Por SAMUEL ROTTER

A veces trabajar el pasado significa sellarlo en los libros de historia para así eventualmente olvidarlo. Los tiempos cambian, los protagonistas de los relatos mueren, y poco a poco lo que una generación entera conoce como hecho, empieza a distorsionarse y a perder terreno en la consciencia colectiva. Con ciertos eventos nos podemos dar ese lujo, al fin y al cabo es imposible estar al tanto de absolutamente todo por lo que nuestra especie ha atravesado. Pero cuando se trata del Holocausto, “La Shoah” y la Segunda Guerra Mundial, no puede haber tregua contra el olvido. Casi 75 años después de estos eventos tan significativos para la historia de la humanidad, seguimos debatiendo y reflexionando acerca de lo sucedido, y a pesar de que el tiempo nos ha ido distanciado de ese período terrorífico de nuestra historia, su preservación es absolutamente vital para las generaciones posteriores. Se ha intentado reducir el Holocausto a un evento que no concierne a nuestros tiempos, desacreditándolo como un hecho moderno o incluso como un “problema entre judíos y alemanes”, cuando la realidad es que una multitud de naciones —incluyendo Austria, Francia, Ucrania, Polonia, por citar algunas, participaron en la masacre y destrucción sistemática del pueblo judío—. Para otros pensadores, la Shoah es tratada como “la última expresión de judeofobia”, sin jamás explorar psicológica o filosóficamente la naturaleza del crimen. Se hace hincapié en el antisemitismo y sus causas, pero no en lo sucedido: los detalles de la barbarie, el potencial de destrucción del ser humano, la deformación de la psique, la banalización del mal… siempre intentando hacer el evento más digerible y accesible porque la cruda realidad de lo sucedido genera vértigo. Fotografías son censuradas o reprimidas de publicaciones para no “satisfacer el  morbo», pero la verdad es que lo hacemos porque nos incomoda profundamente enfrentar las facetas más oscuras de nuestra especie. El mismo nombre del evento que concierne este ensayo (Kristallnacht) “La noche de los cristales rotos” es una cachetada a lo que ocurrió el 9 de noviembre de 1938. La magnitud del pogrom, el salvajismo y violencia expresada fue sin precedentes en Alemania. Todas las ciudades ardieron, personas fueron  asesinadas o violadas, miles deportadas, se produjeron suicidios masivos, el odio auspiciado por el Estado se volvió público y una nación entera observó indiferente, al igual que el resto del mundo. Llamemos las cosas por lo que son: el preludio a una masacre enloquecedora.

Por lo tanto, hablar de la Segunda Guerra Mundial, de sus exterminios, de sus radicalismos políticos y oportunismo económico, no es hablar de una era lejana e inimaginable. Se trata, más bien, de una modernidad a la cual seguimos perteneciendo y que continúa siendo susceptible al mismo tipo de retóricas. No estoy hablando de neonazis solamente. Me refiero a ideas dentro de la democracia. Es evidente que el mundo crece hacia la polarización política. De acuerdo con los reportes de la organización Freedom House, la democracia en el mundo ha estado retrocediendo durante los últimos 15 años (probablemente encabezado por nuestro propio país). Los partidos de ultraderecha ganan terreno continuamente en Europa. El antisemitismo sigue estando de moda, abiertamente o solapado bajo el antisionismo. Gran Bretaña se retiró de la Unión Europea debido a una campaña abiertamente xenófoba. Nerendra Modi en India ha incitado al odio a la población musulmana de su país alegando superioridad religiosa, lo cual ha desencadenado persecuciones y ataques a comunidades musulmanas. El fenómeno Trump en Estados Unidos. Regímenes comunistas y autoritarios como Cuba y Corea del Norte. El resurgimiento de los talibanes en Afganistán… la lista continúa, los extremos se tocan, y el flagelo del populismo de izquierda o de derecha devora los valores democráticos del mundo occidental. Por eso, si depositamos nuestra fe bajo la falsa premisa de que el futuro siempre equivale a progreso, seremos sometidos por una pandilla de manipuladores que solo velan por sus propios intereses y no por los del bien común. Por lo tanto, recordar Kristallnacht, lo que significó, lo que sucedió y cómo se llevó a cabo, es contribuir a prevenir estos comportamientos destructivos.

