Coloritmo 47 | Alejandro Otero

Por ELIZABETH SCHÖN

No voy a escribir sobre técnica de pintura, no podría, menos aún intento hacer crítica, simplemente trato de acercarme a la intención que entrañan los Coloritmos y a lo que estos nos hacen sentir.

Es una lástima que todavía la mayoría de los venezolanos entendamos la pintura como algo cuya finalidad debe someterse a intereses doctrinales o a aportaciones íntimas. Vivimos en la creencia de que el arte debe ser manifestación de lo circundante. Es más, despreciamos a ese artista que, consciente de su tiempo y de su problema, prescinde de los objetos para crear un cuerpo que señale nuevas actitudes. Es incomprensible, para muchos, pensar que hoy no solo el hombre habla, sino que también la materia artística se moldea con tal sentido de sinceridad y veracidad que pueda proyectarnos un lenguaje que para entenderlo no podemos hacerlo con las normas ya gastadas y concluidas. Aún nos extraña que la paralela engendre una realidad y que esa realidad exprese el rigor necesario para que la proyección no se pierda y quede como fundamento, sin desgaste ni incredulidad. Por eso, cuando nos encontramos con una expresión que involucra esta posición, hablamos más bien para afirmar; en la afirmación es donde el artista encuentra lo que lo liga a seguir en su empeño.

Observando los Coloritmos lo primero que nos asalta es la conciencia de un artista que, para expresarse, no se valió únicamente de sus estallidos emotivos y sensibles, sino que expuso sin temor ese drama que padece todo creador cuando se empeña en dominar su materia, para que esta señale lo que no es posible mirar a simple vista porque nunca antes había existido. Hablo de drama, no por causas fortuitas. En lo más entrañable de los Coloritmos lo que palpita es el drama y no un drama simple, personal, sino ese que siempre ha poseído el hombre; la necesidad de una revelación tan auténtica y total que en ella el espectador encuentre esa luz con que descubrirá nuevos rumbos. Esto no es fácil, al contrario, constituye la tarea más ardua y, sobre todo, si el artista trata de que no solo sea el hombre sino también la materia misma quien logre la revelación. Tal vez sea por esa razón que sentimos frente a los Coloritmos una gran fe, pero una fe que podríamos decir no solo pertenece al hombre, proviene y se encuentra también en lo que no es el hombre. De allí que el color asome con existencia propia, y cargado con esa fuerza que se requiere cuando queremos indicar que no estamos solos, que pueden surgir cuerpos que nos propongan la construcción de nuevos mundos, de realidades tan auténticas que lleguemos a sentirlas sin relación alguna con las ya establecidas. Mirando la verticalidad de los Coloritmos comprendemos que se nos propone una dimensión donde el devenir se desenvuelve tan libre, tan honradamente, que nos estremecemos recordando cómo el hombre ha devastado lo que tan generosamente le ha sido otorgado: la vida.

Lo real en los Coloritmos no está establecido por semejanza con objeto alguno. No. Lo real está en esa dinámica interna de los colores que vibrando crean un ritmo cuyo fin no determina ninguna racionalidad definida, solo vigencia de acontecimiento único y novedoso. En ellos la lógica se forma por lo espontáneo de la expresión, por lo innato de la construcción. No les hallamos fórmulas. Su mecánica radica en lo libre del acto mismo de la creación. Y es que la forma está impregnada solo de su propio ser, es decir, no posee ni equivalentes ni subterfugios. Está íntegra, explayando una reciedumbre tan certera que no nos es permitido, ni por un instante, la duda. Ellos descubren, y no eso que hasta ahora hemos comprendido, todo lo contrario, aclaran lo que solo es capaz de decir una verticalidad cuando esta posee la entereza de anunciar autenticidad y no comedia o fama.

Si tratásemos de mirar en los Coloritmos lo que estamos acostumbrados a contemplar, nada comprenderíamos. Los Coloritmos no son particularidades que quieran explicar vivencias personales, son totalidad de un órgano objetivo que establece la sucesión mediante el surgimiento de gamas que palpitan y viven no solo para transmitirse, ellas junto con el hombre, donan algo mucho más esencial: lo que ocurre internamente y en un cuerpo que por vez primera asoma al mundo sin miedo, simplemente como es y con una potencialidad y una sinceridad tal que nos invitan a enmendar nuestras fallas. Nada ocultan, nada retienen, otorgan y podemos seguir sus movimientos sin hallarles nada que nos ponga maliciosos.

Se había creído que un blanco o un azul no podían señalar, no podían poseer vivacidad genuina si no estaban subordinados a una realidad concreta. Mirando los Coloritmos nos enfrentamos ante la constante de que el verde, el amarillo, el violeta, el naranja, adquieren no solo la necesidad de ser autóctonos, sino que también nos muestran una sucesión que perteneciendo solo a ellos nos envían a la fuente más originaria de todo acaecer. Esto ocurre porque el propósito del artista fue desde un comienzo unirse a la materia para que esta se elaborara con tanta libertad que pudiera proclamar lo más oriundo y verdadero. Y eso es un hallazgo. Es asombroso contemplar una expresión que se apoye totalmente en la materia para decirnos: el movimiento no es anarquía, es organización de planos donde brotan los ocres, los azules, los rojos, entre paralelas que están allí no como simple apoyo, sino para ordenar que la posibilidad de todo nacimiento no se frustre y surja pleno y con ese amor que, por provenir de lo más profundo de nuestro ser, logrará la irrupción de nuevos valores. Y eso es lo esencial y lo que nos impide olvidarlos.

Es más fácil crear la materia con sentido íntimo y de devastación que lograr un cuerpo, un cuerpo que proponga formación de realidades. Necesitamos una creencia nueva, mas no nacida de libertades íntimas, sino de esa libertad que brota cuando prescindiendo de cuanto existe, algo que ignoramos y que sentimos está más allá de nosotros mismos, nos invade lanzándonos de nuevo al sol.


*Publicado originalmente en Visual, Año 3, números 11-12, correspondiente a julio-octubre de 1960.


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