Por CARLOS KOHN W. 

I.- ¿Por qué Hannah Arendt?

De padres judíos, la teórico de la política más prominente del siglo XX nació en 1906, en Alemania, y murió en 1975 en Nueva York. Entre esas fechas, sus 69 años de vida transcurrieron de manera muy intensa, período que ella misma denominó: “Los tiempos más oscuros del siglo XX” –incluso, fue internada en un campo de concentración para mujeres judías en la Francia de Vichi (1940), por 7 semanas, del cual escapó gracias a su astucia, dos años y medio antes de que el 80% de las reclusas fueran enviadas a ser gaseadas en el campo de la muerte de Auschwitz-Birkenau, de cuya liberación se cumplió ayer 75 años (VER NOTA AL PIE)–. En vida, especialmente después de 1945, fue reconocida como una muy polémica analista de la política judía e internacional, y como crítica cultural, por sus numerosos ensayos publicados en diversos medios de comunicación en USA y Europa Occidental. También en España, al colaborar, a petición del muy afamado filósofo José Ortega y Gasset, con la prestigiosa Revista de Occidente; empero desde finales de los años 80 del pasado siglo, y hasta hoy en día, es considerada, por muchos académicos, como la más controversial de entre los filósofos (con o) políticos del siglo XX.

Desde Los orígenes del Totalitarismo, publicado en 1951, hasta su inconclusa trilogía: La vida de la mente (1975-1977), en diversos países del mundo, incluyendo América Latina, su obra es leída y debatida en Seminarios, Simposios, Congresos, etc., y en numerosos artículos en revistas periódicas de las más renombradas universidades, a tal punto que en la actualidad, hay unos 400 estudiantes, sólo en España, elaborando sus tesis de pregrado, maestría y doctorado sobre los muy diversos temas y aspectos de la obra de esta pensadora judeo-alemana.

II.- El significado de los campos de concentración

A pesar de que a comienzos de 1943, Hannah Arendt, ya refugiada en Nueva York, pero todavía apátrida, estaba planificando escribir un libro que se adentrara en la «comprensión» del fenómeno totalitario, y las razones (elementos) de su aparición y «cristalización», las noticias que comenzaron a llegar procedentes de Europa acerca de la ejecución de un plan para la solución final de la cuestión judía, por parte de los Nazis, fue algo que era muy difícil de aceptar; incluso, los intelectuales judíos, expatriados como ella, no lo pudieron creer en ese entonces. Al respecto, reproduzco unas breves frases de cómo Arendt reaccionó inicialmente a los reportes sobre el funcionamiento del campo de concentración de Auschwitz y de su brazo ejecutor: el campo de muerte de Birkenau.

Al principio no lo creímos. Incluso aunque mi marido había dicho siempre, que no había nada que no pudiera esperarse (de los nazis). Esto, sin embargo, no lo creímos porque era innecesario desde el punto de vista militar, […] Medio año más tarde, cuando se nos demostró, finalmente lo creímos […] fue un auténtico shock. Antes de eso, uno se decía a sí mismo, bien, todos tenemos enemigos […] Pero esto era diferente. Esto era, realmente, como si se hubiera abierto un abismo. Porque uno siempre tiene la esperanza de que todo podría ser rectificado algún día, políticamente hablando, de que lo torcido podría ser enderezado. Lo sucedido (el funcionamiento de campos de exterminio), en cambio, no podría serlo. […] No me refiero al número de víctimas, sino al método, la fabricación de cadáveres… Nunca debió permitirse que sucediera. Y lo que ocurrió fue algo con lo que ninguno de nosotros era capaz de reconciliarse” (Young-Bruhl, E. Hannah Arendt. Una biografía, Barcelona, edit. Paidós, 2006, p. 257).

Después de la guerra, ya Arendt estaba convencida de que “los campos de concentración eran el hecho que distinguía fundamentalmente a una forma totalitaria de gobierno de cualquier otra” (ibid, p. 277). Para Arendt, ningún gobierno totalitario puede existir sin el terror, y ningún terror puede ser efectivo sin los campos de concentración.

Por razones de espacio, no me puedo extender sobre este complejo tema, y sólo puedo mencionar como características del régimen totalitario, que hace único al holocausto, la aplicación sistemática del terror y la imposición de un sistema en que los hombres son superfluos. (Véase. ibid, pp. 297-298). (Justamente, las víctimas fueron magistralmente descritas y denominadas por Primo Levi como: “el Muselmann”); de modo que, según Arendt, (como condición primordial del ‘método’) el terror totalitario de los campos de concentración demolió todos los espacios que hacían posible el movimiento y la interacción humana. Tanto la libertad de pensamiento como la libertad de acción desaparecieron.

