FRANK BRICEÑO FORTIQUE Y GUSTAVO ROOSEN, IESA

Por FRANK BRICEÑO FORTIQUE

Nuestro encuentro de hoy, en ocasión de recordar el seminario de Maracay, tiene una triple vertiente. La primera es conmemorar esa reunión celebrada a mediados de 1963 en la que se discutió el papel del empresario en el progreso social de Venezuela.

La segunda es convocar a las nuevas generaciones de empresarios y ejecutivos a seguir el ejemplo de quienes participaron en aquel seminario, y a adaptar sus ideas al contexto de hoy. Desde ya deben pensar en qué hacer para contribuir en forma exponencial con el tan necesario desarrollo social de nuestro país.

La tercera vertiente es presentar este foro como uno de los frutos del trabajo que llevamos a cabo en el proyecto Pensamiento Gerencial Venezolano.

El seminario internacional de ejecutivos efectuado en Maracay fijó una pauta, marcó un hito y sentó precedentes. Aquel seminario reunió a los principales capitanes de empresas nacionales e internacionales junto a sus más altos ejecutivos; también a políticos, educadores, sacerdotes, intelectuales, activistas sociales; venezolanos y extranjeros; todos estudiosos e interesados en la realidad venezolana. En su conjunto formaban un caleidoscopio de ideas, ideologías y pensamientos. Cada quien tenía sus propias ideas sobre el tema de la responsabilidad de la empresa en el progreso social de Venezuela. También había un amplio rango de ideologías, desde el neoliberalismo hasta el intervencionismo estatal o la doctrina social de la Iglesia.

El seminario de Maracay recordaba aquellas reuniones de la Antigüedad clásica en la que los filósofos discutían y defendían apasionadamente sus creencias políticas y filosóficas. En el seminario de 1963 las discusiones no solo se desenvolvían en larguísimas reuniones formales, sino también en conversaciones informales: en desayunos madrugadores, almuerzos, recepciones y cenas. Todos los participantes compartían un denominador común: la importancia de la educación y la salud. Aquella experiencia de búsqueda de consensos es necesario repetirla con la mira en resolver los graves problemas venezolanos de hoy.

Las ideas surgen de las circunstancias. En este sentido, el pensamiento gerencial surgido en Maracay fue el resultado de muchas ideas, iniciativas, inquietudes y experiencias de líderes responsables que analizaron la situación social de aquel momento, propusieron soluciones para mejorarla y se comprometieron a llevarlas a cabo. Fijaron así la pauta que se debía seguir.

¿Qué era lo específico de la responsabilidad social propuesta en el seminario de 1963? La filantropía en Venezuela es de vieja data. La practicaban personas con un profundo compromiso social. De la segunda mitad del siglo XIX hay varios ejemplos que me alargaría muchísimo si los nombrara; muchos de ellos están todavía presentes en Caracas. El primer hospital de niños de Caracas, por ejemplo, lo construyó el comerciante Juan Esteban Linares, un edificio que hoy es la sede de la Cruz Roja Venezolana.

Lo que hace del seminario de Maracay un hito es que allí se propuso un cambio radical: convertir el mecenazgo personal en una filosofía corporativa que con el tiempo se concretó en las múltiples organizaciones que hoy conocemos. También se logró otro importante cambio: pasar de «Lo que es bueno para la empresa es bueno para el país» a «Lo que es bueno para el país es bueno para la empresa». Ese espíritu de responsabilidad social que estaba sembrado en quienes promovieron este cambio de principios permitió sentar el precedente de Maracay, cuyo ejemplo multiplicador de lo logrado y de lo que se ha hecho en estos sesenta años es inmenso, aunque hoy resulta poco para lo que necesita Venezuela.

La educación fue el tema más discutido; en las intervenciones participaron diversos responsables, desde el ministro de Educación de entonces hasta un maestro de escuela primaria. Hago mención especial del ministro de Educación porque era miembro de Acción Democrática, un partido político que poco más de 15 años antes, en 1947, había querido imponer algo distinto a lo que proponía en el seminario de Maracay.

En efecto, en 1947 Acción Democrática intentó limitar la educación privada con el famoso decreto 321. Los colegios privados, casi todos católicos, reaccionaron. Yo entonces era un niño y recuerdo que marchamos en forma ordenada —acompañados de nuestros maestros y padres— hasta el Ministerio de Educación para reclamar la derogación de ese decreto, y lo logramos.

Los participantes en el seminario de Maracay coincidieron en la búsqueda de soluciones urgentes que demandaban la participación de todos. La iniciativa privada ha cumplido aquel compromiso, pero falta mucho. La educación sigue teniendo urgentes necesidades que resolver, así que debe ser el tema de un próximo y no lejano foro similar al de Maracay.

Digo similar porque pensar en una reunión como la de 1963 hoy sería imposible. Nadie va a estar dispuesto a encerrarse cuatro días sin comunicación de ningún tipo para discutir un tema. En aquel momento no había celulares; hoy no nos imaginamos a unos empresarios y gerentes reunidos cuatro días aislados sin Internet ni celular. Entonces, en vez de una experiencia como la de Maracay, podría organizarse una secuencia de foros cortos.

