MARÍA FIHMAN, POR VASCO SZINETAR

Por MILAGROS MATA GIL

I.

En una entrevista que le hizo Hugo Prieto para Prodavinci, María Sol Pérez Schael dice: «Me tocó ser una nueva María Sol, que me inventé y tomé el nombre de María Fihman, que se adaptaba al francés. Todo el mundo podía pronunciar mi nuevo nombre».

Esa identidad necesaria para afrontar el exilio, para insertarse en el medio ajeno, en la patria ajena ha servido también para crear el heterónimo con el cual la escritura tan lúcida e interrogante de María Sol, docta en economía, en política, en los asuntos de la democracia y la patria y la sociedad venezolana, y todas sus opiniones en el programa radial y los libros publicados se transforma en ficción literaria: en novela.

Mas, a diferencia de lo que se pudiera suponer, el desarraigo no se manifiesta en sus trabajos como nostalgia o melancolía sino que la novelista María Fihman hace de sus relatos una forma de denuncia de los males y corrupciones de la dictadura. Una manera que es «hacer política por otras vías».

II.

«Actualmente, las manifestaciones de resistencia no la encuentras en el voto o en la lucha política, sino en el quehacer cultural, en las iniciativas para retomar el espacio público, en el registro que hacen los narradores, los poetas, los artistas plásticos. Como el agua, la sociedad busca sus propios canales. Quizá porque no hay instituciones políticas y los partidos están muy debilitados» (Entrevista de Hugo Prieto ya citada).

Así que mediante la novela, María Fihman relata su forma de imaginar cómo se desarrolla el poder en este gobierno y también cómo algunos pueden ser atrapados. Estamos hablando de una serie de novelas policíacas, tres hasta ahora, donde un detective español, una especialista en seguridad informática y su pareja, apoyados por hackers, van develando las capas de la descomposición, de la perversidad de un estilo de gobierno encaminado al enriquecimiento de sus jefes, los cuales utilizan y son utilizados por organizaciones delictivas que van desde el narcotráfico al tráfico de armas, desde la prostitución a la subasta de conciencias de policías, fiscales y jueces.  Y María Fihman se convierte en la otra parte de María Sol Pérez Schael: su desarraigo la lleva a buscar y encontrar la fuerza de una escritura diferente.

III.

La novela policial (policíaca, negra) no es un subgénero sino un género por derecho propio. Ella se fundamenta en el principio abstracto de la búsqueda de la verdad y esa verdad implica el descubrimiento de la estructura del crimen y la localización del criminal (o los criminales) En este sentido, es un ejercicio de terapéutica social. Usando una escritura que atrapa y deleita al lector, se dirige certeramente hacia una intención ética y también hacia la reivindicación del sentido de la justicia. En una  apariencia de simplicidad de construcción (el detective, el delito, la víctima/enigma, indagación, solución) hay una elaboración inteligente.

Desde el punto de vista de Michel Foucault, una de las razones de la literatura es constituir «el pueblo» como sujeto moral, separar la sociedad  «decente» con toda claridad del grupo de los delincuentes, a los que se debe mostrar como afiliados a todos los vicios y generadores de los más grandes peligros. «De aquí —concluye Foucault— el nacimiento de la novela policial y la importancia de los periódicos de sucesos, de los relatos de crímenes horribles.»

Desde los años 80, ha habido cierto auge del género negro en Venezuela, en parte como consecuencia de la creciente violencia del delito en el país y en parte por la influencia del thriller norteamericano y también del nuevo periodismo. Escritores como Marcos Tarre, Eduardo Liendo, Ana Teresa Torres, Fedosy Santaella, José Luis Palacios, José Miguel Roig, Golcar Rojas, José Pulido, José Manuel Peláez, Pablo Cormenzana, Tomás Onaindia, Edilio Peña, Alberto Hernández, Sonia Chocrón, Eloi Yagüe, por citar los más conocidos, han publicado y recibido algunos reconocimientos fuera del país.

En un texto de Argenis Monroy e Ivonne de Freitas, publicado en la revista chilena Meridional (2020), se dice sobre la novela policial venezolana:

«Más allá de las derivas, cruces y transformaciones que ha tenido el género negro desde sus inicios en el mundo anglosajón, en la novela policial venezolana el delito tiene por finalidad no solo poner en escena las destrezas analíticas del detective, sino sobre todo mostrar el rostro desfigurado de una sociedad en crisis. El crimen funciona como epítome de la decadencia social y política de la nación. La misión del detective está en reconocer los signos indelebles incorporados en el cadáver de la víctima que señalan la culpabilidad de una sociedad corrupta y decadente donde el crimen se gesta y reproduce como una enfermedad social (…) el impulso literario que ha tenido la narrativa policial (la nueva narrativa de la violencia) se sostiene sobre la base ficcional de una violencia temporal, producto de los desmanes políticos de los distintos gobiernos de las últimas décadas». (Op. Cit. 2020, pp. 3, 4)

Y, más adelante, «difícilmente se puede hablar de la presencia de una novela realmente policial o detectivesca con la connotación que tuvo este tipo de ficciones en el mundo europeo. La novela negra venezolana entra en ese extenso corpus narrativo latinoamericano de obras literarias que pueden calificarse de anti policiales porque su interés está en describir el contexto social e ideológico que predomina en un momento determinado de la historia nacional”. (Ibídem, p. 24).