Arendt describió este dominio total sin precedentes, que conllevó a la Shoá, como «Mal Radical», la agresión más extrema, esencial, a la que puede llegar el ser humano. (Véase. ibid, pp. 332 y sig).

III.- La banalidad del mal

Tal vez, la más polémica de sus obras y que tuvo mayor impacto hasta el día de hoy (sin lugar a dudas para el público no especializado) fue su libro Eichmann en Jerusalén: Un reporte sobre la banalidad del mal, de 1963. (Una recopilación de sus 5 artículos publicados en la revista de difusión cultural New Yorker, de ese mismo año, al haber sido la corresponsal designada por ese medio para presenciar el juicio que se le efectuó, en Israel, durante el bienio 1960-1961, al teniente coronel nazi).

Según el Prof. Bolstein, acompañado por muchos académicos especialistas, y por sobrevivientes e hijos de sobrevivientes del Holocausto, este libro de Arendt, afirma Bolstein, “es uno de los más honestos, y con una perspectiva objetiva, que he leído sobre el Holocausto” (Bolstein, L.: “Liberating the Pariah. Politics, the Jews and Hannah Arendt” en Berkowitz R. y otros: Thinking in Dark Times, New York, Fordham University Press, 2010, p. 162).

No obstante, esta obra fue muy cuestionada por los líderes e intelectuales judíos de las diferentes comunidades de la Diáspora y del Estado de Israel, no sólo por las críticas que ella dirigió a las formalidades del juicio, sino, sobre todo, por su conclusión de que Eichmann, al igual que buena parte de los líderes de los Judenräte (Consejos judíos de los ghettos), y muchos de los Kapos judíos de los Lagers de los Campos de Concentración, no fueron capaces de vislumbrar las consecuencias de sus actos; no reflexionaron sobre lo que significaría su colaboración al obedecer las órdenes burocráticas impuestas por el régimen; y sólo fueron muy pocas las ocasiones en que consideraron transgredir dichas órdenes, pensando en otras posibles opciones, lo cual conllevó a Arendt a acuñar su muy famosa y polémica categoría, que aparece sólo una vez dentro del texto original, pero la adoptó como subtítulo del libro: “La banalidad del Mal”. Ello provocó que muchos filósofos y académicos judíos y no judíos objetaran tajantemente esta denominación.

Tampoco aquí, debido al espacio del que dispongo, y lo complicado del tema, podré ahondar en la discusión acerca de si Arendt tenía o no razón al utilizar el calificativo de BANAL para describir un tipo de MAL, según ella, el más extendido. Sólo fijaré brevemente mi posición.

Pues bien, estoy totalmente de acuerdo con la interpretación actual (no la de sus primeros escritos sobre el tema) de Richard Bernstein cuando afirma “la banalidad del mal no describe el carácter y las motivaciones del ejecutor respecto de los hechos ocasionados por sus actos. (Obviamente) las acciones que cometió fueron monstruosas y por ellas tiene la plena responsabilidad [], lo que sí describe realmente, (esta categoría concluye Bernstein, parafraseando a Arendt) “es la incapacidad del perpetrador de pensar en las consecuencias que estos actos tendrían(Bernstein, R., “Is Evil Banal? A Misleading Question” en Berkowitz R. y otros: op. cit. pp. 134 y sig.)

Lo irónico del caso es que justamente esta controversia fue la que motivó a que muchos estudiosos del Holocausto, pero también de otros genocidios, masacres, movimientos de resistencia civil, etc., a indagar, a cuestionar, a ampliar los enfoques, de esta tragedia sin parangón, como lo fue la destrucción de la vida y de la moral del pueblo judío europeo; estudios que produjeron ríos de tinta (hoy diríamos millones de Gigabites) en las más de 7 décadas siguientes.

Así, sólo para mencionar una referencia: en 1964, el profesor de psicología de la Universidad de Yale Stanley Milgram, habiendo leído los artículos de Arendt en el New Yorker, comenzó una serie de experimentos (repetido por él mismo y luego por otros) sobre «la obediencia a la autoridad», cuyos resultados fueron alarmantes, aunque hoy ya no nos extrañarían, confirmando que la obediencia ciega (el «mal banal») podría conllevar al castigo de «pena de muerte» incluso de seres humanos inocentes.

IV.- La respuesta que Arendt hubiera querido frente a la Shoá 

En todo caso, Eichmann en Jerusalén no fue la única obra que Hannah Arendt escribió sobre el Holocausto. Ya en sus artículos, de entre 1941 y 1950 (logró escapar de los esbirros nazis en 1933 y fue apátrida por 18 años) publicados en las revistas Aufbau y Partisan Review, entre otras, (traducidos y recopilados en, Hannah Arendt: The Jewish Writtings, NewYork, Schoken Books, 2007), esta pensadora analizó perspicazmente el tema y alertó sobre sus posibles consecuencias; y, más aún, propuso medidas concretas para la acción política por parte de las comunidades judías, tanto las directamente afectadas, como aquellas preocupadas por la suerte de sus correligionarios.

