Juan Malpartida | ©Vasco Szinetar

Por MANUEL ALBERCA

La publicación de los diarios íntimos en vida del autor, casi al mismo ritmo que se escriben, es un fenómeno relativamente reciente, que ha venido a cambiar la concepción tradicional del género. Ya no se lleva diario con la pretensión hipotética de publicarlo algún día, sino con la firme determinación de darlo a la luz. Cuanto antes mejor. Son, por tanto, diarios concebidos, escritos y retocados para ser publicados. Dentro de este marco hay que colocar la obra diarística de Juan Malpartida, que ha publicado hasta hoy dos notables volúmenes: Al vuelo de la página. Diario, 1990-2000 (Fórcola, 2011) y Estación de cercanías. Diario, 2012-2014 (Fórcola, 2015). En mi opinión, estos diarios merecen lectura, atención y estudio por sí mismos, pero además constituyen un lugar de encrucijada para leer el resto de su obra, desde la poesía a las novelas, pasando por el último libro, su original y lograda autoficción, Mi vecino Montaigne (Fórcola, 2021). A Juan Malpartida le cuesta definirse, prefiere la divagación o el camino divagatorio por el que le conduce la escritura “pensamental” (Gonzalo Sobejano dixit), tal como le ocurre al narrador de Señora del mundo y de su último libro. ¿Es esto malo para un diario? No creo. Al contrario, Malpartida huye de lo categórico para asomarse a los abismos de la razón. Por eso, sus diarios son una clave para leer el resto de su obra.

No es Malpartida un diarista ensimismado y ombliguista, su idea del diario, aunque es ecléctica, responde sobre todo al formato del dietario. En su caso, el diarista queda la mayoría de las veces en la sombra, casi invisible, para potenciar el contenido intelectual y reflexivo, sin que ello signifique que el autor no se encuentre representado de manera transversal en sus anotaciones, en sus lecturas y en sus reflexiones. Malpartida es consciente de esto. Lo busca, lo cultiva y lo explota. En un momento sentencia: “Mi diario no puede ser sino diverso”. Su unidad está en la diversidad, su definición es un haz de facetas que no construyen una imagen única de sí mismo. Si hay infinitas y personales razones por las que alguien lleva diario, Malpartida lo lleva sobre todo para salvar lo pensado, lo sentido y lo experimentado en el plano de las ideas. Su objetivo es levantar acta, para no dejarlo a la intemperie del olvido, porque el tiempo suele confinar todo en las sombras de la amnesia más pronto que tarde.

Esta lucha contra la fugacidad del tiempo la evidencian las abundantes anotaciones de lecturas y comentarios sobre libros. Malpartida dedica numerosas entradas a este fin. Guardadas como un tesoro en los cuadernos, sirven para ampliar la dimensión del tiempo y para hacerlo más habitable. Como bitácora de lecturas o dietario, los diarios de Malpartida reúnen un conjunto de saberes nuevos y viejos, un cuaderno de trabajo, un carnet en la denominación francesa, que abandona su estado provisional o su función práctica al ser publicado. Son anotaciones elaboradas, extensas, instructivas, pero marcadas por la provisionalidad de pensamiento ensayístico. Para Malpartida “el diario es un palimpsesto”, escritura incesante y reflexión sin fin. “Simiente y almacén”, dirá el propio autor.

En más de una ocasión se interroga sobre la cantidad de libros que contiene su biblioteca personal. Varios miles. ¿Cuántos ha leído y cuántos le quedan por leer? Varios miles también. La razón más o menos consciente es clara: mientras haya libros por leer, la vida y el tiempo se ensanchan hacia el futuro en un horizonte infinito. En el “Autorretrato”, incluido en Al vuelo de la página, sintetiza esta idea sobre la importancia de la lectura: “Leer es mi mayor afición. Creo que podría leer quince horas seguidas si no fuera porque los ojos me lagrimean y se me llenan de pequeñas sombritas díscolas […]. A veces lamento que vaya a morir sin haber leído este libro, y aquel y aquellos otros”.

Sin embargo, esta pulsión lectora es también una invitación al análisis y la reflexión personal. Las numerosas entradas sobre ideas o pensamientos que salen de las lecturas —ensayos en ciernes— son la mejor definición de un diarista que no se exhibe de manera íntima, sino en contadas ocasiones. Hay un momento en Al vuelo de la página en que Malpartida confiesa que nunca cursó estudios universitarios: “Formo parte de los escritores que no pasaron no ya por la universidad sino ni siquiera por el instituto”. Y apostilla contra la fiebre y el prestigio de la especialización que predomina hoy: “… No soy especialista en nada; es más, no sé mucho de nada. Con lo cual, en momentos de crisis, contemplo amargamente la inmensidad de mi ignorancia”.