26 de octubre de 1938

Cinco años después de la llegada de Adolf Hitler al poder, los judíos en Alemania atraviesan una situación sumamente difícil. Observan con terror cómo han pasado de ser respetables ciudadanos, integrados completamente a la sociedad e incluso héroes de guerra, a enemigos del Estado. En 1933 se organizan las primeras quemas de libros de autores judíos y “antialemanes”. En otras palabras, cualquier autor antifascista. En 1935, apenas dos años después, la mayoría de los alemanes ha leído Mein Kampf y son simpatizantes de la causa antisemita, lo que facilita la creación e instauración de las conocidas leyes raciales de Núremberg, las cuales decretan —inconstitucionalmente—, entre otras cosas, que está prohibido casarse o mezclarse con judíos o realizar cualquier tipo de actividad con aquellos, siendo los individuos que desobedezcan, susceptibles de ser perseguidos por el Estado, encarcelados y en algunos casos enviados a campos de concentración como Dachau. Otras legislaciones discriminatorias las siguieron, y ya para 1938, todas las poblaciones judías en Alemania estaban siendo acosadas desde todos los frentes. En las universidades, los profesores pierden sus trabajos. En las empresas sucede exactamente lo mismo. Los niños y jóvenes son expulsados de las escuelas y universidades. Se llevan a cabo humillaciones públicas en las que se les corta la barba y el pelo a judíos ortodoxos (acto prohibido de acuerdo con sus creencias religiosas) y es común ver a judíos en la calle portando carteles en los que se lee “Ich bin ein Rasseshänder” (soy profanador de la raza) o siendo forzados a limpiar las calles frente a una multitud, que ríe, les escupe o golpea. La situación es precaria, y aquellos que desean emigrar deben hacerlo bajo condiciones extremas, puesto que también tienen prohibido salir del país con sus bienes.

Es dentro de este contexto que conviene narrar la historia de uno de los protagonistas de Kristallnacht: Herschel Grynszpan. Nacido en Hanover en 1921 dentro del seno de una familia de judíos polacos que hablaban yiddish, Herschel fue criado como judío en Alemania y vivió durante su adolescencia el surgimiento del antisemitismo nazi. En 1935, con tan solo 14 años, se retiró de la escuela por estar constantemente peleando con sus compañeros de clase debido a la discriminación que enfrentaba por su condición de judío. En 1936, intenta irse a Palestina con una organización sionista que opera en Alemania, pero lo rechazan por ser demasiado joven. Así que decide irse a París ilegalmente a vivir y trabajar con un tío. Por unos años fue un poeta errante, desempleado, pobre y sin permiso de trabajo. De acuerdo con el testimonio de su familia, llevaba una vida aislada, casi sin amigos ni allegados.

En marzo de 1938, Polonia anuncia que los judíos que llevan viviendo más de cinco años fuera del territorio polaco perderían su nacionalidad, lo cual significaba que los Grynszpan se quedarían sin Estado (vivían en Alemania bajo un permiso de residencia, jamás llegando a recibir la nacionalidad). En respuesta a la medida, el gobierno alemán decreta una orden de expulsión casi inmediata de judíos polacos, prohibiéndoles salir del país con sus bienes. De acuerdo con los historiadores, Polonia sabía que los judíos polacos serían expulsados de Alemania, razón por la cual emitieron el decreto al que hicimos referencia. El 26 de octubre, 12.000 personas son identificadas y deportadas forzosamente por las autoridades nazis; todas sus propiedades son confiscadas. Años más tarde, en el juicio de Adolf Eichmann, Zindel Grynszpan, padre de Herschel Grynszpan, relataría su propia experiencia de ese día histórico: “Nos montaron en camiones de policía, 20 hombres por camión, y nos llevaron al andén. En la calle la gente gritaba Juden Raus! Rauch nach Palastina! ¡Fuera judíos! ¡Váyanse a Palestina!”. Al llegar a Polonia, el gobierno polaco no reconoce sus nacionalidades y pasan a ser considerados  refugiados bajo el cuidado de la Cruz Roja. La situación empeora diariamente. En tan solo unos meses, pasaron de ser ciudadanos, con permisos de residencia, educación y patrimonio, a refugiados indigentes. Dentro del caos viviente, varios intentan huir de vuelta a sus hogares en Alemania. Ninguno lo logra; son fusilados por las autoridades.

