de textos, era claro que ella, en ese momento, no estaba tomando en cuenta los procedimientos de la investigación académica, en los cuales los investigadores van a las fuentes; quieren ver los manuscritos, leer las anotaciones al margen, escudriñar a través de la letra del autor las dudas y resoluciones; observar las contradicciones que genera un texto en construcción en las tachaduras, la variación de una frase o la simple transferencia de un adjetivo por otro; descubrir cosas que en un libro editado, precisamente, no aparecen. Por supuesto, se podría haber sacado una edición facsimilar, como se hace con los incunables o libros raros, pero eso hubiese sido aún más costoso y sólo los coleccionistas de amplios bolsillos o las universidades de la Ivy League hubieran podido adquirir.

La gente ligada a los medios, a la crítica, a la academia y la mayoría de escritores de renombre, fuera en privado o en público, de nuevo empezaron a objetar la idoneidad de María Kodama, su carencia de preparación; a señalar su falta de respeto, su oportunismo, su ignorancia sobre el contenido y la poética de la obra bajo su custodia. Dos pesos pesados, que en la Argentina no podían tomarse a la ligera, vinieron a cuestionar su carencia del pedigrí indispensable para ser la albacea de la obra de un gigante literario. Me refiero a Adolfo Bioy Casares y María Ester Vásquez, finas plumas de las letras argentinas con mucha ascendencia en la opinión pública que, cuando se trataba de María Kodama, solían ser feroces, venenosas, crueles. Tanto María Esther Vázquez como Adolfo Bioy Casares ejercieron el sacerdocio en el descrédito a Kodama; ambos, ahora difuntos, siempre aseguraron ser testigos presenciales de lo que afirmaban; aseguraban que la verdad se encontraba en cada línea de lo que escribían o decían. Vázquez, en su libro Borges. Esplendor y derrota, además de las entrevistas que concedió con motivo de la aparición de ese libro, la acusa de múltiples delitos. Y Bioy Casares, a quien quisiera entrevistar, se tocara el tema de su relación con Borges o no, le daba una lección de lo que él pensaba acerca de María Kodama. Sus acusaciones no sólo las leí en periódicos y libros, me las contó él en una entrevista, a mediados de los noventa, en su mansión de Posadas al 1650, cerca del cementerio de la Recoleta. También Vázquez, a quien le hice una entrevista a propósito del libro mencionado recién salido de la imprenta en 1996.

Ahora bien, vistos en detalle, los cuestionamientos a María no pertenecían al espacio de la literatura, estrictamente hablando; eso hubiese sido otorgarle a ella un estatus que, según sus oponentes, no tenía. Los ataques más enconados se dirigían a lo personal. Tenían relación con la forma en que contrajo matrimonio por poder con el escritor muy poco antes de su muerte; a su no pertenencia a l’élite, a los apellidos, que rodearon la vida del autor; el haberse llevado a un Borges enfermo a Ginebra; haberlo separado, según ellos, de sus amigos; en resumen: de haberse apropiado de él y haberlo llevado a morir lejos de su tierra; de haberlo sepultado bien lejos del panteón nacional argentino de la Recoleta. Desde el presidente de la nación hasta la gente de a pie pensaban que su nombre tendría que estar brillando junto a las grandes luminarias de su historia nacional que descansan en esa especie de urbanización post mortem de la gente que realmente importaba e importa en la República Argentina. Y para la inmensa mayoría de los argentinos, la responsable de que esto no fuera así era, es y será siempre María Kodama. Por supuesto, había muchos más reproches, la gran mayoría ligados al chisme pedestre y al rumor malintencionado.

Considerando que muchos de ellos se le echaron encima, Kodama no tenía ningún aprecio por los intelectuales argentinos. Hubo, sin embargo, dos excepciones que salieron a relucir en mis conversaciones con ella: Ana María Barrenechea, gran intelectual y estudiosa de la obra de Borges, que creo fue invitada por la Fundación en diversas ocasiones como conferencista, y Beatriz Sarlo, con quien, hasta donde sé, no tenía relación profesional ni de amistad, pero de la cual María decía ser una de las mujeres más inteligentes de Latinoamérica.

Kodama, luego de agarrarle el gusto a los tribunales –fuera del tema Borges–, no hablaba sino a través de sus abogados. Y aunque logró que la dejaran en paz desde el punto de vista de las calumnias o las expresiones ligeras en la prensa, no fue, obviamente, lo más acertado en términos de relaciones públicas. Se convirtió, según el dicho del autor argentino Pablo Katchadjian –que ella llevó a los tribunales por El Aleph engordado (5)–, en una “Litigante serial”. Así, por injusto que sea o parezca, la muerte de ella acaso sólo causará pesar en sus amigos más cercanos; los restantes, incluidos los sobrinos, sólo estarán pendientes de la herencia, de qué va a pasar ahora con la obra de Borges y cuánto va a corresponder a cada quién. Y, a propósito de ello, me permito la siguiente digresión: si el patrimonio pasa al Estado, que también podría suceder, las primeras decisiones no son de difícil predicción: preparar la Recoleta para recibir a un huésped largamente esperado; decretar Patrimonio Nacional la obra del autor y así impedir la salida del país de manuscritos y demás pertenencias. Dicho de otra manera: dos decisiones en oposición a la voluntad de la difunta María Kodama, que quería a Borges en Ginebra y a su obra en alguna universidad norteamericana o europea.

