José Vivenes | Vasco Szinetar

Por LORENA GONZÁLEZ INNECO

Itinerario de búsqueda: el espacio anhelado (I)

De cara al siglo XXI, atisbar el desplazamiento capital que en la concepción del orbe trazó el viaje de Magallanes y Elcano, resultó en extremo revelador frente a las extrañas circunstancias que han convertido al mundo en el que habitamos en una ruta completamente desconocida y, de forma particular, dentro del compás de consideraciones que competen a los ejercicios del arte contemporáneo en los inestables contextos que vivimos. El siglo XXI, y especialmente el curso del año 2020, nos ha llevado a un cúmulo de territorialidades alteradas que han transformado por completo los derroteros y las brújulas de todo lo que conocíamos hasta entonces. Esta primera vuelta al mundo emprendida hace 500 años entre 1519 y 1522 va a redefinir las formas de concepción, percepción y visualización del orbe, y es celebrada hoy como la historia de un brillante desvío —una magnífica contingencia— que unió de una forma tan oblicua como transversal a todos los puntos cardinales del planeta. Pero esta notable circunnavegación también fue la consecuencia de una trayectoria inédita, un viaje emprendido con fines comerciales que se encontró repentinamente con una singladura no advertida. El desenlace fue realizado al abrigo de la espera y el deseo por encontrar ese lugar más allá al cual había que arribar, una llegada potencial, éxito supuesto o no; donde el estudio, las capacidades y el cálculo de aquellos grandes marinos fue la herramienta que logró propiciar una ruta posible ante las dimensiones inesperadas de lo real: extensiones inabarcables, obstáculos nunca vistos, extrañas particularidades, eventos sorpresivos y espacios impensables que hicieron de ese viaje la gran hazaña en la que se convirtió.

Para el arte venezolano, la trayectoria inédita es de algún modo un ejercicio con el que muchas generaciones conviven desde hace varias décadas, confrontados a irradiaciones tan breves como persistentes de un calendario no esperado, que acentúa la tachadura del territorio frente a los eslabones de una hendidura telúrica que ha caracterizado los acontecimientos tanto del arte más reciente como de nuestra sociedad: espejismos, reliquias, marcas, limaduras, superposiciones, pérdidas, éxodos y reconstrucciones de una infinita cantidad de estrías que navegan en las veladuras de un paisaje en extremo volátil, siempre a punto de desaparecer. En esta zona ambigua, en esta geodesia trashumante convive un magma de zonas ocultas, un caudal de transformaciones constantes que invitan a la navegación.

La necesidad inicial del proyecto era soltar un detonante que uniera los tres sucesos: la vuelta al mundo de hace 500 años, la Venezuela de las últimas décadas y los avatares del escenario post-pandemia. Queríamos poner en marcha un engranaje que nos ayudara a hilar consideraciones que tal vez estábamos dejando pasar por alto en las complejas eventualidades de un mundo reconfigurado y asolado por el desconocimiento y la carencia; pero también, sin tenerlo como un norte capital, persistía el murmullo de un impulso incapaz de detenerse: encontrar los atajos posibles para otear ese archipiélago extraviado de nuestra producción artística actual, visualizar a esos creadores y a esas obras que la diáspora, los traslados, la debilidad de las instituciones, las debacles del territorio y las sonoras ruinas de un país en emergencia constante nos habían borrado del mapa.

Itinerario de búsqueda: el espacio anhelado (II)

En este archivo de las ausencias por el cual nos desplazábamos, en ese sin fin de superficies alteradas e indescifrables, el proyecto planteó su recorrido. Abrazados por la sucesión de desvanecimientos superpuestos que se agolpaban en nuestro presente, me pareció importante abrir interrogantes en lugar de aseveraciones; bosquejar preguntas, las mismas que probablemente me han inquietado en esa conjunción de territorios desamparados que se ha dado entre la realidad local y la crisis global del 2020 y el 2021. Así surgió una odisea ante la incertidumbre y el proceso de un recorrido que brindó un sinfín de nuevas señales: el paraje virtual a través del Instagram y la sorpresa de los seguidores, las visitas al lugar web donde las bases del concurso fueron descargadas por más de 3.000 personas, las increíbles cifras de porcentajes superiores al 50% en visitas foráneas así como los intercambios sostenidos en redes sociales junto a las deliberaciones y encuentros que confirmaban el buen desempeño de nuestras rutas. Finalmente participaron casi 200 proyectos artísticos de los cuales fueron seleccionados los 36 que hoy son exhibidos. Esa selección también nos cotejó ante una hermosa relatoría: la curva de una navegación que alberga una amplia línea generacional de artistas radicados en el extranjero y en el país, con un porcentaje mayor de participación de artistas mujeres y con un rango de edades entre los 25 y los 75 años. Estábamos observando una constelación que aglutinaba, con sostenido equilibrio en las participaciones por décadas, las generaciones de 20, 30, 40, 50, 60 y 70 años de edad. En esa singladura nos encontrábamos dando la vuelta a un mundo de sesenta años de historia visual; por decirlo de algún modo, teníamos nuestra propia bóveda celeste.

