Emeterio Gómez | Cedice Libertad

Por ÓSCAR VALLÉS

El liberalismo es el ideario moral, económico y político vigente más antiguo de Occidente, conformado por diversas tradiciones que confluyen en la promoción de la libertad individual, la propiedad privada y el Estado de derecho. Su vigencia de tres siglos ha sido posible venciendo sus amenazas. Hace apenas un siglo, Ludwig von Mises se lamentaba que «el mundo ya no quiere saber nada de liberalismo», ante las ruinas de civilidad que dejó la Primera Guerra Mundial (1). Años más tarde, el fascismo italiano y el socialnacionalismo alemán demolían las esperanzas liberales en Europa, solo restauradas en parte después de la Segunda Guerra. Europa dividida observaba cómo un nuevo totalitarismo se imponía bajo el dominio soviético. Con todo, esa restauración tras la guerra fue suficiente para el renacimiento del liberalismo a mediados del siglo XX. Friedrich Hayek recordaba, en su visita a Venezuela en 1981, que los liberales de entonces «éramos un pequeño grupo, se nos consideraba excéntricos, casi dementes y se nos silenciaba. Pero hoy, cuarenta años más tarde, nuestras ideas son conocidas, están siendo debatidas y consideradas cada vez más persuasivas» (2). Unas ideas que reflejaban el innegable contraste de la prosperidad liberal de la Europa occidental con la pobreza de sus países orientales. Un Occidente con desarrollo humano, crecimiento económico y estabilidad política sin precedentes en la historia.

Sin embargo, en la segunda década del siglo XXI regresan las voces que anuncian el fin del liberalismo, como advirtió von Mises hace cien años. Por ejemplo, en 2018, James Traub, editor de Foreign Policy, publica un artículo con un provocador título: «El egoísmo está matando el liberalismo», donde afirma que «la muerte del liberalismo constituye el funeral masivo más grande del mundo editorial, desde la muerte de Dios hace medio siglo» (3). Yuval Noah Harari en The Guardian califica de mito al «libre albedrío» frente el ascenso de lo que llama el totalitarismo tecnológico de las corporaciones, invitando a refundar la democracia bajo nuevas premisas (4). The Economist publica un «Manifiesto para renovar el liberalismo», porque piensa que «el mundo moderno se está volviendo en su contra. Europa y América están en medio de una rebelión popular contra las élites liberales, vistos como egoístas e incapaces o no dispuestos a resolver los problemas de la gente común» (5). Con tonos de angustia, estas voces provienen de la misma comunidad liberal, alertando sobre las nuevas amenazas a la libertad que produce la crisis global de nuestro tiempo, como otros liberales hicieron en sus épocas y naciones. También con el nuevo siglo, prosiguen en ritornello las tradicionales críticas al liberalismo que provienen de enemigos doctrinales de la izquierda. En el transcurso de sus 300 años de historia, los anuncios de su muerte y su resurrección han acompañado la vigencia del liberalismo con una frecuencia asombrosa.

Michael Walzer en su reciente libro Pensar políticamente, compara las críticas al liberalismo con las modas del vestir: «Tienen vidas breves pero recurrentes; conocemos su fugacidad y esperamos su regreso» (6). Lo efímero de sus apariciones no niega, sin embargo, la relevancia de las críticas cada vez que regresan. Menos aún el desastre social que producen cuando cautivan la tozudez en políticos o la ambición en tiranos. En ese sentido, los ensayos compilados en el libro aniversario de CEDICE Libertad responden a la solicitud de prestar atención a esas amenazas recurrentes contra la libertad, que entre nosotros ya son realidades. La experiencia liberal en Venezuela reúne interpretaciones y propuestas inspiradoras para considerar estrategias conducentes para la instauración de una sociedad liberal.

