Nubia González / Oscar Todtmann Editores

Por ANA MARÍA HURTADO 

                                                                                   Y voy hacia la muerte que no existe

                                                                                   Que se llama horizonte en mi pecho.

                                                                                                             Blanca Varela

“La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió (…) noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita». Así comienza Jorge Luis Borges su magnífico “Aleph”… Y es que resulta que una de las cosas más difíciles de asimilar, y a la vez la más contundente, es la vida que sigue con sus pequeñas cosas, sus engranajes y artificios, constatar que los acontecimientos cotidianos sobreviven con una estremecedora indiferencia, tanto ante la muerte como ante el dolor del que persiste en la vida tras la pérdida de alguien querido. El poemario de Nubia González se halla atravesado de esta perplejidad.

Cuando Freud hablaba de la muerte, decía: «La muerte es un concepto abstracto, para el cual no se puede encontrar una correspondencia inconsciente».  Este acontecimiento no representable, ubicado por fuera de la secuencia de la  vida resulta ser, paradójicamente, aquello que otorga o quita valor a la vida.

La muerte no está inscrita en el inconsciente, dice el psicoanalista.

«Morir

No tiene cuerpo.

Estaba

Traslúcido el lugar” 

dice  con más belleza el poeta  José Ángel Valente, o cómo lo afirma el monje japonés hacedor de haikús Dokyo Etan:

“Aquí, a la sombra de la muerte, es difícil

pronunciar la última palabra. 

Sólo diré, pues,

‘sin decir’

Nada más,

nada más.”

Ella sólo callará, nos dice Nubia González.

Entonces, aunque parezca demasiado real y contundente termina siendo un constructo que nos enfrenta con algo tan real que excede lo representable, y cuando digo representable, digo lenguaje, palabra, símbolo. Por eso se hace tan difícil el tránsito del proceso de duelo pues nos enfrentamos con la pérdida sin nombre, una pérdida tan absoluta que nos deja perplejos, por ello, lo primero que hacemos en un proceso de duelo es decir “no puede ser”: la negación, primera fase del camino. Apenas se articula una pregunta «¿por qué?» verso con el cual la poeta cierra su primer poema o más bien abre el poemario. Sin embargo, antes de formular la pregunta nos lanza a quema ropa: los vientos de la ausencia arden: la ausencia es innombrable pero es sentida en su exceso por el cuerpo desde la abismal sensorialidad, y Nubia la transforma en conmovedor acontecimiento poético.  Sus versos precisamente conscientes de la imposibilidad de la representación comienzan a discurrir desde el choque frontal con lo inmediato, lo tangible, lo sensorial.

La muerte se erige como una convención que necesita de varias condiciones y acuerdos  para ser  declarada. La poeta da cuenta de ese proceso: la muerte es declarada en la ambulancia, en el hospital, el apellido, en rezos, en las manos sujetas, en la madre,  “tu nombre se apila en gramáticas profanas» y se entrelaza con una imaginería de dioses y ángeles que intentan en vano dar respuestas, o en términos freudianos representar lo irrepresentable. Se trata de un fenómeno social tanto como existencial, ontológico y más. Siempre es un exceso. Se niega, se acepta, se transforma, se incorpora.  El trabajo del duelo es el trabajo de resignificar, de recomponer el hilo roto, de adjudicar nuevo sentido, en una aproximación mítica podríamos pensar que es también uno de los trabajos de Psique, y esa labor comienza con la negación de la muerte por lo inconcebible e impensable, y tal secuencia de trabajos conducirá  hasta la resignación —re-asignación—, el reacomodo ante lo inevitable, hacerle espacio, invitarla, nombrar sus márgenes, eso es lo que intenta Nubia a través de la palabra: la apropiación simbólica del acontecimiento. El dolor es el significante concreto de la pérdida que apunta hacia lo indecible, es lo más tangible, lo único con lo que luchamos sumergidos en  esa paradoja. Aparecen las imágenes del sueño, el cambio, la pérdida, el olvido, una suma de metáforas y símbolos que intentan dar cuenta de la muerte. Y es así como el dolor y su representación en el lenguaje toca los márgenes de la muerte —“la muerte sonríe al revés”.

Nubia González no hace poesía filosófica con la muerte, ni se regodea  en el dolor, más bien va declarando el asombro de la vida que persiste ante la ausencia. Y junto al asombro inevitablemente aparece la ira, el reclamo o la indignación lanzados a interlocutores de distinta naturaleza, y al final todo confluye en la sensual, el Eros persistente y quizás, la finalidad última de este trabajo —como en los de Psique— es el encuentro y la unión con Eros. Esa serie infinita de acontecimientos que nos dejan atrás son una pista para el reencuentro, aunque al inicio sean irremediablemente lacerantes.

Asimismo, en el proceso nos apropiamos de la muerte del otro —«soy otra difunta»— para poder labrar desde la vida, «somos brotes de la tierra». Escribir desde el dolor ante lo irreparable es buscar con la palabra zurcir la herida desde la zona traslúcida donde perviven la sábana de flores, el maquillaje, la ropa en el piso o el perro esperando el paseo.  La ausencia se instala en las recetas en el imán de la nevera

—“cómo te ves… R O TA”— Se interroga  y la palabra se fragmenta para asimilar la fractura que deja la muerte, la ruptura de un hilo que la palabra poética intenta tejer de nuevo, asumiendo los vacíos como parte del tejido.  Arianna está rota pero está inserta en la vida del poema tratando de ser re-armada, re-amada.  Nubia quiebra el cuello de las palabras para que se pronuncien y contengan el sufrimiento; alcanzar entonces el lugar donde volver a encontrarte sin estar rota… es la esperanza,  hasta sanar el poema que ha sufrido también esa rotura.

Nubia nos recuerda que estamos vivos esperando la propia muerte, pero afirmativamente vivos —»A veces decido cómo morir«— intuyendo la entrada a ese lugar con exceso de significados, que no se agota, y atisbando en las cosas el triunfo irreductible de la vida  “¿dónde está oh muerte tu aguijón?”.

Aunque es un libro que habla del dolor ante la muerte no es un libro triste, es por el contrario un poemario intenso, vital, osado, lleno de cuerpo. ¿Sería igual el verde sin Lorca? Es sólo una pregunta que nos acerca un guiño como respuesta, tal vez el verde aunque persiste, como el aviso de cigarrillos rubios ahora es distinto porque contiene a Lorca; por algo el Eros, ese que nos mantiene unidos gozosamente a la vida, es un Dios alado que nos besa con los labios del viento.


*Labios del viento. Nubia González. Oscar Todtman Editores. Caracas, 2019.


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