Juan David García Bacca | Fundación Juan David García Bacca

Por MIGUEL ALBUJAS DORTA

Conocer la historia de la filosofía resulta extremadamente productivo desde distintas perspectivas. En este momento la asumiremos como un excelente instrumento para ayudarnos a comprender la realidad de un momento histórico particular en nuestro país. Sea la historia del pensamiento de Occidente o, de forma más modesta, la historia nacional, los orígenes de la reflexión filosófica siempre dan luces acerca de hechos relevantes, que muestran la tesitura de la época que se pretende analizar.

Tres acontecimientos significativos ocurrieron entre los siglos XV y XVI, a saber: el descubrimiento de América, el Renacimiento y la Reforma Protestante. Parafraseando a Jürgen Habermas, podemos decir que esos dos siglos forman una especie de antesala o transición hacia la modernidad, aunque algunos autores los incluyen como parte de dicho período. Esta antesala fue una época de enfrentamiento y cambio entre la filosofía escolástica, cada vez con menos aliento, y el pensamiento moderno que fue insurgiendo con fuerza progresiva a través de pensadores que desarrollaron elementos modernizadores en sus construcciones teóricas, tales como Erasmo de Rotterdam, Nicolás Maquiavelo y Thomas Moro, entre una gran diversidad de filósofos.

Esa pugna que se da en Europa entre el escolasticismo y la filosofía moderna se va a repetir, con sus especificidades, en la América española. En este sentido señalamos que el nacimiento de la filosofía en Venezuela se inicia en el pensamiento escolástico por razones de la época, pero tendrá su contracara en cuestión de ciento y tantos años con la adaptación que hacen nuestros libertadores acerca de la llamada “Filosofía nueva”.

Después de la etapa de inicio de la filosofía en Venezuela, determinado por el escolasticismo, encontramos que el proceso de independencia venezolano estuvo marcado por lo que pudiéramos denominar “un movimiento ilustrado nacional” que expresó ideas avanzadas en diversos ámbitos. Simón Rodríguez, junto con Juan Germán Roscio, Andrés Bello, Francisco de Miranda y Simón Bolívar, entre otros, nos presentan la posibilidad de descubrir el germen de la filosofía de la Modernidad en nuestra América Latina y, más específicamente, en Venezuela. El pensamiento y la acción de estos personajes estuvo enmarcada en autores importantes en el ámbito de la filosofía tradicional tales como: Thomas Moro, John Locke, Jean Jacques Rousseau y una diversidad de pensadores que comprenden toda la historia de la filosofía, incluido el período antiguo en atención a Platón y Aristóteles.

El acercamiento al pensamiento moderno de estos ilustres venezolanos tuvo dos vertientes fundamentales, por un lado la influencia que recibieron estos personajes tanto de los libros que llegaban a Caracas en la época, así como por los viajes que realizaron al extranjero, especialmente a Europa. Por el otro, encontramos profesores que en Venezuela, desde el siglo XVII, ya estudiaban sistemáticamente la filosofía en centros de enseñanza en nuestro país. En las próximas páginas abordaremos brevemente el inicio formal de la filosofía en Venezuela desde la óptica de Juan David García Bacca e Ildefonso Leal.

Escolasticismo y “Filosofía nueva”

En un excelente trabajo realizado por el profesor Juan David García Bacca titulado Autobiografía intelectual y otros ensayos (1), se nos expone de manera sencilla el cómo a partir del año 1638 se empiezan a escribir y a publicar en España trabajos de corte filosófico provenientes de Venezuela. Al respecto señala García Bacca:

Briceño escribió dos respetabilísimos volúmenes en folio (vol. I, 738 pp: vol. II, 565 pp, edic. 1638. Madrid) dedicados a comentar el primer libro de las Sentencias, según la mente del Dr. Sutil Juan Duns Escoto. El mismo Briceño tiene, no obstante, buen cuidado de advertirnos en el título que en tales comentarios la teología sirve de incitación a temas de metafísica: y tantos y tan dilatadamente los desarrolló que al final de la obra se halló en las manos con un íntegro tratado de metafísica (2).

