Libro paria el de la guerra, esperado el de Zelensky y la paz

¿Cuál sería ese libro nunca jamás abierto, libro patito feo, libro de tinta amarga? ¿Cuál ese volumen olvidado, soso, evadido? ¿Uno de jogging? ¿Un recetario en tres pasos de la felicidad? ¿Mein Kempf? He leído libros que todavía laten en mis sienes, llenos de palabras que parecen llaves desarropando mis neuronas o son como la manija que descubre la luz tras la celosía de una ventana Macuto. Libros que alborotan mi corazón, se nota bajo la blusa el sofoco. Las tetas ciegas de la monja abusada en El otoño del patriarca siguen provocando mi compasión así como admiración el adjetivo de García Márquez. Me impactó la historia de una familia feliz de Khalil Gibrán: es aquella en que muere el abuelo, luego el padre y luego el hijo: cuando la vida lleva un orden y no es salto de rayuela.

Son mi más importante posesión. Reunidos en los 7 anaqueles de mi biblioteca bisbisean, susurran, intentan a medianoche chasquidos de coral. Son compañía y perfume mientras escribo. Adoré Las horas claras de Jacqueline Goldberg: un estremecimiento de llovizna que empapa. Y la poesía de Hanni Ossot que siempre me estremece, la de Sandy Juhaz, inmensamente sensual, la de Sonia Chocrón, que me empuja a ver la mesa y sus sillas vacías, y la de Federico García Lorca que, como su teatro, me hace mirar el cielo y al suelo, es caliente como la sangre y visceral como la savia, y es raíz anclada en el medio de la lengua. Me siento que rezo si leo a Armando Rojas Guardia. Y que amo mejor si alcanzo las hojas escritas, que son de árboles, cuando regreso a Eugenio Montejo. Italo Calvino me da aire y espacio. Vargas Llosa estructura de manera tan precisa que sientes que si te perdieras en la propiedad de sus palabras ciertas no habría nada que temer. Ana Teresa Torres es un espejo con lupa añadida.Y La loca de la casa de Rosa Monteroes una maravilla que nos hunde en los sueños de una nueva Alicia.

Mi librería es elocuente, clásica, ficcional, geográfica, política, acogedora, subversiva, religiosa, filosófica, más erótica que tanática. Hay boom y hay gajes del oficio. Caracas en versiones nostálgicas y propositivas y la saga del 23 de enero a lo largo de un estante. Atesoro la tinta como podría un botánico clasificar semillas. Mis libros son afables y coquetos, hacen guiños aquellos sobre los que he llorado. Desde Louise May Alcott hasta Platón y su república, ay. Amo la obra de Oscar Marcano, un creador de verbo preciso y metáforas de ensueño. Me seduce Voltaire, un prodigioso autor de honduras, liberal y tolerante que también fluye en la paradoja del desenfado. Shakespeare es una cátedra del alma, drama o sonetos y Borges, ay, es la fe: la fantasía existe, la perfección no es fantasía, el verbo se hizo carne y este señor podría es un dios.

Amo el libro rojo de Scannone que puede leerse como una novela de Caracas, así como todo lo escrito por Ben Amí Fihman, el sarcasmo hurgando entre lentejuelas, Rodolfo Izaguirre, el desparpajo más amoroso, y Elisa Lerner, el retintín al pie de la letra, letra vestida de las altisonancias del valle febril, letra remojada en papelón. A vuelo de pájaro reconozco la anchura creativa de La consagración de la primavera, un para siempre; las piruetas de Cabrera Infante, un asombro lúdico; y el ingenio de Bernard Shaw, un bisturí de diamante. La precisión de Karl Krispín, el gracejo a la rabiatta de Manuel Caballero, la pena pícara de Cabrujas, la sabia redondez de Héctor Torres, la nostalgia de Arturo Almandoz Marte. Y acaricio el lomo de los Saramago, los Pessoa y los Peixoto que convierten la sabiduría en temperatura de entraña. Me deleita Nobocov, sufrí con Anna Karenina, con su pasión y tragedia, y respiro entrecortado con Susan Sontag. Le agradezco a Tolstoi cada palabra.

