Miguel von Dangel con el Perro crucificado (1983) – Foto de Carlos Germán Rojas

Por EDDY REYES TORRES

Introito

No es tarea fácil resumir la prolija y variada creación de un pintor y escultor de la talla de Miguel von Dangel (1947-2021). Si extendemos la mirada, encontramos en dos grandes creadores que le antecedieron, Vincent Van Gogh y Paul Gauguin, vaticinios certeros de lo que después ocurrió con su creación artística. El primero afirmó: “Lo que Gauguin cuenta del trópico me parece maravilloso; seguramente en el futuro se producirá allí un gran renacimiento de la pintura”. Por su lado, el segundo señaló: “Estoy algo de acuerdo con Vincent, el futuro pertenece a los pintores que describan el trópico, que todavía no ha sido pintado”. Miguel cumplió con la tarea que anunciaron esos predecesores y lo hizo con la grandeza que es propia de las figuras excepcionales.

Su formación plástica fue realmente singular. Prueba de ello fue su paso fulgurante por la Escuela de Artes Plásticas Cristóbal Rojas. Allí apenas estuvo un par de años. En la enseñanza que entonces se impartía había un peso enorme del arte de compromiso político. Inevitablemente él tuvo que confrontarse con los partidarios de las “acciones revolucionarias” y eso lo llevó a sentirse incómodo. Pero en realidad la mayor razón que lo condujo a abandonar tan prestigiosa escuela fue haber conocido al pintor Bárbaro Rivas (1893-1967), una figura determinante en su obra artística. Después de compartir con él y conocer su personalidad caótica, llegó a una conclusión: “Lo que hace éste, metido en su rancho, lo puedo hacer yo metido en mi casa, y si éste no se muere de hambre, yo tampoco me voy a morir de hambre”. A partir de ese encuentro el joven artista tomó el camino de la formación autodidacta, pintando, dibujando, esculpiendo y leyendo intensamente. En paralelo, realizó sus primeras exposiciones que contaron con el visto bueno de destacados críticos de arte (Sofía Ímber, Juan Calzadilla y Perán Erminy) e interesantes reseñas de la prensa.

Obras claves que fueron realizadas entre 1968 y 1970

La producción temprana de Von Dangel tiene la fuerza creadora del Big Bang. Es el momento de conformación y definición de un lenguaje que no tiene antecedentes en Venezuela ni en Latinoamérica, y que marcará su obra y su carrera para siempre. Nadie antes había representado al reino animal como él lo hizo en su producción de esos años. Es más, tampoco nadie había unido esa brutal presencia animal con el tema religioso. Y algo más inverosímil todavía: esa mezcla explosiva no la realiza un incrédulo con ánimo de escandalizar u ofender a los creyentes, sino un luterano que es fiel seguidor de Cristo. En este caso hay explicación: nadie ha amado los animales como Von Dangel. Eso elucida que a los pocos días de haber muerto su terrier Rocky, escribiera: “Un perro puede significar mucho más que una persona o que mucha gente; y una cosecha de arroz mucho más que (…) un pintor ignorante”.

Miguel von Dangel en el montaje de La cuarta nave en el Museo de Bellas Artes (1984) – Foto de Carlos Germán Rojas

Se trataba de un acto equiparable al que realizan los católicos cuando se inclinan con fervor, respeto y algo de temor ante los restos de santos y santas como Francisco de Asís, Teresa de Jesús, la Madre María de San José o el papa Juan XXIII; por eso no debe extrañar que sean precisamente los cortos de mente y faltos de piedad los que se horroricen ante sus creaciones, sin ni siquiera indagar en la verdadera intención del artista. Pero, por otro lado, también se trataba de una representación cruda de la realidad que nos rodea, con toda la carga allí contenida. Él lo explicó con meridiana claridad en la entrevista que le hizo Eliseo Sierra (28 de enero de 1981):

“Si yo uso una paloma muerta o un pájaro que encuentro en la carretera porque lo mató algún muchacho, lo asumo como una carga, como un objeto que lleva una carga y que me evita tener que reconstruirla a través del óleo, que es lo que hacen normalmente los artistas que no asumen el riesgo de un problema que yo siento idóneo con una realidad. Es decir, a mí me parece una evasión usar una hoja en blanco; a mí me parece una evasión usar una barrita de acero pulido o policromada; me parece la evasión de una realidad que es mucho más angustiante, que es mucho más expresionista si tú quieres, que tiene que ver mucho más con la muerte y con la vida que una barrita de acero (…) Es un problema de carga y yo asumo esa carga (…) Yo no puedo vivir en un país donde la realidad es de ese orden, o yo lo siento de ese orden, y asumirme como un tipo que juega con cartoncitos policromos; no puedo, me siento falso, no me siento bien dentro de mi piel”.

De las obras realizadas en los años anteriormente mencionados destacan Faisán, Retrato espiritual de un tiempo (1968-1970, ensamblaje de objetos y materiales diversos, 84 x 52 x 25 cm.) y La última cena II (1968-1970, ensamblaje de objetos y materiales diversos, 156 x 62 x 33 cm.).  Son piezas que lo consagran como el excelente creador a que se refiere Perán Erminy en el artículo que publicó en el suplemento cultural del diario Últimas Noticias (21 de diciembre de 1969). Y a los hechos nos remitimos. En la tercera de ellas apreciamos, no sin perplejidad, un gato crucificado en una enorme paleta de madera pintada de negro. El animal está partido en dos trozos y la parte del pecho está atravesada por un clavo. Detrás de la cabeza está colocado un espejo redondo que transmite la idea de aureola de santidad. Una larga culebra circunda el cuerpo del félido desde la parte superior hasta la inferior. Adosados a la paleta se observan una variedad de elementos: cuchillos, tenedores, cucharillas, monedas, pequeñas cruces, una tapa de Pepsi Cola, huesos y calaveras de diferentes animales, un recipiente de peltre que adentro tiene las extremidades mutiladas del animal sacrificado, etc. Una gruesa capa plástica cubre parte de la obra, lo cual potencia —hay que admitirlo— el desagrado hacia lo inanimado que allí reposa. Con todo y eso, no podemos dejar de reconocer que es simplemente la reacción de la mente hedonista, acostumbrada, desde muy antiguo, a las cosas agradables y hermosas de la vida.