Sus autores están conscientes que este tiempo amenazante es otra encrucijada en nuestra historia liberal. Los difíciles años de la emancipación y de las primeras repúblicas del XIX, las transiciones de los años 1936-1945, 1958-1967 y 1989-1998, dejaron trazos de libertad y experiencias en todos los órdenes de la vida humana, que son signos para pensar cómo enmendar desvíos e innovar horizontes. Después de 200 años, seguimos con la «urgencia» de lograr la civilidad liberal, tras el rotundo fracaso del proyecto civilizatorio venezolano, producido por la fragua socialista y la autocracia revolucionaria. Asimismo, y paradójicamente, la pérdida de coordenadas para la convivencia pública y pacífica en Venezuela ha despertado un interés cada vez mayor por el valor sustantivo de la libertad, tras la desesperación masiva de los venezolanos por obtener su liberación. Esa urgencia e interés sobre todo en los más jóvenes son también una invitación histórica para que las ideas liberales sean conocidas, debatidas y, cada vez, más persuasivas, como pide Hayek. Nos corresponde ofrecer buenas razones para vencer la frustración que produce la discusión entre socialistas revolucionarios y reformistas progresistas, cuando reducen nuestra tragedia a un asunto de «quién da más y mejor» lo que ―creen― el «pueblo necesita». También brindar buenas razones para distinguir el ideario civilizatorio liberal de los radicalismos que produce la natural indignación ciudadana ante esa «fatal arrogancia» de la izquierda.

En esta tempestad, Hayek sigue siendo nuestro mejor faro: «A menos que volvamos a hacer de los fundamentos filosóficos de una sociedad libre un tema intelectualmente vivo, y que convirtamos su implementación en una tarea que desafíe el ingenio y la imaginación de nuestras mentes más animadas, las perspectivas de la libertad serán en verdad sombrías» (7). En efecto, cumplir con nuestra misión institucional en esta encrucijada histórica exige mantener, como rosa de los vientos, esas premisas filosóficas fundamentales. Ofrecer razones y oportunidades para la discusión y el diálogo entre los partidarios de la causa de la libertad con la mayor amplitud posible, incluyendo a «socialistas moderados» como los calificaba Mises y a los negadores de todo lo que pueda significar «Estado». Es preciso persuadir al mayor número posible sobre las ventajas y bondades del esquema civilizatorio liberal que debemos promover en el país. En esta tempestad de angustias y desesperanzas, pero también de ideas y de luchas, mantenernos serenos en la firmeza de nuestros fundamentos, contribuirá al delicado papel que nos toca cumplir en la causa de la libertad.

Aurelio Fernández Concheso | Archivo

Este papel se distingue, en primer lugar, de algunas visiones que asumen las premisas liberales como si fueran un dogma. El pensamiento liberal no nació atado a un libro sagrado ni tampoco a un mesías. Tal vez por eso no genera en las sociedades liberales, sentimientos místicos de feligresía como el socialismo, con su tótem El Capital y su profeta Karl Marx. Sin embargo, hay quienes insisten en dogmatizarlo. El mismo James Traub postula a John Stuart Mill y su On Liberty como «lo más parecido en el liberalismo a un tratado fundacional». Pero la riqueza de los fundamentos filosóficos de una sociedad libre se debe precisamente a la diversidad de ideas y prácticas, autores y obras, políticos y personajes que constituyen, cuasi «rizoma» deleuzeiano, la tradición liberal. Fundamentos irreductibles a un solo autor, inapreciables desde una sola escuela. No obstante, el compromiso de nuestra tarea es mantener el diálogo y el reconocimiento con quienes incluso así lo creen y piensan. La comprensión del mundo tiene sus ventajas con sus costos, al igual que la comprensión de las ideas. Pero si algo debemos preservar de ese balance de cuentas, como uno de los fundamentos filosóficos de la sociedad liberal, es la práctica de la tolerancia al interior de la comunidad liberal, ofreciendo oportunidades para la discusión de las ideas que la promuevan y la hagan posible. Igual balance debemos hacer con el eclecticismo entre nosotros.

John Gray puede tipificar esta otra «cara del liberalismo», por incorporar al ideario liberal a pensadores controversiales y hasta incompatibles entre sí. Con todo, coincide en admitir que hay un núcleo de principios que «son comunes a todas las variantes de la tradición liberal» y el primero que postula es ―por supuesto― el «individualismo» (8). Mantener la serena atención sobre las premisas fundamentales para que sean punto de encuentro fructífero, entre corrientes que conforman la comunidad liberal en Venezuela, es la virtud cardinal de nuestro papel en esta histórica encrucijada.

