Miguel von Dangel. Foto de Nelson Garrido

Por MARÍA LUZ CÁRDENAS

I. Un espacio de revelación

Cuando en 1979 vi por primera vez los Diarios de Von Dangel en la exposición Cincoincidentes de la Sala Mendoza, ya desde 1972 el joven Miguel era conocido por sus irreverentes esculturas y ensamblajes que generaban censuras y polémicas de todo tipo, especialmente Retrato espiritual de un tiempo (1972), un perro disecado crucificado con su corona de espinas, y Figura para un bar (1974), que replanteaba el proceso de los Objetos mágicos de Mario Abreu, uniendo materiales de desecho extraídos del contexto cotidiano. Lo que pasa es que los Diarios eran, definitivamente, otra cosa: establecían un nivel diferente con respecto a lo que acostumbrábamos a apreciar como lectura de lo contemporáneo.

Los cuatro rollos de papel continuo, de 7 a 10 centímetros de ancho, en los que Von Dangel dibujó, pintó, recortó, encoló y escribió más de doscientos metros lineales de    color y grafismo, escapaban de cualquier definición, no se sometían a esquemas analíticos y trazaban un espacio de revelación que los hacía funcionar como lo que Foucault denomina “unidades de saber” o concentraciones de energía, un poco a la manera de las Antiguas Escrituras, abordando el texto como símbolo correspondiente  a una antigua experiencia mística. El caso es que los Diarios se erguían como un gesto imposible de desarticular a través de métodos o patrones lógicos; sólo quizá podían usarse patrones hermenéuticos, que pusiesen en cuestión la vanidad de creer que, con mecanismos arbitrarios de gruñidos y chillidos, fuese posible representar toda la multiplicidad desconcertante de los seres del mundo. Siendo imposibles de ser formalizados, la idea que me vino a la mente con los Diarios en aquella exposición fue la de un lugar abundante, espacio de hipérboles, de excesos inquietos, sólo representable desde una emblemática de la hibridez, desbordado tanto para el campo visual como para el escritural; un espacio no nombrado anteriormente, invadido de signos casi prelingüísticos, con ausencia completa de los códigos comunes de comunicación.

Fragmentos del Diario (1979-1980) de Miguel von Dangel, franja de 150 metros de largo intervenida con pintura y escritura

Alguna vez me refirió el artista un comentario despectivo hacia sus Diarios, donde se le reclamaba lo “mal poeta” que podía ser (refiriéndose a las letras de los boleros allí escritas). Esto nos coloca en un ámbito desde el cual se ha proferido la importancia o no importancia, el valor o desvalor, de esta obra: el de su anecdotario. Obviamente en los Diarios existe una anécdota, hay un contenido. Miguel habla de su vida, de su trabajo, de la relación con la madre, con las mujeres, con Dios, de sus viajes… Pero ese anecdotario no es relevante. Lo que interesa es cómo funciona la relación con lo cotidiano en un ámbito espacial de revelación, cómo la vida se cruza con el arte y cómo se tejen esas relaciones y cómo esa misma información que está en los Diarios sirve a la vez como fuente de iluminación para su incorporación en el texto y para comprender su aproximación a la obra de arte y los procesos creativos. Los Diarios de Miguel se apartan de otros diarios escritos por artistas: Delacroix o Paul Klee, y escritores como Kafka, Virginia Woolf o Pavese. En ellos la anécdota se impone: abordan su relación con lo cotidiano como referencia para comprender la obra, mientras que, en el caso de Miguel, el diario se comporta como texto estético en sí mismo, como relieve intertextual de la propia obra. No interesa si tiene o no pretensiones poéticas o literarias, biográficas o teóricas; interesa, tal vez, como plegaria, como espacio místico. Estos Diarios son la confluencia de una intención  estética, ética y crítica; una intención que envuelve la vida del artista como una totalidad: pensamiento, escritura, vida e imagen son una sola constelación.

II. Un espacio de desplazamiento

Fragmentos del Diario (1979-1980). Acrílico y tinta sobre papel, una franja de 6,5 cm x 50 m y tres franjas de 10 cm x 50 m

