Valerio Magrelli | Vallejoandcompany.com

Por LUIS ALBERTO VITTOR (2)

Desde su título, Ora serrata retinae, la primera colección de poemas de Valerio Magrelli —publicada por Feltrinelli Editore en 1980— nos sumerge en el mundo de la vista, en campos de visión, donde el ojo como vehículo de representación se presta a una rica metaforización en su conversión a distintas expresiones: se mueve, se abre y se cierra, se enfoca y desenfoca, se ofusca y se trastorna. El verbo «ver» y los sustantivos «retina», «pupila», «párpado», «visión», «mirada», «imagen» nos remiten de inmediato a la percepción visual, pero también «llanto», «lágrima», «imaginación», «sueño», «luz», «sombra», «reflejo» y «miopía». De los noventa poemas de la colección, algunos de los cuales son muy breves, la suma de los términos relacionados con la visión y la visualidad constituyen un lenguaje que revela no solo una predilección por el sentido de la vista sino también la Weltanschauung de una retórica visual y una poética de la retina construida de manera lógica. En Ora serrata retinae nos encontramos ante la obra maestra de un poeta muy joven, pero intelectualmente maduro, en el que ya pueden reconocerse algunos rasgos de estilo bien característicos y definidos de su poética. En Ora serrata retinae el lenguaje poético está marcado por la precisión científica de la terminología oftalmológica, por la cuestión de la mirada, como ya se pone de manifiesto en el mismo título latino, que indica una parte específica de la geografía del ojo humano, la región más periférica de la retina, respecto a la parte central y más sensible de la misma, llamada mácula.

El  título  del poemario alude a la  palabra latina que nombra el margen de la  retina,  según  el propio poeta,  al «margen  de  la  perceptibilidad  de  la  retina,  al límite».  Todos estos elementos de la retórica visual y verbal aparecen tanto en el título  del  libro como en el de sus dos secciones: Rima palpebralis (la abertura  del  párpado) y Aequator lentis (la superficie ocular). Los términos oftalmológicos en latín usados en el lenguaje visual de Valerio Magrelli se refieren a la geografía del ojo: ora indica el borde de la retina, rima la abertura palpebral o anatomía del párpado, aequator lentis, la circunvolución completa de la lente del cristalino, pupilla, la abertura circular de color oscuro en el centro del iris del ojo por el que penetra la luz que va a impresionar la retina. La secuencialidad metafórica de lo visual y la visualidad, lo visible y lo invisible, será de fundamental importancia en la obra de Valerio Magrelli para configurar la retórica visual de una poética de la retina, especialmente en Ora serrata retinae, su primer libro, donde el poeta describe la esencial compenetración entre el ver y el pensar, entre el mirar y el conocer.

Ora  serrata  retinae revela una preocupación por el tema de la percepción visual en la  posición del  sujeto lírico que deviene en un procedimiento más  bien  autorreflexivo de la escritura. El poeta se muestra como un perceptor preocupado por las limitaciones y la experiencia de la visión, y por las relaciones estructurales entre la vista y la miopía, la visibilidad y la invisibilidad, la luz y la oscuridad, y por los dudosos territorios intermedios, lo que puede interpretarse como un intento por ver más allá del límite de  lo normal,  a través de una visualidad cognoscitiva, cuyo grado más profundo de penetración visual depende más del cerebro —sede de la mentis oculi  que provee una visión intelectual a través de la reflexión y el pensamiento— que del buen funcionamiento del ojo. La naturaleza dinámica de esta relación entre el perceptor y el objeto, el vidente y lo visto es fundamental para la interminable y compleja dialéctica de la visión y la visualidad, donde el mundo de los objetos visibles existe tanto como una forma discursiva de verdad externa, objetiva y verificable, por problemática que sea, pero también como una extensión compleja de la experiencia autoscópica de sí mismo. Por eso no es de extrañar que su poesía esté plagada de numerosas referencias a los ojos, los globos oculares, la retina, los párpados y la vista, además de muchas metáforas de la vista o deficiencias visuales en sus diversas formas.

