JOSEP PLA (1897-1981), REAL ACADEMIA DE HISTORIA

Por PEDRO PLAZA SALVATI

Estamos a mitad de verano cuando nos invitan a pasar un fin de semana en una ciudad de la Costa Brava. Me quedé sorprendido de la coincidencia: en Palafrugell nació Josep Pla, en 1897, el mayor prosista en lengua catalana y considerado entre los más grandes escritores españoles del siglo XX. Yo leía en esos días La vida lenta, notas para tres diarios (1956, 1957 y 1964), y de allí mi asombro por la sincronía entre la invitación y la lectura.

La sencillez de la prosa de Pla es admirable, como parecía ser su personalidad discreta y equilibrada. Siempre fue un hombre apegado a lo sencillo, detestaba la rimbombancia y la ostentación. Su maestría en el uso de los adjetivos, su afán por retratar la realidad de la gente de la época, así como de pueblos, ciudades y culturas europeas, lo convierte con precisión en un relojero de la prosa, algo que logra con una singular mirada a la condición humana. Sin prescindir del humor y exento de estridencias, su lenguaje decantado hace que sea un inventor de una forma de contar la realidad. Se trata de un hombre universal que supo discernir y dejar testimonio de una manera completa la época que le tocó vivir: “Yo he sido un realista siempre. Creo que la realidad es infinitamente superior a la inteligencia humana y a la imaginación. Contra la literatura de la imaginación yo he hecho siempre la literatura de la observación”.

Su obra El cuaderno gris es un descomunal testimonio de su talento, considerada una obra maestra forjada a lo largo de cuatro décadas. El dietarismo, como afirma Xavier Pla, uno de sus estudiosos, lo cultivó en todas sus formas: grandes dietarios de ambición literaria, dietarios narrativizados, diarios de viajes, diarios sin fechas que se aproximan a reflexiones y aforismos, y cientos de artículos periodísticos cuya forma original parte del diario. Un hombre que dedicó su vida a la escritura. Luego de tanto viajar y vivir fuera del país pasó las últimas décadas en una masía en Llofriú, muy cerca de Palafrugell. Como era inquieto, a pesar de que detestaba la prisa, cada cierto tiempo despegaba desde su masía en viajes cortos para escribir artículos bajo contrato. A menudo el regreso se convierte en algo que lo entristece: “No tengo ganas de nada. Siempre me pasa lo mismo cuando vuelvo: me deprimo y me entra un pesimismo terrible”.

La vida alrededor a esta zona del bajo Ampurdán la testimonia en La vida lenta, que son notas para tres diarios, un libro singular que parece un ayuda memoria para un diario más expansivo en formación y que, sin ser de corte literario, lo hace quizás hasta más literario con su vertiginoso ritmo telegráfico, en el que registra su rutina cada día de 1956, 1965 y parte de 1957. La edición de La vida lenta que tengo en mis manos y que conseguí en un mercado de libros dominical de Barcelona se podría considerar una novedad relativamente reciente, porque a pesar de haber otras notas para diarios de otros años en su Obra completa, este apenas fue publicado en el 2014 por Destino, gracias a los derechos concedidos por los herederos de Josep Pla y que comienza así:

“Esta noche, cuando volvía a casa (a las dos) a pie, con una tramontana fortísima en contra, pensaba que, a veces, la vida parece más larga que la eternidad».

En estas notas para tres diarios se puede apreciar al hombre con sus debilidades detrás de la obra. Admite con frecuencia sentirse triste, decepcionado, lo asfixian las condiciones de su país.  Se levanta tarde porque concluye las noches bebiendo mucho. Al ser muy sociable, no toma a solas sino siempre con sus amigos en algunos de los lugares donde, por casualidad, nos habían invitado a pasar el fin de semana: en Palafrugell, su pueblo natal, pero también de visita a Pals, Begur, S’Agaró, nombres que antes me resultaban abstractos al momento de la lectura, pero que ahora comprendo con naturalidad.

A Pla le fascinaba la tertulia, llega a su masía luego de verse con sus amistades, se pone a trabajar hasta el amanecer o lo atrapa un insomnio que dedica a la lectura. En esos ciclos de vida invertidos, en los que muchas veces escribe en la cama o, en su defecto, alrededor de la chimenea, añora con obsesión a un antiguo amor que identifica como A (Aurora Perea Mené), que vive en Argentina. Josep Pla tiene a su madre y a su hermano en torno a la masía de tres pisos conocida como mas Pla, donde se instaló desde 1944 hasta su muerte en 1981, luego de trabajar más de veinte años fuera de España como corresponsal de periódicos: “Trabajar pensando en la posibilidad de que la censura lo desmonte todo es una tortura típica de este país”.

