KEILA VALL DE LA VILLE, POR PUNGUI MULLER

Por YOYIANA AHUMADA L.

Tu lengua de inmigrante, tu lengua país. O como dice María Zambrano  sobre los exiliados, esa identidad perdida que clama rescate. Cómo te sientes en el tránsito de tu lengua materna, el español, expresado a través del habla de lo venezolano y lo caraqueño, y la vivencia de estar ubicada como hablante y escribiente, en un país de lengua inglesa. ¿Eso te retroalimenta o te genera conflicto? En el caso de tu nueva novela,  Minerva, es una protagonista venezolana inmigrante. ¿Habla en las dos lenguas?

Me atrevo a decir que la lengua no me pide nada, ella me da. El español de Venezuela está muy presente en mi trabajo, en mis primeras dos novelas también el de Colombia, México, España, y en cada caso el slang de cada país cuando los personajes debido a su historia particular deben hablar en ese registro. En la novela que estoy terminando ahora, la tercera, el español de la protagonista es venezolano, venezolano-neoyorquino, académico; el español de la mayor parte de los otros personajes es venezolano-colombiano-warekena, y algunos además se valen de cierto slang minero; una de las amigas de la protagonista es argentina. Y la protagonista, como suele ocurrirnos en la vida pues cada relación humana comporta un léxico y un tono a la hora de dialogar, termina adoptando palabras de cada uno de sus interlocutores y las usa en algunos intercambios.

En el caso de la novela recién publicada, Minerva, la protagonista es un personaje venezolano que vive como inmigrante en los Estados Unidos. Ella habla español principalmente, a veces recurre a alguna expresión en inglés pero sobre todo para referir curiosidad ante ella. Se hace preguntas relacionadas con el idioma y juega con él, por cierto. Tiene un amigo italiano muy mujeriego al que ella llama “Patatino” (en italiano “patata” es papa, y esta es su manera jocosa de llamarlo “papito”). Vivir entre lenguas o la apertura a jugar entre idiomas y modismos de cada uno enriquece mi trabajo, me ayuda a dibujar a mis personajes inmigrantes o locales en cada caso. Intento que en cada novela y en cada cuento cada quien hable como tiene que hablar.

Usualmente investigo, pregunto a amigos, presto atención a lo que escucho en la calle, trabajo en la personalidad de cada figura en la historia y para ello me imagino habitándola. Así intento que cada quien se exprese adecuadamente cuando es su turno de tomar la palabra. Cada cosa es importante para que los personajes sean creíbles, diré que el idioma me asiste cuando un personaje dado requiere hablarlo. Es cuestión de responder a la narración, de seguirla, no de buscar un corsé lingüístico, mucho menos de restringirse expresivamente a consecuencia de una imposición. Me fascinan los idiomas, sus ritmos y sonidos y alcances, y su porosidad; que existan tantas maneras de decir una cosa y que el mundo esté filtrado o mediado por esa disposición expresiva. Me cautiva y no me genera conflicto alguno vivir entre lenguas más allá de la dificultad obvia de escribir en español en un país de lectores en inglés. Procuro colaborar con las personas que me traducen buscando aclarar dudas y evitar interpretaciones inadecuadas de modismos, expresiones humorísticas o tonos en alguna variante del español.

Entremos en tu novela reciente, Minerva. ¿Cómo llegaste a ella o mejor cómo ella llegó a ti?