Semejantes consideraciones también valen para quienes insisten en adoptar, mutatis mutandis, esas premisas liberales como un programa político para hacerlo posible en nuestros países. En ese caso, la cuestión ya no es si los principios ofrecen un marco de diálogo entre corrientes liberales, para mantenerlos intelectualmente vivos en la sociedad. La cuestión aquí es si tales premisas pueden inspirar el ingenio y la imaginación, en las circunstancias históricas concretas del país, para «implementarlos» en vista de su factibilidad. Este asunto que podríamos denominar «la posibilidad liberal», también ha sido objeto de largas disputas entre nosotros. Acusaciones de quedarse en la «mera teoría» y en visiones «librescas», por un lado, o de «constructivistas» y «social-liberales», por el otro, finalmente ambos lados del río convergen en el mismo error. Si se pretende «resolver los problemas de la gente común», como solicita el «Manifiesto» en The Economist, debemos primero admitir que el ideario liberal pretende promover una sociedad donde cada cual pueda «resolver», hasta donde sea posible, sus propios problemas con conocimiento, oportunidad y responsabilidad (9). Esto es fomentar un sistema de educación e información accesible y abierto, incentivar diversas alternativas de planes de vida e intercambios, e instaurar un justo y eficiente marco de reglas que preserve la propiedad privada, entendida como la vida, la libertad y los bienes de las personas (10).

Una educación para la libertad, un mercado para la prosperidad y un Estado de derecho para la propiedad, son estructuras de fondo de una sociedad liberal, para mencionar solo algunas fundamentales. Esas estructuras no se instauran por la planificación de un partido o de un programa político, aunque celebro sean promovidas por ambas vías. Mucho menos dependen de la obra de un gobierno, aunque ayudaría que haga su parte. Esas estructuras fundamentales se fraguan mediante la concurrencia simultánea y espontánea de prácticas sociales que van constituyendo, a la vez que constituyéndose, en esas instituciones ―educación, mercado y Estado de derecho― en el transcurso de varias generaciones. Eso no debe desestimular a un futuro movimiento liberal a elaborar recomendaciones «fragmentarias», a la manera de Popper, que permitan, si no resolver, sí mejorar algunos de los «problemas de la gente común» (11).

De este modo, indagar la «posibilidad liberal» en Venezuela debe conjugar ideales e intereses, interpretaciones y estrategias, conscientes de la tensión intelectual que genera la preservación de sus principios ante las exigencias históricas de cambio. Con estas coordenadas, la Junta Directiva de CEDICE Libertad consideró que las dieciséis contribuciones compiladas en esta edición representan esa pluralidad de sentidos de cómo ha sido La experiencia liberal en Venezuela, esperando que estimule el diálogo sobre el liberalismo entre nosotros.

Iniciamos la compilación de ensayos con Luis Alfonso Herrera Orellana, quien nos invita a encontrar esa posibilidad liberal en nuestras tradiciones hispánicas, con el propósito de reconocer un horizonte de significados que se entroniza en nuestros héroes civiles como Andrés Bello. Ese horizonte permitirá una mejor comprensión de nuestras libertades y limitaciones del poder público, en franca superación de la teología bolivariana y la leyenda negra sobre la hispanidad. La semblanza de Rafael Arráiz Lucca sobre Santos Michelena, liberal de excepción en la Venezuela emancipada, ofrece un caso ejemplar de lo señalado por Herrera Orellana, que resulta inspirador para ahondar en los liberales civiles del XIX venezolano. En esa línea de volver sobre nuestros pasos del pasado, pero apuntando al futuro, se inscriben los trabajos de Gustavo Alfonso Vaamonde, Jesús María Alvarado Andrade y Bernardino Herrera León. Los hitos de la primera República de la Venezuela independiente que destaca Vaamonde se entretejen con la comprensión de los procesos históricos, constitucionales e ideológicos, que ofrecen Alvarado Andrade y Herrera León. En diálogo con autores primordiales del liberalismo moderno y contemporáneo, consideran, desde sus perspectivas, una formulación renovada y vivaz del liberalismo, que concibe la libertad política como primacía y condición de la posibilidad liberal en Venezuela.

