CARLOS LIZARRALDE, ARCHIVO

Por CARLOS LIZARRALDE

Para 1940, a sus 33 años, Betancourt ya era un político con un futuro prometedor, pero además estaba en el medio de un periodo único en la historia de Venezuela. Eran los años en que se empezaba a dejar atrás a un pobre país provinciano y en su gran mayoría rural. Una nación que apenas se recuperaba de las grietas étnicas y raciales que la habían roto una y otra vez desde 1498. Betancourt intuyoó como nadie cómo y por qué la aparición del petróleo borraría de la memoria colectiva las sangrientas batallas que precedieron a la fundación de Caracas, el estado de violencia permanente vivido en la costas orientales a finales del siglo XVI, los levantamientos masivos de africanos esclavizados durante el siglo XVII, la guerra racial de Boves y los gritos de «muerte a los blancos» (1) durante la Guerra Federal. Delante de él, Betancourt tenía a una nación a la que le había caído en las manos algo que sólo ocurre una vez en la vida: la oportunidad de comenzar de nuevo. En su imaginación el dinero del petróleo podría crear un nuevo país y dibujarle, como en un lienzo, grandes ideas e instituciones. El joven Betancourt sabía que podía darle forma a un imaginario político completamente novedoso en Venezuela. Incluso estaba convencido de algo aún más ambicioso: de que podía solucionar las causas subyacentes de las fracturas étnicas y raciales del país.

Tenía muy claro su programa de cambio: el estado debía cobrar una regalía de 50% sobre todas las ganancias que obtenían en suelo venezolano las petroleras estadounidenses y británicas, para financiar con eso un estado de bienestar que acabaría con las diferencias sociales, beneficiando a todos los venezolanos por igual. Una enorme inversión en educación transformaría a cada habitante en un ciudadano informado, y el influjo de inmigrantes incorporaría sus legados institucionales a una nueva sociedad donde todos serían iguales.

Su partido, Acción Democrática, organizó a trabajadores, campesinos, estudiantes, profesionales e industriales en torno a la idea unificadora de una nueva Venezuela que dejaba atrás castas, etnias y proveniencias. El manifiesto del partido definía a la organización como “multi-clasista” y omitía a propósito cualquier alusión a la raza, la etnia, las castas o el origen regional (2). El petróleo impulsaría el desarrollo y el bienestar del país y actuaría como un pegamento social, que aglomeraría a todos en la misma cosa.

En 1925, el intelectual mexicano José Vasconcelos, quien fue Secretario de Educación de su país, había promovido la idea de la “raza cósmica”, compuesta por la fusión de indígenas, españoles y africanos (3). Esta nueva identidad, única de América Latina, enterraría el legado y las cuentas pendientes de tres grupos étnicos y raciales. Sería un puente que atravesaría enormes abismos sociales. La composición étnica de Venezuela lucía casi “cósmica”, al menos en comparación con otros países suramericanos. El número de africanos secuestrados que fueron transportados a Venezuela a lo largo de los siglos fue casi el mismo que el número de indígenas que habían sobrevivido a la guerra y las enfermedades del siglo XIX. Frente a lo abrumadoramente africanas que eran Cuba o Jamaica, o lo mayoritariamente indígenas que eran México o Perú, Venezuela era mucho más diversa étnicamente. A principios del siglo XX venezolano, la gente de raza mixta ya había sido mayoría por más de 100 años.

La ideología de la “raza cósmica” legitimaba la figura de Juan Bimba, el personaje de raza mixta que encarnaba al hombre promedio venezolano en la imaginación popular. Los adecos encontraron en esa figura una solución al problema de cómo crear un imaginario nacional sin fisuras. El impulso que le dio Betancourt al país post-étnico se basaba en darle el poder a esos venezolanos promedio. Si una mayoría que descendía de los antiguos pardos de la colonia era la que mejor representaba el país, y lo gobernaba, y si quienes inmigraban desde Europa y América del Sur se mezclaban con ellos, la etnia y el origen nacional dejarían de ser monedas de cambio en la política. La fractura se cerraría y aparecería un nuevo país.