A medida que se lee Ora serrata retinae, el lector advierte que, para Magrelli, esta fuerza comunicativa de la mirada trasciende la distinción entre los objetos externos y su influencia interna, hasta que el propio proceso, en última instancia, se torna autorreflexivo en la medida que la visión fisiológica del ojo se ve alterada por esa otra mirada que es la visión intelectual de la mentis oculi. Los objetos en Ora serrata retinae son muchos, y están dispuestos para ser escrutados por el único sujeto que los observa: el poeta. Ver es siempre un acto realizado por el sujeto, por el individuo que observa,  con su propia subjetividad y su particular fisiología ocular. En contra de esta concepción de la preeminencia del ojo como órgano la percepción, la comunicación y la verdad, nos encontramos así con un poeta que contempla objetos, que nos describe vívidamente los objetos que entran en el campo visual de lo que, a partir de Cicerón, la retórica clásica denomina mentis oculi, pero sobre todo que escribe proyectando su mirada intelectual sobre los objetos. La representación de los objetos incluye cómo el poema construye la mirada, qué nos permite «ver» —con todas las múltiples connotaciones de esa palabra con respecto al conocimiento y la comprensión— y cómo se refleja en el proceso de ver. Pese a su juventud —no olvidemos que publicó su primer poemario a los veintitrés años— Magrelli demuestra una aguda sensibilidad hacia la naturaleza individual de la percepción, al estatus epistemológico del fenómeno de la mirada.

Ora serrata retinae es, por tanto, en parte una poesía de objetos, pero es ante todo una retórica visual, una poética de la mirada y una fenomenología de la percepción, como bien señala Tommaso Lisa: «La poética de la mirada del libro capta de hecho el mundo, como en la fenomenología, a través de la percepción que descubre al sujeto inmanente e inseparable del resto, derribando el supuesto del cogito cartesiano como entidad trascendente» (3). La crítica italiana ha sido unánime en subrayar el carácter cognitivo de su poesía al mismo tiempo que ha señalado que la mirada describe la fuerza y el poder de la percepción visual fisiológica e intelectual en Ora Serrata Retinae. Vitaniello Bonito (1996) ha dicho que en Magrelli, la mirada actúa «como visión concreta y como reflexión sobre el ver de un yo pensante» (4). Por su parte, Tommaso Lisa (2004) sostiene que «la visión de Magrelli está contenida en el proceso fenomenológico de la vista» (5), en tanto que, para Mario Inglese (2004), «disposición a mirar y a indagar» (6). Giusi Baldissone (1999) (7), por ejemplo, afirma que la poesía de la visión se transforma en poesía del pensamiento, sustituyendo lo visto y lo imaginado por lo racionalizado.

El ojo humano es el órgano principal del sistema visual y es la base de nuestro sentido de la vista. El ojo es un órgano fotorreceptor, cuya función consiste en captar la luz procedente de los objetos sensibles presentes en el mundo exterior para transformarlas en impulsos nerviosos que llegan al cerebro a través del nervio óptico para que este las interprete. En tanto que el cristalino del ojo enfoca la luz para formar de esos objetos imágenes claras y nítidas. El órgano de la visión está compuesto por los párpados, los globos oculares, el aparato lagrimal y los músculos extraoculares. Esta estructura del ojo aparece con regular insistencia a lo largo de todo el poemario Ora serrata retinae. En  «Hoja Blanca» («Foglio bianco»), poema que pertenece a la primera parte del poemario —colección que recibe el mismo título Rima palpebralis—, el poeta asimila la hoja en blanco a la córnea del ojo, la escritura a un iris que la palabra poética borda y el poema que resulta de esa operación brota y crece vertiginoso desde la página como una mirada que surge en la retina como de un tumultuoso vórtice de objetos e imágenes:

Hoja blanca

como la córnea de un ojo.

Me dispongo a bordar en él

un iris y en el iris grabar

el profundo vórtice de la retina.

