Mann consideraba que la lucha contra el nazismo era una lucha conservadora

Por ANÍBAL ROMERO

Conclusión: Mann, Alemania y los alemanes.

La conferencia “El problema de la libertad”, pronunciada por Mann en septiembre de 1939, ofrece un buen punto de partida para comentar el período final de su lucha contra Hitler. Este cometido nos llevará hasta 1947, año de la publicación de la novela Doktor Faustus, que es un compendio crítico de los principales temas con pertinencia política elaborados por el escritor. Si bien el recorrido vital de Mann se prolongó hasta 1955, cuando falleció en Zurich a la edad de ochenta años, el fin del régimen nazi y la aparición de Doktor Faustus marcan la etapa culminante de sus esfuerzos en el ámbito cubierto por este estudio, y allí detendré mis reflexiones (1).

En la sección VI del ensayo hice referencia a las consideraciones de Mann acerca de la naturaleza nihilista de la revolución nacionalsocialista. Otros temas tratados en la ya  mencionada charla de 1939 fortalecieron su visión política durante los años de guerra. En primer término, el escritor se propuso sustentar la propuesta social-demócrata, que ahora promulgaba como opción frente a los extremismos de la época, argumentando que “para el sentimiento del hombre y para sus necesidades morales, la libertad y la igualdad no constituyen, en realidad, un antagonismo. Con una diferente distribución del acento, tanto el socialismo como la democracia reúnen ambas aspiraciones, pues el antagonismo que los separa es neutralizado por el cristianismo, que lo cubre y une”. Según Mann, no existe una brecha imposible de reconciliar entre libertad, igualdad y justicia, y “no habría ninguna esperanza para el hombre si solo le quedara la elección entre la anarquía y las consecuencias de una socialización que destruye al individuo. Pero no es esto, es decir, una democracia social, lo que significa un socialismo para el cual la democracia es su tierra madre y que, en nombre de la libertad, exige una justicia compensadora”.

En segundo lugar, Mann afirmó que la lucha contra el nazismo era una lucha conservadora, dirigida a preservar los valores esenciales de la civilización occidental: “La democracia misma fue una vez revolución; hoy es la gran fuerza conservadora sobre la tierra, conservadora en el más profundo significado de la palabra… la defensa y la conservación de los principios morales de Occidente, descaradamente amenazados. Pero para cumplir esa misión… tiene que luchar, porque sin lucha dejaría de ser… se necesita una democracia militante que se desprenda de las dudas sobre sí misma, que sepa lo que quiere, es decir, la victoria, que es la de la civilización sobre la barbarie.”

En tercer término, Mann ratificó el sentido autocrítico de sus planteamientos, en contraste con las que habían sido sus anteriores creencias políticas: “Les he hablado de la verdad, del derecho, de la civilización cristiana, de la democracia. En mi juventud, orientada hacia lo puramente estético, me hubiese avergonzado de tales palabras… Hoy las pronuncio con una alegría jamás imaginada, porque la situación del espíritu ha cambiado sobre la tierra… el espíritu ha entrado en una era moral, quiero decir, en una época de simplificación y diferenciación de lo bueno y de lo malo… Lo malo se nos ha aparecido con una crudeza y bajeza tales que se nos han abierto los ojos para ver la dignidad y sencilla belleza de lo bueno” (2).

Debo resaltar la distinción entre una era “estética” y una nueva era “moral”, que Mann aplicó al nuevo tiempo que vivía y a su propia ruta ideológica, ya que esa diferencia influyó sus concepciones sobre la naturaleza del arte y la misión del artista, exploradas en Doktor Faustus. Debe señalarse también el compromiso de Mann con una guerra sin concesiones, de parte de las democracias frente al nazismo. Esta postura no hizo sino acentuarse a medida que transcurría el conflicto, que Mann constataba los avances nazis en Europa así como la ferocidad de los crímenes que se cometían contra las poblaciones invadidas.