Por ejemplo, tan temprano como en noviembre de 1941, Arendt planteó la creación de “un ejército judío independiente”, argumentando que “el pueblo judío debe unirse a la batalla contra Hitler, como judíos, en formaciones militares judías bajo una bandera judía” (Ibid, p. 137). También celebró el ‘fenómeno’ (así lo tildó ella) del Levantamiento del ghetto de Varsovia; elogió a los judíos, de todos los países ocupados por los nazis, que se enrolaron como partisanos: y loó a la brigada judía de la armada británica (muchos de ellos, habitantes de Palestina), a los cuales calificó como “componentes de la misma gran lucha… la lucha del pueblo judío por su libertad” (Ibid., p. 214).

Aunque se pudiera afirmar que sus palabras no eran más que mera retórica o exhortaciones del ‘deber ser’, no cabe duda que Arendt pretendía que se realizara la acción política, en cuanto “el ejército judío puede al menos intentar reemplazar las reglas del exterminiopor las ‘reglas’ de la confrontación” (Ibid., p. 160. Véase, también, pp. 201-205).

Más aún, la filósofa judeo-alemana se adelantó a muchos intelectuales que criticaban la actitud de complacencia, etc., de los líderes de los países occidentales que cerraron sus ojos ante el transcurrir del Holocausto judío, sin intentar minimizarlo: “La complicidad de los pueblos europeos se hizo trizas cuando, y porque, dejaron que su miembro más débil (los judíos) fueran excluidos y perseguidos”. (Ibid., p. 274).

V.- Mal radical, campos de exterminio y Holocausto

Por último, en su obra que mencionamos al comienzo: Los orígenes del totalitarismo, cuyo título original propuesto por la autora fue: La carga de nuestro tiempo, en la que hace un análisis magistral, a mi modo de ver aún no superado, del significado y propósito de los campos de exterminio. Para la pensadora judeo-alemana, fueron estos campos los que definen el carácter sui-generis del Holocausto, que lo diferencia de otros genocidios, masacres, etc. No es por razones étnicas, religiosas, ideológicas o utilitarias que 6 millones de judíos fueron exterminados, sino que una vez que la mano esclava de los campos de concentración terminó siendo inútil, ellos fueron llevados a las cámaras de gas, como materia vegetativa desechable. Tal es la caracterización que Arendt hace del MAL RADICAL. Así, en agosto de 1950, sostuvo que: el “[…] sentido superior y su lógica y consecuencia absoluta (del mal radical) es hacer superfluo al hombre en la conservación del género humano, del cual pueden eliminarse partes en todo momento (Arendt, H., Diario Filosófico 1950-1973, Barcelona, edit. Herder, 2006, p. 18)

En síntesis, a juicio de Hannah Arendt, los campos de exterminio son la expresión más contundente de la Shoá: “Tales campos son la verdadera institución central del poder organizador totalitario” (Arendt, H., Los orígenes del Totalitarismo, Madrid, edit. Taurus, 2004, p. 534); sirvieron para recluir en ellos a todos los humanos considerados superfluos y organizar el modo de que fueran eliminados de la manera más científica y sistemática posible.

  1. Sirvieron no sólo para erradicar la dignidad humana y exterminar a los reclusos, sino como laboratorio, tanto para pruebas fisiológicas, como para pruebas psicológicas de despojo de la identidad. La personalidad humana ha perdido tanto su autonomía (i.e., libre albedrío para tomar iniciativas), por lo que el hombre se ha transformado en objeto.
  2. Sirvieron como instrumentos para lograr un modus vivendi complaciente, signado por la obediencia a la autoridad y la incapacidad de pensar en opciones para oponerse a las condiciones impuestas. En otras palabras, la adaptabilidad cada vez más obediente, por parte tanto de victimarios como de víctimas, a las reglas totalitarias imperantes. No obstante, ella misma señaló que, la mera sumisión o complacencia no fue suficiente para el holocausto, contó con el entusiasmo del aparato nazi y de sus colaboradores de casi toda Europa.
  3. Sin embargo, lo más importante y sorprendente (al menos en mi opinión) de sus conclusiones fue su insistencia en el hecho de que personas normales pueden ser capaces de perpetrar genocidios monstruosos como el Holocausto, pero que también las víctimas son capaces de aceptar su destino como si fueran borregos en su ruta al matadero. Según Hannah Arendt, unos y otros han sido incapaces de reflexionar acerca de los efectos de sus actos, o en las consecuencias que habría de tener su falta de acción para evitar la muerte.
  4. De allí su tesis de que son, los seres humanos normales, no los monstruos, los que han ‘banalizado’ el Mal.

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