Dos entrevistas y últimos encuentros

Antes de mudarme de la Argentina para Escandinavia, trabajé en otro proyecto de Kodama: se trataba de montar una estructura compleja que María bautizó como la Biblioteca de Babel para ser exhibida de modo itinerante en muchos lugares del mundo. Yo estaba encargado de realizar este proyecto en Venezuela y, si rememoro bien sus dichos, un proyecto similar  ya se estaba desarrollando en Ecuador. La idea era instalar esta estructura en un museo –probablemente el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas o a la Galería de Arte Nacional de Venezuela– y añadir libros de Borges, primeras ediciones y textos manuscritos, citas escogidas en letra grande para colocar en las paredes, además de montar un tipo de performance relativo a El Aleph, si mal no recuerdo. La estructura, según el boceto que dibujó María mientras hablábamos, recordaba la forma arquitectónica del Museo Guggenheim de New York y en su interior iba a contener un laberinto que hacía recordar a las paradojas de Escher. Al respecto, tuve una conversación con el escritor venezolano y amigo personal Rafael Arráiz Lucca, en ese momento viceministro de Cultura de Venezuela. Al final, los costos eran considerables y el proyecto no era realista en una economía venezolana en huida hacia el desastre: cien mil dólares sólo la exposición, además de los honorarios para Kodama, un asistente y un curador que representaban veinte mil dólares más, sin contar el pago a las aseguradoras. Mi intervención desde el principio fue y sería siempre, para este y otros asuntos, totalmente ad honorem.

Ya lejos de la Argentina, nos encontramos un par de veces más. Una vez en Caracas, en 1999, que la acompañé en el metro, pues tenía miedo de usar ese medio de transporte; ella lo imaginaba similar al de Buenos Aires, sucio y peligroso (luego comentó: “¡Ah, pero si es mejor que el de París!”). Había sido invitada a ir a Venezuela, ignoro por qué institución, pero el escritor hispanovenezolano Atanasio Alegre fungía en ese entonces como su anfitrión. Luego nos encontramos de nuevo ese mismo año en la Biblioteca de la Ciudad de Malmö, en un homenaje que los intelectuales y escritores escandinavos le rendían al autor argentino por los cien años de su nacimiento. Asistieron narradores, poetas y críticos de Dinamarca, Islandia, Noruega y Suecia. Por Latinoamérica éramos cinco los invitados: el argentino Marcos Ricardo Barnatán, el uruguayo Roberto Mascaró, el colombiano Víctor Rojas, María Kodama y quien firma estos apuntes de memoria. El evento se llamó Borges och Vie (Borges y nosotros), organizado por el gran poeta y traductor sueco Lasse Söderberg con el apoyo de varias instituciones suecas.

A María Kodama le hice dos entrevistas. Una para un encartado literario Verbigracia del diario El Universal de Venezuela, con motivo de los diez años de su desaparición física, y otra para el Morgunblaðið (Diario de la mañana) de Reykjavik, con motivo del centenario del nacimiento de Jorge Luis Borges en 1999, que el gobierno de Islandia quería festejar teniendo a Kodama como invitada. Al final, creo, el festejo sólo fue posible realizarlo en el 2000. Mi entrevista a Kodama, en todo caso, fue publicada en el Morgunblaðið el 18 marzo de ese año.

Lo que Borges no dijo, pero pudo haber dicho… o viceversa

En lo público y privado, Jorge Luis Borges fue casi la misma persona: generoso, educado, cordial, genial, humilde y para nada mezquino; con ideas políticas más inclinadas al pasado glorioso de sus ancestros, militares de renombre histórico que de una contemporaneidad que en Latinoamérica, poco a poco, se dirigía hacia los gobiernos con eslóganes de izquierda que a él le causaban la misma alergia que el peronismo de su entonces (6). Su ceguera le ofrecía las virtudes y los defectos para calibrar el estado del mundo, ese que aparece intervenido por su pluma de alcance universal y en el rico anecdotario local que dejó entre amigos, conocidos y extraños en su ciudad natal. A muchos que pasaron por su residencia los usó de amanuenses para sus historias, pues él, ciego, ya no podía escribirlas. Esa es la razón por la cual todo el mundo en Buenos Aires se atribuye haberle ayudado a escribir tal o cual relato; los escritores más cercanos que pasaban por su casa, en efecto, no se iban sin antes tomar esa especie de dictado. Algunos de los viejos kioskeros de la vecindad cuentan anécdotas geniales del Borges que pasaba con su bastón por una esquina de venta de periódicos, revistas y chucherías; eso sí, “con variaciones de textos”, porque cada kioskero tenía una versión personal sobre las mismas anécdotas. En mi vivencia porteña pude recolectar muchas de estas con sus giros diferenciados y particularidades.