Betancourt tenía que poder representar a esa mayoría para vender el proyecto. Así que hizo énfasis en la ascendencia africana de su madre. Su pueblo natal estaba en el extremo occidental de la región costera de Barlovento, donde la mayoría es afrocaribeña. A su acento le faltaba el cantadito de clase alta de los criollos, y a veces se refería a sí mismo como “un mulato de Guatire”. Su español abundaba en coloquialismos de provincia (4).

Lo más importante es que el personaje público de Betancourt abrazó los manierismos, el lenguaje y el humor de los pardos étnicos. La etnia es una combinación ambigua de percepciones, lejos de las claras líneas que definen la raza; al abrazar esa condición parda que reclamaba para sí, Betancourt se convertía en el vocero perfecto de un proyecto que alguien con acento criollo, maneras más formales o camisas almidonadas con gemelos, independientemente del color de su piel, jamás hubiera podido vender.

La visión neutral sobre las etnias y las razas que Betancourt plasmó en su proyecto de cohesión social se cristalizó mediante varios libros escritos por un compañero de partido que también sería presidente: Rómulo Gallegos.

El rol de la novela en la política es un rasgo muy particular de la historia venezolana del siglo XX. Los dirigentes del país habían sido, durante los 46 años que pasaron antes de la junta presidida por Betancourt en 1945, cuatro generales provenientes del mismo pequeño estado en las conservadoras montañas de los Andes, Táchira. Su visión reaccionaria del mundo había sofocado todos los canales de debate público al concentrar todo el poder en la cima de la pirámide, lo que obligó a llevar el activismo al ámbito literario.

A medida que declinaba el poder de los generales andinos, los novelistas y los poetas tomaron turnos como ministros, presidentes, senadores y hasta operadores políticos. Aun cuando el país era en su mayoría analfabeta, las novelas de Gallegos fueron devoradas por quienes producían programas de radio y, más tarde, de televisión.

Dos novelas describen el cruce entre el pasado histórico y el futuro imaginado que proponía Betancourt: Las lanzas coloradas (5) de Arturo Uslar Pietri y Doña Bárbara (6) de Rómulo Gallegos. Se publicaron en 1931 y 1929, respectivamente, y ambas buscaban nada menos que explicar el país y sus posibilidades. Naturalmente, ambas se desarrollan en el campo.

Las lanzas coloradas de Uslar Pietri cuenta la historia de una hacienda de esclavos, propiedad de descendientes de los conquistadores, durante las guerras de independencia.

Doña Bárbara tiene lugar en una hacienda ganadera donde no trabajan esclavos sino peones. Es la historia de un joven que, al graduarse en la universidad, vuelve a las tierras de su padre con la intención de modernizarlas, pero se encuentra con la oposición de una mujer cruel y sin educación que tiene poderes casi mágicos. Bárbara, quien representa el oscuro pasado del país, no se detendrá ante nada para hacer fracasar los ideales civilizatorios del protagonista, Santos Luzardo. Su muy popular trama melodramática termina, predeciblemente, con el triunfo de la noble civilización sobre la barbarie.

La novela de Uslar Pietri, por su parte, termina con la hacienda de la familia criolla reducida a cenizas y la última de sus descendientes gráficamente violada y asesinada por el capataz pardo. El heredero varón vaga por el campo medio loco y sin rumbo alguno.

Están por escribirse varios libros que analicen el tema del género en esas novelas fundacionales gemelas, pero sus planteamientos étnicos y raciales arrojan muchas luces sobre la historia del país.