7 de noviembre de 1938

La noticia tarda unos días en llegar a Francia. Pero al enterarse de lo sucedido, Herschel Grynzspan —que en ese entonces es un adolescente de 17 años— se desespera y es presa de un ataque de ira. El 6 de noviembre se pelea con su tío y se va de su casa definitivamente con 300 francos en el bolsillo. Pasa la noche en un hotel y al día siguiente, el 7 de noviembre, compra un revólver y una caja pequeña de municiones. Casi inmediatamente se dirige a la embajada alemana. En la entrada, se topa con un señor de bigote. Es nada más y nada menos que Johaness Van Welczeck, embajador de Alemania en Francia —pero el joven Grynszpan no lo reconoce—. Pasa de largo del embajador y se identifica en la recepción como un residente alemán en posesión de una información sensible que desea compartir urgentemente con el embajador. Al no estar Van Welczeck, el recepcionista le pide a un oficial de rango relativamente bajo llamado Ernst Vom Rath recibir a Grynszpan en su despacho. Una vez dentro, Vom Rath cierra la puerta y le pregunta acerca del supuesto documento. En ese momento, Herschel Grynszpan se levanta de su silla y exclama “¡Alemán de porquería, en nombre de los 12.000 judíos perseguidos, aquí está tu documento!”  y le dispara cinco veces en el pecho y abdomen.

Los tiros causan un estruendo en la embajada. Herschel se rinde inmediatamente. No intenta huir ni ofrece ningún tipo de resistencia. Mientras lo llevan detenido declara: “Ser judío no es un crimen. No soy un perro. Tengo derecho a vivir y el pueblo judío el derecho de existir en esta tierra. Donde he vivido, me han perseguido como un animal”. En su bolsillo, en una carta escrita a mano, le pide perdón a sus padres.

Grynszpan fue arrestado. Vom Rath murió en el hospital tres días después. A su funeral acudieron Hitler y numerosos oficiales del Reich. Es acá cuando las coincidencias más extrañas de esta historia empiezan a desenvolverse. El asesinato de Vom Rath es presentado en Alemania como una tragedia nacional perpetrada por la conspiración judía mundial. Para mala suerte de Grynszpan, la realidad era otra. De acuerdo con las investigaciones de Hannah Arendt, conducidas durante su cobertura en el juicio de Adolf Eichmann en Jerusalén, 1963, Vom Rath estaba siendo investigado por la Gestapo por tener simpatía con los judíos y su asesinato no representó ninguna herida al régimen. Por el contrario, acababa de obtener una nueva justificación para perseguir con más violencia a los judíos de Alemania.