La mirada entonces

germinará de la página

y se producirá un vértigo

en este pequeño cuaderno amarillo (8).

Mediante un hábil símil alegórico, Magrelli yuxtapone la imagen de una hoja de papel blanca a la córnea del ojo, que también es blanca, para crear una relación perfecta entre ambos objetos: la córnea, como la hoja de papel, es un instrumento que precede al acto mismo de la escritura. El poeta se dispone a bordar el iris sobre el papel y la retina sobre el iris en una secuencia precisa: el iris es a la hoja como la retina al iris. Silenciosa, atenta al acto de escribir, la mente del poeta se posa sobre la hoja en blanco vista como la córnea de un ojo donde se propone bordar un iris hecho poema y en ese iris verse reflejado como en un espejo que devuelve el reflejo que germinará como mirada, como visión intelectual. El ojo de la mente se ve viéndose  y se describe a sí mismo, intenta volver a sí mismo para escapar del profundo vórtice de la retina. De modo que, en esa quête poético-filosófica, en esa búsqueda ontológica o en esa búsqueda de su sí mismo o del ser, Magrelli persigue ―paradójicamente— la razón última de lo que percibe, aquello que, en principio, no puede percibir con la visión fisiológica, pero sí puede percibir con el ojo interior de la mente, lo invisible, interno e intangible de la realidad. La visión cobra forma mientras se refleja como pensamiento en el ojo de la mente del poeta y germina como poema en la página en blanco. Filtro de mirada y luz, vértigo de espejo y reflejo en el remolino de la retina, el ojo es centro de convergencia de luminosidad exterior y corporal y de luminosidad interior o intelectual. En el sentido de luminosidad interior el ojo se identifica simbólicamente con el intelecto, la razón o la intuición; la metáfora de lo ocular en Valerio Magrelli se transforma en la base de todo nuestro sistema de percepción, una forma superior de conocimiento en la que el intelecto es un «ojo interior» que examina y escruta, clarifica y puede dar certeza de las cosas. En otro de sus poemas —que pertenece a la misma colección que el anterior—, dice Magrelli:

Se introduce a veces en el pensamiento

como en el agua, un reflejo

que lo atraviesa y mide el fondo.

Es un ojo que se abre

dentro de las brillantes olas y se hunde.

La línea se distiende y la luz

al descender se aquieta.

La mente vuelve entonces a cerrarse

en el esfuerzo vertical y profundo

de la herida y del remolino (9).

El reflejo sensorial de los objetos del mundo exterior se introduce a veces en el pensamiento como en el agua, dice el poeta, un reflejo que «lo atraviesa y mide el fondo». Este reflejo sensorial constituye el primer acto de la conciencia como un modo de reaccionar ante algo dado, un darse cuenta de que existe una realidad objetiva que es exterior a la percepción de uno mismo. Este «darse cuenta» es la forma más elaborada y acabada de la comprensión del mundo exterior por el individuo, y de su propio lugar en él. La conciencia en su esfuerzo de comprender la realidad exterior, para profundizarla e interiorizarla, es como «un ojo que se abre», un «ojo mental» que hace del intelecto y la luz una sola cosa. El ojo, órgano de la percepción sensible, es naturalmente y casi universalmente símbolo de la percepción intelectual. La conciencia, por tanto, aparece como una facultad del pensamiento que puede dar razón de su saber a través de la intelección o percepción intelectual de las cosas. En el horizonte de esta percepción intelectual del «ojo de la mente» «la línea se distiende y la luz/ al descender se aquieta». En su «esfuerzo vertical y profundo» la mente hace un proceso de intelección que puede semejarse al movimiento palpebral voluntario que hace el ojo cuando se abre y se cierra: «La mente vuelve entonces a cerrarse». Se trata, pues, de una organización poética del léxico anatomo-fisiológico que en Magrelli pone las vicisitudes de la mirada en línea con el conocimiento como percepción de la visión intelectual. La percepción óptica de Magrelli es visión mental que se transforma en poesía cognitiva porque hay un tipo de conocimiento que no se encuentra en los objetos sino en los conceptos, sobre todo en lo que se refiere a la consideración de la mirada y la vista como principal medio epistemológico.