El joven Uslar Pietri fue el último de una generación de escritores obsesionada por la división étnica de Venezuela, el salvajismo de las guerras del siglo XIX y lo que algunos han llamado una visión pesimista de la historia del país (7). Las lanzas coloradas está llena de descripciones impresionistas de la brutalidad de la vida de los trabajadores esclavizados de la hacienda, los efectos psicológicos de la sumisión humana y la rabia que los pardos sentían hacia sus amos criollos. La novela de Uslar Pietri también ofrece una visión radical y alternativa de los primeros años de las guerras de independencia.

El texto imagina cómo el aburrimiento y la conciencia del privilegio que tenían los hacendados criollos los llevaron a la locura romántica de una guerra de independencia contra España. El hacendado de Las lanzas coloradas, igual que toda la clase a la que pertenecía, era incapaz de percibir la realidad de la sociedad esclavista que habían construido. No podían entender el cataclismo que estaba a punto de desatarse por culpa de su anhelo de una nación soberana. Presentación Campos, el capataz pardo que luego viola a la hermana del heredero hacendado, quema la plantación y lidera a los trabajadores esclavizados para que se unan al bando realista, se convierte en el vocero de esta crítica: “lo sabía indeciso y tímido (…) Él (el hacendado) se creía fuerte y no lo era; se creía revolucionario y no lo era; se creía inteligente y no lo era; se creía amo y no lo era” (8). Al final de la novela, todos los personajes han muerto o han perdido la razón.

El tema principal de Las lanzas coloradas es la desesperanza ante el sistema de castas raciales y étnicas que existía en la época colonial. Es esta realidad lo que mueve la trama y lo que determina el destino de cada personaje; no hay manera de evitarla o de escapar de ella. El insistente mensaje de la historia es que la esclavitud y la sociedad de castas sólo podían desembocar en una cruel guerra sin sentido y en la destrucción total del país.

En cambio, la novela de Gallegos cambia de manera muy ingeniosa la conversación, al ubicar la acción en el campo ganadero, lejos de los valles costeros del norte donde florecieron las plantaciones esclavistas. Aunque el sostén de la economía fueron el cacao y la caña de azúcar recogidos por africanos esclavizados, nunca la ganadería, es en la inmensidad despoblada de los llanos, donde sólo había uno que otro esclavo, donde la conciencia de castas se hizo más difusa. Por eso Gallegos desplegó allí su batalla mítica entre el bien y el mal. El conflicto en esta historia no proviene de las contradicciones inherentes de un sistema que no tiene salida, como en Las lanzas coloradas, sino del choque entre dos culturas, cualquiera de las cuales puede prevalecer sobre la otra. Para Gallegos la fuente del mal es la ignorancia enraizada en lo que los intelectuales latinoamericanos de la época llamaban “barbarie”. Según esta visión, Venezuela conocería el progreso apenas se erradicaran la brutalidad primitiva del caudillo, la ignorancia de la bruja y el fatalismo de los relatos y las prácticas folklóricas que habían reducido a la población al hambre y la miseria.

En Doña Bárbara, el dilema de la sociedad venezolana cuadra perfectamente con el programa social democrático de Betancourt: si se proveen soluciones técnicas y racionales a una población recién educada de ciudadanos iguales, la “barbarie” desaparece de la faz de la tierra.

Al enterrar deliberadamente las fracturas étnicas y atribuir la violencia persistente y la pobreza a la simple falta de educación, en lugar de a la mucho más difícil de corregir herencia de la esclavitud y el sistema de castas, era posible imaginarse que el ingreso petrolero financiaría el fin de las fisuras sociales de Las lanzas coloradas. Si se borraban la raza y la etnicidad para que más nunca se hablara de ellas, y el petróleo seguía vendiéndose a buenos precios, la visión de Betancourt se haría realidad.

