Por ANÍBAL ROMERO

  1. Mann contra Hitler (primera parte).

El ascenso en la popularidad de Hitler y los nazis durante los años veinte fue paulatino, hasta que se produjo su gran salto adelante con las elecciones parlamentarias de septiembre de 1930. En esa ocasión los nazis avanzaron de 12 a 107 curules en el Parlamento o Reichstag, obteniendo unos 6.400.000 votos. Solo fueron superados por el partido socialdemócrata, de centro-izquierda, con 143 curules y alrededor de 8.600.000 votos, perdiendo sin embargo 10 puestos en la cámara. Los comunistas ganaron 23 curules adicionales para un total de 77, respaldados por 4.600.000 votantes. Los 250 curules restantes se distribuyeron entre docenas de partidos, que iban desde organizaciones de la derecha tradicional hasta el partido contra el consumo de alcohol, los evangélicos y el partido de los campesinos. Participaron en total 35 millones de electores.

El resultado estremeció a Alemania y Europa. La derecha conservadora tradicional, la que imperó durante los tiempos de la pre-guerra, drenó millones de seguidores hacia Hitler, mostrándose casi impotente a ojos de un electorado ansioso de alternativas contundentes frente a la crisis nacional. Los comunistas alemanes, dirigidos estratégicamente desde Moscú, se enfrentaban en medio de la violencia a los nazis en las calles. El “centro” político alemán lucía exhausto, y la anarquía y la dictadura se asomaban como las opciones más probables, en medio del agotamiento y la exasperación de una sociedad extraviada.

La oposición de Mann con respecto a Hitler y los nazis, sin embargo, no fue gradual sino clara y consistente desde un comienzo, y la trayectoria política del escritor durante este período, que ahora acompañaremos hasta el momento de su conferencia de 1930, Un llamado a la razón, puso de manifiesto coraje personal y un empeño incansable. Las actividades políticas de Mann le llevaron, por una parte, a desarrollar una robusta reflexión sobre los orígenes y significado de lo que denominaba “el fascismo alemán”, y por otra a acercarse al socialismo, que en su caso quería decir socialdemocracia, o en otras palabras una postura de centro-izquierda moderada, distanciada del comunismo marxista.

Como esbocé en otra sección de este ensayo, ambos aspectos de la evolución política del escritor, la lucha contra el fascismo alemán y la aproximación, a su manera, hacia la socialdemocracia, tuvieron sus raíces en los principios de la “alta civilización” que Mann siempre protegió, considerándole lo más valioso de su herencia e identidad artística e ideológica. De allí que su repudio a Hitler y los nazis incluyese, como componente importante, la aversión que ese ethos burgués clásico experimentaba hacia a una política de masas sustentada en instintos y mitos, y agitada por la demagogia. En cuanto a sus simpatías socialdemócratas, las mismas se movían en un plano primordialmente ético, que en la práctica buscaba el fortalecimiento de la unidad de los partidos y movimientos democráticos contra el enemigo mortal nazi.

Conviene enfatizar este último punto, pues en algunas ocasiones, en el transcurso de esos años tan convulsos y violentos, Mann se pronunció con desacostumbrada intensidad a favor de posiciones de centro-izquierda, lo que ha dado lugar a inacabables y agrias controversias (1).  No obstante, a mi modo de ver, la explicación de ello no se encuentra en que el escritor se hiciese marxista, lo cual jamás ocurrió. La vorágine de los acontecimientos, más bien, le llevó en apremiantes coyunturas a comprometer su prestigio intelectual en función del rechazo a Hitler, y por lo tanto, del lado de quienes se  oponían con mayor vigor y sensatez política a los nazis. En este sentido, por distintas razones y y salvando las necesarias distancias, Thomas Mann tuvo el mismo acierto que León Trotski, quien percibió a tiempo que la política de Stalin y los comunistas alemanes, que acusaban a los socialdemócratas de traidores a la causa obrera y les concebían como el enemigo principal, en lugar de Hitler y su movimiento radical, era un monumental error, que traería consecuencias catastróficas (2).

La biografía de Hermann Kurzke lleva a cabo un detallado seguimiento del recorrido de Mann durante esos años, y cita un estudio en el cual se enumeran 375 publicaciones del  escritor, con fondo político, realizadas entre 1922 y 1933. Ya en 1921 Thomas Mann se refería al todavía incipiente partido nazi como “disparate con esvástica”. El escritor interpretó el “fascismo alemán” como una recaída hacia el abismo caracterizada por un irracional fanatismo, como una “barbarie romántica” que contaminaba a una sociedad desorientada y presa de angustia. Con gran perspicacia, este notable biógrafo de Mann sostiene que: “La lucha contra el fascismo era también la lucha contra su propia fascinación por el oscurantismo político y las consecuencias políticas del coqueteo con la muerte.” Para Mann los jerarcas nazis eran “gángsteres de la peor calaña”, y a Hitler le veía como una “bestia con patas de histérico.” Kurzke comenta que para el escritor el nazismo era la antítesis de todo ese refinamiento, de todo ese hondo apego a una decencia esencial, que Mann describió en Los Buddenbrook (3).

