La Rochefoucauld fue un aristócrata de la Francia del siglo XVII que llevó hacia adelante una vida conforme a su estirpe

Por JUAN CARLOS RUBIO VIZCARRONDO

Cuando hablamos de ideales y grandes preceptos es normal que queramos manifestarlos en la realidad. Nos encanta enarbolar la libertad, la igualdad y la fraternidad. Nos gusta afanarnos de nuestros valores y reserva moral. Aspiramos perennemente a la gloria impoluta de lo cierto y el amor verdadero. El problema con todo esto es que al final del día somos seres humanos, lo que es decir seres que en pocas ocasiones le hacen justicia a las ideas que profesan. Nadie ha hecho mayor énfasis en esto que el gran escritor francés François de la Rochefoucauld.

La Rochefoucauld fue un aristócrata de la Francia del siglo XVII que llevó hacia adelante una vida conforme a su estirpe. Se formó en las grandes disciplinas de la época, fue parte de las fuerzas armadas y, por supuesto, participó hasta no poder más de la existencia cortesana, aquella donde el intelecto es rey, la estrategia es clave y la precisión hace al ganador. Fue en el contexto de los salones de marfil, en donde a su vez se debatían los paradigmas de la época, que nuestro aristócrata rebelde empezó a formular sus observaciones de la naturaleza humana.

Este escritor, dada la circunstancia social que lo rodeaba, fue uno que a diferencia de muchos otros intelectuales o filósofos (desde Platón y Aristóteles hasta Kant y Descartes), tomó en cuenta el estilo con el cual expresaba sus reflexiones. La Rochefoucauld no solo quería llegar al meollo de la humanidad misma, sino que también quería convencer a cualquiera sobre sus conclusiones. En tal sentido, él descartó la formulación de sus postulados filosóficos bajo la forma del tratado, cosa que hubiese requerido conocimientos especializados por parte del lector, y optó por un estilo aforístico de fácil consumo. Sobre la base de los aforismos o las máximas es que La Rochefoucauld dominó el ámbito intelectual de los coloquios parisinos.

Las máximas, entendidas como frases precisas que contienen un pensamiento o enseñanza, fueron el instrumento con que La Rochefoucauld logró la proliferación de sus ideas. Las mismas llegan a nosotros y nos dejan anonadados tanto por la gracia con que se plantean, como por las verdades que nos transmiten. Por ello, los aforismos de La Rochefoucauld se consideran diseñados para impactarnos, pues suelen poner en oposición la imagen que tenemos de nosotros mismos con una realidad subyacente que ignoramos.

Siendo que lo que La Rochefoucauld buscó con las máximas era el develar a la naturaleza humana, haríamos bien en seguir el consejo del autor y leer a las mismas como si uno fuese la única excepción a sus preceptos. Así evitaríamos en principio sentir rechazo por ellas (al sentirnos desprovistos de nuestras ilusiones) y aceptar la veracidad de su contenido. De hecho, el mismo La Rochefoucauld, para enfatizar la importancia de reconocer las cosas,  nos presenta previo a las máximas una introducción con descripciones, tanto buenas como malas, de sí mismo.

De las quinientas cuatro máximas de La Rochefoucauld pueden ejemplificarse las siguientes:

  1. Nuestras buenas cualidades atraen críticas más severas que las malas.
  2. Nosotros criticamos las fallas de los demás no tanto por corregirlas, sino para probar que nosotros no las tenemos.
  3. Nosotros nunca somos ni tan felices ni tan infelices como creemos que somos.
  4. Ningún disfraz puede enmascarar al amor, ni fingirlo por mucho tiempo.
  5. Nunca perdonamos a un amigo o un enemigo que nos traiciona, sin embargo nosotros no resentimos traicionarnos a nosotros mismos.
  6. El mérito nos procura la estima de los rectos; el éxito la del mundo.

Como puede verse, La Rochefoucauld fue incisivo en sus reflexiones. Este no retrocedió ante las carencias, fallas y contradicciones que vienen junto a una humanidad que anhela lo sublime y lo transcendente, pero tampoco cayó en la trampa de creer que por ello el hombre deba ser condenado. Él, como buen observador, se rehusó a emitir juicios de valor sobre los asuntos que, a los efectos suyos, simplemente eran lo que eran. Tal como el cielo es azul y los jardines son verdes, el ser humano ostenta los elementos que lo caracterizan; somos complicados, cada uno un mundo y, para bien o para mal, nunca perfectos pero sí perfectibles.

Por último, La Rochefoucauld es un autor que nos hace agarrar consciencia sobre nosotros mismos. Sin temor alguno, él nos revela cada deseo secreto, impulso vanidoso y aspiración egoísta en nuestros peores errores y mejores aciertos, para luego afirmar que, en principio, no hay nada de qué avergonzarse. Es lo que es. Somos lo que somos. Usando las palabras del referido autor, el egoísmo juega muchos roles, incluyendo la del altruismo; y eso no es en sí ni totalmente bueno ni absolutamente malo, por cuanto las naturalezas de los hombres son como muchas casas con muchos lados; algunos aspectos son placenteros y otros no.


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