Según García Bacca, este es el primer trabajo filosófico que se realiza en el país del cual se tenga noticia. Posteriormente aparecerán otros trabajos diseñados con un contenido similar. Su destino común: ser editados en Madrid; su origen, Venezuela.

Así, el Dr. García Bacca nos señala que desde el año 1638 hasta el 1756, los inicios filosóficos en nuestro país estaban fundamentalmente regidos por una corriente de una marcada tendencia escotista, representada por Alfonso Briceño, chileno, quien se desempeñara como obispo de Caracas; Fr. Agustín de Quevedo, coriano, y el tocuyano Tomás Valero.

Posteriormente a esta tríada se le agregará el nombre de Juan Antonio Navarrete, natural de Caracas. García Bacca destaca la enorme influencia que ejerció la obra de Benito Jerónimo Feijoo sobre este último autor, a pesar de que Navarrete se asumía como seguidor del filósofo y sacerdote católico escocés Juan Duns Scoto. Navarrete tuvo formación filosófica con profesores marcadamente tomistas e ingresa en la orden franciscana. En este sentido es importante resaltar la influencia que ejercieron los “Diccionarios” y las “Enciclopedias” sobre Navarrete, los cuales fueron formas de escribir muy representativas de la cultura europea de los siglos XVIII y XIX.

Casi simultáneamente aparecerá la influencia tomista representada por los caraqueños Francisco José de Urbina y José Suárez. Éstos, junto a los otros autores supra mencionados, tuvieron una filiación de carácter religioso. Estos pensadores son de los primeros autores en escribir y publicar trabajos de corte filosófico provenientes de Venezuela, además de Briceño.

En esa época, en el medio universitario, encontramos otros pensadores que empiezan a transformar el ambiente filosófico de la Venezuela colonial. La Cátedra de Filosofía se impartía desde la fundación de la Ciudad de Caracas en el año 1567, fue la tercera Cátedra creada por los conventos, ya que no existían recintos donde fuesen impartidos estos conocimientos. En el año 1592, el Monarca Felipe II ordena la creación de un Seminario y es aquí cuando nace la historia universitaria de Caracas según el magnífico y detallado estudio que realizara el Prof. Ildefonso Leal a lo largo de muchos años. Al respecto Leal señala: “La historia universitaria de Caracas comienza en el año 1592 cuando el Monarca Felipe II encargó al obispo de Venezuela la fundación de un seminario” (3).

Sin embargo, será en el año de 1673 cuando se instalen en la Universidad Real y Pontificia de Caracas la Cátedra de Filosofía. En dicha Cátedra no se pudieron impartir las clases por falta de recursos económicos. Las únicas lecciones dadas fueron las de gramática, ya que éstas eran pagadas por el Monarca español de turno desde el año 1592. Finalmente, el 22 de diciembre del año 1721, se decreta la construcción de la Universidad de Caracas a petición de los clérigos que se encontraban en nuestra ciudad. Éstos querían formarse mejor para desempeñar con mayor eficacia sus oficios religiosos.

Por Real Cédula del Rey Felipe V y por autorización del papa Inocencio XIII, el nueve de agosto de 1725 queda definitivamente fundada la “Real y Pontificia Universidad de Caracas”. El Dr. Francisco Gómez Castro fue el encargado de la Cátedra de Filosofía. Después, en el año 1742, se instalaría otra Cátedra de Filosofía cuyo nombre era Filosofía del Religioso, la cual estaba regida por los eclesiásticos dominicos.

No se podía estudiar ninguna carrera universitaria si previamente no se conseguía el grado de bachiller en filosofía. Al respecto Ildefonso Leal señala: “Nadie podía inscribirse en ninguna de las carreras universitarias si previamente no se graduaba de bachiller en filosofía, lo que significaba haber cursado tres años de latín y un trienio de filosofía” (4).

Los estudios de latín constituían la base de la carrera ya que éste fue el idioma oficial del conocimiento; independientemente de que en Francia, René Descartes ya había quebrantado esa tradición al escribir en francés su Discurso del Método en el año 1637.