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El fin de semana se había anticipado que sería muy caluroso. Motivado por conocer la Costa Brava pero con el incentivo poderoso de visitar la casa de Josep Pla, nos enfilamos a la estación Sants en Barcelona para tomar el tren hasta Flaçà. Desde ese punto solo se puede llegar en auto a muchos de los más bellos parajes de la Costa Brava. El apartamento donde nos quedaríamos estaba ubicado en el propio centro de Palafrugell y, para proseguir con las coincidencias, la Fundación Josep Pla, sede de su casa natal, estaba a solo cinco minutos caminando, en el Carrer Nou, 51. Como habíamos llegado a mediados de tarde de un viernes acordamos que el plan sería visitar la casa de Josep Pla y luego dar unas vueltas por el centro de la ciudad.

Luisa y Ricardo nos indicaron donde dormiríamos, un pequeño cuarto de dos camas individuales pegadas y, ante el calor sofocante, es necesario mencionar, sin aire acondicionado. Dejamos las cosas y nos dirigimos a la fundación. Me sentía más emocionado que cuando estuve en la casa de Hemingway en Key West o en la de Poe en el Bronx. Al llegar nos tomamos fotos en la fachada. Mi ánimo no estaba comprometido en modo alguno por lo que dice en El cuaderno gris: “Nací, en todo caso, en el Carrer Nou, que es una calle muy triste, larga, derecha como una vela. La fachada miraba a la tramontana. Eso hacía que las habitaciones abiertas a la calle fuesen en invierno, muy frías, glaciales”.

Compramos los cuatro boletos e hicimos el recorrido por la casa de tres pisos, como la masía, que cuenta con videos y entrevistas proyectadas, una serie de retratos sobre motivos de escritura mientras estaba en París, múltiples vitrinas donde tienen exhibidas las primeras ediciones de la vasta, monumental obra del prolífico escritor catalán, que tan solo escribió dos novelas que él inclusive no considera como tales. Una vitrina en especial está dedicada a la edición de El cuaderno gris en distintos idiomas. La editorial Destino llegó a publicar 39 volúmenes, revisados por Pla, alcanzando los 47, luego de su muerte, con más de 30.000 páginas de legado.  Toda su obra, se podría decir, es no ficción literaria del más sublime calibre y envergadura: “Yo no creo en las profundidades. Lo más profundo que tiene un hombre es su superficie, o sea, la piel”.

Algunos de sus perfiles y relatos nos recuerdan mucho a los grandes maestros de la no ficción estadounidense, que es la que más prestigio alcanza en el mundo de las letras. Y no es casualidad que en su diario de 1954 y 1956 dice que leía The New Yorker, semejante sofisticación en una masía aislada en la España rural del bajo Ampurdán, provincia de Girona, comunidad autónoma de Cataluña, reino de España de la Europa mediterránea, sometida por Franco (“El asco físico que me da Franco me deprime”, anota). Era un hombre muy avanzado para su época y convertía sus diarios en artículos y crónicas para periódicos y revistas pero que era literatura de la más alta factura. Pla fumaba mucho y ante la pregunta de por qué lo hacía responde: “Fumo para buscar adjetivos”.

La pluma de Pla que vemos en la exposición, supongo que una de las tantas que pudo haber utilizado y que se nota muy gastada por su uso, está reproducida en tamaño gigante en el jardín de la casa con una bonita vista hacia el horizonte, la parte de la casa que llama las habitaciones de mediodía en El cuaderno gris, que eran muy soleadas y donde se quedaba ensimismado viendo los huertos ordenados y simétricos que dice pudieron haber despertado su gozo por el orden, en ese horizonte de clima inclemente ampurdanés.

En las notas para los diarios de La vida lenta y en algunos otros libros que he leído, Pla con frecuencia se queja del viento frío de la tramontana y del viento potente del garbino. Del viento del garbino, en La huida del tiempo, dice que es un viento húmedo, desfibrado, que produce segregación de ácidos en el estómago, tristezas y que luego de tener una actividad física, como un baile, el cambio a la intemperie produce pulmonías. Dice Pla que en la región donde vive se mide la naturaleza constantemente por el choque de la fuerza de sus vientos: la lucha entre el viento helado de la tramontana que se mete en los huesos y el viento húmedo del garbino, ambos potentísimos, como un choque de titanes invisibles en el cielo: “Nosotros no somos más que animales climáticos. Vivimos en un medio de dialéctica cósmica. Eso me ha hecho entender la imposibilidad de que los hombres y de que nadie se entienda nunca. La inestabilidad de los vientos del norte y los vientos del sur es siempre total”, dice en una memorable entrevista que se consigue en YouTube con Joaquín Soler Serrano en 1976, cuando El cuaderno gris estaba recién publicado.