Entonces la trayectoria inédita pasó de ser algo circunstancial e individual para convertirse en un proceso colectivo, un relato espontáneo donde se moviliza la historia y la memoria, un lugar donde se enaltece el vínculo con los otros y con el espacio que nos rodea. Es, en algún sentido, una pequeña revolución molecular que no solo nos invita a reflexionar sobre el lugar en el que estamos, sino que comporta valores y estructuras necesarias para comprender este vuelco crucial que ha experimentado nuestro siglo XXI. Desde esas ventanas, a través de estos vínculos y en las apuestas a un tiempo diacrónicas y sincrónicas que han desplegado los proyectos creativos de cada uno de los artistas e involucrados, se proyectan rutas donde podemos encontrar un arte que nos ayuda a visualizar una trayectoria posible, nuevos órdenes del sentido para aceptar lo inconcebible y seguir buscando formas probables de relación. Quizás encontremos en este lugar que ellos han construido, que el arte —al igual que aquel viaje emprendido hace 500 años— puede ser un proceso de recuperación frente al extravío, un mapa otro, diferente, una trayectoria inédita donde los tránsitos alterados y las navegaciones interrumpidas puedan convertirse en grandes hazañas.

Itinerario de búsqueda: el espacio anhelado (III)

Visualizado como un viaje y asumido como un suceso en desarrollo, el proceso curatorial puede también transformarse en un impulso insospechado. Lanzar preguntas fue la mejor manera que encontré para modelar su rumbo, y así establecer la órbita de una tracción que a su vez funcionara como un detonante capaz de alentar la travesía de los convocados. Pero este sistema en tiempo real de forma inevitable me condujo a otra deriva donde el propio discurso y sus posibilidades entraron en las inasibles regiones de lo insondable.

Fiel a los principios y referentes que le generaron, la expedición curatorial fue diseñada como un periplo cuyos resultados estarían por concretarse. En su trayectoria transversal se ha inspirado en el pasado, ha estudiado las constelaciones, los tiempos, el desvarío y las crisis del presente, ha trazado el giro de los elementos y ha delineado los argumentos potenciales, pero es también en el mejor estilo de ese texto blanchoteano que siempre me acompaña, la doble marcha temporal de un discurso venidero. Al constituirse como un relato cuyo punto más relevante es la aproximación, se ha transformado en la acción esencial de un viaje por venir: lo que irrumpe en sus resultados, parafraseando a Blanchot, no es el acontecimiento de un encuentro actualizado, sino la compleja migración fragmentaria de un tiempo que desajusta incluso al propio presente en el que intenta introducirse. Lo que ahora sucede en estas obras es el esquema crucial de nuevas e infinitas direcciones, una bóveda celeste en oscilación perenne que circula hacia otras constelaciones —encuentro siempre y todavía venidero, siempre y ya pasado— donde el movimiento incalculable de la obra y sus derivaciones, la totalidad y el deseo de realización de ellas mismas, curiosamente se afirman en la ausencia, y a la distancia imaginaria de ese lugar esperado.

En este sentido, y por qué no decirlo, ocurre en el trascurso interno del proceso curatorial el mismo desplazamiento artificioso de arribo y partida incesante hacia ese espacio anhelado que el movimiento de la investigación estaba dibujando, azuzando; y que —en estos peculiares entornos de apariciones y desapariciones— se me descubre solo viable al saberse un pequeño fragmento inherente a esa trama inagotable que siempre estará por escribirse.