Los Diarios de Miguel von Dangel operan como “texto abierto” en continuo desplazamiento y traslado mutuo con la imagen: la imagen se vuelve texto y el texto se vuelve imagen. El espacio de creación en el cual se coloca el artista es un espacio de  difícil configuración. Ante ellos no podemos contentarnos con el criterio de la calidad formal de su colorido y su composición, sino más bien se comparan a las estructuras del lenguaje cinematográfico, con la escritura automática, con el mundo expresivo de los sueños, con el transcurrir espacial, con los caminos, con los antiguos frisos… El mismo artista hizo notar su similitud con la línea infinita de Hundertwasser y la columna de Schwitters, pero sólo como referencia del manejo temporal: el hecho de “no terminar nunca”. Von Dangel no se queda allí. En el mismo texto dice haber intuido una vez que “los grandes ríos fluían secretamente, no en dirección al mar sino al encuentro de sus fuentes”. Esta referencia sí nos otorga una buena clave para entrar en el espacio de configuración de los Diarios como escritura del origen; un espacio que intenta alcanzar estados previos a la configuración del lenguaje; una zona poética y estética de transfiguraciones donde el gesto va, poco a poco, haciéndose texto. Las resonancias originarias y primordiales del signo se desatan para reconstruir una otra interacción de la imagen dentro de un “locus” que funciona como lugar de exploración y  revelación. Ellos abren puertas que nos permiten abordar su relación con la imagen/escritura. Dos textos son claves en este sentido: en un artículo titulado “Demonología y arte”, publicado el 23 de febrero de 1986, expresa: “Los sistemas de expresión plásticos son sistemas de pensamiento. Es muy probable que ‘al principio’ no ‘fuera el Verbo’, o que el verbo se entendiera como imagen y no como abstracción gráfica”. Y  luego, en “Tres acepciones de la iconografía virtual” (El Universal, 18 de mayo de 1986), escribe: “La pintura y la escultura comienzan en donde el poder de las  palabras ha perdido credibilidad o desconfiamos de ellas. Volvemos a la imagen después de un largo viaje por el universo de las palabras”. Estos textos son esenciales porque colocan la discusión en el territorio del “antes”, del “previo” a la escritura, al  Verbo. Von Dangel se dirige rotundamente hacia el problema de los orígenes mismos de los límites de la palabra y la presencia de la imagen. El diario se convierte en el espacio donde el sentido se produce y produce significaciones, en el único espacio a partir del cual será posible acceder auténticamente al Ser y la Verdad de su trabajo.  La palabra y la imagen funcionan acá como sistemas permanentes de referencia y desplazamiento de valores simbólicos. Esto conduce a un estallido infinito de sentidos: más importante que cualquier significado específico que pueda tener el Texto (y en este caso el Texto es el Diario), se impone su carácter ilimitado, sus infinitas derivaciones, que conducen a un plano de entrelazamientos confesionales, visuales, religiosos, éticos y estéticos. Tal señalamiento vuelve a tener correspondencias con el texto “Demonología y  arte”, en el que Miguel describe la debacle que significó la presencia del orden lineal del texto con respecto a las enriquecedoras “unidades del saber” en la Era Bizantina: “La idea de la estructura vertical, bizantina, con sus códigos  de entendimiento de un orden universal, que abarca desde el submundo (bajo) infernal, a la cúpula celestial (arriba) sufrió la debacle de la interpretación o lectura horizontal. Nuevas relaciones que nos hablan, ya no de lo sublime por elevación, la libertad del alma o en su defecto la condena por la eternidad, y los conceptos se ven entonces alterados por simples y/o complejos tecnicismos visuales”. Von Dangel se comporta a la manera bizantina: fragmenta, superpone, solapa los planos del texto estético y propone una noción mucho más amplia y provechosa de texto; el texto no es sencillamente el texto escrito, o hablado, o pictórico, sino que abarca una realidad  enorme y compleja. Texto es un ámbito general de signos, es un juego libre de diferencias. Texto es textura e intertextualidad. Texto es tejido, entramado, red nodal  de significaciones que remite a y se entrecruza con otros textos de forma  ininterrumpida e infinita. Este laberinto textual que es el texto/imagen así concebido, supone una operación activa de desplazamiento de las nociones y valores del texto entendido al modo tradicional: acaba con su sometimiento a un orden lineal. Más allá de la búsqueda de un sentido literario, narrativo o anecdótico, el Diario se comporta como  huella, escritura dislocada y desplazada del origen que produce, ella misma, el espacio y el cuerpo de la imagen, en una unidad del gesto y la palabra, del cuerpo y el lenguaje, herramienta para el conocimiento, desde una unidad profunda.

III.  Un espacio de interpretación abierta y asistemática

Atravesando esta estructura de relaciones intertextuales yace el nudo filosófico de la obra de Von Dangel: su aproximación a la Verdad, a Dios y a la Belleza —un punto de  confluencias del sentimiento de lo sublime en el Arte y el compromiso ético del artista con la creación—. Von Dangel otorga formas menos fáciles y cómodas a la Belleza a costa de su propio sacrificio, y este talante tiene su revelación en los Diarios (“Jamás he sentido el arte objeto de disfrute estético, entiendo el arte como enfermedad y no  como salud, como un mal expresado, de la misma esencia del mal que sufre el resto del mundo”). El artista se rebela contra la militancia de lo Bello como mero “disfrute” pero, sobre todo, construye un espacio de pensamiento que tiene su punto de partida en el fragmento y no en la unidad de un sistema filosófico, lo que le permite llegar a los planos más profundos del entendimiento. Este aspecto se manifiesta con fuerza en la estructura de los Diarios a través de un discurso inconcluso e indeterminado, lo que hace de ellos un texto infinito y discontinuo. No en vano Miguel es heredero del Romanticismo alemán y ello le proporciona una inmensa fuerza poética y un dinamismo fluctuante en sus tratos con la imagen, la palabra y el fragmento.

Me gusta pensar en los Diarios de Von Dangel como un pensamiento que vive o como un poema pictórico que nos arrastra hacia un lugar para el estremecimiento, un territorio enigmático, casi oracular, que es posible leer como uno lo desee, desde múltiples comienzos e inacabables interpretaciones. Miguel nos acerca al espacio interpretativo del hecho pictórico y la escritura como actos de sublime invocación. He ahí su principal valor.


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