En casi todos los libros que he leído de Pla, y me faltan muchos más de los que he leído, hace mención al frío de la región, critica la manera de vivir en España, o más específicamente en Barcelona, pero que se traslada también al Ampurdán, y afirma que las viviendas no son construidas ni calentadas adecuadamente. Se pasa o mucho frío o mucho calor y es común estar enfermo por un catarro, resfriado, padecer una angina o cualquier afección respiratoria derivada de la humedad y de un viento que casi enloquece a las personas y que, en las noches, con su silbido perenne, se convierte en un torturador:

“Yo creo que el frío explica muchas cosas de este país… Cuánto mal humor, molestia, malestar, desilusión, capricho, desgana, tristeza, agresión, no ha producido… Cataluña tiene dos meses y medio de verano y nueve meses y medio en el que las habitaciones sin fuego o sin lumbre son inhabitables… A Barcelona como un todo le pasa lo mismo: es una ciudad, si queréis, de clima tropical en la que hace un frío de alambique, de usurero. El mosaico. Las puertas que no cierran. Las ventanas semiabiertas. La humedad. Las manchas del sol —engaño puro— en las calles y plazas”.

El viento no se siente fuera de la casa de Josep Pla, no se oye silbido, ni se mueve nada. Hemos tenido suerte, todo está quieto. Ricardo dice que su hermana, que es en realidad la que vive en Palafrugell y que le prestó la casa porque viajó a Francia de vacaciones, cuya frontera está solo a unos cien kilómetros, está a punto de mudarse porque no soporta el viento en Palafrugell. El apartamento tiene una terraza con un aparato que se activa cuando el viento llega a determinada velocidad y recoge los toldos de lona antes de que se vuelen. Ricardo nos cuenta emocionado, y se le forman lágrimas en los ojos, cuando nos dice que las cenizas de su padre venezolano fueron echadas al mediterráneo en una de las calas ampurdanesas y que, al momento de hacerlo, la fuerza de los vientos formó una suerte de remolino en el que a él le parecía ver la figura de su padre que se despedía. Cuando uno camina por las calles de Palafrugell, dice, lo normal es andar a contracorriente y comenta la suerte que tenemos ese día en el que todo está quieto

La maleta con la que viajaba Pla tiene un lugar especial en la muestra. Esa maleta que lo llevó a tantos destinos a los que iba siempre por trabajo, es decir, para escribir, nunca por el placer mismo del viaje. Absorber la realidad para luego trazarla en papel, con el cuidado del idioma del mejor orfebre del mundo. Le fascinaba viajar en tren y en barco y, sobre todo, a bordo de barcos petroleros porque no había nadie que lo molestara y lo dejaban fumar a escondidas en la habitación.

Pla admiraba de sobremanera la cultura italiana. Afirma, sin reparo, que fue la más avanzada e influyente de Europa: “Italia es el país de los placeres de la sensibilidad. Mientras el mundo exista el viaje a Italia será una de las obras más nobles que el hombre podrá llevar a cabo. Sin el Renacimiento —y pocas personas han meditado lo suficiente sobre este punto— no quedaría Europa, desde el punto de vista del arte, nada que mereciese la pena hacer maletas para irlo a ver. De Italia provienen las formas más vivas y bellas que ha producido el espíritu humano”. En relación con el español, dice que es una persona insatisfecha, que esa es su característica fundamental, a la que agrega el sentimiento de envidia, que impide la felicidad. Y sobre la capital de Cataluña: “Barcelona es una cosa espantosa, agobiante y de escasísima calidad”, afirma en la entrevista con Joaquín Soler.