Betancourt tuvo éxito en cuanto a replantear el debate público del país, pero buena parte del mérito del cambio cultural es de Gallegos, ya que sus novelas propagaron sin pausa la dicotomía de “civilización contra barbarie” que todavía está presente en los debates políticos de hoy. Pero es fácil perder de vista que el establishment venezolano en los años 30 estaba mucho más del lado de Uslar Pietri que del de Betancourt y Gallegos. Quienes tenían el poder en esa década, en particular los viejos generales, no podían olvidar lo difícil que había sido pacificar el país. Para ellos, la violencia endémica, no importaba de dónde viniera, se impondría de nuevo por todas partes si ellos aflojaban su puño de hierro. La suya era la primera generación de militares, desde los tiempos de la colonia española, que había visto a Venezuela en relativa calma, y estaban decididos a mantenerla así.

Uslar Pietri venía de una familia con intereses en la agricultura. Las historias de quemas y saqueos —que habían ocurrido hasta la década de 1890— le causaban auténtico terror, al igual que al resto de la clase adinerada que tenía sus raíces en la agricultura. El escritor creció escuchando de sus padres y abuelos cómo sobrevivieron a la Guerra Federal entre 1859 y 1863, el conflicto que cincuenta años después de la declaración de independencia acabó con 10% de la población del país y destruyó su economía (9).

Betancourt y su más cercano colaborador, Raúl Leoni, junto con Gallegos y el resto del liderazgo de Acción Democrática, pelearon sin desmayo por la democracia. Su enemigo era el abrumador pesimismo que sostenía los regímenes de mano dura de los viejos generales andinos, desde principios del siglo XX hasta finales de la década de los 50.

Rómulo Betancourt se hizo presidente interino en 1945 gracias a un golpe de estado impulsado por jóvenes oficiales que habían decidido sacarse de encima a los viejos generales. Empezó de inmediato a implementar su programa liberal. Cuando se convocaron elecciones nacionales en 1948, ganó con comodidad la fórmula de Acción Democrática, y Rómulo Gallegos, ya conocido como el autor de Doña Bárbara, se convirtió en el primer presidente electo por voto popular en la historia de Venezuela. Ahora que contaban con un mandato de la mayoría, Gallegos y Betancourt podían acelerar su programa de reformas. Pero el futuro les había preparado una trampa.

Tan solo ocho meses después, en noviembre de 1948, los mismos jóvenes militares volvieron a dar un golpe, esta vez para gobernar solos. Probablemente contaron con el apoyo de las compañías petroleras a las que les preocupaban las políticas tributarias de Acción Democrática, así como el Departamento de Estado de EEUU, que entonces impulsaba regímenes militares anticomunistas en todo el mundo.

En 1950, el general Marcos Pérez Jiménez se convirtió en la cabeza única del Estado e instituyó una dictadura que duró hasta 1958. Betancourt volvió del exilio y ganó las elecciones que se hicieron al final de ese año, y cinco años más tarde, otra abrumadora victoria de Acción Democrática lo llevó a traspasar el mando a Raúl Leoni. Durante esa década entera con AD en el poder, la mayoría de las ideas que Betancourt elaboró en los años 30 y 40 tuvieron su oportunidad. Y un nivel casi milagroso de prosperidad compartida llegó a Venezuela.

Por primera vez en toda la historia del país, la salud, el hábitat, la alimentación y el nivel de alfabetización de cada venezolano pobre fueron transformados en cuestión de pocos años. Toda alusión a raza o etnia desapareció. Sin embargo, para principios de los 80 el proyecto betancouriano de una Venezuela libre de diferencias étnicas o raciales ya estaba mostrando fisuras. Había una pregunta en el aire que nadie se atrevía a formular: ¿qué pasaría si se acabara el dinero, se detuviera el crecimiento y se trancaran los mecanismos de distribución que habían proporcionado tanta paz? A muy pocos se les ocurrió pensar en la posibilidad de que después de tanto tiempo ausentes del debate y la conciencia nacionales, los temas raciales y étnicos volverían para echar por tierra el proyecto de Betancourt.