Los trabajos de Trino Márquez, Omar Astorga y Miguel Ángel Martínez Meucci se centran en las relaciones políticas que se fraguan con el surgimiento del Estado petrolero y sus efectos sobre la libertad. Márquez analiza el origen y la conformación de la «mentalidad estatista» del sistema de partidos políticos venezolano, como un factor clave de la cultura política del rentismo, que limita, cuando no impide estructuralmente, las opciones liberales en el país. Por su parte, con la mirada puesta también en la conformación de los partidos políticos del siglo XX, Astorga devela las dificultades interpretativas para la comprensión de sus concepciones de libertad, para mostrarnos que el proyecto modernizador, patrocinado por el rentismo, redujo las posibilidades culturales de la libertad a lo específicamente político, dejando el terreno listo para la servidumbre. Cómo concebir una ruptura radical con ese orden histórico, es la apuesta de Martínez Meucci. En un análisis autocrítico y deconstructivo, explora las posibilidades de concretar un proyecto específicamente político para una Venezuela «post-totalitaria», desde un partido político liberal, que no ve aún en el panorama, para articular su promoción y realización.

Les sigue un grupo de trabajos que acentúa aspectos sectoriales de la experiencia liberal en Venezuela. Gustavo Villasmil nos ofrece una propuesta de la «sanidad decente» que requiere el país, que consideramos esencial ante la adversidad que padecemos en este 2020. La concibe como un «sistema sanitario competitivo», cuyas posibilidades podrían consolidarse en el país, pero que requieren de un liderazgo para su efectividad que es preciso convocar. Guillermo Rodríguez González examina cuidadosamente una materia que no podía faltar en esta edición. Analiza la relación, siempre difícil y estimulante, entre el petróleo, la libertad y la propiedad en Venezuela. Muestra las transiciones al socialismo en sus dos etapas, y las exigencias del «consenso cultural» para una transición hacia el liberalismo, muy compleja pero posible. Andrea Rondón nos comenta, en un sentido más íntimo, cómo el derecho, la propiedad y la cultura se han enlazado en su experiencia liberal, a través de su formación intelectual y su labor en CEDICE Libertad. Termina este grupo de trabajos con el estudio de Douglas Gil Contreras, sobre una de las experiencias más libertarias que se han realizado en la historia reciente del país: la desobediencia civil de 2014, conocida como «La Salida». Realiza un examen de los fundamentos liberales orientado hacia el modelo inglés y el modelo francés para abordar, desde esas «racionalidades políticas», cómo se ha favorecido, en América Latina y Venezuela, el fortalecimiento del Estado del modelo francés, sobre la sociedad civil y las libertades básicas.

Cerramos esta edición aniversaria con los ensayos que invitan a la discusión filosófica que esperamos siga a su publicación. Argenis Pareles diserta sobre tres principios fundamentales del espíritu liberal, con la generosa liberalidad y el rigor filosófico de una ética para la libertad que distingue a su filosofía, sobre la dignidad humana, la tolerancia y la justicia entre nosotros. Roberto Casanova nos ofrece una defensa al liberalismo que termina «liberándolo» de falsas creencias y acusaciones, en el marco del debate contemporáneo. Propone los lineamientos del «desafío político» que debe abordar el liberalismo venezolano con mirada propia y exento de entelequias. Prosigue el ensayo, también desde la intimidad, de Gladys Villarroel, pero esta vez de la mano de los clásicos liberales de mayor estudio en el país. Ofrece un recorrido por textos y experiencias que deja elementos para una discusión liberal que considero ineludibles. Finalizamos con Jo-Ann Peña Angulo y su ensayo sobre «La rebelión de Atlas y la experiencia iliberal en Venezuela», un decantado comentario a esa extraordinaria obra de Ayn Rand, a través de las circunstancias que hilan las cuatro cláusulas del terrible Decreto 10.289, y sus sorprendentes paralelos históricos en la Venezuela bajo el dominio de la revolución socialista.