Habíamos llegado desde Barcelona para visitar la casa de Pla y la Costa Brava, viajado en tren desde la estación de Sants hasta Flaçà, hecho el brinco en auto entre pueblos hasta Palafrugell, y llegado a la casa natal de Josep Pla, para luego salir a dar unas vueltas por una pequeña ciudad no tan llena de turistas, como me la esperaba. Y es que, cuando uno coloca en Google “Palafrugell”, lo que aparece mayoritariamente es la Calella de Palafrugell, donde en realidad se concentraban, entre sus casas y edificios blanco mediterráneo frente a la playa, los turistas extranjeros y españoles que tienen una segunda residencia de veraneo, y donde Pla a menudo iba a cenar con sus amigos. Nos sentamos un rato en una de las terrazas de la plaza central de Palafrugell y luego nos dirigimos al apartamento de la hermana de Ricardo. El aire estaba inmóvil y el calor se sentía sofocante.

Luego de compartir un rato nos dimos las buenas noches. La temperatura estaba por encima de los 30 grados, la ventana abierta por completo desde donde el famoso viento penitente brillaba por su ausencia. Afuera se oían los ruidos de la calle: la gente que pasaba hablando, una música con volumen alto, una pelea con gritos en árabe y golpes y, por si fuera poco, el obsesivo sonido de las campanas la noche entera. ¿Qué sentido tenía que la gente se enterara de que eran las tres y media de la mañana?, la hora más o menos en que, finalmente, logramos conciliar el sueño. ¿Se habrá acostumbrado Pla al sonido de las campanas cuando vivía en el Carrer Nou, antes de mudarse a los siete años a la calle del Sol de Palafrugell? Decía Pla que sus padres eran pequeños propietarios arruinados y que su madre tenía más dinero porque heredó de un hermano que hizo fortuna en Cuba. Pasamos la noche despiertos, estudiamos mudarnos a la sala. Estábamos desesperados, trataba de avanzar en la lectura del libro que había comprado unas horas antes, al inicio del día en la librería Documenta, Viaje en autobús de Josep Pla, ideal para conjugar materia leída con materia vivida, viaje en autobús por algunos de esos lugares donde ahora estábamos y en cuyas palabras de entrada dice que una de las finalidades de ese librito era tratar de “constatar hasta qué punto puede llegar, manejando esta lengua, a la desnudez estilística, a la simplificación máxima de la manera literaria”. Mi mente cavilaba toda la noche: calor, campanas, Pla… calor, campanas, Pla… calor, campanas, Pla… hasta que caí pesado finalmente desde las cuatro hasta las ocho de la mañana, y eso que lo normal es que me despierte a las cinco de la mañana para comenzar a escribir, antes de que salga el sol.

Los dos días siguientes fueron el paraíso. El camino de la Ronda de S’Agaró me pareció de una belleza abrumadora, las construcciones, las aguas cristalinas, los pozos de mar donde nos lanzamos como niños. La perfección medieval de Pals, donde iba también Pla a comer; la gastronomía sencilla pero exquisita tiene un lugar especial en sus preferencias. Luego el ambiente de Begur me gustó, con sus calles con vida, casas de blanco mediterráneo y la caminata hasta el castillo en la meseta, la vista que lo deja a uno con la boca abierta, como ocurrió con las vistas desde el paseo por el Jardín Botánico Cap Roig, con las distintas especies dentro del recorrido del jardín, las montañas circundantes, el panorama del mar, los pueblos, las calas, las playas y los barcos. ¿Cómo se puede tener tanta belleza junta? Entiendo a Pla cuando decía que lo que realmente le parecía bonito era el Ampurdán. Nuestro viaje a Palafrugell se terminaba con la sensación de un enamoramiento repentino.

Regresamos a Barcelona en el tren de las seis de la tarde del domingo desde Flaçà. Tres días y dos noches y nos parecía que habíamos vivido un trozo extendido de vida. Pienso en el tiempo que resta antes de que se desvanezca el verano y me hace sentir nostálgico por momentos, una nostalgia prematura, claro está, porque mi presente no es el del cambio de la temperatura y los vientos de Barcelona que a mí también me molestan mucho. Odio el viento y venero la quietud.  No deseo que me pase lo que cuenta Pla sobre la ciudad, cuando entra el otoño, que dice que sorprende como si nunca fuese a ocurrir y los vientos se vuelven fríos y traicioneros. No quisiera que al llegar a Barcelona, luego de haber estado en esta región, que es como un sueño de lo bonita, me sienta triste por lo perdido, sino alegre por lo ganado. Quisiera levantarme al día siguiente a ver qué escribiré, a mí que me gusta tanto contar la realidad a partir de la observación, sacar del mar un pescado en mi mente y observarlo para entender la manera de escribir el castellano, como decía Pla, en comparación con la escritura telegráfica: “El castellano es la frase larga que se termina generalmente en cola de pescado”.


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