9 de noviembre 1938

El 9 de noviembre, Joseph Goebbles, ministro de propaganda, apoyado por Hitler, utiliza el asesinato de Vom Rath para hacer un discurso explosivo en el que incentiva a todos los miembros del Reich a atacar establecimientos judíos como represalia por el asesinato, ordenando a todos los policías y bomberos locales retirarse y no interferir en la labor de los fanáticos. Lo ocurrido después fue casi inimaginable. Alemania, Austria y Sudetenland (porción checoslovaca anexada en 1938) se prenden en llamas por 48 horas. 91 judíos son asesinados brutalmente en las calles. 30.000 personas fueron arrestadas y deportadas a campos de concentración. 7.500 negocios fueron prendidos en fuego. Más de mil sinagogas destruidas. Hogares, hospitales, cementerios e instituciones fueron profanados y desvalijados. Se llevaron a cabo humillaciones públicas de todo tipo, incontables mujeres fueron maltratadas y/o violadas y en los días siguientes se produjo un récord de suicidios. La rapidez y eficacia de la destrucción es aterradora. Se estima que los daños totales de Kristallnacht equivaldrían a  6,7 mil millones de dólares en 2021. Todo en solo una noche de furia y destrucción. El único oficial de alto rango nazi que se sabe que estuvo en desacuerdo con los sucesos fue Hermann Göring, pero solo porque hubiese preferido ahorrarse la destrucción de infraestructura y robarse el patrimonio de los judíos alemanes. De todas maneras, él se encargó personalmente de que ninguna aseguradora indemnizara a algún afectado, siendo el gobierno el receptor de todas sus pólizas. Además, se multó a la comunidad judía alemana con el equivalente de mil millones de dólares por los daños causados y fueron obligados públicamente a recoger los restos de la destrucción.

El mayor reto que se nos presenta al hablar de estos eventos es la abstracción. Las  cifras aportadas, por más sorprendentes, son incapaces de transmitir lo que realmente sucedió ese día. El miedo, la desesperación, las llamas, la degeneración absolutamente desbocada. Un pogrom moderno que solo requirió de un discurso por parte de un manipulador para ser ejecutado con gusto por una población cultivada. El mismo pueblo de Goethe, Hegel, Höderlin y Beethoven.

Post Kristallnacht

Luego del asesinato de Vom Rath, Grynszpan se volvió una celebridad internacional. Su juicio fue noticia por un tiempo pero eventualmente perdió importancia una vez estallada la guerra. Cuando Francia se rindió a los alemanes, fue entregado a las autoridades nazis y enviado a un campo de concentración. Sin embargo, los nazis dudaban si debían llevar a cabo el juicio. En los últimos años, Grynszpan había esparcido los rumores de que en realidad el crimen no había sido político sino pasional, y que Vom Rath y él habían tenido encuentros homosexuales previos al incidente. Estas alegaciones incomodaban a los nazis y eventualmente su juicio fue pospuesto a petición de Hitler. Se sabe por un memorándum que estuvo vivo en 1943. Ese es su último rastro. Su familia nunca volvió a saber de él y jamás se halló su cuerpo. Se asume que fue asesinado en el campo, antes de finalizar la guerra. Oficialmente se declaró muerto en 1960. Varios rumores circularon sobre su supervivencia durante la posguerra, pero todos fueron desacreditados.

Kristallnacht o “la noche de los cristales rotos” se considera el inicio del exterminio de los judíos de Europa por parte del Tercer Reich. El nombre, denominado así por los alemanes, proviene de la cantidad de ventanas rotas que cubrían las calles y simboliza la destrucción de la cultura judía en Alemania. El 15 de noviembre, menos de una semana después, ya los judíos debían obedecer toques de queda. Ya para diciembre, no podían acudir a espacios públicos. De acuerdo con los historiadores, uno de los objetivos de Kristallancht fue forzar a los judíos a huir de Alemania. ¿Pero a dónde irían? Estaba prohibido salir con cualquier tipo de bienes y ningún país estaba abierto a recibirlos, incluso después de Kristallnacht y de haber “condenado las acciones de los nazis en contra de los judíos”. Tras el evento, países como Estados Unidos intentaron pasar legislaciones para recibir a veinte mil niños judíos como refugiados, pero todos los intentos fracasaron en el congreso. Mientras se discutía la legislación, la esposa del comisionado de inmigración James L. Houghteling, prima del presidente Roosevelt, advirtió que ​​esos “20.000 niños encantadores se convertirían demasiado pronto en 20.000 adultos feos”. Casi un año después, tras los primeros bombardeos nazis en Gran Bretaña, ese mismo congreso sí aprobó la entrada de miles niños británicos —casi ninguno judío— al país. Otro claro ejemplo fue el del MS St Louis, un barco de refugiados judíos al que le fue negada su  admisión a Cuba, Estados Unidos y Canadá. Luego de meses en altamar,  se vio obligado a volver a Europa, donde desembarcaron, gracias a un desesperado esfuerzo por parte de su capitán, en Holanda, Francia, Bélgica y Reino Unido. Eventualmente la guerra los atraparía. Se estima que prácticamente todos los refugiados judíos del MS St Louis —a excepción de aquellos que desembarcaron en Reino Unido— murieron en campos de exterminio, junto a los otros 6 millones de judíos europeos asesinados durante la Shoah. Sin embargo, cabe destacar que una de las excepciones a esta tendencia ocurrió en nuestro país gracias a los esfuerzos de María Teresa Núñez Tovar, la esposa del presidente López Contreras, quien convence a su esposo en 1939 a autorizar la entrada de los barcos llenos de refugiados, Caribia y Köenisgstein, en Puerto Cabello, donde la población, en un acto de fraternidad conmovedor, les dio la más acogedora bienvenida y los salvó de una muerte segura.

