Charles Baudelaire

Por CARMEN CRISTINA WOLF

Cuando me invade el temor o el desasosiego ante la amenaza de los tiempos actuales, vuelvo a leer a Baudelaire, en su libro Los paraísos artificiales, quien describe la felicidad de su personaje Thomas de Quincey, resguardado en su habitación y leyendo a Kant, mientras afuera la nieve había decidido cubrir el mundo y pregunta: “Una agradable habitación, ¿no hace más poético el invierno, ¿y no aumenta el invierno la poesía en la habitación?”.

En este país del trópico donde la nieve nos ignora, me refiero al tema por cuanto una tormenta de nieve no podría equipararse a los peligros de la noche en nuestra ciudad, aún más feroces que las tormentas, sobre todo cuando la luna se esconde en la negrura. A eso debo añadir las noches en que permanecemos sin energía eléctrica, que se han vuelto habituales en este año 2019 debido al llamado socialismo del siglo XXI.

Ante semejantes amenazas, es mejor quedarse en la habitación a resguardo de aquellos seres que han perdido la conciencia y no nos ven como sus hermanos.

El poeta Rilke se siente sobrecogido en medio de la tormenta y escribe: “¿Sabes tú que en la ciudad me asustan esos huracanes nocturnos? Diríase que, en su orgullo, los elementos ni siquiera nos ven”. Y en uno de sus poemas, nos dice:

“¿Por qué arrastrarme a esos torbellinos

de confusión y luces?

No quiero ya mirar vuestra locura.

Yo quiero, como un niño, enfermo y en su estancia,

solitario, secreta la sonrisa,

erigir día tras día ensueños suavemente”. 

(De Primeras poesías)

Bachelard, en su Poética del espacio, le otorga entidad a la casa, refiriéndose al “drama cósmico” que esta debe sobrellevar, personificada en un cuerpo que siente y sufre. Él prepara el momento de la tempestad recreando la inmensidad del silencio: “Nada sugiere, como el silencio, el sentimiento de los espacios ilimitados (…). Los ríos colorean su extensión y le dan una especie de cuerpo sonoro (…) es la sensación de lo vasto, de lo profundo, de lo ilimitado, que se apodera de nosotros en el silencio. Me invadió, y fui, durante unos minutos confundido con la paz nocturna. La paz tenía un cuerpo. Prendido en la noche. Hecho de la noche. Un cuerpo real. Un cuerpo inmóvil. Luego viene la angustia cósmica que preludia la tempestad. Se abren las gargantas del viento”.

Las fuerzas del cielo se desatan y somos como las ramas indefensas de un gran árbol. Ah, pero la casa nos protege, nos guarda, la habitación nos arropa y nos abraza para que nada malo nos suceda. La casa adquiere la entidad de un ser amable y protector.

La casa, sea humilde o lujosa, es una de las cosas más preciadas que tenemos. Así sea una habitación, nuestra habitación, ella es la madre que nos arropa en la oscuridad amenazante.

Cuánto debo agradecer a mis abuelos y a mis padres el haberme proporcionado una casa acogedora, con su corredor para jugar, la máquina de escribir, el viejo radio Singer, las hamacas, la biblioteca del abuelo… Sobre todo, el patio, con su árbol de mango, que nos parecía tan grande. Una casa con techo a dos aguas, de tejas verdaderas, de ventanas sin rejas. En lugar de muro, un seto de arbustos y cayenas. Porque no había nada que temer. Hoy recuerdo la casa del abuelo, con su serena sabiduría, siempre enseñándonos gramática y literatura.

Amo mi casa del recuerdo, con su ausencia de pretensiones y sobre todo mi habitación, testigo de tanto escribir poemas y notas sin importancia. Y tengo presente a Virginia Woolf, para quien la felicidad y realización de una mujer consistía en disponer de treinta libras al año y una habitación propia. Es bastante.

A manera de conclusión, no puedo dejar de referirme a las otras casas, la de los sueños, la casa de la poesía y la casa del alma, no una de ladrillos y adobe, sino aquella a la que se refirió Cristo cuando dijo: “El Reino de Dios está en vosotros”. Cuando pienso en ellas me siento dueña de un tesoro invalorable.


*Texto escrito como prefacio al libro inédito La casa que me habita. Carmen Cristina Woolf es autora de ocho libros de poesía y de numerosos ensayos. Es directora ejecutiva del Círculo de Escritores de Venezuela.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!