¿Hay libros inútiles? (1)

La pregunta de si hay libros inútiles parecería bizantina. Obviamente hablo con el amor que desde la infancia he sentido por los libros. De no ser así, todo libro me parecería, si no inútil del todo, al menos poco útil o solo de relevancia pasajera. En todo caso, debo recurrir a una analogía. Desde niño me gustaron las artesanías. Cuando empezaba a interesarme por ello, cualquier objeto artesanal me parecía maravilloso. Con el tiempo, las experiencias, las lecturas y mi gusto se fueron depurando. Ahora prefiero piezas que combinen lo utilitario con lo estético. En todo caso y como en otros campos, el principio de la educación del gusto aporta dos criterios: la formación y la especialización. Adicionalmente hay criterios de tipo contextual: la vigencia del contenido y el valor histórico. Excluyo de esto a los libros que son principalmente un objeto artístico por sus características de diseño, pues requieren otras evaluaciones al igual que los libros que siguen estrechos criterios comerciales, modas pasajeras o estilos y formatos subordinados a determinados intereses.

Sería arriesgado e indebido hacer una consideración universal, no solo por el concepto de “libro” en sí mismo sino por su representación social. Para un no cristiano, a menos que sea un erudito, la Biblia sería un libro inútil. Lo fue sin ánimo irrespetuoso de su parte para Atahualpa, irrespetado en cambio por quienes le entregaron indebidamente el libro que lanzaría al suelo como señal de desprecio no al libro mismo cuya significación desconocía sino al acto de irreverencia que suponía la actitud de los conquistadores. Igual serían inútiles para un ateo cualquier libro religioso y para un físico un libro de retórica literaria, por decir algo, aunque por supuesto depende de los intereses personales.

Los criterios sobre utilidad o inutilidad de un libro no siempre provienen de un lector entrenado, sino de personas con determinados roles sociales cuyos criterios se construyen a partir de sus propios gustos, intereses y formación y del contexto histórico y sociocultural. La valoración también se constituye a partir del contenido y la ponderación de los lectores. Por ejemplo, un libro medieval sobre anatomía tendría a principios del siglo XXI un interés más histórico que médico, sin excluir por supuesto esto último y que en su momento debió ser fundamental.

Estas consideraciones nos muestran cómo los ejes temporales (sincrónico y diacrónico) se imbrican con los relativos al contenido y los gustos personales, todo ello dentro de un contexto cultural de énfasis en la escritura. En otros contextos, la valoración de la palabra escrita y del libro en particular tiene otras dimensiones, incluso en enclaves de preponderancia de la oralidad dentro del llamado mundo occidental.

Libros inútiles (2)

Todos empezaron a decir que los libros eran inútiles. Los vecinos, mi familia, mis amigos estaban cansados de los libros. En la oficina no había día en que no se hablara de ello. Que si son un estorbo, que ya nadie los lee, que tienen hongos, que quitan espacio. “Huelen mal y dan alergia”, decían en mi casa. “Ya nadie lee libros”, comentaban los vecinos. “Es mejor tener una computadora”, sentenciaban en mi oficina. “Los libros y el papel son cosas del pasado”, apostrofaba una y otra vez mi jefe y, con general beneplácito, ordenó que los libros fueran retirados de la vista del público y los empleados. La encargada de la limpieza, una mujer baja y contrahecha pero de semblante amable, los apiló por orden de tamaño en un baño que se utilizaba como trastero y archivo. Con frecuencia los limpiaba y de tanto en tanto hojeaba alguno.

“Hay que actualizarse. Los libros solo traen polvo y ácaros”, repetía la secretaria. Yo recordaba los libros de mi infancia, de imágenes coloridas, en los que aprendí a leer. Recordaba los libros de cuentos, las novelas, las biografías, todos los libros que había leído. “Olvidemos los libros. Hasta mis nietos usan los nuevos aparatos”, oía decir yo con resignación. “¿Cuáles cree usted que sean los libros más inútiles?”, me llegó a preguntar una empleada.

Una tarde se formó una fuerte tormenta y se interrumpió la corriente eléctrica. La oficina de las secretarias, que se iluminaba con luz artificial, quedó en oscuridad total. Las personas se empezaron a inquietar. De pronto, con el semblante tranquilo, vimos pasar varias veces a la encargada de la limpieza. Llevaba libros en sus manos y los dispuso en forma de escalera. Se trepó sobre aquellos viejos volúmenes encuadernados en cuero y para sorpresa de todos logró quitar las tapas de la única ventana del recinto. Sus manos hicieron la luz. El rostro de la mujer resplandecía sobre la improvisaba escalera de papel.

Sobre libros inútiles (3)

Las religiones abrahámicas generaron matrices culturales fundamentadas en la veneración del libro como objeto sagrado y referente de la vida social. Así se fue produciendo una valoración extrema de los libros, al punto de que muchos que pudieran considerarse «poco útiles» o incluso «inútiles» habían sido elaborados como imitación o aspiración inconsciente del libro arquetipal, eje o centro civilizatorio.

La pregunta sobre la inutilidad de ciertos libros parecería a priori una discusión sin mucho sentido. En todo caso, requeriría de muchas puntualizaciones y aclaratorias. Sin embargo, nuevas tecnologías de la información y la comunicación y recientes formas de producir y autoproducir libros justifican una reflexión desapasionada sobre el asunto.

Con una conciencia más amplia en torno al uso racional del papel, cabría preguntarse si todos los libros publicados han debido imprimirse. Ahora que no solo podemos sino que debemos mirar los retos de la nueva industria editorial, la emergencia de las redes sociales y las páginas web y las cada vez más comunes prácticas de autoedición, hemos también de evaluar si todo el papel empleado para imprimir valió la pena. ¿Qué cura y qué barbero podrían ayudar desde ámbitos opuestos del quehacer humano a revisar la pertinencia de lo publicado y por publicarse? No quisiera estar en el pellejo del uno ni del otro y no sé si tendría ánimos suficientes para escuchar los dictámenes, pero celebro la relevancia de mirar hacia atrás como forma de proyectarnos al futuro.

¿Pudieran las nuevas tecnologías ayudarnos a divulgar sin exclusión, pero a la vez filtrar lo que debe o no llegar a las imprentas como manera de reducir el impacto sobre recursos escasos?

Seguimos malgastando tinta y sobre todo papel, no sé si en libros inútiles, pero sí en páginas innecesarias, tanto como hay espacios virtuales con contenidos irrelevantes o confusos y hasta falsos. Reflexionar sobre esto nunca resultará inútil.

Horacio Biord Castillo


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