Si pudiéramos apreciar fríamente esa y sus otras creaciones como expresiones de la realidad, y sin el pensamiento condicionado a ver todo en función de extremos que se repelen (bonito-feo, agradable-desagradable, bueno-malo), nuestra actitud sería otra. Se trata, en definitiva, del empleo de criaturas y objetos que existen en el mundo por alguna razón divina, y que si viéramos aisladamente unos de otros, en estado natural, no nos sorprenderían en lo más mínimo. Es al verlos todos juntos formando parte de un símbolo —la cruz— que toca las raíces más profundas del inconsciente, lo que nos impacta. Por eso tenemos que reconocerlo: el problema está en nosotros y no en lo que la obra muestra sin miramiento. Ernst Gombrich fue asertivo cuando dijo: “La hermosura de un cuadro no reside realmente en la belleza de su tema”.

Con la iglesia hemos dado

En julio de 1972 el artista participó en otra exposición colectiva que se organizó con ocasión del IX Congreso Latinoamericano de Psicoanálisis, y cuya curaduría estuvo a cargo de Francisco Da Antonio. La muestra se realizó en el Palacio de las Academias y en ella intervinieron Harry Abend, Pedro Briceño, Felipe Herrera, Domenico Casasanta y Carlos Prada. Miguel lo hizo con King size, Los comensales han abandonado la mesa y Retrato espiritual de un tiempo. En este último, Von Dangel abordó el tema de un can crucificado que lleva como corona una sierra de metal curvada. El primer elemento, previamente disecado, fue colocado sobre una tabla de forma irregular a la que también adosó otros materiales: huesos, una pequeña culebra zigzagueante, pequeñas cruces y esferas. La obra está recubierta por una espesa resina transparente. Todas las creaciones de la exposición fueron colocadas a lo largo de un pasillo de la planta superior de la añeja edificación del Palacio de las Academias, el cual está ubicado a pocos metros de la Catedral de Caracas. En ese momento, el párroco era Augusto Laborén, un hombre fiel a la causa de Dios. Hasta su despacho llegaron quejas acerca de una de las obras expuestas. Sin que mediara una evaluación menos parcializada, el veredicto eclesiástico fue que dicha creación era una afrenta a la persona de Nuestro Redentor. Para confirmar la sentencia preliminar, el cura optó por trasladarse al sitio donde se personificaba el ultraje. Ya en el lugar de la muestra posó su mirada inquisidora sobre cada una de las piezas expuestas hasta dar con el Retrato espiritual de un tiempo. Sintió que una bola de fuego le golpeaba el estómago, avanzando sin misericordia hasta su pecho. La razón se le tiñó de negro pero pudo conservar la frialdad necesaria para apretar con fuerza su bastón y lanzar una andanada de golpes contra aquella imagen horrenda, más parecida a una creación del maligno. No conforme con los bastonazos dados, tomó con asco el objeto sacrílego del piso, adonde había ido a parar, y la arrojó de lo alto hacia el jardín interno de la edificación. Después de aquello sintió que la paz espiritual invadía su cuerpo, produciéndole la satisfacción de la buena acción cumplida. En ningún momento pasó por su mente la lectura que esa mañana hizo del Diatessaron de Taciano (120-173), en especial de aquel párrafo de la vida de Jesús en el que éste decía: “Habéis oído que se dijo: ‘Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo’. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced el bien a los que os odian”.

El hecho se convirtió en noticia que corrió como pólvora por toda la ciudad, para luego trascender al resto del país. Al día siguiente, viernes 21 de julio, dos de los más grandes periódicos de circulación nacional dieron cuenta del escandaloso acontecimiento. “Sacerdote de la Catedral arrojó al suelo escultura de un perro crucificado”, tituló el diario El Universal. “Párroco de la Catedral destruyó una escultura que consideró como un irrespeto a Cristo”, así encabezó la noticia el diario El Nacional. Más adelante el periódico de Miguel Otero Silva incorporó la reacción del agraviado: “Soy cristiano y no le guardo ningún rencor al sacerdote que destrozó mi obra Retrato espiritual de un tiempo (…) Existen medios alejados de la violencia para combatir una obra de arte”. Ante tal avalancha de ataques, surgieron voces en defensa del artista. Primero la de Luis Beltrán Guerrero. En su columna del diario El Universal (2 de agosto de 1972) escribió: “No vi en la escultura ninguna profanación, más aún sabiendo como sabía que Von Dangel es cristiano”. Fue lo mejor que se pudo decir en aquel terrible momento de la incipiente carrera del artista. Además, el fino intelectual demostró estar, en materia de artes plásticas, muy por encima de la mayoría de sus coterráneos. Pero lo más importante: entendió con claridad el significado de la obra del joven creador. Más tarde, otros intelectuales venezolanos (Rafael Pineda, Eduardo Robles Piquer y Aquiles Nazoa) se sumarían al apoyo.


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