La modernidad y banalidad de Kristallnacht

El 9 de Noviembre de 1938 fue una humillación salvaje y degenerada. ¿Y con qué fin? ¿Cómo fue posible que algo así ocurriera? ¿Cómo lograron Hitler y Goebbles convencer al pueblo alemán de que el judío de verdad no es el zapatero amable del vecindario, ni la profesora del colegio o el médico que cura a la familia, sino un ser nefasto, maquiavélico e indeseable? La respuesta es el judío abstracto y el concepto del otro. Durante los últimos cinco años se había insistido en los medios de comunicación que el judío bueno era la excepción; que el gobierno, al tanto de la realidad verdadera de las cosas, sabía que los judíos eran parásitos sociales determinados a corromper los valores tradicionales de la sociedad alemana. Para que un genocidio sea posible, las diferencias personales deben ser destruidas, derretidas y amalgamadas en una categoría abstracta, lo que el sociólogo británico Jock Young denomina Essentilization: la tendencia a categorizar y excluir al otro. Separar a seres humanos en términos de grupos culturales, sociales, económicos, etc. Y los nazis no fueron los únicos en hacerlo. Esta práctica ha sido utilizada alrededor del mundo en distintas variaciones y gravedades. Ocurrió con los comunistas en contra de los burgueses e intelectuales en la revolución Bolchevique, así como con los Maoístas o con el Khmer Rouge. En gobiernos militares latinoamericanos como los de Pinochet o Videla, con disidentes políticos. Entre Hutus y Tutsis en Ruanda o en el conflicto Bosnio. El gobierno de Xi Jinping con los Uyghurs en China o los rohinyás en Birmania, para solo citar unos ejemplos.

En el caso de los alemanes, éstos creyeron más en la propaganda que en su propia experiencia. Pero más allá del miedo, ¿qué incentivo tiene una persona para ir en contra de una minoría? El ser humano sobrevive a través de la imitación. Hacemos hincapié en que esta facultad está presente durante nuestra infancia, pero la realidad es que somos grandes imitadores a lo largo de toda nuestra vida, solo que nos da vergüenza admitirlo. Buscamos las conductas más comúnmente aceptadas y las replicamos en busca de un sentido de pertenencia. Por lo tanto, si ser antisemita es la regla, una gran mayoría de personas, operando bajo inseguridad y miedo, van a asumir esa retórica sin necesidad de evidencias. Además, están operando dentro de un sistema en el que discriminar representa una ventaja. Contar con el favor de los nazis podría significar un triunfo para una mente egoísta, retorcida, dispuesta a lograr sus objetivos a cualquier costo, inspirada en una codicia del orden más bajo, demasiado patética, demasiado humana. El ser humano puede operar dentro de un espectro absurdo que abarca desde el acto de amor más sutil y delicado, hasta la violencia más cruel y desquiciada.