La abundante crítica, en particular la de su primera obra Ora serrata retinae, ha insistido en la preponderancia de la mirada de yo poético en conexión con la percepción visual del yo racional, cuyo alter ego físico representa. La poesía de Magrelli tiene sin duda un fuerte componente fisiológico desde el principio, donde la percepción óptica cumple una función cognitiva privilegiada al otorgar no solo el sentido de la visión, en tanto que es el órgano encargado de recibir los estímulos visuales, sino que es, además, visible: se muestra a sí mismo, es visto viéndose. Como dice Antonio Machado en sus Proverbios y Cantares: «El ojo que ves no es/ ojo porque tú lo veas;/ es ojo porque te ve». Todo esto sugiere que la verdadera percepción visual es una actividad mental. Y en Magrelli la «visión intelectual» toma prestadas al menos dos características importantes de la visión fisiológica: una percepción directa y la captación plena del objeto en un instante, lo que dura un pestañeo, un abrir y cerrar de ojos. Como se desprende del poema de Magrelli, la «visión intelectual» implica un movimiento palpebral o pestañeo, en el sentido de que capta la realidad inteligible y sensible como un todo, como un cuadro completo, que incluye muchos otros elementos captados en sus relaciones mutuas. Que la visión intelectual sea «completa en un momento» significa que es entera y continua a la vez; por tanto, es una percepción intuitiva, una captación no discursiva. Para captar la realidad circundante como la visión completa de un todo en un instante, no hay más que abrir los ojos y mirar. En otro de los poemas de Magrelli, la mente del poeta es un ojo atento e insomne que, durante un viaje en tren, capta en un instante lo que ocurre a su alrededor mientras observa dormir a dos muchachas:

A esta hora el ojo

vuelve a sí mismo.

El cuerpo anhelaría clausurarse en el cerebro

para dormir.

Todos los miembros se congregan:

es tarde. Y estas dos muchachas

en el asiento del tren

se inclinan con el sueño en la cabeza

precipitadas en el reposo.

Son animales que pastan (10).

El ciclo de vigilia y sueño es un ritmo circadiano clásico. La vigilia se caracteriza por la actividad sensorial y la motricidad; durante el sueño, los sentidos desconectan del entorno, la motricidad se reduce a una mínima expresión y los ojos se cierran. Esta pérdida periódica de consciencia durante el sueño deja al cerebro aturdido por el descanso. El estado de sueño, por otro lado, es solo el reverso necesario del estado de vigilia. Por otro lado, en su función intelectual, la mirada juega un papel aún muy importante. Reduce la invasión de impresiones sensuales a un orden superior. Este orden se refleja y se comunica a través del ojo. Al percibir el mundo, en lo inmediato y en los ojos de los demás, el poeta como observador de sí mismo y de los otros, supera sus límites personales al mismo tiempo que los de duración y espacio. Aquí, para realizar su función receptiva, el ojo debe estar abierto a toda impresión. La importancia del ojo una vez establecida, entra en juego la observación para reforzar la impresión, sin importar la imagen. El ojo insomne del poeta —que observa con atención la escena— captura en una mirada sus impresiones sobre dos muchachas que duermen confiadas en el asiento de un tren. Describe la posición de los cuerpos, la forma de inclinar la cabeza de las dos durmientes durante el período de aturdimiento, conocido como inercia del sueño. El poeta no es más que un ojo que percibe, registra, enfoca el momento con la autonomía óptica y la distancia focal variable de una cámara fotográfica que capta el instante gracias a procedimientos especiales de encuadre y selección. La imagen de las dos muchachas durmiendo en el tren dejan en la retina del poeta la impresión de que «Son animales que pastan». La misma «compleja mecánica del abandono» que se apodera del cuerpo que se encuentra en un estado de total relajación durante el sueño, aparece en otro de los poemas de Ora serrata retinae:

En las regiones de la noche se desanuda

la compleja mecánica del abandono.

