Por BLANCA STREPPONI

Cuando una amistad se sostiene durante más de cuarenta años se siente como un privilegio, algo para agradecer. Ser amiga de Yolanda Pantin amplió mi experiencia de vida, en especial porque crecimos en mundos opuestos en muchos sentidos. Y estar cerca de sus primeros libros fue tan emocionante y estimulante, ver cómo nacían esos poemas enigmáticos, cómo se transformaban, la acumulación de borradores, el desarrollo de la carpeta-del-futuro-libro que con frecuencia incluía fotos o dibujos, ver cómo Yolanda “armaba” cada libro, su cuidada arquitectura, la importancia de los espacios en la página… Todo eso fue un gran aprendizaje para mí. Y como además mi vida profesional estaba vinculada al diseño y producción editorial, y luego a la edición, a veces estaba cerca del ciclo completo de un libro, algo extraordinariamente valioso para mí.

Siempre guardaré como un tesoro la realización de la portada de Correo del corazón (libro editado por Fundarte en 1985): había imaginado una escena doméstica que tuviera también cierta belleza nostálgica, la luz en un vaso, el agua. Así que hablé con Massimo Piano, amigo entrañable y gran fotógrafo y fuimos a mi casa (yo alquilaba una pequeña casa muy ruinosa en La Castellana que incluía fantasmas), y allí, en la cocina anticuada pero con una bella luz natural, Massimo tomó la foto de un fregadero con el agua corriendo sobre un plato. Una imagen solitaria, plateada y fría. ¡Esa portada resiste con dignidad el paso del tiempo!

Casi veinte años después, en Otero Ediciones, el sello literario que creamos para Los Libros de El Nacional, editamos Poesía reunida 1981 -2002. La imagen de esta portada fue realizada por otra amiga entrañable y gran fotógrafa, Ana María Yanes: es un retrato de Yolanda, aunque no se ve su rostro. Tampoco este libro ha envejecido, al contrario, es digno y hermoso por su cuidada edición y clásico diseño a cargo de Joanna Gutiérrez y la inclusión de un prólogo de Antonio López Ortega. Esa fue nuevamente para mí una oportunidad de leer en detalle la gran obra de Yolanda, desde Casa o lobo hasta La épica del padre.

Desde el primer momento todos lo supimos. Recuerdo cuando Antonia Palacios contó en Calicanto que quería traer al taller a una joven poeta de “la Católica” y la elogió mucho. Luego la escuchamos y reconocimos su voz única, y no quedó duda de que su trabajo simplemente iba a seguir su curso natural. Tal como sucedió.


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