El escritor se enteró muy pronto de la existencia de campos de concentración en Alemania y fuera de ella y del propósito nazi de exterminar a los judíos, y denunció la política genocida de Hitler, dando a conocer los hechos al pueblo alemán mediante alocuciones radiales transmitidas por la BBC. Su conocimiento de las atrocidades nazis le condujo a asumir una posición de repudio hacia su propio pueblo. Exigió un severo castigo y llegó a decir, en mayo de 1945 y en medio de la derrota total de Hitler, que “No, no es un gran pueblo” (3). Sin embargo, estos pronunciamientos radicales fueron matizados por otros, menos influidos por las graves y desconsoladoras noticias cotidianas.

La novela Doktor Faustus fue el esfuerzo definitivo de Mann para cohesionar temas fundamentales de su obra literaria y su reflexión política. Se trata de una novela compleja, con facetas a veces ambiguas u oscuras, en la que se entremezclan las consideraciones de Mann sobre su país y sobre sí mismo, con relación a la naturaleza y misión del arte y el artista. A una mejor comprensión de esta obra contribuyen la conferencia “Alemania y los alemanes”, pronunciada por el escritor en Washington en mayo de 1945, así como el ensayo “La filosofía de Nietzsche a la luz de nuestra experiencia”, redactado por Mann apenas concluyó la novela entre febrero y marzo de 1947. Ambos textos suministran claves adicionales sobre las ideas que el escritor desarrolló en Doktor Faustus.

Para mis propósitos deben enfocarse estos aspectos: 1) El tema de los orígenes y significado del “inconcebible derrumbamiento, económico, político, intelectual y moral” de Alemania bajo el nazismo y el “pacto con el diablo” (4). 2) El tema de la creación artística y su vínculo con la enfermedad y el mal, que continúa gravitando sobre el espíritu y las preocupaciones filosóficas y políticas de Mann. 3) La cuestión de la misión del arte en una nueva etapa histórica, definida por el predominio de lo moral y social sobre lo estético.

En la tradición literaria de Occidente, la figura de Fausto representa la ambición de poder dispuesta a todo para alcanzarlo. El compositor Adrián Leverkühn, el Fausto en la novela de Mann, hace un pacto con Satanás, “guiado por intrepidez, arrogancia y temeridad, con el propósito de conquistar fama en este mundo… Porque siempre pensé que quien no arriesga no gana y que hay que rendir homenaje al diablo porque es el único que hoy puede dar aliento a grandes obras y empresas”. Leverkühn no desea poder político sino poder creativo: “En la creación buscarás refugio –le dice Satanás– al huir de la frialdad de tu vida” (5). El pacto con el diablo es una metáfora, pero es más que una metáfora. No se equivocan los intérpretes que argumentan que en Doktor Faustus Mann quiere sugerir una supuesta conexión del alma alemana con el mal, conexión que hace explícita en su conferencia “Alemania y los alemanes” al referirse a Goethe y Lutero, y al escribir acerca de una “unión secreta del espíritu alemán con lo demoníaco.” Nos topamos con sorprendentes reflexiones según las cuales “la música es un dominio acechado por lo demoníaco”, una mezcla de “orden calculado y fuerza irracional generadora de un caos”. Se trata, sostiene Mann, de un arte muy alemán, que refleja la profundidad del alma alemana, “su subjetividad, el divorcio de lo especulativo del elemento sociopolítico de la energía humana, y el total predominio de lo primero” (6).

De modo pues que la metáfora del “pacto” tiene en la novela un referente individual, encarnado en Adrián Leverkühn, y otro colectivo, el de Alemania, Hitler y el nazismo. En ambos casos el uso de la metáfora suscita dificultades. Para empezar con el espacio colectivo, Mann no se limitó a lo metafórico para tratar de explicar el descenso de Alemania y los alemanes al abismo. Tanto en Doktor Faustus como en los otros textos indicados y enlazados con la composición de la novela, Mann aborda el clima ideológico en el que fermentó el nazismo, discute el romanticismo alemán y las corrientes irracionalistas de ese tiempo, la ausencia de una genuina revolución burguesa en Alemania y el deficiente significado de la libertad entre su pueblo, por ejemplo. No obstante, Mann pone el énfasis en lo ideológico, en la dimensión espiritual de la crisis, y la asocia al presunto “pacto”. Su blanco es “lo anti-teórico, lo vital, la voluntad, el impulso y, para decirlo de una vez, lo demoníaco” (7).

