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Por ANTONIO GARCÍA PONCE 

La Venezuela independiente ha conocido varios vaivenes dibujados por las olas de inmigrantes que se han asentado aquí por diversas causas. En mi trabajo de grado me referí in extenso a ese fenómeno ocurrido durante buena parte del siglo XIX. Hubo una época, entre los años 40 y 80 del siglo XX, que existieron las casas de recreación e instalaciones culturales de las colonias de residentes españoles, portugueses, italianos y de otros países europeos y del Cercano Oriente, caracterizadas por su opulencia y majestuosidad. Particular inmigración ocurrió durante la dictadura perezjimenista y sus planes de obras públicas (el Ideal Nacional) que atrajo a centenares de trabajadores italianos y portugueses.

Otra cosa ocurrió por las crisis agrarias, el desempleo y la superpoblación durante fines del siglo XIX, al ser aventados a estas tierras muchos extranjeros, que tuvieron cobijo en centros de beneficencia y auxilio de indigentes. Veamos.

Entre los españoles y canarios era mucha la clientela que cobijaba la Sociedad Religiosa y Benéfica de la Unión Española, fundada el 18 de noviembre de 1855 bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario. Sus normas de funcionamiento fueron recogidas en un folleto de 14 páginas, editado por la imprenta de A. Urdaneta. Allí se puede leer que la agrupación tenía por objeto ejercer la beneficencia entre sus miembros, españoles mayores de 21 años, que abonaban 4 pesos por inscripción y 4 reales de cuota mensual. Una cuarta parte de sus fondos se destinaba a cubrir los gastos de las festividades en honor de la Virgen patrona y el resto se empleaba en el auxilio de sus miembros en caso de enfermedad, estrechez económica y muerte. Tenía como presidente honorario y perpetuo al Encargado de Negocios de Su Majestad de España en Venezuela.

El 4 de agosto de 1889 se constituyó, en la sede de la legación de España, la Sociedad de Beneficencia Española, para ocuparse del socorro de sus socios y demás connacionales, de cubrir los gastos de su expatriación cuando así estuviere planteado, y de su entierro digno cuando muriesen en situación de abandono. Ya el ministro de la Legación había escrito con angustia a su gobierno:

«Es poco menos que imposible que V.E. se dé cuenta del estado de miseria en que llegan a estar aquí algunos españoles cuando la desgracia los persigue».

Los miembros de la Sociedad pagaban una cuota mensual de 2 pesetas, con lo que se podía pagar a un médico y a un farmaceuta para la consulta gratuita y el despacho de medicinas. A los que por razones de salud debían repatriarse, se les pagaba el pasaje. La primera junta directiva de la agrupación quedó conformada así: presidente, Domingo Garbán; vicepresidente, Francisco Murga; tesorero, Fermín Cubría; secretario, Manuel M. Marrero; suplentes, Francisco Mora, José M. Garbán, Isidoro Domínguez, Juan Agustín Herrera y José María Herrera.

El 26 de junio de 1898 quedó constituido el Centro Obrero Español, con Francisco Alberto Pérez como presidente, y Joaquín Ortiz Sandoval, secretario, quienes fueron sustituidos luego por Francisco González Jordán y Antonio Granado Rodríguez. Sus miembros debían ser obreros, es decir, aquellos que ejerciesen un oficio de zapatero, carpintero, barbero, latonero, o similares; pagaban una cuota mensual de Bs. 1, y les estaba vedado discutir en el seno de la sociedad sobre asuntos políticos o religiosos, ya que sus funciones eran exclusivamente de solidaridad mutua, como la de conseguir trabajo a los desempleados, socorrer a los afiliados en caso de enfermedad, accidente, vejez o imprevistos mediante un montepío y una caja de ahorros. El Centro buscó implantar una consulta médica y adquirir un carro fúnebre.

Un tanto alejado de los peninsulares, los canarios organizaron el 24 de julio de 1879 su propia sociedad benéfica, la Protectora Mutua de Canarios, definida como una asociación cooperativa de hombres libres que tenían como objetivo la redención del esclavo obrero. Con tal predicamento, intentaron establecer alianza con una sociedad similar que funcionaba en Barcelona, España. La colonia canaria en Venezuela mantenía, según palabras del ministro español, un «despegado y tibio patriotismo», pues solo 500 isleños se habían inscrito en la Legación. Tenía razón, porque en 1897 un grupo de ellos empezó a editar una revista quincenal llamada El Guanche, que proclamó en forma insistente la independencia de las Islas Canarias.

Alrededor de 1878 fue creada la Sociedad Francesa de Mutuo Auxilio L’Union. En la asamblea realizada el 9 de enero de 1881 fue electo M. Neuville como presidente. En esa misma sesión, tuvo oportunidad de dirigir la palabra a los galos pobres el muy conocido marqués de Tallenay, encargado de Negocios de Francia. No conocemos detalles del funcionamiento de esta sociedad, la cual en 1890 funcionaba entre las esquinas de Glorieta y Pilita del Padre Rodríguez con el nombre de Société Française de Secours Mutuelles.

Más detalles tenemos de una sociedad de los italianos, fundada con el nombre de Fratellanza Italiana, provista de una caja de ahorros, creada el 1 de enero de 1889 con 22 depositantes, italianos y venezolanos, entre los cuales figuraban un zapatero, un herrero, cuatro estudiantes, ocho menores, un médico, dos señoras, un diplomático y tres corporaciones. Entre sus directivos estaban Fernando de la Ville, Ángel de Sanctis, Agustín Aveledo, Francisco Dagnino, Felipe y Sebastián Brignone, José Tomás Márquez, Luis Mantellini, Luis Razetti y César Cogomarsino. El 1890, la sociedad estaba presidida por J. Boccardo, y en su directiva figuraban Gerónimo Pecchio, Carlos Poggi y Víctor Spinetti. Estaba domiciliada entre las esquinas de Torre y Veroes. Y en febrero de 1892 acordó crear una sección de beneficencia para socorrer a los italianos menesterosos, entre los que se encontraban los muy nombrados zapateros napolitanos y los tocadores de pianito (organillo), conocidos a leguas por su infaltable chaquetón negro y pantalones de pana burda, siempre llenos de polvo.

Por otra parte, el censo de 1891 daba cuenta de la existencia de 348 alemanes en el Distrito Federal. Muchos eran pobres y hacia ellos dirigió su protección una sociedad benéfica denominada Deutsche Krankenkasse, situada de Bolsa a Pedrera.

En fin, agreguemos a esta lista a otros extranjeros como los gitanos, los «turcos» (generalmente libaneses), y los polacos, que en ocasiones formaban tal tumulto en las calles que el gobernador de Caracas, Rafael Carabaño, decretó, en 1877, que se les reuniera y se les leyera en alemán la Ordenanza Policial, para que no se repitiera el triste e inmoral espectáculo de esa gente vagando por las calles en ociosidad, mendigando día y noche.


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