En Venezuela, la filosofía empieza a tomar nuevo rumbo a finales del siglo XVIII cuando un grupo de catedráticos dominaba o, por lo menos conocía, las ideas ilustradas españolas y también las producidas en Francia por los enciclopedistas. Hasta entonces el curso de filosofía estaba fundamentado y regido por el pensamiento aristotélico, mediado por la interpretación de autores medievales. Según Leal, el pensamiento aristotélico: “Se impartía en tres años, con tres horas diarias y, según las constituciones en el principio se leería Lógica y Súmulas, Física en el segundo y en el tercero los tratados de Ánima y Metafísica” (5).

Sin embargo, las ideas propias del período moderno comenzaron a penetrar en el país como “ideas nuevas”, lo cual trae como consecuencia un enfrentamiento entre el escolasticismo reinante y “la Nueva filosofía”. Pero, ¿qué autores empezaron a leerse dentro de las cátedras en el medio universitario? ¿No se extenderían, acaso, estos conocimientos a una parte de la población interesada en la cultura? ¿No encontrarían eco estas ideas revolucionarias en un ambiente que las necesitaba y las requería desde el punto de vista de su realidad política? ¿No se alojarían en una tierra que presentaba condiciones materiales aptas para su asimilación? Efectivamente, tal como señala Ildefonso Leal, los profesores de la Real y Pontificia Universidad Caraqueña: “Buscaron que sus alumnos sintieran una mayor avidez por el cultivo de la ciencia experimental y la “filosofía nueva”, representada en las obras de Locke, Condillac, Malebranche, Jaquier, Tosca, Feijoo, Lavoisier, Newton, Leibnitz y Cullen” (6).

La primera disputa que tiene lugar en nuestro país entre la filosofía dominante (escolasticismo) y la “filosofía nueva” la registra el magnífico historiador Caracciolo Parra León el primero de agosto de 1770, o sea un año antes del nacimiento de Simón Rodríguez. Esta es la época que va modelando a nuestros próceres. Se presume que ellos deben haber adquirido en Venezuela por lo menos el germen de aquella filosofía naciente que estaba extinguiendo a la filosofía arcaica y desfasada, a saber: la escolástica.

Frente a este panorama, hacia finales del siglo XVIII, la filosofía en el país va cambiando de rumbo. Las reflexiones filosóficas maduran y asumen la perspectiva de orden educativo y político, característica esencial de la modernidad, por tanto van abandonando su corte metafísico propio del período medieval. En este sentido la modernidad se instalaba en suelo venezolano.

En resumen, pues, en relación con Venezuela y la filosofía, primero apareció la llamada constelación escotista (Briceño, Quevedo, Valero, Navarrete), luego la tomista (Urbina y Suárez)y, finalmente, en el medio universitario el profesor Gómez Castro se desempeñó como el primer catedrático de filosofía de la Real y Pontificia Universidad de Caracas.

Además de los personajes nombrados, tenemos a Valverde, Marrero, Pimentel, Escalona y Echezuría, en los cuales se encuentra, sin duda alguna, el inicio y desarrollo de la filosofía de la modernidad (7).

Proyecto político y educación

Con estas breves pinceladas se puede percibir claramente el clima filosófico en el que se desarrollaba la filosofía en Venezuela desde sus orígenes. Miranda, Bolívar, Roscio, Rodríguez y Bello, junto a otros jóvenes caraqueños, se relacionaron con textos de Rousseau, Voltaire, Raynal, Montesquieu y Locke, entre otros. Con estos pensadores se fue creando la influencia del pensamiento moderno en nuestras tierras, especialmente en atención a la Enciclopedia francesa y al pensamiento ilustrado inglés y español. Sobre el tema comenta Rumazo González:

Francia había creado ya la Enciclopedia germen y fundamento de las nuevas doctrinas políticas; Voltaire tenía ya en circulación numerosos volúmenes, incluso su corrosivo Diccionario Filosófico empezado en 1760. Montesquieu hizo las revalorizaciones jurídicas en su Espíritu de las Leyes, en 1748, dando así fundamento definitivo al sistema republicano, especialmente con la doctrina de la división de los poderes del Estado. Tanto el superevolucionario Contrato social como el innovador Emilio habíalos lanzado Rousseau ya para 1762 (8).