El lento colapso del proyecto adeco comenzó a principios de los 80, cuando los precios del crudo cayeron para no volver a subir –salvo por un periodo muy breve durante la Guerra del Golfo en 1990– hasta 2004 (10). En 1998, cuando Chávez ganó su primera elección con 56% de los votos, el precio del petróleo había caído en dólares reales a su nivel más bajo desde 1972 (11, 12), cuando la población de Venezuela era de 12 millones de personas y no de 23 millones como en 1998 (13).

Las perspectivas petroleras del país habían contribuido a que Betancourt soñara con erradicar toda noción de identidad racial o étnica a mediados del siglo XX, pero en 1998 estas perspectivas mostraban un paisaje muy distinto. El retorno de la brecha étnica en la conciencia de la nación ya estaba en el aire.

Chávez amplió la base social de sus votantes al final de la campaña electoral, y ganó los comicios de diciembre de 1998 con el apoyo de votantes de clase media y piel más clara. Se esforzó en ganar esos votos mediante la promesa de orden militar que algunos deseaban para esos tiempos inciertos. Dijo que el país y el Estado estaban quebrados sólo porque una “cúpula podrida” se había robado toda la riqueza. Hasta ese momento, en sus discursos no había palabra alguna sobre redistribución y solamente se refería al robo. Si él lograba que “ellos” dejaran de robar, habría muchísimo dinero para todos. Pero eso era retórica de campaña. Cualquiera que se fijara en las cifras económicas podía darse cuenta de que Chávez no iba a poder hacer nada una vez que alcanzara el poder.

Los precios del crudo habían tocado fondo y no había mucho ingreso con el que actuar. No había suficientes recursos para satisfacer al núcleo de la base chavista que sobrevivía en las barriadas, mucho menos para reconstruir al Estado que había mantenido al país cohesionado durante tantas décadas. Chávez casi no contaba con opciones económicas a corto plazo, y también era evidente que ni siquiera tenía un plan.

El acierto político de Chávez fue entender muy bien cuál había sido la verdadera dinámica del poder en la Venezuela pre-petrolera. Intuyó como nadie que esa sociedad ciega al color de la piel que se había establecido en los 50 años anteriores estaba quebrada y al borde de la muerte. Detrás de su discurso de unidad nacional en los últimos meses de su campaña, Chávez estaba muy consciente de que su piso político sólo podía hacerse más sólido si hacía más profunda la grieta étnica y racial, en lugar de pasarle por encima.

El nuevo presidente entendía con claridad todo lo que el joven Uslar Pietri había descrito en su novela Las lanzas coloradas, que gran parte del país había olvidado. Su conocimiento enciclopédico de las coplas, las leyendas, los héroes y el lenguaje de ese pasado se convirtió en un activo político de valor incalculable. Sus humildes orígenes en los llanos y su autoproclamada identidad de zambo (la casta que originalmente albergaba a quienes tenían ascendencia indígena y africana) le dieron una perspectiva única en el espacio político de principios del milenio. Sin ir muy lejos, el folklore alrededor de su tatarabuelo Maisanta, un renegado y guerrillero a quien se atribuye el asesinato del ex presidente Joaquín Crespo en 1898, era suficiente para entender la política que había que hacer en la era post-petrolera que parecía comenzar.

El final del siglo XX se hacía eco de los vacíos de poder que habían ocurrido innumerables veces a lo largo del siglo XIX. En aquella época, una caída súbita del precio del café o una revuelta palaciega en la remota Caracas lucían como oportunidades de oro para que los hombres de guerra proclamaran el reclamo identitario del campesinado pardo en contra de la oligarquía blanca caraqueña. Esos reclamos no fueron banderas vacías, sino profundas convicciones para decenas de miles de campesinos que se movilizaron con la esperanza de cambiar el destino de su miserable pobreza. Cínicos o altruistas, los caudillos del siglo XIX tomaron Caracas con palabras que resonaban en todo el país y tomando provecho de los vacíos de poder provocados por las recurrentes bancarrotas del estado. Este siempre fue el escenario natural de Hugo Chávez.