Es una danza ritual que une

los términos del sueño, es el sueño mismo

en el que la carne se hace idea.

Ahora la soledad del brazo

se hace palabra, en la línea

trazada sobre el lecho como un sendero.

Así, según un ritmo vegetal

se alterna la respiración de la vida

y en el silencio de la mente

sus raíces de hueso cantan,

y en la oscuridad del ojo

la mano se hace pupila (11).

En este poema la mirada de Magrelli se mueve en planos superpuestos, en un doble sentido, ascendente y descendente, horizontal y vertical, que es como decir que se mueve desde el mundo de los objetos sensibles hasta el mundo de los objetos inteligibles, y, en ese doble movimiento palpebral de su mentis oculi, penetra en los espacios acotados, recorre los interiores de las habitaciones, se posa en los objetos presentes en ellas y delimita el contorno de sus formas para luego reconducir todo a la unidad de una mirada que capta todo en el instante mismo de la percepción intelectual. Por detrás de la realidad prosaica, de lo aparente, de lo que se percibe en forma sensorial inmediata según hábitos perceptuales «cotidianos», «rutinarios», existe otra realidad inteligible que sólo puede ser conocida mediante una óptica distinta, la de la percepción intelectual de la mentis oculi.

La percepción óptica del ojo mental del poeta funciona como una lente de aumento que compensa su miopía, le aproxima los objetos que aparecen lejanos en un sentido que es completamente inverso al perspectivismo de la visión fisiológica. La crítica también ha observado que en Magrelli, la mirada —en una correspondencia analógica entre su vida personal y la teoría poética— tiene invariablemente la característica de una miopía, entendida como una anomalía o un defecto del ojo para enfocar los objetos lejanos. Este defecto de refracción del ojo en el cual los rayos de luz paralelos no convergen en la retina sino en un punto focal situado delante de ella, lo que hace aparecer a los objetos desenfocados hasta que se reduce la distancia, ha sido señalado como una característica saliente de la producción del poeta romano. Dentro de la inmediatez de este enfoque algunas partes del cuerpo del poeta son más fácilmente encuadrable como las piernas, un brazo o la mano, sobre todo esta última, en primer lugar, porque la labor de escribir depende de la mano y, en segundo lugar, porque el tacto suple al ojo, se convierte en un acto de compensación de los déficits de la vista, a pesar de que su campo de acción es bastante limitado, cuando no se dirige directamente a algo que está a la mano. Sin embargo, en medio de ese mundo de imágenes difusas en que deviene el campo visual del miope sin gafas, lo más próximo es el rostro de la mujer amada: «En este espacio lleno de señales de hormigueo, sobresale un rostro, el de la mujer hacia la que nos inclinamos» (12). Para la retórica visual de Magrelli los objetos corporales se traducen en conceptos, la carne se transforma en idea, el brazo se hace palabra, la mano deviene pupila, el rostro de la amada se torna visión. La miopía creó en el poeta la necesidad de desarrollar una percepción háptica, un sentir y un ver con el tacto, donde la mano se transforma en aparato ocular, en pupila, en instrumento epistemológico que permite conocer por medio de la experiencia. Esta reducción de la profundidad del campo visual altera la percepción fisiológica del ojo que se desgasta, por lo que el poeta se ve obligado a compensar ese déficit visual con la agudeza de la visión intelectual:

Los ojos se consumen como lápices

y por la tarde dibujan en el cerebro

figuras apenas desbastadas y confusas.

Las imágenes oscilan y el trazo se vuelve incierto,

los objetos se esconden:

es como si hablaran a través de continuos enigmas

y cada mirada obligase

la mente a traducir.

Entonces la miopía se vuelve poesía

teniendo que acercarse al mundo

para separarlo de la luz.

El tiempo también sufre esta ralentización:

los gestos se pierden, los saludos no son captados.