Las obras más importantes publicadas en Europa y Norteamérica se hicieron presentes en la América española por la apertura cultural que consintieron los Reyes Carlos III y Carlos IV hacia las Colonias. Estos gobiernos fueron conocidos con el nombre de “Despotismo ilustrado”. En este sentido señala Ildefonso Leal:

Bajo el gobierno de estos Reyes la cultura se había remozado con acertadas innovaciones pedagógicas y con la secularización de la enseñanza. En las más remotas regiones de España y de Indias se habían creado escuelas y academias, y hasta se había permitido libremente la entrada de la “filosofía nueva” (9).

Esta situación de apertura se refuerza jurídicamente con un Edicto de la Realeza española del año 1778, referido a la Libertad de comercio entre España y sus Colonias. Todo, salvo licor, estaba permitido para el comercio incluyendo libros aunque contuviesen elementos de la “Filosofía nueva”.

Éstas, junto a otras razones, permiten que nuestros próceres se convirtieran en grandes lectores interesados en los temas relevantes de la filosofía de su tiempo. Educación, pedagogía, economía, política, pero sobre todo, mucha filosofía. Para mostrar la influencia moderna en nuestros libertadores basta citar un párrafo de Don Simón Rodríguez como ejemplo. Nuestro autor nos dice en su particular estilo:

La instrucción publica

en el siglo 19

pide MUCHA FILOSOFÍA

que

el interés jeneral

está clamando por

una REFORMA

y que la AMERICA está llamada

por las circunstancias, á emprenderla

atrevida paradoja parecerá….

….no importa….

los acontecimientos irán probando,

que es una verdad muy obvia

la América no debe imitar servilmente

sinó ser ORIJINAL” (10).

Este texto pertenece a Luces y virtudes sociales, publicada en el año 1840. En él se observa claramente tanto la influencia de Rousseau como el verdadero sentido de la educación como concepto fundacional de las Sociedades Americanas. En otro párrafo nos dice:

El objeto del autor tratando de las Sociedades

americanas, es la

EDUCACIÓN POPULAR

y por

popular…..entiende…..jeneral

Instruir no es educar

ni la Instrucción puede ser un equivalente de la Educación

aunque Instruyendo se Eduque” (11)

Nuestro autor señala claramente cuál es el objetivo central en relación con la educación popular. En este punto Rodríguez establece una relación de sinonimia entre “popular” y “general”, en tanto está utilizando el concepto de “Voluntad General” definido por Rousseau, el cual contrapone al concepto “Voluntad de Todos”.

¿Qué es la Voluntad General según Rousseau? Es el Bien Común, el bien colectivo, o sea la sustitución de conductas originariamente instintivas por la justicia y la moral, es lo que permite la constitución de la comunidad política. ¿Qué es la Voluntad de Todos? Es la voluntad individual, egoísta, es el interés privado. Es o representa la supremacía del bien individual por encima del bien colectivo.

En esa cita de Rodríguez se expresa plenamente el giro que ha dado la filosofía escolástica hacia los temas propios de la modernidad. ¿Cuál es el verdadero elemento constitutivo de la propuesta educativa de Rodríguez? En el fondo lo que plantea “el Sócrates de Caracas” es que la educación es el fundamento del Contrato Social y lo que funda realmente a la República, en tanto es el conjunto de reglas y normas, no sólo de carácter jurídico, sino también moral. La educación representa, pues, el tránsito del hombre primitivo, salvaje, pre-político, al Ciudadano.

La “desnaturación” que comenta J. J. Chevalier en relación con el tránsito del hombre en estado de naturaleza al hombre político es la identificación de la Voluntad General con el “cuerpo moral”.