Las ideas sobre el “fascismo alemán” que el escritor desarrolló a lo largo de esos años, fueron organizadas y expuestas en una importante conferencia, pronunciada en Berlín el 18 de octubre de 1930, y conocida como Un llamado a la razón o El discurso alemán. En esa ocasión, Mann llevó a cabo un análisis de las raíces profundas del resultado electoral de septiembre de ese año, así como de sus causas más inmediatas; se expandió igualmente acerca de las fuentes ideológicas del nazismo, preguntándose de manera explícita si Hitler y su movimiento eran un fenómeno pasajero o acaso expresaban corrientes profundas del alma alemana. El escritor también formuló interrogantes sobre la adecuación, o falta de ella, del sistema parlamentario occidental para las condiciones de Alemania, exploró las circunstancias políticas vigentes, y terminó su charla lanzando un llamamiento a favor de la socialdemocracia, distinguiéndola política e ideológicamente del comunismo bolchevique (4).

Una vez más, Mann reafirmó en su presentación su procedencia socio-cultural, declarando: “Soy un hijo de la burguesía alemana y jamás he renegado de las tradiciones espirituales que pertenecen a mis orígenes.” A partir de allí desplegó un argumento de amplio alcance, refiriéndose al grave impacto que seguía teniendo sobre la Alemania vencida el Tratado de Paz impuesto por los aliados en 1919. Según Mann –y en esto coincidía con la abrumadora mayoría de sus compatriotas de su época, de todas las tendencias políticas, incluido desde luego Hitler— dicho instrumento jurídico, el Tratado de Versalles, había establecido una paz de triunfadores, una paz punitiva y miope que condenaba a Alemania a un humillante estado de servilismo y subordinación, que a su vez generaba una permanente inestabilidad.

Me parece claro que Mann tenía razón en cuanto a que las cláusulas del Tratado y sus severas sanciones, abrían un dilatado espacio para el nacionalismo radical y la acción de hábiles demagogos como Hitler. Por otra parte, una crítica del Tratado de Versalles tiene que tomar en cuenta que su incumplimiento no se debió solo a la resistencia alemana, sino también a la carencia de voluntad y divisiones entre los aliados, una vez concluida la guerra, para garantizar que se cumpliese (5). Lo que debe enfatizarse es que Mann manifestaba quejas en torno a las que millones de alemanes se agrupaban, denunciando la “política ciega y arcaica de tributo” impuesta por los poderes victoriosos. Al mismo tiempo Mann abogó por una revisión estrictamente pacífica del Tratado, tarea que en su opinión estaba siendo adelantada con paulatino y esperanzador éxito por los acosados políticos moderados de la frágil República de Weimar. Esta perspectiva no era compartida por los estridentes sectores extremistas.

Si bien el caldo de cultivo de desesperación y anarquía en la sociedad alemana podía atribuirse a la “paz de Versalles”, y sus desestabilizadoras consecuencias socio-económicas,  Mann fue inequívoco al señalar que los recientes resultados electorales no podían ser explicados en términos puramente económicos. El apoyo a Hitler y los nazis no debía reducirse a interpretaciones basadas en un estrecho materialismo, sino que era indispensable, pues se correspondía con la verdad de las cosas, tomar en consideración adicionales factores políticos y psicológicos. La situación de cuasi-servidumbre en que había quedado Alemania, y los agudos sufrimientos de una población que había visto el valor de sus propiedades, salarios y ahorros pulverizarse por la vorágine inflacionaria, sembraron las semillas de un generalizado estado de espíritu: el de un pueblo que se rebelaba y que “podría convertirse en una amenaza mundial”. El escritor clamó que a la sociedad alemana se le había exigido demasiado, alzando su voz de alarma acerca del peligro que esta situación implicaba.

Es quizás en su análisis acerca de las fuentes ideológicas del “fascismo alemán” donde Mann alcanzó mayor lucidez. A la vez, mostró las limitaciones que su invariable apego al clima intelectual en que se formó imponía a sus reflexiones. Por un lado, Mann resaltó que en la sociedad alemana cundía la sensación de que toda una época estaba llegando a su fin. Se refería a la época burguesa, que empezó con los ideales de libertad, igualdad y fe en un continuo progreso de la humanidad hacia más elevados estadios de perfección moral. Mencionó el movimiento expresionista en el arte y el irracionalismo filosófico, como dos de los ámbitos mediante los cuales el culto a la muerte, sumado en el caso de los nazis a “una barbarie anómala de vulgaridad popular primitiva”, embestían contra los ideales ilustrados, creando una atmósfera intelectual tóxica y destructiva.

