HELLMUTH STRAKA, LA GUAJIRA, 1955-1957, ARCHIVO FOTOGRAFÍA URBANA

Por PAUL ROUCHE

Cuando conocí a Hellmuth Straka, allá por el año 1982, descubrí otra Venezuela, la Venezuela de Hellmuth, que no es el mismo país por el cual los demás transitamos todos los días. No, definitivamente era otro país, desconocido por la gran mayoría de nosotros. Era la Venezuela lejana, la de los montes perdidos, de los valles extraviados y de los pueblos desaparecidos que Hellmuth había recorrido y sabía resucitar con sus relatos en un español matizado de acento germánico. Con ellos, se revelaban unas aldeas guajiras donde había permanecido, caseríos remotos en ignotas montañas donde había trabado amistades con  campesinos de genuinas tradiciones autóctonas, que se deleitaban interpretando o relacionando con hábitos antiguos heredados de las culturas europeas o indígenas.

Sería poco decir que su casa se parecía a un museo. No, su casa era un verdadero museo, acaso uno de los más documentados del país, entre los cuales recuerdo armas caseras de cacería, cachimbos, piedras de moler, flechas, herramientas y acompañaba cada objeto dispuesto en vitrinas o armarios de un sinfín de recuerdos no menos insólitos que los objetos: largas caminatas para alcanzar un petroglifo; cuevas donde, en una oportunidad, lo sorprendió un cunaguaro, no menos espantado que él; clavos antiguos descubiertos en algún fortín; agua posma de los charcos para no morirse de sed y, en lo intrincado de la vertiente norte del Ávila, el mausoleo de Knoche donde, debido a las dificultades para alcanzarlo, tuvo que pernoctar y acomodarse en el sarcófago después de sacar el cuerpo momificado.

Todo lo consignaba en cuadernos escolares y muchos de sus apuntes fueron publicados en revistas especializadas. Hellmuth era polifacético y fungió alternativamente como intérprete, antropólogo, viajero aventurero (participó en la independencia de la Guinea española de la cual fue nombrado cónsul honorario en Venezuela), explorador, cronista y arqueólogo.

No estoy muy seguro de que hubiese desarrollado su pasión por la arqueología antes de llegar a Venezuela, pero es muy cierto que fue aquí donde le dio riendas sueltas y se desató ésta como su mayor motivo existencial. No era una simple pasión, era una especie de embrujamiento por las piedras viejas, los objetos antiguos, las herramientas autóctonas y cuantos documentos se hubieran publicado sobre el tema y esto se percibía cuando hablaba de ellos con una especie de fervor, hasta de fiebre, que hacían sentir el peso que tenían estos campos de conocimiento en su vida. Esta pasión la supo comunicar a su esposa, Luisa, en quien se complacía en identificar una auténtica descendiente afro-caribeña, y a sus dos hijos, Úrsula y, en especial, Tomás Straka, hoy día historiador y cronista de reconocida trayectoria, director de los estudios de Postgrado de Historia en la UCAB e individuo de número de la Academia Nacional de la Historia. No cabe duda que la semilla de estudios y de indagaciones que trajo Hellmuth de Austria supo dar, con creces, sus flores y sus frutos en Venezuela.


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