Una de las razones por la cuales Kristallnacht y la Shoah toda fueron tan destructivas fue la dilución de la culpa a través del fantasma de la burocracia, que constituyen, a fin de cuentas, los mecanismos burocráticos modernos. Gente que no es moralmente corrupta o prejuiciosa puede contribuir de manera rigurosa en la destrucción de seres humanos. Su participación, lejos de ser radical o extrema, sólo demanda su indiferencia y mínima colaboración. Resulta imposible hablar de burocracia y complicidad y no pensar en la literatura de Franz Kafka. En su obra El proceso, deja en evidencia lo absurdo de estas instituciones. Las desgracias de Josef K. pueden llegar a ser exactamente las mismas que cualquiera de nosotros puede padecer frente al sistema. Es por eso, y su habilidad excepcional de comunicar el aplastamiento del individuo dentro de la sociedad contemporánea, que Kafka es considerado por muchos como el escritor más importante del siglo XX. El soldado raso, la secretaria de la comisaría, el juez, los ingenieros, los operadores de maquinaria, los incontables funcionarios dentro de los ministerios y las jerarquías militares… todos resultan sustituibles y al mismo tiempo indispensables para la burocracia moderna cuando se les reduce  a un mero engranaje del sistema; tornillos de una máquina demoledora de carne que jamás llega a tocar la sangre. En  palabras de Hannah Arendt: “Cuando Hitler dijo que llegaría un día en Alemania en el que ser jurista sería considerado una ‘desgracia’, estaba hablando con total coherencia de su sueño de una burocracia perfecta”.

Se habla de justicia después del Holocausto pero la realidad es que ésta es imposible de obtener luego de un evento de tal magnitud. En los juicios de Núremberg sólo se juzgó a dos centenares de personas. A la mayoría, se les permitió reincorporarse a la sociedad con relativa indiferencia. Si no hubiese sido por la presión internacional, casi ningún genocida hubiese sido juzgado. En 1958, una investigación fue llevada a cabo por la Corte Suprema Alemana en contra del personal que estuvo a cargo del campo de exterminio Auschwitz-Birkenau. Durante los cinco años que duró la misma, se investigó a más de 800 individuos, pero solo 22 fueron llevados a juicio, recibiendo, la gran mayoría de ellos, condenas de no más de 10 años, que en muchos casos tampoco cumplieron. Así, Otto Bradfisch, responsable por la muerte de más de 37.000 personas, que recibió una sentencia de 13 años, no llegó a estar más de cinco años en prisión. Joseph Lechthaler, quien destruyó dos pueblos enteros en Rusia junto a todos sus habitantes, recibió apenas tres años de encarcelamiento. Incluso, los jueces que los juzgaron llegaron a servir bajo Hitler; los mismos “juristas del horror” (Ingo Müller), perros de la maquinaria asesina, que sentenciaron indiscriminadamente a miles de ciudadanos inocentes. En los 60, más de 15 años después de la caída del régimen nazi, más de 5.000 de los 11.000 jueces que existían en el sistema judicial alemán habían ejercido durante el mandato de Hitler. Hay demasiados colaboradores. Si los castigas a todos, la sociedad colapsa. Por eso la burocracia protege a sus esbirros, y por eso las leyes de amnistía son tan fáciles de ejecutar. No solo eres incapaz de perseguir a los culpables, sino que en muchos casos incluso son protegidos por el sistema, como ocurrió con oficiales de la SS que cobraron sus pensiones por su “servicio al Estado” hasta los años setenta.

Esta es la triste lección de Kristallnacht y la Shoah. Las consecuencias de una burocracia deshumanizada. El nazismo y sus colaboradores cometieron una masacre como nunca antes vista y lo hicieron de una manera absolutamente moderna y burocrática, fundamentada en eugenesia y ejecutada a través de instituciones alienantes. Hannah Arendt  en su obra Eichmann en Jerusalén, brillante y dolorosamente nos lo define y explica como “la banalidad del mal”. Jamás se debe olvidar lo que sucedió ese 9 de noviembre de 1938 ni lo que vino después. El ser humano debe negarse a ser un simple instrumento de demagogos; debe ser libre, escéptico, moral y responsable. De lo contrario, estamos condenados.


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