De otro lado, sin embargo, y haciendo gala de su fidelidad hacia los que fueron siempre sus mentores intelectuales, Mann citó a Goethe, Schopenhauer, Nietzsche y Wagner como representantes de lo mejor del espíritu alemán, sin percatarse del status controversial de algunos de esos nombres, debido a su pertenencia a corrientes de pensamiento irracionalistas y anti-democráticas. Al afirmarlo no pretendo menoscabar la talla artística y filosófica de tales personajes, ni entrar ahora en la ya gastada polémica sobre el significado e impacto político-ideológico de sus aportes. Solo deseo dejar claro que Mann hizo esfuerzos por rescatar el legado de esa tradición intelectual para una causa, la de sus nuevas convicciones democráticas, poco apta para tal propósito.

Otros tres puntos ameritan ser destacados. En primer término, las dudas mostradas por Mann sobre la aplicabilidad del sistema parlamentario occidental a las condiciones alemanas después de 1918,  en vista de las divisiones que obviamente se observaban en la afligida República. En lo que a esto concierne, aparte de manifestar su inquietud sobre el asunto, Mann no pasó de insinuar el tema de una posible vía propia de Alemania en la política, que combinase lo mejor de diversas opciones.

En segundo lugar, y ya en un terreno más firme pero  engorroso, el escritor se hizo una pregunta que comenzaba a atormentarle, y que constituiría uno de los ejes primordiales de sus preocupaciones literarias, ideológicas y éticas durante el resto de su vida: ¿era el nazismo un coloso con pies de arena, o era su mensaje una auténtica aunque repudiable expresión de profundas y tenebrosas corrientes subterráneas que fluían en el alma alemana? Dicha interrogante tenía para Mann no solamente una referencia política, social y psicológica que abarcaba al conjunto de su sociedad, su historia, su presente y las penosas contingencias que la realidad hacía prever. Dicha interrogante, repito, se dirigía al propio Mann, a su conciencia de sí mismo, de la que había sido su carrera hasta el fin de la guerra y de los desafíos que para él se perfilaban en el curso histórico que entonces experimentaba. Esta fue la pregunta que condujo a Mann a escribir su novela de 1947 Doktor Faustus, una obra que se caracteriza por la desoladora angustia que consume a sus principales figuras, y por el hundimiento del entorno que les circunscribía.

El mensaje con el cual Mann completó su conferencia, que suscitó de inmediato encendidas polémicas y causó que su autor fuese tenazmente rechazado por sus enemigos políticos y literarios, se centró en la distinción entre la socialdemocracia y el comunismo bolchevique. Según el escritor, el partido socialdemócrata alemán buscaba mejorar las condiciones de existencia de la clase trabajadora y abrirle las puertas a un futuro mejor; al mismo tiempo, y a diferencia de los sectores extremistas y de las agrupaciones conservadoras tradicionales, la socialdemocracia pretendía alcanzar los objetivos sociales y económicos que proclamaba mediante la preservación y fortalecimiento del sistema democrático. Es decir, la socialdemocracia no buscaba, a la manera de los comunistas, un cambio social y económico al costo del sacrificio de las libertades y las prácticas parlamentarias. Sumado a esto, el movimiento socialdemócrata alemán, de acuerdo con lo expuesto ese día por el escritor, estaba comprometido con una política de paz y entendimiento mutuo con el resto de naciones europeas, y con una modificación concertada de las cláusulas punitivas del Tratado de Versalles. Por todas estas razones, Mann no dudó en concluir afirmando que el lugar adecuado para el ciudadano alemán, para las personas que ansiaban una existencia política a la vez libre y digna, era el partido socialdemócrata.

Resulta conmovedor, tantas décadas más tarde, leer este crucial texto de un genuino conservador, que amaba a su país y se sentía heredero de sus mejores tradiciones, pero que se hallaba inmerso en un contexto histórico que le arrancaba de sus tradicionales predios y removía sus costumbres y hábitos, poniendo en tensión hasta sus más firmes creencias.

Proseguiré con estas consideraciones en la venidera entrega del ensayo.

NOTAS:

  1. Véase, Thomas Mann, “Culture and Socialism”, Past Masters and Other Papers (New York: Books for Libraries Press, 1968), pp. 201-214
  2. He analizado estos eventos y las reacciones políticas ante los mismos en mi libro, Líderes en guerra. Véase, A. Romero, Obras Selectas (Caracas: Editorial Equinoccio, 2010), Tomo III, pp. 119-130
  3. Hermann Kurzke, Thomas Mann. La vida como obra de arte (Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2003), pp. 308, 379-381, 385, 424
  4. La síntesis que sigue se basa en el texto de la conferencia de Mann, Un Llamado a la razón, publicado por A. Kaes, M. Jay y E. Dimenberg, eds., The Weimar Republic Sourcebook (Berkeley: University of California Press, 1995), pp. 150-159
  5. Sobre este tema, puede consultarse el excelente libro de Donald Kagan, On the Origins of War (New York: Anchor Books, 1995), pp. 281-436

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