Pero ¿dónde está el libro indeseado que me produce asco o desdén?

En un sitio indeciso.Tal vez aquel que vi alguna vez saltar, tan pequeñín y dando consejos, por las mesas de casa. El arte de la guerra de Sun Tzu que tanto citó un golpista de zarpazos e iniquidades: ese. Nunca lo he abierto. Hasta le perdí la pista. Se fue con sus tambores de guerra a otra parte… ¿o no? Es que me parece terrible aprender a organizar muertes y a tirar del gatillo, si de eso va. Me produce urticaria un manual del franco tirador —vaya nombre para un oficio— al igual que una peña de gentes con rifles y pistolas que no son pistoladas para ver a quién le cabe o no en el cinto. Quien ha sido picado de culebra cuando ve bejuco brinca. Con Pernalete y Neomar vi en vivo la muerte.

En cambio, si de sangre, dolor y lágrimas se trata, juro que leería —lástima que no la pudo escribir Arturo Uslar Braun, genial en eso, autor de Hasta 100 hombres— la biografía de Volodomir Zelensky. Entre aplausos y detonaciones, tres intentos de asesinato y una entereza tan radiante como no se veía últimamente, el presidente de Ucrania, también cantante, bailarín y actor, asume la odisea de defender la libertad de su país acosado como si encarnara a Ulises; también lo vemos en el papel de David.

Faitha Nahmens Larrazábal


Itinerario

A continuación, refiero la tarde en que decidí reordenar mi biblioteca para deshacerme de libros contaminados o de aquellos que en realidad nunca me interesaron y, por alguna razón, ocupaban valiosos centímetros en estos anaqueles:

Escritorio

El papel lija y el benzol se disponían como dos elementos extremos para mi tacto y olfato. Para los hongos que erradicaría eran armas químicas. Un apocalipsis binario.

Literatura Clásica

Raspé con el papel lija el canto superior de La Ilíada, borré esos lunares oscuros petrificados. Código sellado por el polvo de otras bibliotecas.

Poesía

Mis pulgares oxidaron numerosas páginas. «Si lees en el Metro, a causa del sudor, pasará eso», me advirtieron. Pero ese poemario que me recomendaste, respondí, el del poeta funcionario, la verdad que no dejó ni huella ni sudor en nadie.

Europa

Obabakoak (Ediciones B, 1997).

Obabakoak (Ediciones B, 1997).

Dos ejemplares idénticos.

Dos clones.

De mis libros favoritos, pero aquí solo hay espacio para uno.

VV.AA.

Cada día el mundo está más complicado. Creo que ubicaré Lo mejor de la ciencia ficción rusa, compilación del escritor ucraniano Jacques Bergier, en el anaquel Antologías. Lejos de Europa.

Ciencia ficción

Libros de los setenta, incólumes; libros de 2007, aparté tres docenas.

Hongos.

«Para que no te contaminen otros libros», me advierten, «debes limpiarlos cuidadosamente con benzol».

Descartaré aquellos que no pueda salvar.

Paso un paño húmedo sobre la página.

Hongos.

Y deshago un lenguaje en apariencia incoherente, otra escritura tenue y yuxtapuesta sobre la letra impresa. Acaso una criptografía nebulosa redactada por una conciencia ajena a la humana, signos que se expanden como un discurso infinito e intraducible que afianza mi ingenuidad.

Fantástica

Las lepismas o peces de plata que habitan entre el librero y la pared son criaturas que surgen del grafito de aquellas frases que subrayaste y que nunca aprendiste de memoria.

Ensayo

Guía telefónica Cantv 1996. Mil quinientas páginas. El registro de una ciudad comunicada ya inexistente. La guardaré para mis intentos de collage a lo Castillo Zapata. O no, quizá en el siglo trescientos sea el libro sagrado de una secta fanática de letanías alfanuméricas.

Vertedero

Tras el asedio de la ciudad, el líder vecinal me sugirió donar mis libros para fortalecer una barricada. Encender una hoguera. Que para algo deben servir.

Biblioteca digital

Aquí yacen los fantasmas de aquellos mundos posibles en físico que entregué al fuego. Su venganza será reproducirse en .pdf hasta el infinito.

Mario Morenza


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