Es Malpartida un autodidacta y un curioso de muchas disciplinas. El entusiasmo y el afán de conocer le arrastran del pensamiento poético a la filosofía, de la autobiografía a la neurociencia. Y en cada de una estas celdillas del saber no se contenta con la opinión mimética ni la repetición acumulativa, Malpartida tamiza en el crisol personal de su diario las ideas recibidas y las enriquece convirtiéndolas en saberes para aprender a vivir mejor.

Evidentemente su maestro es el señor de Montaigne, que aparece de manera explícita en varias ocasiones, y me atrevería a decir que, de manera tácita, está siempre presente como inspiración: “No cabe duda que este hombre [Montaigne], que se hizo a sí mismo mientras hacía ‘su libro’, es una fuente de sugerencias” (Estación de cercanías). Malpartida, que hace de su diario una bitácora de lecturas, encuentra en los Essais una guía segura en sus anhelos de saber y conocimiento. Sus diarios son al fin y al cabo ensayos con horma diarística.

El diario es un género polimórfico, de estructura abierta y fragmentaria, sin apenas reglas, en el que cabe todo con tal que las entradas den cuenta de la fecha o del momento en que se hacen. Las anotaciones de Malpartida no se postulan como definitivas ni autosuficientes, no aspiran a ser explicaciones totales, solo levantan acta de un proceso intelectual o moral en momento preciso. Parafraseando a Montaigne, Malpartida no pinta el ser, pinta el tránsito. En el imponente compendio de saberes bibliográficos, echamos en falta la bio-bibliografía del diarista, es decir, ese punto en el que la lectura se hace vida o donde los libros muestran la huella vital que los justifican.

Si como dice Ortega un ensayo es “la teoría sin prueba”, un diario es muchas veces el relato de un malestar que no explicita la causa. Por tanto, ambos géneros se encontrarían próximos, pero no pueden confundirse. En los Ensayos, Montaigne reflexiona casi siempre a partir de la lectura de los clásicos, pero en ocasiones también de su experiencia personal. Consideraba que, al estudiarse a sí mismo, al exponerse a los otros, les daba una voz en la que reconocerse: “Yo me estudio a mí mismo más que a cualquier otra cosa. Esa es mi metafísica, mi física”. Por el contrario, Malpartida busca su propia voz entre los otros y sus reflexiones fragmentarias están apoyadas mayoritariamente en un saber intelectual. Hay, sin embargo, un momento en que el diarista discursea sobre la vida y la experiencia de la muerte. El pensamiento vaga, va y viene sin asentarse, en una suerte de ensoñación o elucubración mental, hasta que por fin se detiene y pone los pies en la tierra. Solo cuando vuelve la mirada a la experiencia propia se acerca de veras a la muerte: “La primera persona que vi morir fue en realidad un viejo, vecino de mi casa [la de sus padres]; Frascuelo se llamaba […]. Con los años vinieron más muertes… la más trágica fue la de mi primera mujer, cuando estaba por cumplir 27 años” (Al vuelo de la página). Cuando Malpartida se aleja de sus preocupaciones intelectuales, aflora su lado íntimo, y las anotaciones ganan en interés humano. Desgraciadamente no se prodiga para el gusto del que suscribe. Pero en esas ocasiones el diario nos acerca al hombre tierno que se mira y nos mira de frente. Sobran las elucubraciones.

El diarista Malpartida filosofa sin tenerse por filósofo. Opina de política y, sin ser politólogo, pone patas arriba con acierto la corrección política de la izquierda española, a la que critica su papel contemporizador y cómplice en temas como el terrorismo de ETA o el independentismo vasco y catalán. Cuenta como buen novelista, aunque es tacaño en el relato de hechos o anécdotas, pues evita incurrir en lo que él mismo llama el “anecdotismo”. Reflexiona sobre la creación poética y sus puntos ciegos, con bien fundados principios de su experiencia de lector de poesía, amigo de grandes poetas, como Octavio Paz, y poeta él mismo. Lo que liga todos estos puntos de interés —la literatura, la política, la sociología o la ciencia— es su curiosidad entusiasta por todo lo humano.


(*) Manuel Alberca es catedrático de la Universidad de Málaga y escritor. Su último libro es Maestras de vida. Biografías y bioficciones (Pálido Fuego).


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