Haber estado presente en el seminario de Maracay me obliga a compartir algunas experiencias. En lo personal fue algo muy especial. Inspiró la filosofía de acción de mi vida. Todavía me emociona recordar el compromiso de aquellos señores que doblaban mi edad, que lo tenían todo y que, sin embargo, estaban allí con las camisas arremangadas pensando y atentos al intercambio de ideas en torno al progreso social del país.

Me impresionó enormemente ver a esos grandes capitanes de empresa trabajar durante cuatro días más de 12 horas diarias. Todos vivían la realidad nacional. Era un mundo muy distinto al actual, pues no se tenía idea de la globalización y de la interconexión de nuestro tiempo, que en vez de facilitar encuentros presenciales se sustituyen por los virtuales, en los que la velocidad sustituye al diálogo y la postergación a la decisión oportuna.

Eran capitanes de empresa en sus 50 años de edad. ¿Se imaginan que hoy podamos concentrar presencialmente a los principales empresarios del país para tratar un tema de interés común como la educación?

Lo que se ha hecho en estos 60 años en el ámbito de la responsabilidad social es inmenso. Eso hay que recordarlo y recalcarlo, especialmente hoy que se intenta desconocer o cambiar el pasado para reinventarlo o adaptarlo a los intereses particulares de algunos, algo que es inaceptable.

Este reconocimiento nos permite conectar con la segunda vertiente de nuestro foro: seguir el ejemplo del hito de Maracay y convocar a las nuevas generaciones de empresarios y ejecutivos a continuarlo y adaptarlo a las circunstancias actuales con miras al mañana.

Hace sesenta años Venezuela tenía unos ocho millones de habitantes y más de la mitad eran menores de quince años de edad. Los maestros y profesores estaban dedicados a tiempo completo y tenían buenos salarios; además, se construían escuelas y liceos. ¿Se imaginan cómo será el futuro de la Venezuela de hoy, en el que la enseñanza de las habilidades básicas como leer, escribir y resolver problemas matemáticos es tan deficiente?

Para destacar la urgencia de los problemas de la educación, recordemos que en lo que va del siglo XXI el conocimiento y la información se han expandido exponencialmente, mientras que en Venezuela la educación se ha deteriorado mucho; además, se desprecia el pasado y se ignora el futuro.

A finales de los años noventa, en el IESA se tomó la decisión de actualizar a sus profesores en técnicas de enseñanzas centradas en el estudiante. Cabe preguntarse: ¿se ha actualizado a nuestros maestros de primaria y profesores de secundaria en algunas de las nuevas técnicas educativas? Creo que la respuesta es no. En su lugar, lo que se ha ofrecido es adoctrinamiento político. Aunque quizá sea bastante tarde, hay que actualizar a nuestros educadores en los nuevos métodos de enseñanza, para que estén preparados ante la avalancha tecnológica y la amenaza que se cierne sobre el talento humano y que tiende a aislarlo de los avances de la ciencia.

La clave es valorar el talento, y quisiera recalcar esta clave, porque nunca he creído que hay que distribuir la riqueza, sino que lo que hay que distribuir son las oportunidades. Para recordar el espíritu de Maracay, nuestra riqueza es la riqueza de la educación.

Debemos dar oportunidades a quienes no la tienen. El país de hoy y el del futuro lo necesita. Este es el siglo de la economía del conocimiento. Ninguna sociedad fracasa por educar a más gente.

Una conclusión de mi experiencia de Maracay, aplicada a la Venezuela de hoy, es estar consciente de que siempre se puede mejorar; que los problemas, por muchos que sean, están para resolverse y los obstáculos para superarse. Mantengamos el optimismo; no nos los dejemos quitar. Ese debe ser el pensamiento y la actitud del liderazgo responsable de hoy.

Así como hemos tenido éxito en mercadear productos, mercadeemos, en beneficio de las nuevas generaciones, los principios de la libertad de pensamiento y de la iniciativa individual.

Convenzamos a las nuevas generaciones de que la peor dependencia es la de la dádiva y que la mejor dependencia es la de uno mismo, la que se deriva de la educación. Así convertiremos la ignorancia en conocimiento y habremos ganado la nueva guerra de la independencia. Habremos logrado la verdadera libertad.


*La responsabilidad continúa. El compromiso social: un legado para el futuro de Venezuela. Coordinado por Frank Briceño Fortique, Ramón Piñango, José María de Viana, Jean-Yves Simon, Alejandro E. Cáceres y Virgilio Armas. Incluye entrevistas de Hugo Prieto a Frank Briceño Fortique, Luis Ugalde, Pablo Pulido, Vicente Llatas, Víctor Guédez y Ramón Piñango; textos de Gustavo Roosen, Jean-Yves Simon, José María de Viana y Frank Briceño Fortique; intervenciones de Alejandro E. Cáceres, Diana Vegas, Amarú Liendo, Moisés Naím, Germán Toro Arévalo, Claudia Valladares, Gustavo García Chacón y Gustavo Julio Vollmer. Ediciones IESA (Caracas, 2023).


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