Tal vez Mann fue demasiado lejos al establecer una relación estrecha entre, de un lado, su fijación sobre la presunta atadura del arte, la enfermedad y el mal –tema que tomó del programa estético del modernismo–, y del otro la traumática experiencia colectiva del nazismo. El peligro de la metáfora del pacto consiste en atribuir  a Hitler y el nazismo unos poderes mágicos, situados más allá de toda explicación posible. El pacto es más que una mera metáfora, pues con ella Mann sugiere que el descenso al abismo contiene aspectos que escapan al análisis racional.

Ahora bien, admitir la existencia y fuerza de factores irracionales en los asuntos humanos y el curso de la historia es una cosa, pero considerarlos como fenómenos ajenos a un entendimiento racional, que a la vez respete la entidad propia de lo no-racional, es algo diferente. Esto ha ocurrido a estudiosos de Hitler y el nazismo, a quienes Joachin Fest critica en su estupenda biografía del líder nazi, señalando que con frecuencia se coloca sobre la figura de Hitler todo el peso de la interpretación de vastos y complejos eventos, convirtiéndole en un factor paradójicamente inasible pero también todopoderoso, un falso salvador transmutado en “satánico seductor” (8). Otro cariz del tema entraña la atribución de culpabilidad, sea criminal, moral o política, a individuos particulares o a todo un pueblo, en este caso el alemán, que según Mann, fue empujado a su destino por fuerzas satánicas: “No existen dos Alemanias, una buena y otra mala” –escribió en su conferencia “Alemania y los alemanes”–, sino solo una, cuyos aspectos positivos se convirtieron en perversos mediante la acción de una astucia diabólica” (9). El riesgo con este tipo de planteamiento es que con facilidad se transforma en excusa, en una no intencional justificación.

Una vez que se recurre a metáforas como la del “pacto con el diablo” resulta difícil alcanzar un punto de equilibrio, y ello se manifiesta en su aplicación a Adrián Leverkühn y las concepciones sobre el arte expuestas en Doktor Faustus. Si el arte de su tiempo, asevera Leverkühn en la novela, “era imposible sin ayuda diabólica y fuego infernal debajo de la caldera” (10), ¿no significa esto que el compositor, y el propio Mann, expresan un credo estético, el del modernismo, que es estrecho, reduccionista y cuestionable? Como señala con acierto Félix Ovejero (11), Mann no proporciona un soporte adecuado a la afirmación, presente también en su ensayo sobre Nietzsche, según la cual existe una radical antítesis entre ética y estética, así como una cercana vecindad entre esteticismo y barbarie (12). Si esto fuese cierto, entonces Mann no habría podido aspirar a que se cumpliese su programa de renovación social y política, que estaba basado –entre otros postulados– en un arte que recobrase “una nueva candidez, una nueva inocencia” (13). El problema es que la novela está centrada en la idea de que el gran arte, el arte superior y verdaderamente creativo, está asociado al mal y la enfermedad, y en el libro no hallamos sino leves atisbos sobre cómo “salir de una época estética y penetrar en una época moral y social” (14).

Comencé la sección introductoria de este ensayo citando una carta de Mann, escrita en 1938, en la que confesaba que solo las apremiantes circunstancias que le tocó vivir le involucraron en la lucha política, en contra de sus más auténticos deseos y vocación. Mann no fue un pensador político sistemático ni pretendió serlo, y no es difícil hallar paradojas y hasta contradicciones en su amplio legado periodístico, ensayístico y propiamente literario. A mi parecer, ello no ensombrece logros primordiales de singular mérito alcanzados por el escritor, en su intento de dar respuestas a los desafíos que enfrentó. Su viraje autocrítico, desde un conservadurismo nostálgico hacia una postura social-demócrata, fue digno y comprensible, en particular si se le evalúa con ponderada referencia al complicado marco político en que esa evolución tuvo lugar. También pueden entenderse los orígenes y significado de sus críticas hacia su país y su pueblo, como veredicto coyuntural ante los crímenes cometidos durante la Segunda Guerra Mundial.