Esta novela nació de una historia que yo supuse algún día contaría, de la marca que el mirar periférico deja constantemente en mí, de mi propia relación con el cuerpo y la quietud, y a partir de estos elementos y un proceso de investigación y asentamiento se convirtió en algo más, en una historia de ficción. Yo pasé mucho tiempo en mi infancia en la casa de mis abuelitos maternos, venezolanos. Mi abuela y mi bisabuela eran costureras, y mi tío abuelo era un diseñador de modas abiertamente gay, establecido en New York, que nos visitaba por temporadas. Una vez en Caracas instauraba un taller de alta costura en la sala comedor. Maniquíes, máquinas de coser y costureras ocupaban aquel salón que pronto se volvía glamoroso, y definían la dinámica de la familia durante meses. Mi tío tenía un estilo de vida cosmopolita y orientado a la búsqueda de belleza, era un hombre aéreo, un ángel punk, iba de lino blanco y sandalias delicadísimas tanto como de cuero en el más audaz estilo sadomasoquista, y trajes largos de satén. Yo lo quise mucho, lo seguía y observaba con curiosidad y cariño desde la distancia que solo el mundo de los niños ofrece. Mi primer trabajo oficial consistió en pegar plumas, canutillos y lentejuelas a corsés, vestidos y telas de tul. Pero además crecí muy en contacto con otras otredades, mis otros abuelitos eran catalanes, se conocieron, enamoraron y casaron como exilados en París a consecuencia de la Guerra Civil Española. Luego de la Segunda Guerra recibieron en regalo de parte de un amigo que por razones de salud no podía viajar, los pasajes de barco que él había comprado para sí y su esposa, y que terminarían llevándolos a las costas de La Guaira. Así fundaron su vida mis yayos en Venezuela. Eran muy catalanes, y muy venezolanos. Mis otros abuelos eran polacos y escaparon zarpando de Holanda justo antes del Holocausto. Pensaban ir a Ecuador, pero también por casualidad, convencidos por el capitán del barco que insistió en qué les convenía más, desembarcaron en Venezuela. Crecí como la mayoría de los venezolanos nacidos en el siglo XX, muy en contacto con la diversidad gracias a la convivencia con inmigrantes españoles, portugueses, argentinos, chilenos y colombianos que llegaron al país huyendo de sus respectivas tragedias nacionales. Tengo primos chilenos porque una tía a la que quise mucho en estas circunstancias llegó a mi país. Minerva nació de todas estas referencias. Además, me formé como antropóloga, he trabajado con culturas diversas siendo siempre “la de afuera, la que no pertenece”, he trabajado con fotografías y me fascina ese mirar extrapolado de quien fotografía, he vivido el mundo desde la periferia que experimenta quien escala montañas y vive para ello o por ello. Hoy en día soy yoguini, y claro, escritora. Pienso que solo logras observar lo que hay saliéndote del cuadro, mirando desde afuera aunque nunca estés desconectada de eso que ves. Finalmente, provengo de un país violentado que se volvió violento, que expulsa a los disidentes. Me llevo muy mal con el autoritarismo y sus formas de control: yo creo en la libertad y tiendo a rebelarme. Soy inmigrante en los Estados Unidos, esa es otra periferia, vivo entre culturas e idiomas, traduzco a otros y me traduzco continuamente, y New York es mi casa, yo le pertenezco aunque ella no me pertenezca del todo. La historia de Minerva no es la mía aunque me quede cerca. Nos hemos hecho amigas, nos entendemos bastante bien.

¿Podría decirse que el predicado de base de esta novela es la búsqueda de la identidad a partir de una familia que participa de las nuevas formas de relación sexo afectiva? Este dato me impulsa a preguntarte como antropólogo qué eres primero, si desde tu trabajo de novelista exploras esas preguntas constituyentes de lo humano.

