Ochoa
Nela Ochoa en el CAAM / Nacho González Oramas

Por NORA NAVARRO

El afán de desentrañar la materia de la que estamos hechos los seres humanos, entretejidos de genes, sueños, ritos y preguntas, encauzó la investigación artística de la creadora Nela Ochoa (Caracas, 1953), referente del arte contemporáneo en Venezuela, hacia la búsqueda de nuestra esencia molecular bajo distintos prismas creativos. Desde la década de los 80, su mirada multidisciplinar conjuga los ámbitos de las ciencias y las artes para intervenir artísticamente radiografías reales e identificar patrones universales comunes, pero también fracturas sociales abiertas, desde los cuerpos abaleados en la violenta crisis que asuela su país natal a la mutación de los ecosistemas marinos en un océano contaminado.

Afincada en Santa Cruz de Tenerife desde el pasado 2017 y distinguida con el Premio Armando Reverón Arte Multimedia otorgado por la AVAP (Asociación Venezolana de Artistas Plásticos) ese mismo año, el imaginario multiformato de Ochoa combina la fotografía, la pintura, la danza, el videoarte, la instalación, la performance y la escultura, que desarrolla bajo la aproximación de los métodos de la ciencia y el arte para estudiar el cuerpo humano en su contexto social. En su última propuesta, la problemática medioambiental cimienta su reciente exposición Mar de fondo, que la artista inauguró el pasado octubre en el Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM), en Las Palmas de Gran Canaria (España), en el marco de su programa Artistas en Residencia, en el que fue seleccionada a través de una convocatoria pública anual junto con la joven artista zaragozana Natalia Escudero, con el objetivo de fraguar un proyecto artístico en el plazo de un mes.

La pieza que presta nombre a la muestra artística de Ochoa reconstruye el tsunami de la contaminación de los plásticos en el mar a través de un homenaje instalativo a La gran ola de Kanagawa, la icónica estampa japonesa del pintor Katsushika Hokusai, donde la artista reviste una lámina de gran formato de residuos plásticos en gradaciones de azul, blanco y negro, recogidos entre las islas de Tenerife y Gran Canaria. «La idea era reflejar esa enorme ola de plástico que se nos viene encima, pero también la posibilidad de utilizar un material dañino para crear belleza», indica la artista, quien planteó esta poética del deterioro ambiental desde una perspectiva insular, dado que, como parte de la diáspora masiva que sufre Venezuela en este último tiempo, Ochoa emigró a la isla de Margarita en 2011 junto a su marido, el escritor Antonio López Ortega, después de sufrir varios secuestros, robos y boicots, para luego poner rumbo, siete años después, a la isla de Tenerife, donde residen en la actualidad. A su juicio, las islas se constituyen como «una frontera acuática que, lejos de separarnos por mares de distintos nombres, nos unen e integran en el mundo».

Junto a esta instalación site specific, las obras Especies Milenium 1,2,3 y Exponja redondean esta exposición con un guiño al estudio de la genética, que centra la línea de investigación artístico-científica de Ochoa desde comienzos de los 2000 y que la artista define como «una llave del conocimiento oculta dentro de nuestros cuerpos». En ambas piezas, la artista reviste de ironía su denuncia social a través de los grafismos Especies Milenium 1, 2, 3, donde recrea especies marinas alteradas por la asimilación de residuos plásticos, metales y aluminios, como un pez con una espina dorsal conformada por anillas de latas o una medusa con filamentos de pajitas de plástico, toda vez que Exponja reproduce con pinturas, alambres y estropajos de variaciones cromáticas la secuencia genética de la conocida como esponja volcán o Caminus Vulcani, una especie marina en peligro de extinción en Canarias.

La artista revela que su «fascinación» por los estudios de la genética se remonta a sus primeras compilaciones e intervenciones de radiografías en los años 80, cuando «el cuerpo comenzó a transparentarse con las nuevas tecnologías y las imágenes electrónicas». «En los años 90 aparecieron las resonancias magnéticas y las tomografías, así que me fui metiendo más adentro hasta llegar al mundo de lo genético, que me sigue dando material de investigación y creación para tratar de entender de qué estamos hechos, cómo funcionamos, dónde está el alma o por qué estamos aquí», indica Ochoa, quien apunta que «desde las Cuevas de Altamira, la Humanidad está en eso: tratando de comprender y dejar huella».