Esta compilación de reflexiones y propuestas sobre La experiencia liberal en Venezuela, en este trigésimo quinto aniversario de CEDICE Libertad, es también un homenaje a quienes la fundaron y presidieron, abriendo los primeros surcos para que la libertad diera frutos. A su presidente fundador Oscar Schnell, quien sentó las bases medulares que aún sostienen a la institución. A Jesús Eduardo Rodríguez, presidente visionario de lo que hoy somos, y a Aurelio Fernández Concheso, presidente entrañable a quien dedicamos el libro junto a nuestro Emeterio Gómez. Finalmente, a Rafael Alfonzo Hernández, quien ha presidido buena parte de estos treinta y cinco años, siendo el artífice de la inspiración que hoy nos hace ocupar un prestigioso lugar entre los think tanks de alta gama mundial. Agradecemos la entusiasta receptividad y respaldo del Consejo Directivo, la disposición y amabilidad de la Gerencia General y su equipo, y la valiosa contribución de los autores.


Referencias

1 Mises, L.: Liberalismus. Verlag von Gustav Fischer, Jena, 1927, p. 2 [«Die Welt will heute vom Liberalismus nichts mehr wissen»].

2 Hayek, F.: «Entrevista». Rangel, C.: «Tiempo de conocer la libertad», en CEDICE: Lo grande es la idea, CEDICE, 1999, p. 106.

3 https://www.theatlantic.com/politics/archive/2018/02/liberalism-trump-era/553553/

4 https://www.theguardian.com/books/2018/sep/14/yuval-noah-harari-the-new-threat-to-liberal-democracy?CMP=share_btn_link

5 https://www.economist.com/leaders/2018/09/13/a-manifesto-for-renewing-liberalism

6 Walzer, W.: «La crítica comunitarista del liberalismo», en Pensar políticamente, Paidós, Barcelona, 2010, p. 152.

7 Hayek, F. A. «The Intellectuals and Socialism». The University of Chicago Law Review, 16, no. 3, 1949, pp. 417-33.

8 Gray, J.: Liberalism, University of Minnesota Press, Minneapolis, 2003, p. xii. El individualismo ha sido concebido desde el punto de vista moral desde diversas maneras en la tradición liberal. Memorable es la carta de Murray Rothbard a F. A. Harper sobre lo que llamó «rugged individualism» (Modugno, R.: Murray R. Rothbard vs The Philosophers. Unpublished Writings on Hayek, Mises, Strauss, and Polanyi, Ludwig von Mises Institute, Auburn, 2009, pp. 49-60). Sin embargo, la ontología y la epistemología que sirve de fundamento al individualismo son generalmente ignoradas (Hayek, F.: «Individualism: True and False», en Individualism and Economic Order, Chicago University Press, 1948, pp. 1-32).

9 No quiero expresar con esto que «los semáforos y las reglas del tránsito», por ejemplo, también son asuntos de «cada uno», como los socialistas alegan ante la «autorrealización liberal. Lo que sigue aclara más este punto.

10 Mi concepción de propiedad sigue a Locke: «The man seeks out, and is willing to join in society with others, who are already united, or have a mind to unite, for the mutual preservation of their lives, liberties and states, which I call by the general name, property», Locke, J.: Second Treatise of Government, Hackett Pub., Cambridge, 1980, IX §123, p. 66.

11 Véase Popper, K.: La miseria del historicismo, Alianza, Madrid, 1984, pp. 78 y ss.


* La experiencia liberal en Venezuela. Contribuciones para interpretar y promover una sociedad liberal (2020), compilado por Óscar Vallés, incluye textos de Luis Alfonzo Herrera Orellana, Rafael Arráiz Lucca, Gustavo Adolfo Vaamonde, Jesús María Alvarado Andrade, Bernardino Herrera León, Trino Márquez, Omar Astorga, Miguel Ángel Martínez Meucci, Gustavo J. Villasmil Prieto, Guillermo Rodríguez González, Andrea Rondón García, Douglas Gil-Contreras, Argenis Pareles, Roberto Casanova, Gladys E. Villarroel y Jo-ann Peña Angulo.


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