Apuntes de una bitácora. El arte como fragmento de un viaje / Algunas zonas develadas tras la odisea frente a la incertidumbre

El modelo curatorial planteó su viaje. El camino fue iniciado por los detonantes, inquietudes que desde el argumento inicial intentaron poner en movimiento las reflexiones de los artistas.  Las preguntas compartidas entre ellos y la curaduría acompañaron el intercambio de ese espacio por venir. De manera inevitable los textos amoldaron su desempeño hacia las manivelas que se iban agitando tras los pasos del propio engranaje: el fragmento fue el eje capital de aquella totalidad, no solo de los hilos conductores del discurso sino también de la fuerza que anida en cada una de las propuestas conceptuales y formales de los 39 creadores participantes. Los territorios desdibujados de lo habitable, de lo conocido, cedieron en sus añoradas texturas para abrir el paso a una coordenada única: la posibilidad de la obra como respuesta y a su vez como pregunta, sin olvidar el poder de las fracciones de sentido que se estaban ensamblando en la topografía particular de cada pieza dentro de la sala de exposiciones, avivadas en el lugar de la representación.

El investigador ansía apresar los elementos inherentes al recorrido. No quiere ceder ante el estertor de lo volátil y plantea cuatro zonas que en medio de las resiliencias, exilios, insilencias, resistencias y otros calificativos afines de este borroso lapso que nos ha tocado vivir, pudieran rozar o aglutinar algunas de las características observadas. No obstante, ninguna de las obras entra exclusivamente en las categorías que desea señalar, pues el panorama abierto en cada una se alza como un universo infinito de posibilidades que a su vez potencia nuevas preguntas en la mirada del espectador y en las relaciones desplegadas entre ellas una vez que han sido puestas en relación dentro del espacio museográfico. Ante el regreso de la incertidumbre decide que las zonas sean descritas no como ordenaciones definitivas sino como acciones en curso: faenas del arte, ajetreos de la materia, proezas fractales de una individualidad subversiva y de una obra en movimiento que se levantan en medio de la confusión general para dialogar con las fugaces revelaciones de una trayectoria inédita, esa que intenta y seguirá intentando mirar al mundo de nuevo.

Detonantes (Zona 1). La evanescencia del entorno: grafía de lo inmaterial

Ante el desarrollo de inusitados mapas y representaciones aparece el luminoso caos de una memoria fragmentada: cartografías que se van transformando, perdidas en las evoluciones de la ausencia. Acontecen formas diversas de relatar la historia y se hace manifiesta la aparición de lugares extraviados. Nos encontramos con la revelación de otras topografías e identidades que se han ido despertando en el increíble surgimiento de ámbitos nunca vistos, originales modos de aproximación —y por qué no de una nueva navegación— que ahora se levantan como un soporte posible para la experiencia humana, para el despliegue de la memoria y el vínculo.

¿Quiénes éramos y quiénes somos ahora?

¿De qué manera estamos consolidando los caminos de la imagen y las fuerzas de la metáfora en estos espacios instersticiales?

¿Cómo son esos nuevos mundos de los que formamos parte?

Inmersiones (Zona 2). Sintagmas identitarios: individuo, cuerpo y desequilibrios reflexivos

Desde un trasfondo minado por la confusión y en las debilitadas avenidas del perturbado trayecto que nos ha tocado vivir —el global y el local—, las resonancias de un orden transitorio —no el medido, ni el legal, ni el regulado— sino un orden “otro”, convocan en su breve permanencia el trastocamiento de la percepción y la mudanza de las relaciones humanas, instaurando zanjas entre las marcas identitarias y las variables del territorio habitado. Las correspondencias entre el cuerpo y la vacilante cartografía del contexto se expanden en un movimiento profundo y sutil, alusión a la falla geográfica, al suelo inestable, a las leves marcas que va dejando lo corpóreo en su sinuoso paso por terrenos tambaleantes.

Las imágenes surgen como ondas reflexivas a un tiempo livianas y viscosas, son expectaciones que desde medios diversos y estrategias particulares dinamizan las bitácoras recorridas por cada obra: se mezcla lo digital y lo analógico, lo virtual y lo real, lo sugerido y lo material, el paisaje y el cuerpo como relato y soporte. Las expediciones profundizan en el registro de la acción, tanto de la mirada que observa el inalcanzable espacio del afuera como del cuerpo que se desplaza sobre coordenadas ignotas. Las tangentes van indicando el surgimiento de archipiélagos que avanzan entre la realidad y el deseo, y que se levantan frente a la debacle del contexto para hacer de la experiencia personal la única historia posible dentro del recóndito terruño de lo añorado.

