Alejandro Otero, Coloritmo en movimiento 6

Por SOFÍA MENESES

Una sorpresa

Se puede decir que es la costumbre en la obra de Alejandro Otero. Cada una de sus apariciones en Caracas, después de alguna de sus ausencias parisinas, ha sido de sorpresa. Así se diga que no puede sorprender lo que se espera, el caso de Otero es el que —así puede decirse— solo sorprendería que demostrara que es igual a sí mismo.

La sorpresa de estos días es la que se plantea en su exposición de la Galería Mendoza. La gente se acerca y se siente obligada a afirmar que lo que está viendo son recortes de periódicos teñidos, recortados, pegados y sabiamente colocados dentro de las cuatro líneas del marco.

¿Por qué sorpresa?

Para cualquier conocedor, así sea superficial, de la pintura moderna, no tiene nada de asombroso que una obra pictórica pueda haber sido lograda con retazos de periódicos, coloreados o no. Desde los momentos del cubismo —y aún antes— la técnica de los collages ha sido suficientemente utilizada por los más altos representativos del arte moderno. Picasso, Braque, Matisse, Juan Gris, Miró, todos los maestros modernos. El caso de Schwitters es ejemplar. Los trocitos de todos los mínimos documentos que rozan nuestra vida de hombres de hoy estuvieron incorporados a sus admirables construcciones.

La sorpresa que traen consigo los collages de Alejandro Otero se basa en que no parecía que estuvieran dentro de la línea inmediata comenzada justamente a su regreso de París.

Quien haya seguido lo que viene haciendo Otero

Durante más de cinco años, en tierra venezolana, Otero realizó la amplísima serie de sus Coloritmos. Aquellos juegos del color que surgían entre las líneas negras del cuadro llegaron a servir para que Romero Brest hablara de una concepción del mundo de acuerdo con la cual el artista demostraba que era prisionero. Romero Brest tiene asombrosa facilidad para hacer teorías. Pero Otero tiene capacidad para pintar por encima de cualquier teoría y de acuerdo con sus propios conceptos.

Con su partida a París, Otero termina la época de sus Coloritmos. Después de algunos meses de trabajo, envía a Caracas unos cuantos cuadros donde parece que hubiera la voluntad de comenzar desde el principio, el deseo de descubrir de nuevo los colores sin apoyo alguno. Entonces, los cuadros se llaman Hacia el blanco, por ejemplo. Y logra esas obras donde todo está como en estado de inocencia.

Un poco más tarde logra aquella serie que forma su exposición caraqueña de 1963. La serie donde están los guantes, la escoba, el alicate, incorporados al cuadro y, muchas veces, como simples volúmenes unidos por el color a la tela. Poco después, presenta en Caracas los ejemplos que podríamos llamar de postigos y cartas [serie Cartas sobre fondo blanco], la nueva serie de los collages sobre trozos de ventanas y puertas, sobre maderas de mesas antiguas.

Luego ha sido el salto de estos cuadros de ahora, donde el material utilizado es de retazos de periódicos teñidos con diversos colores.

La gente dice

“La gente” —y, entre la gente, los que escribimos para los periódicos— dice lo que le viene en gana. No falta entre la gente los que tienen “humor”; los que dicen, pongamos, por ejemplo, que la que presenta Alejandro Otero es la “única pintura que se puede leer”. Porque claro está que los trozos de periódicos que Otero colorea no dejan de tener las frases claras de los titulares, las palabras que dan nombre a las informaciones.

Pero, razonemos un poco

Pero, razonemos un poco. Lo que está haciendo Alejandro Otero es una expresión muy personal de muchas tendencias perfectamente explícitas dentro del mundo de la pintura contemporánea. Si aceptamos que el “objeto encontrado” puede incorporarse a la obra de arte (y de ello hay millares de buenos y malos cuadros) no tenemos por qué oponernos a que el posible objeto que se incorpora a la pintura sea un periódico, un trozo de periódico y menos aún que esos trozos de papel impreso estén reunidos dentro de un collage, después de que el pintor los ha teñido en diversas materias colorantes.

Decir que eso ha sido utilizado desde hace mucho tiempo equivaldría a afirmar que la pintura al óleo sobre tela no puede seguir siendo usada porque desde el Renacimiento para acá se ha usado demasiado.

Señalar que eso de llevar a la tela el objeto en sí, sin hacer lo necesario para crearlo una vez más mediante los pinceles, es un subterfugio que nos viene de los tiempos del surrealismo, del dadaísmo, es igualmente insignificante. También nos vienen de muy lejos las más finas técnicas y no tenemos ningún motivo que nos obligue a considerarlas mal.

En realidad, desde el punto de vista teórico no hay motivo que se oponga a que un artista realice ejercicios de composición, de juego de colores, de irrespeto al espacio, basado en el uso de papeles impresos, diversamente coloreados. Los problemas plásticos que puede ofrecer una tarea de esta índole son perfectamente conocidos y respetados por el público y los críticos contemporáneos, desde hace mucho tiempo.

Sin embargo…

Sin embargo, lo sorprendente en el caso de la actual exposición de Alejandro Otero es que no parece relacionado con sus anteriores “ejercicios” de los documentos antiguos y las maderas arrancadas a muebles viejos. Podía pensar cualquier espectador que Otero iba a llevar adelante lo que había iniciado, lo que no pocos críticos europeos consideraban incluido dentro de la corriente del por-art.

Si Otero venía incorporando a la obra de arte los elementos que le ofrecía la existencia (igual que ciertas obras de pop-art usan latas viejas, elementos de máquinas y utensilios destrozados) escogidos con singular gusto entre antiguos papeles que guardaban los signos de las caligrafías de otros siglos, podía hacer creer a cualquier individuo, a cualquier grupo, que iba a continuar limitando su intervención a la colocación de determinados elementos dentro de la composición.

No ha resultado exactamente eso

Otero continúa utilizando elementos que son muy semejantes a los anteriores. Sus cuadros continúan la línea del papel marcado por la mano del hombre. Simplemente han sucedido a las cartas teñidas por el tiempo, los periódicos recientes, en cuyas líneas el curioso puede encontrar un texto relativo a acontecimientos que ha vivido.

Pero hay una condición que diferencia la obra actual de la inmediatamente anterior. Y es la de que el pintor interviene antes de hacer el cuadro al colorear de diferentes maneras los trozos que va a utilizar luego.

La sorpresa

Allí está la sorpresa que anunciamos al iniciar este reportaje. El espectador de la exposición realizada en la Galería Mendoza se encuentra con una nueva forma del juego que lo desconcierta una vez más. Alguien se pregunta si esos collages de periódicos coloreados no pueden verse hasta como un regreso a las formas de abstracción geométrica que Otero abandonó hace unos cuantos años. Lo cierto es que esa “sorpresa” de su exposición actual demuestra la misma maestría, el mismo conocimiento, la misma sabia demostración que han tenido anteriores exposiciones de Otero.

Para no cambiar, esta de hoy es también sorprendente y admirable. Una excelente exposición. Una admirable demostración de maestría. Una estupenda sorpresa.


*Publicado originalmente en la revista Kena, Número 26, Caracas, noviembre de 1965.


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