Las relaciones privadas entre María Kodama y Jorge Luis Borges fueron un misterio, como todas las relaciones de pareja donde el afecto y la necesidad priman por igual, donde la convivencia y la cotidianidad dictan sus propias reglas desconocidas para los demás. Quienes la acusaron de manipularlo, de causar enemistad con los amigos más cercanos del escritor, de maltratarlo físicamente y de llevarlo a morir lejos de su país, puede o no que estuvieran en lo cierto. Ante esto, María respondía con convicción y mirando sin pestañear a los ojos del preguntador: Borges quiso morir lejos de Argentina; su deseo fue ser enterrado en Ginebra. Borges no quería ir a las comidas de Bioy (Adolfo Bioy Casares) o de otros porque sólo lo utilizaban como corrector de sus textos. Borges no quería que, luego de su muerte, estas personas se apropiaran de su obra. Yo amaba a Borges y el a mí, ¿cómo podría haberle hecho daño?

También los autores geniales tienen sus zonas grises, sus maneras de decir las cosas en privado. Puede que Borges, en efecto, como quien no quería la cosa, le comentara todo eso a su pareja. Puede que fuera su hábil manera de designarla como férrea ejecutora de esa voluntad sin él poner en peligro su relación personal con amigos y conocidos; sin exponer su prestigio ante borgeanos y borgesianos; sin arrojar sombras del Borges persona sobre el Borges escritor. De cara al mundo, él tenía una reputación que conservar para la posteridad. Ella, fuera del aura gigante de Borges, era una imagen apenas visible detrás de la voz poderosa de un autor universal.

Y sí, puede ser que el legado magnífico de Jorge Luis Borges le quedara demasiado grande a María Kodama. Pero… ¿y a quién no?


Notas:

1 Mujer y poder en la literatura argentina, Gwendolyn Díaz (antóloga). Emece Editores, Buenos Aires (2009). Relato Leonor de María Kodama, p. 260

2 Los objetivos de la Asociación de Amigos de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges aparecen en mis viejas notas; cito los dos primeros objetivos fundamentales, tal como lo escribimos ella y quien suscribe en diciembre de 1994:

-Apoyar financieramente a la Fundación Internacional para el logro de sus objetivos académicos e institucionales.

-Realizar actividades para recaudar fondos tanto en la Argentina como en el exterior.

3 Aunque no hay una clarificación definitiva sobre ambos significados, los términos borgeano y borgesiano en la práctica, según mi experiencia, se usan de esta manera: Borgeano o borgiano: término para referirse a lectores, admiradores o fans de su obra, incluso para con autores que escriben a la manera de Borges. También para aludir a ciertas características de similitud entre la ficción de Borges y un evento de la realidad, del mismo modo en que se usa, por ejemplo, “kafkiano”. Borgesiano: término usado sobre todo por académicos, estudiosos y especialistas para aludir a su obra y/o poética.

4 Hubo, eso sí consta, conversaciones con Seix Barral sobre este asunto.

5 En mis tres viajes a Islandia pude constatar la admiración que sienten por Borges en esta nación de antiguas leyendas y de tradición poética milenaria. En ese país Borges es apreciado como si fuera un autor islandés. Y él, por su parte, dedicó varios poemas y un agudo ensayo sobre la literatura islandesa en un libro de referencia obligada para los investigadores del tema: Literaturas germánicas medievales; texto importante en el acervo bibliográfico para este tipo de estudios en las universidades escandinavas.

6 A propósito de El Aleph engordado, escribí un relato en la década de los noventa que titulé El relato de arena. Este relato salió publicado casi al mismo tiempo en el archivo del Centro Borges de la Universidad Aarhus de Dinamarca y en el diario El Universal de Venezuela el 31 de diciembre de 1995. El cuento trata sobre la búsqueda de El libro de arena, que el Borges personaje del cuento homónimo dice haber escondido en la Biblioteca Nacional de Argentina, entonces situada en la calle México de Buenos Aires. Habiendo escapado de la implacable espada legal de María Kodama, El relato de arena reposa desde hace años en los servidores del Centro Borges de la University of Pittsburgh: https://www.borges.pitt.edu/sites/default/files/Moya.pdf

7 Con “el peronismo de su entonces” deseo referirme al peronismo más de izquierda-populista de ese momento, pues en otros, el peronismo ha coqueteado con todo el espectro político, desde la izquierda hasta la derecha. Así, la pregunta sobre Qué es el peronismo, sigue sin ser eficientemente respondida. A Borges se le atribuye esta sentencia: Los peronistas no son ni buenos ni malos, son incorregibles.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!