La única cosa que se perfila nítida

es la prodigiosa dificultad de la visión (13).

Cuando los ojos «se consumen como lápices», la visión fisiológica se vuelve imprecisa, los contornos de los objetos ante la percepción de la visión miope se esfuman, las figuras se deforman, se tornan ligeramente toscas y confusas, las imágenes fluctúan y la línea se vuelve incierta, los objetos se esconden, se retraen y alejan, cada mirada obliga a la mente a traducir, es «como si estuvieran hablando en continuos acertijos», pero es entonces, dice Magrelli, cuando «la miopía se vuelve poesía». La influencia de la teoría del cuerpo de Merleau-Ponty como medio de percepción háptica se ve también reflejada en el siguiente poema de Ora Serrata Retinae:

Si yo llegara a extraviarme a mí mismo

esta es mi perturbación.

Temo evaporarme poco a poco

perderme en las fisuras del día

y así olvidar mi pensamiento.

A veces me descubro en el silencio

de las cosas a mi alrededor,

objeto entre objetos,

poblado de objetos.

Por lo tanto, el dolor es metamorfosis

y sus causas se suceden

sin verse mostrándose

por lo que no son.

Este de hecho es el primer dolor.

Por eso las gafas se deberían usar

entre el ojo y el cerebro,

porque está ahí, entre la boscosidad

y plantaciones de nervios

el error de la mirada.

Aquí se extravía la vista

y en su ir a la mente

se corrompe y oscurece.

Como si en su atravesar

pagara a cada paso

el peaje del cuerpo (14).

En este poema el poeta dice que, a veces, se descubre en el silencio de las cosas que lo rodean como «un objeto entre los objetos» y esta nueva exploración nacida de una introspección silenciosa le lleva a cuestionar la fiabilidad de la percepción háptica, el conocimiento de las cosas surgido por medio de las sensaciones corporales, especialmente las táctiles, porque hace que las cosas «se muestren por lo que no son», vale decir, no se muestran tal como son realmente, sino por lo que aparentan ser. Descubrir este déficit es el primer dolor, dice Magrelli, una percepción completa obligaría llevar gafas «entre el ojo y el cerebro» para corregir «el error de la mirada». La conexión entre el órgano visual y el cerebro donde se encuentra la corteza visual primaria permite la superposición de la visión fisiológica y la visión intelectual. En cierto modo, tocar y ver, en sus limitaciones espaciales, son una extensión del cuerpo, pero también el límite de demarcación del área explorable, donde la carne es una suerte de prisión porque pone límites a su autoexploración, presentándose ante la percepción háptica y la percepción visual como otro espacio cercado, delimitado, concluso, cerrado, amurallado:

El cuerpo es cercado como una muralla,

es como un pozo sumergido en la carne

que no llega a tener

impresión de sí.

Y sus miembros están

mudos y ciega y quieta

en la pierna reposa la rodilla.

Sin embargo en la cabeza se abre

el alba del mundo:

el hueso se ensancha, acoge

dentro de sí la mirada.

Dulcemente se produce

el paciente trasvase del ver,

acueducto de claridad, camino

que conduce el ser a sí mismo.

Y en el claro de la frente

el portal de la ceja tiene su luz (15).