Cabe no obstante dejar claro que Mann estuvo apegado a la cultura alemana hasta el fin de sus días. Pueden leerse en Doktor Faustus unas reveladoras frases, que expresan la imborrable convicción de Mann sobre la continua vigencia de los valores de esa “alta civilización”, que nunca dejó de evocar y que le sirvieron de brújula en las tormentas de su tiempo. En esas líneas Mann asevera que el derrumbe de Alemania tuvo lugar debido “al abuso ofensivo y desvergonzada dilapidación de los valores antiguos y auténticos, de la fidelidad y de la confianza, de todo cuanto es esencialmente alemán… que falsarios convierten ahora en pócima venenosa bajo cuya influencia se pierde el sentido de las cosas” (15). Las propuestas políticas bastante utópicas que Mann esbozó una vez terminada la guerra de Hitler (16), deben ubicarse en ese breve momento de distensión que el mundo experimentó al celebrar la victoria, pero que la realidad pronto comenzó a desvanecer. El excesivo idealismo del escritor durante esos instantes de optimismo se enlaza con su no menor desencanto durante los años de guerra. Con no poca frecuencia, las grandes decepciones abren paso a efímeros entusiasmos.

La lectura política de Mann intentada en estas páginas me conduce a una reflexión final, relativa a los dilemas de un conservador en una era revolucionaria. La trayectoria de Mann, extensa y compleja como lo fue, proporciona una importante enseñanza en este terreno, consistente en apreciar que una postura política conservadora no se define por su inflexibilidad a los cambios, sino por la prudencia ante la inevitabilidad de los mismos (17). El conservador genuino no vive en el pasado, sino que lo usa para contener las catástrofes que amontona el presente, y para ennoblecer en lo posible el porvenir.


NOTAS:

  1. Los años postreros de Mann no estuvieron exentos de vicisitudes y polémicas políticas. Para un análisis del asunto, el lector puede consultar el estudio de Kenneth H. Marcus, “The International Relations of Thomas Mann in Early Cold War Germany”, New Global Studies, Vol. 8, # 1, 2014
  2. Véase, Thomas Mann, “El problema de la libertad” (Buenos Aires: EMECÉ, 1947, folleto).
  3. Véase, Hermann Kurzke, Thomas Mann. La vida como obra de arte (Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2003), pp. 484-485, 490-492, 522, 571
  4. T. Mann, Doktor Faustus (Barcelona: Editorial Seix Barral, 1984), p.204
  5. Ibid., pp. 289-290, 569
  6. T. Mann, “Germany and the Germans” (Washington, D.C.: The Library of Congress, 1945), pp. 5-6. Véase también, H. Kurzke, ob. cit., pp. 557-559
  7. Doktor Faustus, p. 109
  8. Joachim C. Fest, Hitler (Barcelona: Editorial Noguer, 1974), Tomo I, p. 12
  9. “Germany and the Germans”, p. 18
  10. Doktor Faustus, p. 572
  11. Félix Ovejero, “Cuando la estética es ética”, Claves de la razón práctica, # 200, 2010, p. 72
  12. T. Mann, “La filosofía de Nietzsche a la luz de nuestra experiencia”, en, Schopenhauer, Nietzsche, Freud (Madrid: Alianza Editorial, 2000), pp. 116, 129-130
  13. Doktor Faustus, p. 372
  14. “La filosofía de Nietzsche a la luz de nuestra experiencia”, p. 134; Doktor Faustus, pp. 372-373
  15. Doktor Faustus, pp. 205, 586
  16.  Véase, “Alemania y los alemanes”, pp. 19-20.
  17. Véase, H. A. Kissinger, A World Restored (Boston: Houghton Mifflin, 1957), pp. 194-195, 204-205

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