La familia de Minerva simboliza u ofrece una mirada a las ilimitadas maneras de ser y autodefinirse que existen, la supuesta normalidad no existe y tampoco hay una sola manera de ser o estar, pienso que hay tantas como personas; representa una faz de la libertad, los mundos posibles por construir o defender y habitar, también habla sobre el valor de —y lo valiente que se debe ser para— recorrer el propio camino y decir yo soy así, ahora, acá, y mañana puede que sea otra persona y eso está bien. En tal sentido puede decirse que Minerva es una historia sobre la libertad concebida como expresión de la propia identidad tanto como de la lucha contra un sistema autoritario y opresivo. En esta novela la lucha por la autonomía se libra desde ambos espacios, el íntimo, a partir de la disposición y la determinación a descubrir quién se es en el sentido más esencial, y el público, a partir de la resistencia ante la voracidad impositiva de toda estética única y pensamiento autoritario. Nadie sabe con certeza por qué ha venido a este mundo, pero buscar el propio camino y recorrerlo parece ser una importante justificación. Los papás de Minerva tienen esto muy claro. En su particularidad y fluidez le ofrecen un punto de partida, le dicen que la identidad es algo intrínseco, le dicen. Siendo una niña ella pregunta qué quiere decir “intrínseco” y uno de ellos responde: lo que llevas bajo la piel. Si pienso en identidad y emancipación pienso en esta danza: la libertad nos permite ser, y necesitamos ser para alcanzar la libertad. La expansión es una sola. Ambas luchas van de la mano en Minerva. Me interesa en todos mis libros alcanzar problemas relacionados con la constitución humana y explorar caminos posibles que siempre son efímeros y solo buscan ofrecer nuevas interrogaciones. Esta búsqueda responde no solo a un interés antropológico o literario, es parte de mi experiencia como humana en el planeta.

¿Te atrae la fotografía, eres yoguini y fuiste escaladora ?  Ahora en Minerva  ella es la danza. ¿Con cuáles otros referentes más allá de los literarios dialogas?

Depende del libro al que me dedique en un momento dado que ciertas artes o ciertas prácticas participen o me hablen más que otras. En general influye en mi trabajo mi propia tendencia al movimiento y la quietud, la manera en que observo y vivo la relación entre ambos estados. También una fascinación por el paisaje natural y cultural, ¡por las ciudades!, qué cápsulas increíbles de vida. Además, tengo una relación misteriosa con la música, soy una rocola ambulante pero no porque escuche música todo el tiempo, por lo contrario, necesito y me gusta mucho el silencio y además soy sensible al ruido o a los sonidos que me incomodan. No puedo escribir o siquiera pensar ordenadamente con ruido a mi alrededor. Como fuera la música es una referencia constante, me queda muy cerca, está siempre acá. Influye también en mi trabajo los libros que he leído, las películas que he visto, las artes plásticas, alguna exploración académica tanto como las conversaciones sobre estos asuntos. Me encanta leer entrevistas a autores, siento que cada una es de cierta manera una clase de escritura. Estas influencias se mantienen. Pero además hay un llamado dependiendo del libro en cuestión. Como bien dices la protagonista de Minerva es bailarina, conecté con esta disciplina a partir de mi propia práctica de yoga, que a su vez fue importante para explorar la experiencia del personaje como modelo para artistas. Porque Minerva tiene también la tendencia a quedarse muy quieta. Durante la escritura de la novela fui a sesiones de pintura, dibujé con carboncillo, leí entrevistas a modelos para artistas y entrevisté a un par. Fue una especie de regalo que me hice a mí misma, me permitió al escribir imaginar lugares y situaciones concretas. Me pregunté si debía posar desnuda y concluí que ver y pintar en los estudios de arte y ejercitarme en esto que me encanta: desdoblarme e imaginarme a los personajes, entrar en sus zapatos, en las zapatillas de Minerva o en sus pies descalzos era mucho más rico. Un reto mayor y más emocionante. Cada libro pide algo distinto y seguir esa corriente es vital: da vida a mi trabajo, lo alimenta, y me da vida a mí porque me mantiene en contacto con la sorpresa. Cada libro me lleva a investigar algo nuevo y a plantearme nuevas preguntas. Pienso que es importante investigar antes y durante el proceso de escritura. Esa danza, ese vaivén entre lectura, cuestionamiento, escritura, edición, más lectura, es para mí un eterno ciclo hasta que el libro se ha terminado. Busco mantener una disposición porosa. Al mismo tiempo, así como es importante ser permeable, es importante saber cuándo parar “la vida afuera”. Porque para escribir lo más importante es escribir. Suena obvio pero no por esto dejaré de decirlo: vida y la escritura son indisociables. Para mí los materiales y los elementos sutiles de una experiencia y la otra son los mismos.


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