El «trasvase del ver» se produce desde el exterior, desde la visión fisiológica del ojo corporal hacia el interior de la visión intelectual del ojo de la mente: la cabeza es el lugar de la epifanía del pensamiento, el topos intelectual de donde surge la primera luz  del «alba del mundo», es decir, el esclarecimiento último que ilumina el entendimiento. La mirada hacia dentro permite al ser una percepción más aguda tanto del exterior como del interior de sí mismo. El lenguaje de la luz y de la apertura al mundo se repite a lo largo de la segunda parte del poema («se abre el alba del mundo»; «acueducto de claridad», «claro de la frente», «luz») y pone de relieve precisamente la importancia fundamental de la visión intelectual como «camino que conduce el ser a sí mismo», vale decir, como via cognitionis intellectualis que conduce al conocimiento del ser que equivale al conocimiento de sí mismo o autoconocimiento. Las extremidades del cuerpo, la pierna, la rodilla descansan mudas y ciegas, inmóviles y desprovistas de percepción hacia cualquier estímulo. Sólo a través de la introspección inducida por una mirada más atenta ya que «el portal de la ceja tiene su luz», o sea, puede iluminar la conciencia y permitir que «el hueso se ensancha, acoge/ dentro de sí la mirada». El cuerpo es como un pozo hundido en la carne, amurallado por una forma cerrada, conclusa, una clausura que le impide extenderse hacia fuera, frustra su exploración más allá de sus mismos límites porque no le permite salir de su encierro. Ante la imposibilidad de sobrepasar esos límites que al cuerpo le impone la visión reducida de la miopía, la exploración física del cuerpo se adentra, se hace sondeo de la interioridad, buceo en las profundidades, se introyecta en la visión intelectual. El propio cuerpo se convierte en animal de experimentación, en un cobayo o conejillo de indias (Cavia porcellus), de ahí que no es casual que la antología que reúne toda su producción poética desde 1980-2018 lleve por título general Le Cavie (Los Cobayos). Su poética se vuelca entonces en el autoanálisis y no en un mayor conocimiento y comprensión de la realidad exterior. La percepción háptica se interioriza en el cuerpo de la escritura en lugar de hacerlo hacia el exterior, el poeta se adentra en sí mismo para explorar con su visión intelectual el hontanar de donde mana su ser, el lugar de las epifanías desde donde «se abre el alba del mundo».

Todos estos textos demuestran que la vista, la visión y la mirada, sea como percepción visual de los ojos corporales o visión intelectual de la mentis oculi ciceroniana, la visualidad posee en realidad varios niveles —todos ellos igualmente válidos para un conocimiento consciente de la realidad, sea como conocimiento de las cosas, de sí mismo o de Dios—, incluso aun cuando el hombre es desafiado por ciertas limitaciones o deficiencias visuales, como la ceguera o la miopía, puede perder la vista, pero no los ojos. Al respecto, Jacques Derrida señala algunos de estos obstáculos temporales, el más original de los cuales es, sin duda, el de las lágrimas, verdaderos medios líquidos que velan el ojo, haciendo que la visión sea temporalmente borrosa e imperfecta. Este desenfoque del ojo permite una introspección más profunda y consciente. Según Derrida, el ojo fue creado originalmente para llorar, no para ver. Las lágrimas constituyen también un tipo de visión. Las lágrimas ven desde los propios ojos (16). Valerio Magrelli expresa un pensamiento similar al de Derrida en otro de los poemas de Ora serrata retinae:

Es especialmente en el llanto

que el alma manifiesta

su presencia

y por una secreta compresión

convierte el agua en dolor.

El primer brote del espíritu

está por lo tanto en la lágrima,

palabra transparente y lenta.

Según esta elemental alquimia

verdaderamente el pensamiento se vuelve sustancia

como una piedra o un brazo.

Y no hay perturbación en el líquido,

mas sólo mineral

desánimo de la materia (17).

Al llorar, el alma revela su presencia, manifiesta su verdadera esencia, poniendo en evidencia una visión que sólo es posible a partir de esa «palabra transparente y lenta» que es la lágrima. Para el poeta, el alma es capaz de manifestarse en la lágrima y gracias a «esta elemental alquimia» se convierte en «mineral desánimo de la materia»; por tanto, no sólo el espíritu encuentra un cauce para cristalizar la percepción intelectual de la mentis oculi, aunque sea en el estado líquido de la lágrima, a través de la cual, el propio pensamiento se hace sustancia visible, se ve a sí mismo y se convierte en visión. Por lo tanto, el llanto no oculta la visión, aunque ese «perturbación en el líquido» provoque un ofuscamiento pasajero y de lugar a la escasa visibilidad que le sigue,  sino que lo hace explícito, permite a quien llora un autoconocimiento más profundo que tiene lugar precisamente gracias a esta pérdida de claridad. El llanto es una alquimia porque, como dice Magrelli, las lágrimas nos revelan una visión distinta del mundo y de uno mismo, nos hacen entrever algo que no habíamos visto, nos hace ver lo invisible de lo visible. Las lágrimas ocultan la verdadera visión del ojo humano, son la mirada reveladora a pesar de la visión borrosa. Entre la visión y la visualidad hay siempre algo que permanece oculto a la percepción visual, es lo que Merleau-Ponty denomina un «punto ciego» (punctum caecum) (18) o «ceguera de la conciencia» que es la percepción de lo imperceptible.