En ese contexto y dentro de ese linaje se inserta la novelística de María Fihman, en total congruencia con la posición política de María Sol Pérez Schael: son expresiones siamesas del desarraigo. Por lo demás, es necesario aclararlo, en su obra no están los rasgos didáctico-moralistas tipo siglo XIX. En la más reciente —aún en proceso de edición, pues saldrá en junio*— Norman, un hombre al servicio de algunos altos jerarcas de la administración nacional, que estimulan y amparan su tarea delictiva, es apresado por la DEA mediante una delicada red de investigación. En una conversación con la autora, ella dice: «Vivo con la ilusión de que algún día se hará justicia (aunque no me lo creo)». Así, con la detención de Norman, se contrastó su falta de fe con esa «ilusión» que permeó el relato.

IV

Los personajes de las novelas de María Fihman actúan, narran, enlazan sus historias, generan otros personajes. Como en una coreografía de baile, Ana Cuoto, la experta en seguridad informática, es una mujer lanzada literalmente al desarraigo. Víctima de un secuestro, uno de los más graves delitos violentos, tuvo que abandonar un país que no le ofrecía ni seguridad ni estabilidad. Permanentemente, ella lo piensa, lo sufre, lo reasume. Ciertamente, ha podido construirse una vida, sin embargo, esa vida le es bastante insatisfactoria y la hace sentir incompleta y solitaria. Ricardo, su pareja, es un personaje comparsa, lo que los griegos antiguos llamaban «un tritagonista», cuya vida y cuya función están destinadas a apuntalar, acelerar o ralentizar las acciones de Ana y por lo tanto vive en una zona fronteriza, ambigua y más bien oscura. Y Basilio Fontela es más bien un coprotagonista, bastante diferente de Ana, apoyado en un cuerpo policial más sólido y con una manera ortodoxa de realizar la pesquisa criminal que hace contrapeso a lo que Ana hace y representa. En la tercera novela, al final, Basilio se retira de la fuerza policial y se propone crear una agencia privada de investigación.

En el otro extremo, están esos seres que han hecho de la violencia y el delito la razón de ser de su existencia: seres sin tradiciones que respetar, sin asidero moral y sin «nacionalidad» alguna, sumergidos en las drogas, la ilimitada ambición y el sexo. Un personaje como Gilbert, en «La casa del mal», presta su mirada de asombro ante la riqueza y la impunidad de que disfrutan hombres enriquecidos por el crimen. Desde una posición en la organización que le permite ir y venir por diversos espacios, con una lealtad atada por las amenazas de los jefes y el cobro en dólares y oro, él ve a todos y nos permite verlos: desde el indio que se lucra mientras espera su hora de venganza, el audaz y supersticioso piloto de helicóptero, adorador de Hitler, los dos hermanos, hijos de un jerarca, que hablan desde su presunta impunidad, del negocio familiar de la droga hasta que caen y son usados de moneda de intercambio, el gran traficante de armas y su lujosa vida, la abogada que prostituye con descaro todo lo que toca, el sicario engrandecido, el general que maneja los hilos y es a su vez manejado. Un universo paralelo al del ciudadano común. Un universo de vicio.

V.

Por lo menos desde que Cervantes publicó el Quijote, la novela  se convirtió en una plataforma de denuncia, de crítica y también de comunicación, que retrata cuestiones de actualidad con ánimo de invitar a sus lectores a la crítica y a la reflexión sobre lo que ocurre a su alrededor. Ése es el fundamento de fe del novelista, fortalecido por los aportes del Realismo Naturalista del siglo XIX y por el Positivismo.  Los lectores de novela hemos aprendido de su lectura sobre las condiciones de vida (y de muerte) , los espacios urbanos y rurales, las luchas políticas y los contextos sociales, económicos y sociales de los seres humanos en diferentes etapas de su historia. En esos episodios que se llaman «historias menudas» o «intrahistoria» reside el germen de la reflexión epistemológica de eso que después se llama La Historia. En virtud de eso, es preciso reconocer que en el desgarramiento de María Sol Pérez Schael, en la terrible escisión que tuvo que hacerse para generar a María Fihman y poder acceder así a una escritura que, sin dejar de ser rigurosa, expresara en un tono diferente su angustia por la patria perdida y perdida para siempre, hay, sí, un elemento proteico. Y en su denuncia una esperanza. Muy frágil la llama que la habita.

Pero, vistos los hechos más recientes, donde se descubren desfalcos multimillonarios al Estado (¿Estado?) y se ponen al descubierto las redes delincuenciales porque las cabezas visibles de las mafias se ven en una especie de guerra mediática y asoman los rostros enmascarados de inocencia de. Uno puede ver cómo María Fihman supo en su ser de novelista interpretar y plantear desde Por inocentes,  Daño Colateral y La casa del mal la perversa realidad de un régimen incalificable donde los ciudadanos, dentro y fuera, estamos todos desterrados, exiliados. Más aún: somos casi apátridas porque si no fuera por las verdaderas y honestas escrituras y manifestaciones de las demás artes sólo nos quedarían memorias cada vez más evanescentes.


*La novela La casa del mal será presentada el 21 de junio durante un ciclo de forochats dedicados a la novela policial organizados por la Editorial Ítaca.

Bibliografía consultada

-De Freitas, I. & Monroy A. (2020) en  MERIDIONAL Revista Chilena de Estudios Latinoamericanos. ISSN (en línea): 0719-4862 | Número 14, abril-septiembre , 165-194 | DOI: 10.5354/0719-4862.57132

-Foucault, Michel (1991) Microfísica del poder. Las Ediciones de La Piqueta, Madrid.

-Kohut, Karl (2002) «Política, violencia y literatura”. Anuario de Estudios Americanos, Nº 1, tomo LIX ,pp. 193-222.

-Prieto, H. (2022) «Todos lo intentaron, pero ninguno llegó lejos” en Prodavinci.

-Pulido,José. “La novela negra en Venezuela”. Pizarrón Latinoamericano, Nº3, 2013,pp. 81-83.


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