Rodríguez insistirá en reiteradas oportunidades en esta idea moderna, a saber: que el objeto de la instrucción es la sociabilidad, que la educación debe formar al ser social, que debe permitir construir la República y, en éstas, la escuela debe ser política “sin pretextos ni disfraces”. En fin, son innumerables los textos en los cuales nuestro autor insiste en la importancia de la educación como factor esencial para la constitución del contrato social que implique un contenido moral y represente el bien común. El punto es que a Rodríguez le preocupa la constitución del sujeto, del ciudadano, del hombre moderno.

Nuestro autor está manejando el concepto del contrato social rousseauniano a través de una pedagogía que es política, en tanto permite : 1) construir y fundar la República, 2) la constitución de un concepto de ciudadanía que articule derechos y deberes, y 3) la necesidad de vincular toda propuesta política dentro de un modelo moral que trabaje en favor del colectivo.

Para finalizar citaré un texto del autor que habla por sí solo y reafirma nuestra hipótesis de que nuestros próceres se formaron en la filosofía moderna y rechazaron la filosofía escolástica:

“Díganse todos con frecuencia,”

“protejamos la 1° escuela”

“porque en ella se dan los 1° principios de sociabilidad”

“Solo la Educación Mental impone preceptos a la Voluntad”

“porque EDUCAR es CREAR VOLUNTADES” (12).

Educar se presenta como la posibilidad de darle autonomía al ciudadano para que decida, pero al mismo tiempo es la posibilidad de crear la Voluntad General que requiere la sociedad civil para dar el salto cualitativo en relación con el estado de naturaleza. Lo que encierra la propuesta educativa de Rodríguez no es otra cosa más que su concepción política sobre el Estado y las formas de hacer materialmente posible el proyecto de una República constituida por ciudadanos.

El tema de la pedagogía política es un tema moderno, abre un espacio adicional al debate sobre la interpretación de la educación nacional, a saber: el papel de la educación política como formadora de un determinado proyecto de racionalidad y de ciudadanía. El tema señala la ruptura definitiva en Venezuela entre dos visiones antagónicas de la filosofía. Por un lado, el tema de la escolástica que fue el origen de la filosofía en nuestro país, por el otro, la “filosofía nueva” o filosofía moderna que promovió en nuestros próceres los valores de libertad, justicia, igualdad y fraternidad, enmarcados en la idea del contrato social y en el concepto de república.

Hoy más que nunca sigue vigente el sueño de los libertadores, es un deber desarrollar una forma de pedagogía política que permita la construcción de un país serio, coherente y responsable, que se fundamente en los principios de igualdad, justicia social, tolerancia y libertad. De ellos hay que rescatar la idea de una pedagogía política que forme ciudadanos fundamentados en el uso de la razón. Sin duda, estos son temas propios de la filosofía moderna.


Referencias

1 García Bacca, Juan David, “Autobiografía Intelectual y otros Ensayos”, Fondo Editorial de la Facultad de Humanidades y Educación, U.C.V, Caracas, 1983.

2 García Bacca, Op. cit. Pag. 356.

3 Leal, Ildefonso, Historia de la Universidad Central de Venezuela, Ediciones del Rectorado de la U.C.V, Caracas, 1981, Pag. 44.

4 Leal, I, Op. cit, Pag. 54.

5 Leal, I, Op. cit, Pag. 59.

6 Leal, I, Op. cit, Pag. 57.

7 Leal, I, Op. cit., Pag. 60, y ss. En este texto encontramos registradas las disputas que tuvieron lugar en el medio universitario entre la “filosofía nueva” y la escolástica.

8 Rumazo González, Alfonso, Simón Rodríguez, Maestro de América, Colección “Dinámica y Siembra”, Universidad Simón Rodríguez, Caracas, 1976, Pag. 22. Rumazo extrae la cita de: García Chuecos, Hector, Siglo Dieciocho Venezolano, Edit. Edima, Madrid, Pag. 213.

9 Leal, Ildefonso, Op. cit., Pag. 121.

10 Rodríguez, S, Obras Completas, Universidad Simón  Rodríguez, Colección dinámica y Siembra, Tomo II. Pag. 110.

11 Rodríguez, S, Op. cit, Pag. 104.

12 Rodríguez, S. Op. cit, Pag. 29.


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