Los políticos de oposición de principios del siglo XXI no pudieron, o no quisieron, apreciar la dinámica histórica que los había atrapado. No entendían que décadas atrás Gallegos y Uslar Pietri habían protagonizado un gran debate sobre el verdadero pasado del país, y que la victoria de la visión social adeca había marcado su forma de pensar. Para estos líderes, aún el día de hoy, los venezolanos están mezclados y no hay ninguna distinción étnica que considerar. En este argumento, el tema histórico y estructural de la composición social en Venezuela es tan sólo una forma de manipulación a la que acuden algunos para obtener y sostener su poder.

De haber leído Las lanzas coloradas con algo de atención, les quedaría claro que las grandes explosiones sociales a lo largo de la historia de Venezuela tienen sus raíces en el tema étnico y racial. También hubieran podido ver que el Estado venezolano, antes de la bonanza petrolera, tuvo poca o ninguna capacidad de mediar estas diferencias. Más allá de Hugo Chávez, el personaje que entendió esta dinámica como pocos fue el propio Rómulo Betancourt. El genio y la tragedia de su proyecto político fue su intento de corregir esta historia.

A día de hoy, con el proyecto democrático del siglo XX en ruinas y uno de cada cuatro venezolanos deambulando por el mundo, quizás es hora de volver a leer a Gallegos, Uslar Pietri, y la historia del país.


Venezuela’s Collapse: The Long Story of How Things Fell Apart, de Carlos Lizarralde, está disponible en Amazon, en librerías selectas y en codexnovellus.com


Referencias

1 Federico Brito Figueroa: Tiempo de Ezequiel Zamora, Universidad Central de Venezuela, Ediciones de la

Biblioteca,  (Caracas, 1981), 393.

2 “Movimientos y Partidos Políticos”, Nueva

Sociedad, Fundación Friedrich

Ebert Nº 40 / Enero-Febrero 1979, https://nuso.org/articulo/partido-accion-democratica-postulados-doctrinarios/

3  José Vasconcelos: The Cosmic Race / La raza cósmica (Johns Hopkins University Press, 1997).

4 “Mucha gente ha comentado las características especiales de su español, el cómo usa tanto en forma hablada como escrita palabras venezolanas coloquiales o frases de origen provinciano” (traducción propia). Robert Alexander: Rómulo Betancourt and the Transformation of Venezuela (Transaction Books, 1982), 20.

5 Arturo Uslar Pietri: Las lanzas coloradas y cuentos selectos (Argentina: Biblioteca Ayacucho, 1979).

6 Rómulo Gallegos: Doña Bárbara, Doral, Stockcero (2009).

7 Augusto Mijares: La interpretación pesimista de la sociología hispanoamericana (Cooperativa de artes gráficas, 1938. Digitalizado por University of Michigan, 11 de agosto de 2006), https://books.google.com/books id=MNoEAAAAMAAJ&source=gbs_book_other_versions

8  Arturo Uslar Pietri: Las lanzas coloradas y cuentos selectos, 1979, 79.

9 Jeffrey Dixon y Meredith Sarkees: A Guide to Intra-state Wars: An Examination of Civil Wars, 1816-2014, Congressional Quarterly Press (Sage Publications, Thousand Oaks, California, 2016), 149.

10 El precio nominal del petróleo empezó a caer en 1980 y no volvería a su pico sino hasta finales de 2004 https://www.macrotrends.net/1369/crude-oil-price-history-chart

11 Elena Holodny: “155 years of oil prices–in one chart”, World Economic Forum (16 de diciembre de 2016). https://www.weforum.org/agenda/2016/12/155-years-of-oil-prices-in-one-chart/

12 Dieter Nohlen, ed: Elections in

the Americas: A Data Handbook, Volume 2: South America, Oxford University Press, 2005, 555-566.

13 Venezuela Population 1950-2020, Macrotrends.net. Basado en United Nations – World

Population Prospects.

https://www.macrotrends.net/countries/VEN/venezuela/population


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