La fuerza del apunte íntimo ha encajado su huella indeleble sobre el derrumbe de la memoria colectiva.

Prolongaciones (Zona 3). El paisaje como derrotero: coordenada abierta para la representación

Las fracciones visuales del mundo que conocíamos nos sotienen con levedad. En este intervalo los restos históricos se han vuelto pecios en la distopía del presente: nuevas trayectorias, esferas desconocidas, lejanas conexiones, órbitas virtuales y añoranzas presenciales, son una cadencia aún indescifrable para muchos; evanescencias de un itinerario donde conviven las geografías del hastío, la aspereza de regiones desoladas y los sorprendentes matices de un lugar para la sobrevivencia, tan exuberante y colorido como desamparado e inhóspito.

En este caso las obras aluden a la representación de un paisaje ideal, reconstruido frente a la conmoción actual de nuestras sociedades y mediante desplazamientos que asientan inquietantes utopías: alucinaciones, visiones, entelequias, espejismos, remansos de la mirada que se vuelven un horizonte probable sobre las agitadas iconografías del presente. En cada uno de los trayectos la obra plantea vigorosos recorridos ante la emanación de esas rutas inesperadas que surgen en nuestras frágiles realidades, delineando una sinuosa fisonomía de la contemporaneidad: el viaje como vínculo entre el afuera y el adentro, los contornos de la globalización, las islas de la conexión virtual, los reveses del territorio, el levantamiento de nuevos hábitats, la disolución de fronteras, las sublevación de las diferencias, los archipiélagos de la información, las metamorfosis del vínculo… Zozobras del cuerpo y del espacio-tiempo que habitamos en las errantes trayectorias que han colocado ante nosotros las cartografías de un mundo inédito.

Desviaciones (Zona 4). Cuerpo social-Cuerpo político: disgresiones y giros, marcas, símbolos y emblemas significantes

Nuestros modos habituales han sido modificados al encontrarnos frente a una pandemia global incontrolable que ha generado crisis, confinamiento, confusión, caos y, en definitiva, una transformación sustancial en todas las formas de articulación, evolución y contacto de las relaciones humanas. Los medios digitales y las redes sociales se presentan como un punto culminante que, aunque ya veníamos ensayando para la construcción de nacientes intervalos, ahora nos posiciona frontalmente ante un inquietante paradigma: un mundo virtual donde pareciera que estamos y también nos desvanecemos. Hemos entrado en un proceso tan hermoso como indescifrable en el cual se modifican nuestros modos de hacer, de mirar, de crear, y con mayor contundencia, nuestras formas de percibir la realidad.

A través de la pesquisa histórica y la crónica visual, el gesto privativo de los artistas indaga en la consolidación de ese expediente colectivo, desplegando parábolas, fragmentos y alegorías que desde el documento social se transfiguran en obra para abrirse hacia el espectador e interpelarlo, atendiendo a problemáticas sociales, económicas y políticas que traspapelan la identidad en contextos sitiados por los escabrosos caminos de la incertidumbre y la vulnerabilidad general.

Desde la ironía, lo lúdico, la mutación o el simulacro las obras develan un amplio inventario de encuentros insospechados, surgen inquietudes sobre la comunión con lo diverso en la ausencia y presencia de las estructuras y formas de representación que sostienen el sedimento de lo social. La imagen desciende hacia los estratos donde hormiguean la soledad y la ruina, la contaminación y el infierno de armonías aparentes, las contradicciones del progreso y los vericuetos de la ciencia como borde suspenso dentro de organizaciones falsarias y bitácoras inciertas. El relato se apropia y transita por los intentos de dominación, escamotea en la mixtura de las experiencias, estampa las pérdidas humanas o mapea el extravío de líneas enciclopédicas que serpentean entre la verdad y lo irreconocible; para finalmente usurpar en las maravillas y debacles ocultas tras el hipertexto de la vida mediática o los meta-relatos del poder oficial.

Se asume el vacío como puntero de la historia y desde allí la presencia de esa ruta contingente que anuncia la necesidad de una lectura alterna. Son instancias que insisten en descifrar, más allá del espacio de la representación, los nuevos volúmenes de una narrativa que todavía espera ser contada.


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