Su búsqueda de espejos y respuestas incorporó el estudio de la genética a su obra plástica con recreaciones de distintas secuencias de genes utilizando materiales como la resina, hilos, látex o telas, que inauguró con la exposición ADN8A (1999), exhibida en la Sala RG en Caracas, donde descubre los gráficos de su propio ADN impresos en látex. Pero uno de los signos distintivos de su obra es elevar los patrones del cuerpo humano al marco global del macrocosmos a partir de sus radiografías intervenidas, como hiciera, entre otras muchas obras, en la pieza de videoarte Water Rituals (1993), exhibida en el New Museum de Arte Contemporáneo de Nueva York, donde los cráneos se transmutan en planetas.

Sin embargo, la artista aclara que «antes que la palabra está el gesto», ya que su fijación por horadar el cuerpo hasta la entraña se origina en su estudio de la danza contemporánea. A partir del diccionario gestual del filósofo y actor François Delsarte, Ochoa toma como punto de partida el gesto como lenguaje universal para cuestionar el comportamiento humano e interpelarnos desde distintas expresiones artísticas, como hiciera en la performance Mendiga (1999 – 2006), recogida luego como video-instalación, en la que recorrió las calles de Caracas, Miami y Basilea (Suiza) en la piel de una mendiga y haciendo entrega de tarjetas con la consigna: I could be You could be Me.

Pionera del videoarte en los años 80 en Venezuela, la naturaleza multidisciplinar de Ochoa suscitó algunos recelos en sus inicios. «Un joven crítico venezolano me dijo que tenía que decidirme por un único camino y yo le respondí que a mí nadie me paga por hacer lo que estoy haciendo. A mí me gusta abordar la misma temática desde distintas técnicas y disciplinas, porque me genera resultados diferentes», expone Ochoa, toda vez que recuerda que, diez años más tarde, el mismo crítico se acercó a ella y le dijo: «Menos mal que no me hiciste caso».

Actualmente, el amplio legado videográico de Ochoa cristaliza sus radiografías y secuencias genéticas exhibidas en museos de todo el mundo, desde Caracas a Miami, Berlín, Madrid, Sao Paulo o Basilea, donde transgreden el cuerpo y el gesto para dibujar una reflexión sobre las relaciones entre vida y muerte, masculino y femenino, paz y violencia, amor y miedo. Una selección de esta muestra se exhibió el pasado 2018 en la retrospectiva Nela Ochoa. Videos 1985-2006 en TEA Tenerife Espacio de las Artes, en su isla de residencia actual. «Esto fue lo que me pude traer, porque yo me vine acá con dos maletas», explica la artista, militante convencida pero desencantada de partidos de la izquierda, y que dejó atrás el grueso de sus obras de arte expuestas en museos venezolanos en pleno derrumbe. «El 2017 fue el año de la balacera espantosa, protestas, represiones y asesinatos. Pero a pesar de todo, los artistas siguen produciendo, organizan exposiciones y publican libros, pero todo es con las uñas y a sabiendas de que nuestros museos y patrimonio están ahora en el dolor», reflexiona. «Lo que sucede es que la gente que está creando no puede dejar de crear y en la adversidad es incluso más necesario crear. Pero una cosa es hacerlo en unas condiciones dignas y otra es que puedas ir preso por cualquier manifestación artística. Por eso, nos vinimos a Tenerife».

Con todo, la artista enfila el próximo 2020 con varios proyectos prometedores en Canarias y, a tenor de la muestra Mar de fondo, manifiesta que «este proyecto en el CAAM ha sido muy importante, porque es difícil renacerse cuando tienes esta edad y una carrera más o menos consolidada. Y digo más o menos, porque el arte siempre es empezar otra vez de cero».

Después de un breve silencio, mientras repasa las hileras de catálogos de exposiciones fraguadas en el transcurso de 30 años de trayectoria artística, suspira: «Una tiene la esperanza de que lo que hace sirve para tomar conciencia, pero, en última instancia, es una forma de devolver la cachetada».

*El Centro Atlántico de Arte Moderno fue creado en diciembre de 1989, justo hace treinta años. Su actividad de estímulo a las artes visuales y el pensamiento crítico está inscrito en el objetivo de propiciar el diálogo intercultural.


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