Referencias

1 El presente trabajo es un extracto de un estudio más extenso sobre la teoría de la visión y la fenomenología de la mirada en la poesía de Valerio Magrelli.

2 El autor es un arabista, iranólogo e islamólogo argentino nacido en Buenos Aires (1954). Senior Research Fellow y Consultant Professor de Al-Mustafa International University. Visiting Professor de la University of Religions and Denominations. Coordinador General del Centro de Estudios Islámicos Árabes y Persas Dr. Osvaldo A. Machado Mouret. El estudio comparado de las literaturas orientales y occidentales desde un punto de vista de la fenomenología hermenéutica es otra de sus líneas de investigación.

3 Cfr. LISA, Tommaso (2004): Scritture del riconoscimento. Su «Ora serrata retinae» di Valerio Magrelli. Roma: Bulzoni, p. 24. La traducción del italiano nos pertenece.

4 Cfr. BONITO, Vitaniello (1996): Il gelo e lo sguardo. La poesia di Cosimo Ortesta e Valerio Magrelli, Bologna: Clueb, p. 91. La traducción del italiano nos pertenece.

5 Cfr. LISA, Tommaso (2004): Op. Cit., ibídem, p. 70. La traducción del italiano nos pertenece.

6 Cfr. INGLESE, Mario (2004): Valerio Magrelli. Poesia come ricognizione. Ravenna: Longo, p. 10. La traducción del italiano nos pertenece.

7 Vid. BALDISSONE, Giusi (1999): Gli occhi della letteratura: miti, figure, generi. Novara: Interlinea Edizioni. La traducción del italiano nos pertenece.

8 Cfr. MAGRELLI, Valerio (1980): Ora Serrata Retinae en Le Cavie Poesia 1980-2018 (2018), Torino: Giulio Einaudi Editore, p. 25. En adelante citaremos por Le Cavie. Traducción del italiano de Marcela Filippi Plaza.

9 Cfr. Le Cavie, p. 29. Traducción al español de Marcela Filippi Plaza.

10 Cfr. Le Cavie, p. 17

11 Cfr. Le Cavie, p. 30. Traducción al español de Marcela Filippi Plaza

12 Cfr. MAGRELLI, Valerio (2018): «Nota a Ora serrata retinae (ristampa 1989)» en Le Cavie, ibídem, p. 620: «In questo spazio gremito di segnali formicolanti, ecco, si isola un volto, il volto della donna verso cui ci chiniamo». La traducción del italiano me pertenece.

13 Cfr. Le Cavie, p. 37. Traducción del italiano de Marcela Filippi Plaza.

14 Cfr. Le Cavie, p. 34. Traducción del italiano de Marcela Filippi Plaza.

15 Cfr. Le Cavie, p. 35. Traducción del italiano de Marcela Filippi Plaza.

16 Cfr. DERRIDA, Jacques (1991): Mémoires d’aveugle. L’autoportrait et autres ruines. Paris: Editions de la Réunion des Musées Nationaux, p. 129.

17 Cfr. Le Cavie, p. 26. Traducción del italiano de Marcela Filippi Plaza.

18 Cfr. MERLEAU-PONTY, Maurice (1979): Le Visible et L’Invisible, Paris: Gallimard, pp. 295-296.


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